martes, 16 de septiembre de 2008

Caminar sobre Noches y Vergeles

> Dilecciones 16/29



Vivimos con el dilema de la pausa, cual parques nocturnos; incesantemente negamos las sombras que nuestros cuerpos proyectan sobre las avenidas calladas. Vamos abrazados y el perro es el que gira nuestro destino.

Yo no quería a aquel perro (no me gustan tanto los animales), pero ella, feroz negociadora, me convenció a través de retóricas prudentes; aludió a la negación de las responsabilidades, al significado de los cuidados paternales, a la soledad de la casa, a la luz que brinda la llegada de un nuevo integrante… dije que sí, luego de dos besos. Puestos de acuerdo, elegimos a la bestia.

Ella estaba interesada en los Cocker Spaniel, yo en los Golden Retriever. Cada uno soltaba opiniones para desacreditar al otro, finalmente, luego de dos cortados en la terraza del francés que hace esquina en nuestra calle, decidimos animosos que un dálmata podría ser la mejor opción (no importando que fuera un perro grande, retozón e hiperactivo).

Antes siquiera de conocernos, cada uno vivió la infancia con la banda sonora de “La noche de las narices frías” como misión de vida; ese fue un punto detonante en la elección. Al fin y al cabo, contemporáneos, habíamos cantado cientos de veces el tema de Cruela de Ville; nos gustaba el personaje: su exageración en la moda y cierto manierismo que destilaba de su ente.

Recordé entonces a una amiga con compañeros dálmatas que alguna vez fueron padres. Reencontré su rastro y la llamé por teléfono contándole un poco de mi vida latente y mis intenciones para con los perros. Me dijo que de la camada que hace tres años tuvieron, dos de ellos recientemente se habían cruzado, apunté las direcciones, fuimos a verlos y en efecto, dos de ellos se habían cruzado -¡ah, los adolescentes felices: la eterna fiesta, el arrebato de hormonas, las situaciones sencillas!-.

Los dueños de la primer perrita eran biólogos excéntricos y no querían vendérselos a nadie. “¡Entonces regálennos uno!”, dijo ella con su pequeña estatura. No les gustó el comentario y ni el té nos invitaron. Sin embargo, la propietaria de la otra futura madre, resultó ser una dama de 57 marzos (pienso yo), con poco más de 10 sobrinos (ella cree) y la mitad de espacio del que ella y yo habitábamos cuadras atrás en esa misma ciudad, y durante ese mismo invierno. Fue sencillo el trato: en mes y medio iríamos a recoger al cachorro.

Luego estuvimos viviendo con el dilema de la pausa, como vergeles de noche (o flores con fuerte promesa de fruto). Reubicamos muebles, trazamos rutas de paseo, ahorramos para alimento, cuidados, cobijo. El invierno acabó por empujarnos a más besos y camas y anzuelos. Duna llegó en febrero, y nos ató de modos extraordinarios. Hoy andamos abrazados y, sin notarlo, hemos girado el destino de todos los podencos.



Ciruelos en flor: Vincent Van Gogh

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2 comentario(s):

Eduardo Jácome Moreno dijo...

pfor eso tu querubines!, jejej, buenos txts, fíjate que este cuadro de van gogh es uno de mis predilectos de él.

ASÍ QUEDAMOS.

Juan Carlos Medrano dijo...

¡ Eso amerita unas chelas !

¡¡¡ ÁMONOS!!!!
¡¡¡ 'PUÉSTALO !!!

Octavio Paz.