viernes, 12 de septiembre de 2008

Descubrir una Hora y media del Otoño

> Dilecciones 12/29



Cuando parte las nueces frunce el ceño. Es la medida justa, la fuerza perfecta, el equilibrio. Lo hace a través de un instrumento que ella misma se fabricó luego de asistir, durante un año, a aquel curso-taller de carpintería que tanto la emocionaba. A veces las casca por mitad, y de allí desborona con sus dedos toda la pulpa. No le gustan esos modos; es feliz cuando truena la corteza con golpe seco para que sólo quede el fruto desnudo; limpio de impurezas.

Se come tres o cuatro nueces diarias en otoño; las acompaña de café ligero o agua de lima. Ver su ritual es deleitante; pareciera una niña aprendiendo las negras artes de la alquimia. Es muy serena sobre las seis de la tarde. Es de brillos sin cálculo y ojos que denotan otros parajes de arcilla: más interiores, más forasteros, pero también más genuinos; propios de su saludable estancia en este mundo.

Luego entonces se pone divergente: me regaña con quietud diciendo “esto no es semilla, es fruto” / ¿Ah sí? / ¡Es un fruto seco! / Por supuesto / Fruto del nogal, Juan Carlos / Yo entiendo / ¿Y entonces? / Nada… a mí me parecen semillas / Eres muy necio / ¿Más cafecito? / Por favor, cariño.

Sí; se pone divergente. Es como si de pronto necesitara de cierto malestar sináptico que le brinde la fuerza suficiente para manipular a su antojo al cascanueces. O mejor; como si en la disertación sobre frutos secos y piñones encontrara el brío inicuo que emancipa, tan de tajo, toda la fuerza de sus brazos. Es bella quebrando nueces, tomando café sin cafeína, arrugando la frente, sacando la lengua, apretando los dientes.

Lo hermoso, además, es que comparte el botín; lo ofrece en mano de azúcar integral (que no morena) y canela; en melaza baña sus pedazos de trofeo y los regala a mares brindándole cada bocado, cada muela que tritura, a la generosidad, al trabajo…

Después la dejo a solas y los fantasmas de la mesa se ponen a jugar al doble o nada con cartas de papel estraza (ni la miran, ni la incomodan, nada más la acompañan), y ella parte la quinta nuez, con destreza acostumbrada, y toma el libro de Tagore que tiene siempre a la mano para acabarse el café, se vuelca un momento (ensimismada) y relee de cuando en vez, su maravilla: “Déjame sólo un poco de mí mismo, para que pueda llamarte mi todo”.

Ya para las siete, se levanta; mira cómo se oscurece la intemperie.



Cascanueces Nusskubus:
AuBergewöhnlicher Nüsseknacken

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4 comentario(s):

pensamientovisible dijo...

Eres muy bueno con los diálogos. Yo los mato cuando quiero atrapar la cotidianidad. Será que insisto en que hay algo de natural en ella... cuando en realidad todo es artificio. Pero tú sí sabes cómo hacerlo. Adoro tus diálogos porque están vivos, tú mismo sabes cómo es eso de percibir vida en uno mismo o en lo otro: la risueña melodía de sentirse, otra vez, muy vivo. Your lines rock big time!

Juan Carlos Medrano dijo...

Pues luego de semejante piropazo no me queda más que agradecerte la sobredosis de autoestima que inyectaste intravenosa y que ha ido a parar a mis más secretas neuronas...

"Todo es artificio", de qué, ¿tú crees? / me quedé pensando en ello: no, no todo es artificio... ¿has visto la película "waking life"?

Un beso y abrazo.
Gracias por la visita Luza.

Carmen dijo...

La nuez encierra el más perfecto tratado de ebanistas y tallistas medieval, todo está tan perfectamente bien acomodado dentro que no admite la menor duda.
Saludos mi buen Juan Carlos

Juan Carlos Medrano dijo...

Qué buen comentario; hasta se me antojó comerme una a votré santé Carmen...

¡Más que bueno!
diría yo: síntético.

Saludos, también.