jueves, 29 de mayo de 2008

Pobres Diablos

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Pobres diablos que tenéis siempre hambre:
hambre de comida,
hambre de celebridad,
hambre de los postres de la vida.

Fernando Pessoa, 1917






< Macaco - Mother Earth >

miércoles, 28 de mayo de 2008

¡ Dios es Emo !

> Para arrancarle una sonrisa a Elsita



Soy un hombre triste. Soy un emo. ¡Maldita sea!, soy un emo. Un emo muy triste… y muy hombre. Pero muy emo. Soy, quizá, la encarnación más joven de toda la tristeza. Y soy también ególatra. Bueno: algo tenía que ser en esta vida.

Pero me quedan recuerdos… tristes también. (Es triste pensar en los recuerdos). Y si los pierdo más triste me pongo. Por eso los guardo en cajitas de música, con obras de Shostakovich, y Dvorak y Mozart que suenan elegantemente en carillón desafinado.

Eso es lamentable. No triste: lamentable. ¡Tengo 27 años! No puedo ser tan triste. No debo ser así. Soy el tipo más vetusto de 27 años. Tengo que ser, en cambio, alegre y disparatado. Y aprender a contar chistes y reírme honestamente de los que me cuentan a mí. El problema es que no sé reírme con soltura. Hubiera escrito Cortázar instrucciones: sólo escribió para llorar. Así que he aprendido a llorar muy bien. Me desparramo en los sillones y lloro desconsolado. Últimamente se me olvida por qué motivo estoy llorando, y eso me provoca un llanto más largo, más pausado y más reflexivo. Aunque en realidad no esté reflexionando sobre algo.

Ayer manejaba muy triste hacia mi trabajo. No me salía del corazón ponerme en otro estado. Fue cuando descubrí que soy un triste joven. Gris, triste, seco, emo. Venía escuchando reguetón ¡y se me salieron las lágrimas cuando Nigga cantó Baby, Te quiero, uoh! Eso no es normal. Algo pasa conmigo. Y luego perdió mi equipo favorito en el futbol; a mí ni me gusta el futbol, pero mi equipo pierde. Siempre pierde. Y eso es deleznable, no hallo otra palabra.

Pero el Top Guán de lo peor en esta situación es que ni siquiera sé, a ciencia cierta, qué cosa es la tristeza. Ningún diccionario la describe bien. Tristeza: cualidad de triste. ¡Real Academia Española!, coño. Perdón. ¿No hay un tumbaburros para emos?. Hace dos días, por ejemplo, empezaba a sonreír cuando de pronto caí en la cuenta de que estaba usando un polo a rayas… ¡Un puto polo a rayas!. Emo; pinche emo que eres Juan Carlitos, me dije (yo a veces me hablo más de la cuenta). Y no es nada personal contra los emos… por cierto, querido lector emo: ¿hay algún ritual no sangriento para iniciarme con los suyos? Decía. Un polo a rayas: vestuario emo. Me faltaban mis Vans… no usan Vans los emos ¿verdad?

La situación, durante estas negras horas que me embargan, está desbordada. Llueve. Llueve a cántaros, de hecho. Antes de ponerme a escribir pensé: si regreso ahora a mi auto, sin paraguas, al llegar me veré en el espejo y estaré convertido en un total y eminente, mente, emo. Porque el cabello se me irá a la frente y tapará mi ojo izquierdo, y sólo bastará un poquitín de rimel y… ya está: listo para las fiestas. Pero, creo que no hacen fiestas los emos… A mí me gustan las fiestas.

Bueno es que tuve una novia emo en realidad; una novia emo-poeta que me llevaba a sus fiestas. Nadie sonreía y pocos se hablaban: eran parte del inventario. Y eso me calmaba. Las reuniones donde todo mundo brinda y se ríe y luego llora y brinda otra vez… ¿de qué chingados brindan? Perdón. Perdón, perdón. ¿Pero por qué brindan?, ¿hay acaso una razón de estilo y de formalismos sociales que los haga chocar sus vasos?.

...

¡Dejó de llover!. Oye, está saliendo el sol… ¿es eso un pajarito que trina y canta? Gracias linda (fue… una compañera que me trajo un café). Realmente dejó de llover. ¡Dios es emo!, la lógica es simplista: si yo fuera dios (“y soy también ególatra”) con seguridad sería emo. No me cabe ninguna duda: tanta guerra y hambrunas, tantos mata-emos y mata-viejitas, incendios forestales, kilos de tortilla a 14 pesos. Emo, no hay vuelta de hoja.

...

¿Qué clase de pajarete es ese?.
Jamás lo había visto.



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martes, 27 de mayo de 2008

De muy buen ver

> A Carmen Paris, Paul Gauguin y Marisol Ventura.



El domingo pasado hubo pelea con Marisol. Me ladró que nunca le chuleaba sus tetas; las nuevas. Dije yo, desconsolado, que el amor no se mide por volumen ni tiene sensores lácteos. Le dije, yo, desconsolado, que la vida no es mirar pa’bajo sino voltear pa’lante. Entonces ella con pudor, porque lo tiene, removió (vaya verbo) su blusa blanca, se quitó el sostén y sus ganas de enseñármelas: sus tetas, las nuevas; y es que damas y caballeros comprendan que somos amigos desde…

Hace cuatro años (más o menos) que le vengo ofreciendo mis encantos de chico tierno, enamorado de la vida, viajero incansable de las montañas, vividor de cuando en vez, alpinista de sueños terrenales, catador de toda cosecha Pinot, nariz de Channel, etcétera. Cosas así. Bien mentidas, bien fundamentadas. Y ni así; Marisol simplemente no se fija en mí, no tiene la menor intención de hacerlo; ni le parezco lo arriba mencionado ni mucho menos, casi por nada en el mundo (entrecomíllenme ese casi), cedería a mi sed de lujuria veraniega. Es… no es que yo sea un tipo lujurioso en el verano; entiéndase más bien como un…a especie de… piropo, que me hago.

Luego la vida nos ha puesto muchas trampas y hemos llegado a conocernos bien, supongo. Ella dice que sí y para qué contradecirla. El caso aquí no es ése. El caso aquí (señores, señoras o viceversa y al revés saroñes y seroñes) haya su hoyo negro en una fijación de antaño que Mari guarda por sus senos. No sé bien cómo está el asunto: parece que un ex novio que tuvo a mal conseguirse en la facultad de Economía la llenó de ego, infló sus pestañas y le convenció de operarse las mamas; un poquito, cosa de nada: quizá cuestión de alzarlas y revitalizar así los ejes de la mirada varonil. Es sencillo. Cuando ella lo platica sí que se enoja y despotrica contra el tipo – por cierto hoy lo vi con una chica bastante plana, de adelante y por atrás – y… no…. no, no, no, no, no, por favor, seguramente están pensando que (¡ya sé, lo que están pensando es que esta entrada debiera ser escrita, en principio, por una dama y no por un indecente y veraniego joven lujurioso de pueblo y, quizá tengan razón, tal vez no, pero, digo quizá porque una mujer sabría explicarse mejor en esto de los deseos por aumentar la copa)… no, y… tampoco soy sexista, o sea, sí, en ese aspecto que antes mencioné con desatino pero bueno, ya está, el… asunto de hablar genéricamente, miren, no, el…sí, miren mejor, vamos a discutirlo viéndonos las caras. Y no sería discusión, más bien, conversación, intercambio libre de conceptos; es más, pongámonos un buen día conceptuales, yo invito lo que tomen –n.r.d.a., as usual-, me gusta el concepto que encierra est…el…rollo conceptual ¿no?

Es… bastante interesante (eso del…del, del, del, del pleonasmo no es por dejadez de revisar el texto una vez terminado ¿oquei?). Oquei. OK, fíjense bien: viene de la segunda… segunda, primera… de la segunda guerra mundial (que se escribe con mayúscula inicial pero un escritor que no recuerdo dice que no es bueno poner a las guerras con mayúsculas, o a los dioses… Dios, Guerra, ¡ya está!; rota la maldición, seguimos), y sí, lo corroboré hace algún tiempo: son las claves, los códigos militares para informar en base que no hay bajas, que no hubo tiroteados pues: O Killed, Zero Killed. Algo así, no me crean mucho.

¿Y a Marisol dónde la puse? (cual, jaja, cual llavero). Odio escribir jajás; es oficial: Juan Carlos odia escribir jajás, pero era necesario, lleva el ritmo, rompe el ambiente, funciona en estas bitácoras. Creo que debiera empezar a redactar, y lo digo en serio, digo, como todo, a redactar sin pensar mucho en ustedes. Y me es difícil concentrarme pensando todo el tiempo en ustedes: pierdo a Marisol, pierdo a mis mujeres queridas, no sé dónde las dejo, no sé dónde dejé a Marisol, de hecho. Voy a releer.

Ya está.
Ya la encontré.

Y fue el estúpido ése, su ex: me acordé de la nueva niña de sus ojos, la plana, y me fui. Pido una disculpa. ¿O es ofrezco una disculpa?, mi educación no es tridimensional como muchos creen, es todo lo contrario, es como de criterio de vacas. Otro buen tema que discutiríamos viéndonos a los ojos mientras yo invito los tragos. Que no se olvide. ¡Que nunca se olviden las promesas!, alguien dijo eso cuando yo era un niño: mi papá o la monja que me enseñó higiene personal en primer grado. Espero, de verdad, que ya no sigan enseñando higiene personal las monjas.

Y, bueno, ya la encontré. El domingo hubo pelea, como saben, y no acabó muy bien. Ninguna pelea acaba bien: siempre está el rito de la reconciliación y el remordimiento y el rencor y los golpes y los intentos de asesinato. Ninguna acaba bien. Pero ésta, sin embargo, provocó en mi materia gris, cada día más escasa, ponerme a escuchar una canción olvidada de Carmen Paris (oleis y palmas para la aragonesa) que sintetiza mis deseos hacia la incauta Marisol.

Es un rap-chotis-jota-bolero-pop titulado: “de muy buen ver”. Aquí se lo dedico, y aquí lo dejo para que me lo rezongue. Al fin y al cabo, siempre hay reconciliaciones, y dicen, que son las mejores.



Vamos a ver: son bonitos tus senos Marisol.
No pasa nada. Nadie se muere.



< Carmen Paris y Santiago Auserón - 25 años >

jueves, 22 de mayo de 2008

Cruce de Caminos 7/n

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I.

- Qué… - le dijo displicente.
- Nada…
- ¿Ya estuvo? – inquirió el pasajero.
- Ya. – masculló alargando la a.

Pasaron los minutos y el camión 53 siguió feliz su rumbo, amenizaban los Joao y el ambiente era festivo: la jornada laboral se había acabado pasaditas las seis. El silencio (nada incómodo) perfumó el aire. Diez minutos.

- ‘Tá cabrón ¿no?
- ¡vaya! – (dígame si no hay razón de sonreír) Hizo una mueca de molestia, fatiga, convicción. Sonrió para adentro. Preguntó con harta duda: ¿no?
- ‘Jo la chingada si no.
- ¡vaya!

Luego cantó el cantante, a mitad del camino, con voz aguda y pulmones de petróleo: “Las piedras rodando se encuentran… Lara la ra Lara Lara rá…”

- Puto calor – argumentó con resoplidos limpiándose el sudor de la frente, cachetes y cuello.
- ‘Tá cabrón ¿no? –dijo riendo cómplice el otro.
- ¡vaya!

Llegaron a destino y como en toda despedida, uno tiene que tomar la iniciativa:

- ‘Tons así quedamos ¿no?
- ¡Así quedamos!

No hubo apretón de manos, no hubo rituales sagrados. Él se apeó y el otro lo vio caminar calle abajo. Los Joao cantaban a galope y la gente despertaba de su sueño vespertino.

II.

Los jefes de información debieran mandar reporteros a ubicar noticias lindas. Lindas para uno, digo yo. Sucede que hace días se encontraba pastando un burro… ¿los burros pastan? (lo que hace la calor en las mentes de los escribanos). Como sea, pastaba a gusto, con soltura, a sus anchas. Cuando al notar al intruso, el capataz quiso meterlo en cintura, y sólo a cambio recibió del asno, mordidas y patadas que lo dejaron en famoso nosocomio oaxaqueño, perdido del alma y con kilos de menos. Las autoridades, sin enterarse de la huelga de maestros, detuvieron al burro por daños a terceros hasta que su dueño pague los gastos médicos del afectado: unos 4000 pesotes (como dicen por allá)… Y luego hubo un toro, que llevado por el hambre, comió mazorcas de fincas ajenas y estuvo preso doce días. (Y perdón, me comenta Salomé que lo del burro fue en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas)

III.

Con seguridad afirmo, y no se altere diciendo que me hace falta más viaje (en vez, proponga), que avisos y anuncios (sin que sean lo mismo) esconden las más de las veces, bellas aliteraciones y escondites perfectos para la sonrisa. Tres escenarios son los siguientes:

“Bendo varvacoa”
“ai tacos de vysted”
“Se venden sombreros para hombres de mimbre”

Luego, y por eso camino atento mis calles, me resaltan a los ojos otras verdades:
“Se reciben pupilas sin alimentos” (O, lo que sí es lo mismo): Terminan grado académico los orificios situados en la parte central del iris para el paso de la luz, con abstención en la ingesta de viandas.

Jolei. ¡Pero mira si es avispado el niño!.

IV.

Después de caminar seis cuadras ¡benditas ideas de la dieta falsa!, llegué abrumado al tendejón de madera que frecuento en el pueblo que habito. Dije sin mucho afán a la despachadora: Déme unos cigarros rojos por favor, seño. Fuma usted mucho. (afirmas o preguntas, y a ti que chingaos te importa). Es una verdad a medias (por qué, admirado lector, por qué putas le sale a uno lo engreído en los momentos más triviales), lo que pasa es que comparto mucho. Tenga joven. Luego nos vemos, seño.

V.

No puta Juan Carlos (así me llama el cabrón ayudante de mi madre que salvaguarda la cabaña del placer –ver acotación en El Valle de Sangre-, fíjese usté que se vino una puta parrazón (indicios de tormenta, cielo copado de cirros, cúmulos y estratos) y más se me hace que va a tumbar los árboles, ira ya’stá la lluvizna. ¿No había empezado a llover cuando venías para acá? (otra vez lo presuntuoso). Tóbia no cáiba (la frase de la semana: “tóbia no cáiba”: Aún no había precipitaciones atmosféricas).

VI.

Tengo de huésped un pájaro cagón. Ególatra, vanidoso; muy vanidoso. Se mira todo el tiempo en los espejos retrovisores del auto y, en el intermezzo, llena de mierda las puertas. No sé qué come: algo morado, purpúreo dicen los letrados. El caso es que le provoca una diarrea constante. ¿Sirve el amoniaco?, sirve al menos para los gatos. ¿Los rifles?. ¿Y si me disfrazo de árbol y lo espero paciente con una “cuerno de chivo”?

VII.

Cuando lo vi, todos mis pesares se esfumaron. Por primera vez en la historia del clan familiar le hago partícipe (a la usanza de Serrat) del nacimiento de Pablo Medrano: recién nacido el 8 de mayo, menor de edad, con 52 kilos, vecino de Veracruz y Boca, hijo de América y de Patricio, de profesión llorón y compulsivo bebedor de leche, y natural jarocho, según obra en el registro civil. La felicidad, como en anteriores alumbramientos familiares ( y fíjese usted que preciosas todas ellas; las cuatro sobrinas que le preceden), hoy me invade. ¡Salud!



Además:



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miércoles, 21 de mayo de 2008

El Valle de Sangre

> A Dan Fogelberg, in memoriam



Dorothy se entibia; dilapida el mundo del mago. Desploma su figura descalza sobre líquidos senderos y azules, fuera de historias pueriles. Retorna, protesta, gimotea, desamparada ríe, se descoyunta perturbada, afina y no se espanta. A este modo lo hace todo: mirando remisamente los árboles que rugen. Tomando hachones y extrayendo augurios se atreve a maldecir y por eso se enfada con la lobreguez del sol (si es que halló por fin su sombra).

Arremete contra los cedros, de madera fofa, y de dos en dos, engulle taño, postas y corazón. Los marca de azul, naranja y verde, por edades, por traidores, por raíces, por temores. Hinca sus dientes de azulejo y pica luego en los fresnos, recios, refulgentes. Cae ramaje en los centímetros de la espesura, antes floresta, hoy osario de troncos maltrechos.

Palos y tablones glorifican al alza su certeza: “la maldita traviesa canta, la del moñito rosa, esa voluble señorita adolescente”. Y vuelve a la carga; se toma su tiempo, gusta de su limonada y le dice al perrito feligrés que no asuma su miedo. Casi anochece.

Onomatopeyas de diversos golpes organizan retumbos en las costillas de Dorothy; su utensilio feroz por fin se sacia. Anochece. Regresa entonces al valle de sangre y avienta con desdén los maderos a la lumbre. Prepara café, se sienta, reza o conversa a solas; tímidas le visitan las setas que no encontraron parador para merienda. Se las come también, sin siquiera despedirlas.

Sale a su portal, percibe ruidos: ligeros crujidos de hojarasca. Son las almas. “Amigo puede ser si no lo veo”. Cierra la puerta - ¡cierra bien la puerta Carole!, pidió de buenas una tarde -, las cortinas, mete leños a la hoguera. Sirve en despostillo su café y lo traga inclemente haciendo buches. Sus ojos se encienden con las chispas, arrojan certeros flechazos a los violadores.

Transcurre la noche, cantan dos búhos. Se distrae, mira con fijeza los recuerdos pegados en la mesa que se han ido eclipsando, así de a poco, debido al hambre peluda y salvaje. Si tan sólo fueran muestras de amistad. No, sólo fútiles recuerdos enmarcados por azúcar y alcohol en redondo.

De vez en cuando vigila al río por las hendijas que se someten a la frialdad de sus ojeadas. Es julio de lluvias y los árboles ya no juegan a divertirla. La aridez de su cuerpo es ignorada por límites ocres y verdes. Y pensar que el cuidado de aquella madera era impecable, logrado sabiamente por aldeanos colindantes… ¡Tanto frío ahuyenta a la imaginación!, las efigies se quebrantaban diariamente por barrotes que protegen a ventanas. Dorothy se aburre. Suspira. Se viste el suéter de lana. Es paradójico fotografiar en tales circunstancias. Sola, con tenue luz y algo de folk, saca de un baúl su cámara y se autorretrata: rústica y oliendo a tierra mojada.

Cambia la escena musical; un antiguo country corroe el escaso metal; descansa como un títere en espera de la muerte de su ánima. ¡Suena tan bien! Su rostro, sin denotar cansancio, se opaca y amarillenta ante 75 palpitantes watts. Es inútil; una torpe descarga la deja a oscuras ¡y ese "country" maldito que se marchó también!

Cómo odia ese tipo de caprichos…

Una luz de fósforo, en acomedida parafina, le devuelve la delicia de captar siluetas. Sombras templadas se arrastran sobre el soportal. Revisa los fusibles y surge previa chispa que despierta. ¡Cuidado, bravas ratas! Además odia lo minúsculo; igual y es un capricho, un capricho minúsculo de Leviatán. La luz vuelve enseguida. Así regresa a la estancia interna, donde ya la espera, retozando como inocente, la baladita que Fogelberg, aquel cantante norteamericano de las montañas, le facilita.

“Sólo de ti depende la lucha o el esfuerzo, niña”: se lo han dicho siempre (casi desde siempre). Cada palabra le sacude el cuerpo, “llorarás y llorarás”. La autobiografía eventual se la brindan los espantos. A los vivos les deja la parte difícil: juzgarla.

El cautivo y el libre se dan la mano de ladera a ladera y le avientan cuatro besos distribuidos a las cuatro fotografías que siempre conservará Dorothy: La soledad, hilada a la niña que sus penas suscitó, cuando una tarde descubrió a un extraño jugando con sus ojos.



< Acotación: En el verano de 1993 llegó a mi cancionero un cassette rojo rotulado bajo el título: "The innocent age"; supe que pertenecía a la discografía de Fogelberg luego de una cómica casualidad en Napster. Gran parte de mi juventud escuché con atención (y a veces a gritos) "The leader of the band", la primera canción del lado B, eterno legado a su padre, muerto trágicamente en un accidente automovilístico... ¡extraño a mi padre!, eso quizá provocó, que luego del fallecimiento de José Medrano, la canción me gustara "más de lo indicado"; junto a "Father and Son" de Cat Stevens, son probablemente los dos himnos en inglés que yo le dedico cada que puedo...

Los años, como siempre, han pasado desinteresados de nuestras tristezas y pormenores, y apenas hoy, urgando en escritos antiguos, me encontré con una miniatura literaria que "milagrosamente" pulí hace once años durante un 'retiro intelectual' de tres horas acaecido en una remota cabaña que mis padres tuvieron a bien construir en abril del 97. El escrito se titula: "madera inocente en climas culpables"; mientras lo escribía (y pensaba en un final menos "final", inentendible y rebuscado) sólo escuché, lamentablemente como fondo, el lado B de "the innocent age". El ejercicio lo publico hasta hoy; barroco en cambios, tantos, que he decidido alterarle personajes, final y moraleja (de acaso haberla)... y hasta título.

Y pobre de mí: ahora que me ha dado por curarme en salud con un video al final de los textos, como complemento, despiste o disfrute, busqué (donde buscamos) "the leader of the band" y con tristeza descubrí que Fogelberg ha muerto: lo hizo en diciembre pasado, durante un accidente automovilístico... >

miércoles, 14 de mayo de 2008

Escupitajo

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Se detuvo el momento más mágico y ella con él se detuvo. Me tuvo entonces a mí y sin mí también se tuvo el placer de no tenerme. Y luego se fue deprisa, sin miramientos, con largas zancadas, entre la nieve, por fuera del viento, entre las frutas, con ansias de azúcar. Entonces miró hacia atrás y preguntó con desgana que por qué tan despacio. Tiempo no me otorgó de mirarle sus pupilas dilatadas y delatar con ello todo su afán por convertirse en cielo. En paz. En paz además me dijo que corría despacio para dejarse alcanzar por la brisa de San Vicente o el amante parisino parecido a Brel. Bella y bonita bostezó para abrir sus lagrimales y secarse la amargura que le provocaba el frío; la abracé por ello con celos y me cantó (casi Simone) Ne me quitte pas. Le devolví sus cosas y metió su mano izquierda al escondido recoveco de su prenda baja, se esfumó la comezón con rascarse quieta y mirando el horizonte gritó en silencio su desgracia, vomitó de pronto las palabras. Quieta, como ya, me pensó desnudo y vestido y elegante y sucio y húmedo también pensé que su cuerpo inherte (no más mío) se quebraba en diez pedazos por cada amigo compartido con mi cama y para cada infiel instante que, congelado en el tiempo, no me supo perdonar. La callé de golpe y cayose al suelo, despistada supo que era el fin que al fin llegaba al fin. De pie se vio segura, altiva y montonera, hubo brazos ayudantes y risitas de despecho ¡pobre imbécil trashumante!, nómada idiota del amor-lujuria, claustro de bondades nunca dadas y nalgas apretadas, vientre enjuto y viejo por el que transité sin gozo ni descanso. Así lo ves, así te ví, partida de ajedrez de cinco puntos, sin rey ni torre ni caballos que montaras en octubre mintiendo a todos tus verdades de puta noble y pendenciera. Hoy, de nuevo, te escabulles cantando tus chansones, hipócrita francesa, perra en celo sin collar ni vitaminas: ¡que te follen bien!, óyelo bien, que mejor te follen por como mejor te sepa que ni yo ni diablo ni cuento seremos capaces nunca de llenarte la boca y callar tu desconsuelo. Te dejo, luego entonces, mi querida, con el otro mandamás que hoy se creyó tu caballero y no es más que puro y disfrazado montaraz. Arregla tus encantos y vuelve a verme si tu cara se destroza cierta noche por la edad. Regresa a tus entrañas y cómete viva, y mira tu uñas crecer al revés, rebana con esmero cada una de tus piernas, carnicera, y ahumado, mándame un trozo de delicia en navidad. Ni qué decirte de la nieve y sus engaños blancos, serios, clandestinos; ni qué gritarte de tus gustos, ni bien me va ni mal me siento, ya todo es, contigo, personal. Así que me huyo, a toro pasado, con la italiana de las gafas: que te duela saber que por su nombre me robaste el sueño de ubicarte eterna en mi inventario, cosa mala, duende falso, caradura, cazadora, mataniños, rompemadres. Tuyo es tu libro: a mí mis hojas a ti; tus tintas.



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martes, 13 de mayo de 2008

Allá (Primera Entrega)

> Para Arturo



Caía la noche y era tiempo de acomodarse en la cabeza tantos paisajes de frontera, de aire y mar y polvo. De Marruecos ya lejano, de sus albercas abultadas con gente de dinero sucio, de sus plazas y sus callejas, de todas las motocicletas maniobradas por ovejas y cabras. Había que acomodarse todo eso muy bien. Entonces caminamos, ¡dichosa medicina!, lentamente y por ratos caminamos las calles del centro; absortos observamos la noche, el fuego, la sangría, los ritos madrileños, las minifaldas de Ciudad Real, los gestos del cómplice emigrante; miramos con desdén a los tristes y nos bebimos luego, de un trago largo y fijo -que apenas dejaba caer cerveza por nuestras barbas- todas las Cruzcampo del olvido, la Mahou calentita, el mosto de la primera temporada y el recuerdo de una sidrinha con sardinas anteriormente degustada. ¿Recuerdas los Llagares?, ¡y la niña aquella que me bailó ensombrecida en el Círculo del Arte!, dime que has olvidado el aire ligero de los Picos y la rígida aduana en los Nuevos Ministerios.

He encontrado nuevas maneras de envenenarme. No necesito volar ni estar dormido.

Caía la noche y era tiempo de acomodarse en la cabeza tantos kilómetros. Habíamos vuelto preñados de regalos y bisutería. Éramos seres livianos que con ojeras se reían de su destino. ¡Tó ‘stá mu’ caro caballero!, decíamos, ¡como pa’ volverse locus!, gritábamos. No era cierto: lo único tangible y verdaderamente real (REAL con mayúsculas, caballero) era el humo que tibio emergía de la puerta de cristal: guardiana incorrupta del Café Central.

Y allá, casi obligado, me llevaste a ver a Krahe… (tú dices que casi obligado, yo digo que a tomar por culo tus dichos). Don Javier Krahe y toda su Banda se presentaban otro invierno en el mismo sitio, con la misma gente y con nuevo disco bajo el brazo… /// Corte de electricidad /// (¿Por qué no mejor me pongo a contarte lo que fue y dejo para otro día los destellos baratos de literatura?, ¿estamos?, ¿todos de acuerdo? Allá voy entonces.)

El cartel sin muchas pretensiones anunciaba con plumón y gala de trasnochados al mítico y poliadjetivado Krahe. Tus ojos brillaron, lo noté sin necesidad de encender cigarros. Así que a rastras me llevaste de vuelta al hostal, tuve -¡maldita la noche!- que ducharme con agua helada, tuve -¡catxo ‘e maricón!- que aplicar un recorte a las mejillas, cortarme todas las uñas y pedir prestado de tu perfume, abrocharme ¡tu penúltima camisa limpia! y abrigar mi alma con el mismo suéter negro que hoy ya goza de pensión y jardines.

Céleres volvimos a la calle, andamos el corredor de las esmeraldas y boquiabiertos por su belleza no pudimos sonreírles a las guiris que coquetas se abrazaban en la fachada del Joy Eslava. De nueva cuenta subimos la pendiente paralela a Sol y casi sin aire llegamos por fin a la plazuela de Tirso; iluminada con adornos navideños y niños felices por la inminente llegada de Papá Noel. Era 19 y también diciembre, era que el azar se nos puso guapo y brindó con el destino por nuestra efímera dicha. Era vivir como maños y reír a la xiqueña. Era más, eran pasadas las diez y caía la noche, y era tiempo también de acomodarse en la cabeza tantas montañas y desiertos.



< Jorge Cari Jazz Quartet desde el Café Central >

Para leer la segunda entrega, haga clic aquí.

lunes, 12 de mayo de 2008

Saldremos a la Lluvia

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Se aisló; vistió botas de trekking y camisas azules de pana fina. Se aisló cerca de Creta y luego en Girona; limpió de polvo su guitarra y propuso seis acordes discretos, muy de sal mediterránea. Se aisló cerca de las palomas, crestas del viento; cazó zorros con su mirada y corrió con caballos salvajes. Se aisló cerca de su madre y luego, por las tardes, le cocinó ensaladas con tomates del huerto y quesito fresco de cabra. Sintió, surcando sus mejillas, aire matutino que le invitó a la ordeña. Domó sus miedos y dijo de pronto: "tuve un amor, ya tendré otro".

Más fuerte (por las pesas) y más ligero (por las ropas) salió a caminar el sendero que con su hermano trazó en otoñales ayeres, amarillos ayeres con árboles rojos. Se sentó en el árbol viejo y eterno. Le leyó un cuento a Malva sobre cangrejos que ayudaban a unicornios a salir de la mar; ella con brillantes ojos y ternura bien puesta susurró mientras las olas lejanas se rompían: "mañana saldremos a la lluvia papá". Manolo se rió con la mueca del infante y pensó sin hablar: "habrá que perfumarse con azahar, ahora que el naranjo está floreando".



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jueves, 8 de mayo de 2008

Donde veas, veré

> o Estado de Sitio



Hay dos signos diferentes, dos modos distintos de entender el malogrado amor. Uno, vivo y fugaz, se ciñe en lo visceral y nos remonta al hombre primitivo; es fácil y con sexo asegurado. El otro es terreno literario, médico y disfuncional; imanta a los sujetos y provoca en ellos, dejos de inexplicable ternura, que muchas veces, así también de impenetrable, roza los campos floridos de la estupidez.

Abelardo y Eloísa son probablemente el referente directo de mis palabras. Él, curioso y vulnerable; ella bellísima y deseada. Abelardo, estudiante seductor, filósofo y actor; Eloísa, muchos mimos y pupila sin tutor. Se conocieron en París, no hay fecha rescatada. Él se hizo pronto de buena reputación y pidió residencia, nada tonto, en la casa de Fulberto, tío de la chica y seguro protector: algo querendón el tipo… y muy traidor.

Así que a cambio de enseñarle las verdades ocultas de Dios, el joven logró habitación y sustento, cama individual y calor de adolescente en celo. Nada es así, como lo cuento. A Fulberto mal le olían los gatos y dijo firme a Abelardito: “nada de cariños con la niña, mano dura, golpes de ser preciso”. Ella fingía con gritos el “castigo” y él redimía sus lágrimas falsas con torpes caricias de lujuria y pretensión.

Don Fulberto se supo engañado y así, desprotegido de su orgullo, muda a la virgen de ciudad donde presto la rescata nuestro héroe y huyen los dos a Toulusse para luego ver nacer, perfecto y radiante, al fruto de sus carnes: el hijo único y primero, Astrolabio, el salvador.

Entonces, no se sabe bien si por gusto u obligación, Abelardo pide casorio a Eloísa, y ella, abiertamente en contra del matrimonio, por considerarlo signo de posesión y no de amor, declina la invitación y huye asustada dejando a su niño con las monjas de Argentuil, donde tonta y devota toma los hábitos y se olvida de sí.

Fulberto, exaltado y adrenalínico, localiza por fin al pretencioso que despojole de su más preciado bien y ayudado por tres hombres de confianza, con fuerza brutal y en inteligencia sorda, capa por la noche, funesta trama, a nuestro pobre ruiseñor.

De ahí en más, se suceden miles de cartas; Abelardo se convierte en el filósofo de Dios y Santa Eloísa le pide cartas de amor y consuelo temiendo ser olvidada por su antiguo triunfador. Mas no consigue que el actor le hable como un amante, sólo lee los rastros de un maestro sanador.

Por fortuna, ¡Oh Fortuna Carminiana!, la última carta conocida de Abelardo a Eloísa, termina con una plegaria; su lenguaje abandona por fin toda abstracción y, por primera vez luego de tantos otoños, se vuelve íntimo y cálido. Con seguridad, ella sintió regocijo ante cada uno de esos recuerdos que los ligaban nuevamente y que sólo ellos conocían. Evidentemente, el recuerdo de la pasión había conseguido romper la solidez doctrinal de su amado Abelardo.

No se sabe bien de su muerte, no hay ni datos ni figuras que la ilustren, sólo un bello mausoleo, morada infinita de su descanso.

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Siglos más tarde en Tarragona, Carmen y Martín deciden fugarse de casa y visitar el mar; la Televisión Española crea un escándalo y pronto se decide que fueron raptados como rehenes por miembros de la ETA, al poco tiempo, la policía portuguesa los descubre algo marchitos en huesos y los envía de nuevo a casa donde los padres les reprenden fuertemente prohibiéndoles para siempre volver a verse.

A dos años del incidente, un cantautor de nombre Ismael les asigna una copla, dejándonos la imaginación al vuelo. Seis años más tarde Don Sabina retoma la nota y provoca en todos, consuelo. Y hoy, entretenido lector que ha culminado con gracia mi juglaría, será testigo de todos los ángulos, de todos los matices.



< Ismael Serrano.- La Huída >



< Joaquín Sabina.- Pájaros de Portugal >

miércoles, 7 de mayo de 2008

Futuro Perfecto Simple del Verbo Olvidar

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Él sabrá enunciarte mejor; dirá cualquier divinidad por humedecerte el cuerpo un poco, platicará sobre sus viajes al sur del sur, te contará con deleite cuánto sufrió la muerte de su madre, rebozará en ti la mejor alegría y soñarás de nueva cuenta en policromos gestos pincelados con cabellos de ángel. Y no te mentirá; no sabrá tus facetas de niña naive o astuta.

Con él arrasarás los bailes y tocarás la guitarra en las tardes con lluvia. Habrá parroquianos que desmayen de celos con sólo espiar sus charlas. Cada dos meses, como para borrarme de tu agenda, llamarás a casa y dejarás recados: fríos rastros de habernos amargado la existencia alguna vez. Quizá en una de esas te conteste el gesto y subraye que todo marcha bien, pese a tu ausencia. Quizá me fume un cigarro, asomado al viento, y los ojos se me enjuguen cuando se atraviese, impertinente, una canción de cuna que cantabas sonriéndome ligera (con tu rubor de pecas y los párpados hundidos).

A tu nuevo amante lo traerás más listo; su trabajo irá mejor cuando a media mañana lo cites en el café de chinos y se pidan un bisquet para los dos: será su religión y les sabrá a miel fresca, misma que él atentamente limpiará de tus labios con un beso. Habrá peleas que los harán más fuertes, él discutirá sus costumbres y tú defenderás las tuyas. A nadie le dirán cuánto se aman: rompería el encanto convirtiéndolo en un frívolo acto sin espinas.

Un día abrirás un sobre sellado en Lisboa, dentro reposará una carta donde te enteres de las falúas que tanto extrañas, una carta que te invite a visitar el barrio de La Alfama mediante fotos anexadas. Nostálgica buscarás con desespero un cassette de Madredeus y vacilarás en ponerlo. Finalmente sucumbirás al abismo de la derrota y ahí, sentada en la misma mecedora donde te gusta cortarte las uñas recordarás tu infancia, te prenderás un cigarro y asomándote al viento se te enjugarán también los ojos.

Pero la noche transcurre y el pájaro que contra tu ventana se golpea dormirá protegido en el cedro aquel que sembraste cuando niña. Él llegará de su oficina mostrándote con cierto desaire los planos aprobados para la reconstrucción del edificio de Orlay, el que te gusta con su fachada así de vetusta y problemática. Hablarán de arquitectura y discutirás empedernida, sirviéndote otro anís, sobre "la belleza del maldito minimalismo" que reduce toda avenida a vil trabajo en serie. Con toda certeza él se reirá bromeando sobre tus disparates, habrá un silencio (de los que preceden al aplauso), aún con su sonrisa intacta te mirará a los ojos con amor del que sonroja, besará tu frente, tomará de tu copa, ¡pero qué fuerte lo que bebes! Y tú muy cómplice le arrastrarás con el dedo una gota de Chinchón que resbaló de su boca para llevártela a la tuya. Tú tan coqueta y enamorada.

Esa noche harán el amor y pactarán su eternidad, dejarás que te acaricie la espalda mientras miras tu cedro por la ventana. Todo será más fácil así, sin deberes ni orgullos ni estafas ni odios ni peleas. Teresa Salgueiro sonará desde la sala y su voz marina abrazará los muebles; dejaste la música corriendo, la luz encendida y la copa de anís sobre mi carta. Cerrarás por fin los ojos y el batir de alas de cientos de cigarras arrullará tu sueño para siempre.



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martes, 6 de mayo de 2008

Lecturas Detestables 3/n

> ... tras un intento fallido (junio 2006)

No si el viento sopla. Si la mata crece no. No mientras valga la pena y tú te fijes en detalles. Nunca, de serme posible, te diré un piropo porque sí. Jamás de los jamases. No cuando te acuerdas. No hasta que lo olvides. Tú prosigues, yo me atengo. Antes dije no, hoy te lo repito: no, porque me ciegan tus modos y tu andar. Diré que no cuando me invites y hasta saber si tú viviste o no, con otro. Ni por un instante creas que sí. No quiero insistir en tu perdón. Nunca no; y de ser así llegarás muy lejos sinmigo, porque ¿conmí?. No, pues se estropea lo que no llegó a cuajar. Ni así, porque tampoco dar es dar. No mientras yo viva y tú no me animes al sí.



< Liliana Felipe.- Pero no te extraño >