lunes, 5 de enero de 2009

Términos del Contrato

>



...
No se me ocurre algo, siquiera nada.
Ni se me rompen los moldes, ni me interesa romperlos.

Estoy buscando que llegue esa luz inquieta y me empiece a dictar palabras. Pasa cerca de mí pero se va, o a lo mejor está como a cinco metros y no me entero.

No, no está. Es un hecho; incluso me paré de mi asiento y busqué con la mirada en los rincones donde suele esconderse. Sí, no está tampoco acá adentro. A veces resuena desde la boca del estómago y me va envolviendo, como quien atrapa un insecto con mallas de tela.

Lo interesante es que hace unas horas estuvo; en términos del contrato: platicamos un rato, logramos asimilar un texto, nos tomamos un té con crema y hasta me acompañó con un cigarro. Después me dijo que la esperara, que volvía en diez minutos. Nada. Me quedé sentado.

Y luego esto; ando pasmado.

Usualmente lo soluciono con lecturas que explotan como palomitas sobre mis neuronas más viejas. Ya leí; me puse a declamarle al vacío un poema de un holandés ciego que habla sobre la comodidad del exilio. No hubo forma; como yo no he sido exiliado ni me he propuesto aislarme, cada gota en estrofa se evaporó y cayó después en llovizna de puntos suspensivos sobre una hoja virtual de papel blanquísimo.

Es... intolerable leer a los holandeses ciegos. No sé si haya el modo de lograr que no regresen nunca de sus islas-paraíso. Menuda gloria la del profeta que elucubra sobre la soledad para marcharse apenas termina su discurso. Aprendizaje activo. La experiencia como motor de arranque. El cosmos en Tetrapack; vívalo y tírese.

Yo quería narrar algo obscuro para empezar el año. Escribir, talvez, una anti-fanfarria como si de oda se tratara. Puestos los tres dedos sobre el teclado dibujé con asombro lo siguiente: "Qué hermoso el cuerpo hambriento que araña y desaraña cada invento..." Como no entendí ni yo, preferí borrarlo y darme un masaje en el cuello. Con las yemas calientes fui escalando hasta apretar en el centro y así se me olvidó el masaje, me quedé tranquilo, me prendí un incienso y respiré tosiendo.

Volví a intentarlo. Me interné en el camino de la miniatura sintética: "Antes de volarse los sesos, Juan se masturbó lamiendo su silueta ante el espejo". Me contagió de risa; y es que nunca he lamido un espejo, no creo que mi lengua sea para eso; llámame corto de vista, pudoroso o aburrido. Soy más bien de los que creen que no se tocan los reflejos...

En esas andaba cuando quise ser agua y color para probarme pintura. Qué tal si escribes algo -me dije- sobre un lago con árboles al revés que de pronto enloquecen cuando un niño ocioso lanza una piedra para hacer patitos. Impresionista. Poco argumento. Pasajero.

¡Eso es! Un pasajero que narra su encuentro furtivo con fantasmas geishas que rondan el tren bala. O una bala perdida que mata a una monja mientras la pecadora ordeña durante el maitines. O una madrugada con graznidos que provocan el vuelo en la parvada hacia lugares más calientes. O la calentura pasajera de un adolescente luego de ver su primer hentai. O los dibujos obscenos de Rubens y Botero, que hacen que una flaca se suicide. O la historia de un suicidio colectivo luego de enterarse que siempre sí, que Herodes sí mató a Jesús y que el crucificado era Pedro. O Pedro Páramo en versión rock conceptual (disco doble y portada de Gerald Scarfe). O la descripción minuto a minuto del disco más feo. O la fealdad de un orfanato con niños de 21. O veintiún historias cruzadas de deportistas adictos a las drogas de caballos. O un hipódromo en el que una pareja decide divorciarse luego de perder medio millón. O un ensayo sobre el dinero sucio usado con fines ecológicos. O un poema. O una carta. O la impronta automática que dejo luego de volcarme en imágenes simétricas.

Habrá que aterrizar en nada; siquiera en algo.



El Santo Grial de la fotografía es invento de Basurto

<