martes, 23 de septiembre de 2008

Deletrear las Palabras más Sencillas

> Dilecciones 23/29



¿Me silbas una canción mientras tiendo la cama?... hoy te ves tan bonita y ligera que no me dan ganas de tenderla. Acércame la almohada, por favor, y quédate quieta, que en tu cabello está durmiendo una libélula. ¿Puedes abrir esa ventana?, para que entre el sol, digo yo, para que no se esconda la mañana. Abrázame fuerte, que me duela la espalda del apretón, que se enjuten nuevamente los músculos dormilones. Tengo antojo de ciruelas, ¿hay?. Siento que se me escapa una cosa; que ahora mismo debiera estarte besando en vez de escribir detalles y guardarlos. Pero no te me vas de las manos, ¿verdad?. No me estás cerrando esa puerta, ¿verdad?.

No creo en eso que me dice el reloj todos los días: produce, ahorra, invierte, crea, experimenta, coteja, desdobla, puntualiza; ¿tienes tiempo de charlar? o prefieres beberte el café a solas. A veces, no te miento, me gusta que lo hagas así y que después me cuentes del poderoso incentivo a la nariz que te entregó el cardamomo, el jengibre, incluso el anís. ¿No se te ocurre beber de pronto un carajillo?, a mí sí; se me ocurre también acompañarlo de membrillos o tejocotes tiernos envueltos en pectina de semillas sabias.

Realmente, sería muy útil para mi suerte sentir tu cuerpo junto al mío en tibio aguacero tropical. En serio lo necesito. Lo clamo a gritos, lo reclamo, lo hago mío. No lo he dicho hasta el momento, y por eso lo personal y directo: ¿quieres volverte la cómplice de mis sonidos?, prometo ser buen niño; comerme lo que me pongas en el plato, no matar a las arañas, tolerar a los gatos, inventarme cada día más intenso si es preciso. Ya no quiero voltearle la cara a mis problemas, ni sacudirme por preocupón, ni estimular mi vicio de generar dilemas. Pinta ser tan fácil que hasta yo, con mi pincel endeble, con mis manos temblorosas, soy capaz de dibujarlo sólo por demostrarte este desvergonzado afluente que, con pasión, me envuelve.

Es tu persona esa selecta flor.

Tu modo de cuidar la tierra me reinventa como raíz, tallo y cubierta. Tus pasos silentes sobre el corredor de casa electrifican a la gente; la vuelven más viva, poderosa, con indecentes ganas de vivir al tope aunque sepamos todos que este mundo halla su solución en los problemas. No habrá tropiezos si tú me miras atenta, no habrá desgracias ajenas, y ten la certeza de que un niño, al menos uno, dejará de poblar las calles y banquetas.

Es tu canción, la más coqueta. Tu tono el que prefiero. Tu voz de alondra la que me canta. ¡Y tus inviernos; cuánto calientan!... y tus quiebres, tus momentos, tu introspección secreta, tus susurros, tus ideales…

Todo me reconforta.
¡Vaya hazmerreír para la gente!



Nubes: Abraham Mena

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