lunes, 29 de junio de 2009

En cada encuentro (todo momento)

>

07:33


Te quiero;
como miles de cigarras
que al mover sus alas, cantan.



///

Rosa de fuego

Tejidos sois de primavera, amantes,
de tierra y agua y viento y sol tejidos.
La sierra en vuestros pechos jadeantes,
en los ojos los campos florecidos,
pasead vuestra mutua primavera,
y aún bebed sin temor la dulce leche
que os brinda hoy la lúbrica pantera,
antes que, torva, en el camino aceche.
Caminad, cuando el eje del planeta
se vence hacia el solsticio de verano,
verde el almendro y mustia la violeta,
cerca la sed y el hontanar cercano,
hacia la tarde del amor, completa,
con la rosa de fuego en vuestra mano.

Antonio Machado

///

Todo se entrelaza;
se matiza,
se retuerce,
amalgama y crece.
Todo se resuelve.

08:02


11:47


14:09


16:52


18:13


18:51


22:17


///

"...abandonada tras Los Años la encontró
un muchacho que andaba buscando
esperanza y respuestas..."



¡Feliz cumpleaños Tatui!

miércoles, 24 de junio de 2009

Los espacios vacíos

> Tú + Yo (9/10)





///

...

Lo que digo aquí lo invento.
Nada se puede sacar de la nada,
hueco –hoyo negro- es el pecho;
y cuando digo que te amo
-lo invento-
no estás aquí (ni estuviste),
te acerqué al acercarme,
te acerqué con el intento...
pero hablo en vano.

Rosalba Pérez Priego

///

Imaginar, ojos volcados en un jardín pequeño, la tenue caricia de la nieve en copos. Suponer entonces: frío, lejanía, hartazgo, introspección. Imaginar, dientes mordiendo una cereza, los sabores ambiguos que nacen en los pastos brillantes de los bosques canadienses. Conjeturar así, que todo accionar de la tierra es gratis con el generoso, que cada mano invisible va hilando los rastros de nosotros mismos. Imaginar, dedos de lavanda masajeando una nariz, una palabra de luz, un conjunto simbólico de saberes distantes, un conocimiento remoto, un deja vu. Inferir con ansia cada espacio vacío, cada esfera envuelta en cristales que reflejan temor, cansancio, mutismo. Imaginar, sonrisa abierta que descarga nubes, una mujer; camaleón encapsulado, dragón, centauro, toro de fuego adormilado. Deducir si el traje contra incendios es tan necesario. Imaginar, ojos obscuros redondos con agua tibia, la correspondencia postal con recetas y embrujos, fotogramas, hojas secas, guitarras y praderas, promesas, en-serios, comedias, misterios. Teorizar sobre lo bello. Y punto. No quejarse. No mentirse. Ni tolerar ni consecuentar ni medir ni tratar ni rehuir. Teorizar sobre lo bello encapsula lo anterior (y lo hace de buenas maneras). Imaginar, manos azules de tamaños parecidos entrelazadas al viento de lo espléndido, las llamadas largas donde se dice todo sin contarse nada. Actuar desde el verano, sensatamente actuar, darse la mano, prestarse datos, mirar hacia adelante, discutir muy poco del atrás, saberse niños descuidados, trepar árboles, columpiarse, diseñar las rutas, corregir los mapas, pelearse a muerte con la estadística, ponderar, seducir, ceder, quitar, volver, retar, transgredir, imitar, acordar, gritar a carcajadas que algo hemos ganado y luego, ya sin vendas, imaginar, sutiles cuerpos desnudos armonizando con cortinas, que el reino está de nuestro lado.

///

Espejo

Yo soy eso que está aquí.
Y no sólo eso,
soy algo que no puedes ver
ni tocar,
y que está siempre.
Soy eso de lo que no sabes nada
y sin embargo conoces.

Maliyel Beverido

///



La bici de cartero es Kronan.

<

martes, 23 de junio de 2009

Solsticios

>



No sé en qué punto de la historia se volcó sobre nosotros el tiempo (aquella esquizofrénica invención del solitario). Una mañana despertamos tarde y los relojes, todos, los cuatro o cinco de la habitación que olía a naranjas, se nos volvieron locos.

Cada uno marcaba con sus líneas doradas la hora designada para una tarea especial: el rojo seguía durmiendo, por ejemplo, en playas de Nueva Guinea; el azul quería desayunar omelettes y acompañarlos con té y pan tostado; el blanco, en lo suyo, era un firme regordete que alcanzaba, puntual (mágicamente puntual), el instante de los bostezos y caras hinchadas. Los otros dos (o el otro), tu tiempo y el mío, se mantenían a distancia de la sutil batalla que alrededor de la mañana profería más encantos que maldiciones.

En tu tiempo despuntaba el sol dos horas después, y en el mío se leían horrores con café cuando el tuyo esparcía fragancias nobles sobre tu cuerpo. Antes, para mí, era un ahora singular que dictaba caprichoso tu humor de acuerdo al clima. Yo era más viejo y vivía de noche, literalmente, debido al tiempo tuyo. Conmigo llovía por las madrugadas y a ti te salían las serenatas de grillos al encuentro de las calles mojadas. A mí se me daban bien las diez de la mañana y tú preferías los sueños si afuera había mucho albor y griterío. Y es que siempre serán más feroces las almohadas que /

la envidia sana era no alcanzarnos nunca: popular de husos horarios o digno de cómicos desvelos a destiempo. Vivíamos entonces enclaustrados en el sol de medianoche, en las avenidas vacías, en lo eternamente crepuscular o bajo el alba siniestra de los sueños de otra gente. Era fantástico encontrarte en los solsticios de verano o que tú, como casual destello, me pillaras descalzo y en cama.

Y luego, durante una semana, decidimos acercarnos una hora: empecé a sentir tu olor a mentalbahaca y quisiste entonces besarme casi al mismo tiempo que yo lo deseaba. Alargaste un brazo hacia el sur, el sur te devolvió mi mirada. Avancé sin prisa hacia tu norte logrando percibir tu silueta: a un lado el sol perseguidor del que tanto hablabas y enfrente la luna eclipsada; era noche de octubre para ambos, marea uniforme, faros apagados...

Otra ocasión vino diciembre a pedirme disculpas, y tú, acto colateral y desde entonces, pudiste dormir dos horas más. O menos.



Duality es una foto de Aline Grayman.

<

martes, 16 de junio de 2009

Junio

>





///

Salmo

Nunca le pregunté al destino
si me tocaba seguirte.
Simplemente me fui.

Me desnudé y te dije:
bajemos; metámonos
más hondo en el infierno.
Hagamos ahí dentro, en lo obscuro,
el paraíso del placer.

Abre esta puerta negra;
hurga, entra:
desciende el misterioso abismo.

Y tu pasión fue mía y tu goce.

Luego te di mi alma y te dije:
haz de mi fuego el tuyo,
bebe de mí,
muere de amor conmigo.
Te haré mitad demonio y mitad santo,
te saciaré con látigos y con cilicios,
te ataré a la pilastra y al muro
y a la cruz del martirio
hasta que estalles.

Hasta que nazcas por dentro en mí
y en un instante sin fin te fugues
de la cárcel del cuerpo.

Y me arrojé contigo al precipicio.

Nelly Keoseyán

///













<

lunes, 15 de junio de 2009

El sentido cubista

>



La única cosa realmente valiosa es la intuición.
Albert Einstein, 1929.

///

Suena el vértigo en la herrumbre de los sueños. Canta la mañana a siete tonos. Parece lejano ese árbol cuando se mira desde el bosque. Y, oye, esos aretes que me gustan tanto… debiéramos hacer algo con ellos: quizá pintarlos, o ponerlos, o quitarlos.

Arden así todos los fuegos, desde la entraña bipolar de los destinos; pasados a vapor, se sosiegan si los ojos abres o enseñas a la mente lo que aprendes. He notado con asombro el sobrio desenfreno de los trenes tempraneros que arremeten contra el polvo iluminado. Y, mira, esa guarida blanca, azul, carmín o lila que nos espera sin muebles a que poblemos de avatares el camino, mira cómo se yergue inexorable y noble, sandunguera e intimista.

Brama entonces la tormenta corrupta de las decisiones y cambios; regocijada estalla en truenos mudos y obscuros; hace palidecer al más fuerte y define, contagiosa, los momentos cumbre. Creo que he ganado al dominó en La Habana y que parecen haber montado a caballo sin crin, mis ansias, también, locas de habitarte. Y, huele, esa media taza de té por la tarde que nos arrulla entre menta y miel; paladares asfixiados de romper en besos.

Urde la noche, entre el silencio y la vehemencia, tantos planes como vuelos erráticos de insectos: equilibrio de libélulas, trayectos de moscardones, intermitencia trepidante de luciérnagas en celo. Ayer se me cayeron los pantalones y hoy los recojo, estiro y doblo. Ayer se me quemaron las naves de repuesto y hoy ya me construyo galácticas carabelas, contrato ocas pardas como astrolabio y me sumerjo en la lectura y análisis de los mapas estelares. Y, prueba, todas las mostazas amarillas y me dices si no es mejor la verde.

Sepulta su pasado en toneles añejos de ron y dinamita, y brinda la muerte sobre ellos, como esperando que otras almas curiosas lo beban o lo derramen. Nunca he tolerado la presencia de tarántulas en casa, y apenas hace un suspiro le hice, a cada patita de la incomprensión, un nido caliente con su fruta de arterias preferido. Y, siente, qué tremendas son las playas vírgenes, donde se nada desnudo y a favor de la corriente…



<

miércoles, 10 de junio de 2009

Olvido

>



Estuve una hora en esa foto. Me quedé allá adentro casi palpando la nostalgia de ese pasado imperfecto y anhelante. Lo había vivido ya; sobre otra noche miré el retrato que le hicieron en una playa verde; ella encerrada en la escafandra de asombros, peces amarillos volando cerquita, lo traslúcido, lo indeleble, lo que se queda en los asientos oxidados de nuestras fibras sensibles (sensatas o sensoriales).

Me sumergí hasta el coral y, con tremendas ganas de seducirme al tacto, me arrojé a la idea de vivir bajo las aguas calmas del caribe mexicano: hice de mi esqueleto un polvo blanco y de los ojos, erizos marinos.

Prolongué entonces mis dudas sobre la vida en paralelo: los universos inmediatos que arrastra el recuerdo (un olor a fantasmas, unos pies diminutos y descalzos, un duelo en verano, su espalda, las hojas secas, lunares rojos sobre la farda de una gitana, conchas anacaradas, plumas de faisán aranjuezado, el “viene y va” de los momentos, el “ya se fue” de las imágenes). Tuve, a falsa perpetuidad, que quedarme callado al darme cuenta que allí no existía sino misterio acuático y visitas turísticas.

...

Y después una hora, y esa foto con el suéter de lana, y el frío, y el chocolate amargo, y Agatha Christie y su Death on the Nile. La mirada poderosa del que manda y el orgullo secreto de quien posa.

Allí, sobre lo que dura el instante, no la ubicaba en mi mente; era incapaz de discernir lo que bebieron sus ojos de lo que diestramente escucharon sus labios. Le grité mi nombre, prometí mil viajes, bebí de su taza de porcelana, la empujé propiciando el juego, le conté en secreto algo chusco, acaricié sus mejillas, moví la silla en la que leía, le pasé una mano por sus ojos y nada. Nada. Sólo se llevó un dedo a una de sus cejas, volteó a mirarme, no me vió. Quizá quiso decirme: después, años después, espérame y después, dale vuelta a esta hoja y después.

Atendí su petición, tomé una esquina de la hoja 134 y la pasé despacio. Apenas me sonrió en el momento que el flash se puso a parpadear. Estuve una hora en esa foto y no conseguí que saliera ni el más mínimo recuerdo de esa noche.



Casi es de Juliana Rodríguez Poussif.

<

lunes, 8 de junio de 2009

Dove resterai mia

>



In sere come queste preferisco non pensarti,
mi fa male sapere già solo che esisti;
gioco con un filo di una giacca e all’improvviso
tutto si rivela, tutto parla…

Giorgio Barbieri, 2007



///



En… recorridos, quizá; en autobuses otras veces, no en las fronteras, en el nowhere y no obstante en todas partes aparece, carcomida por el sueño que vence, aturdida, ramplona, hecha un acertijo dando vueltas, doblada en tres mitades, contemplativa, espiritual y piadosa, rústica y real, la musa mística: la música.

Y a la música le da igual si estamos dispuestos o no a escucharla de frente y mirarla a los ojos, y desangrarnos… o ponernos contentos (qué se yo de humus y husos y otras tuercas cerebrales). La música pasa inadvertida, la mayor parte del tiempo, entre la densidad del aire y nuestra masa corporal. Y allí se queda, retumbando cíclicamente tanto hasta que duela o cure. O simplemente transita: salta abandonada al alma; a los rincones, o podridos o perpetuos, que sólo nosotros conocemos, a la boca del estómago, al veneno de la sangre, a la rabia de los dientes, salta, o se queda, o se dispersa o transita en los inoportunos cauces de la memoria que siempre nos devuelven, casi siempre, depende, nunca, una sonrisa y unos ojos que, chirriscos, vuelven a mirar al suelo.

Así le pasó a Barbieri la primera vez que escuchó a Portuondo. Así se deslizó Venuti por la oreja de Barbieri. Así me pasó aquella tarde, cuando de última instancia, metí con ternura un disco a un sobre amarillo y le puse tu nombre y lo firmé: te quiero.



Los pequeños placeres son de Sara Olmos.

<

jueves, 4 de junio de 2009

Yermo / Después

>







///

La noche muere sobre una manzana rota.
La creación recomienza.

(...)

También de la tierra húmeda,
de los hechos ya ocultos,
llega el movimiento;
el segundo perpetuo,
la presencia.

Una palabra corta en dos tus labios.

Homero Aridjis.

///



<