viernes, 10 de abril de 2015

Amor gorrión





Antonio goza fragmentar los diálogos en tenues espacios, repasando sombras, luces, abandonado a la contemplación del polvo y el aire que se minan por los huecos de las conversaciones: nada tan preñado en adrenalina como un silencio arrebatado entre dos que se quieren.

Y Bibi no sabe dónde meterse, quiere volverse mesa, mantel, tablajón, duela, cemento, juega con vicio y ternura con la cucharita del café, gusta de marcar con taches de espuma el filo de los platos, relame esos silencios, se mete bocanadas al vientre que inflan su memoria intacta. No tengo recuerdos con “éste”; suele pensar de un tiempo a esta parte: no me ha hecho daño, no me ha hecho prenda, me abre las puertas, me abre las piernas, ¿me besa las manos?, me invita a cenar. Lo quiere bien; una suerte de amor gorrión que vuela bajito para estar mucho más cerca de los olores, las texturas, la importancia. Las cosas que una piensa, dice. Amor a secas, piensa.

Y Antonio en el silencio engulle su cítrico perfume al tiempo que ella sorbe dos traguitos del expreso que le empaña los anteojos.

Viaja ligero en equipaje el sonido de un trinche que rompe la capa de una crema catalana en la mesa del fondo. La visten y la sientan Doña Luisa y Gabi, ataviadas en perlaje verde y satén marfil. Dos gotas pretenciosas de Perrier bebiendo Bellinis como en cualquier tarde de domingo. 

Ya miran a Toño quitarse el saco y aflojar discreto la corbata. Musitan. Airosas y apuestas. Se ve que la quiere Dani. Dani apura el trago sin quitarle la vista a la Brioni en el cuello de Antonio. Me tiene sin cuidado si la quiere o no; no sabe ponerse una corbata. Ya no te hagas más daño Gabriela: mírate lo guapa que estás, lo afortunada y linda. Los hombres son como los músicos, hija: entran, tocan y se van. / Mamás. Se creen la savia dulce de la Madre Tierra.

Una fresca risotada exclama Antonio que hace que las burbujas del champán se rompan. Con galanura se excusa levantándose de la mesa nueve y se dirige con mohín alegre al tocador. El garzón en turno, un tipo solícito, le procura una flauta de Midori y espumoso seco a Bibi: cortesía de las damas del fondo, explica. Puesta en labios apretados, agradece tímidamente con una risita turbada. Su lengua aprehende las primeras notas dulces del melón dejando para el final un amargor nuevo y excitante. Es la tercera vez que Gabriela intenta quitarse de enfrente a los estorbos.

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En una ventana es un óleo formidable de Bartolomé E. Murillo 

jueves, 9 de abril de 2015

En un hilo





Ando y desando con el alma en un hilo de seda que años atrás un gusano labriego escupió en Japón durante la guerra civil que llevó al país del sol en su bandera a la bucólica ruina como aquellos fastuosos edificios españoles del barroco tardío destruidos durante la dictadura militar del General Francisco Franco al que mi abuelo topó en un buque que célere partía de Huelva a Veracruz donde desafiando lengua y costumbres el hijo ilegítimo de una mora y un trujillense ladrón se apoderó del oro azteca con la ayuda de los jarochos a los que de un tiempo a esta parte noto apaciguados con las discusiones sobre el clima y el precio de los perfumes piratas que los rusos en franca colaboración con la aduana desembarcan en el Puerto insigne de la Villa Rica para deleite de las narices de chicos y grandes como los tres hules viejos del jardín materno que en el ‘85 un ventarrón del sur nocturno y caliente derribó provocando estropicios en la tapia en la que pandillas pueriles solíamos mirar la tarde agonizante y los tordos volver a la guarida arbórea en la sierra eterna que esconde en sus parajes de ocaso la Madre Oriental de este inmenso mundo de nubes con formas de cocodrilos y olor de azafrán en flor.

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Luego (y cantado entonces lo anterior, paisano), seco de saliva y licor, pronuncio en fiel altavoz los estambres que rígidos nacen de mi patria chica: vientos tibios, sol de moribundos, garzas, valle verde, zafra, canción, vereda, palo de la guayaba, tramperos, quijadas, dóciles cabritos, matorrales, madre horadada, lluvia, flor, mujer honrada. ¡Bórdame estos nombres en la piel, petrona! No sea que vuelen a ras los quebrantahuesos y nos tapen el camino con sus antenas y tuercas.

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La blusa con tira bordada tabasqueña es foto de (el) peatón

miércoles, 8 de abril de 2015

Smart Dream


- o El tufo de las terneras -



Me ha parecido verte en la cocina el otro día; jueves. Ibas a preparar risotto con solomillo y recordé la discusión que tuvimos meses atrás sobre el tufo de las terneras. Quién sabe. Estás muy guapa como para llevarte la contra en olores. 

Te pediría que saliéramos a pesar del visible anillo que presumes. El viernes soy sous chef en la apertura del Salado, sábado se me casa la sobrina mayor y mi hermano pidió el display de postres. Además debes pensar que soy una especie de bicho raro: cocino siempre con la filipina negra, no uso toque blanche, regaño siempre en francés, ando en moto, fumo y fumo en el traspatio y paso gran parte del día viéndote los senos y las nalgas. De seguir así ni siquiera te voy a dar la oportunidad de que me mandes a la mierda.

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Y yo queriéndome comer tus labios, los de arriba y los de abajo / Siento que eres la modosita perfecta en la cama / Anoche me llegó a casa el Smart Dream que me recomendó esta chica muy espigada que está en caja / Ni yo sabía ¿eh? Mira que hay de dónde elegir / Es un, cómo decirte Vale, aparatito que… da… viene como en colores… ¿morados?, lo más nuevo ¿eh?, y limpio, limpio, seguro… como una especie de… estimulador…

clitoridiano.

¡Ya está! 
Lo dije.
Las cosas como son.

No he tenido tiempo de usarlo; esta mañana La Roque me llamó con su tonito burlón de niño tonto para pedirme orozuz ¡Dónde le consigo orozuz al nene! Tuve que ir a un sitio horrible, me salió carísimo y el muy cabrón no me va a pagar ni el taxi. 

Pero pensé, pensé mucho tiempo, en la ducha, al ponerme la ropa interior, en el café, en la Ducati, al notar tu ausencia en el restorán los últimos días –ya sé: la boda, me imagino-, que bien podría enseñarte a usarlo. O que lo uses conmigo, bombón. No sé: me tienes fascinada, magnetizada Valeria. Caliente, ¡feroz!, atormentada. Vaya vergüenza. Y vaya tristeza también.

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¿Será que yo te gusto?




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La tetera de cobre es obra de Jorge Pineda

martes, 7 de abril de 2015

Esquema provisional de censuras



Te sobreviví a las largas heladas de la adolescencia, a los besos que robaste y te quitaron en las fiestas infantiles. Luego viajamos, cada quien con su entonces cada cual, y en parajes remotos a los ojos de los dos nos llenamos el rostro de aurora sin pensar tanto en el otro.

Entonces, lejos de atavismos, cargados de eclipse y niebla, nos dimos la mano en un diciembre ligero; nos dimos la boca y los vientres, nos dimos la luna y el frío y la danza.

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Cuando cobré la conciencia que me debían antiguos fantasmas me hice pobre en inconsciencia y dime cuenta enseguida que si quería alcanzar mi plenitud

(PLENITUD: pies en la tierra mojada, alma vuelta papel de colores, mirada boscosa, alegres manos jaraneras, lluvia en la piel cobriza, voz de miel y nuez moscada, ojos anisados, dedos de novia, ombligo de tabaco, etcétera, etcétera, tantísimo de etcétera)

                                      debía escabullirme de cualquier estándar de belleza que antes me haya enunciado como “amante de lo bello”. Pensé: no puedo,  y sucumbí a la llana contemplación de miradas portentosas. Me di a tu forma de ver el mundo. Abandonado en vista, miré a mi alrededor.

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No hay nada / No hay focos / No hay rastro / No luz / No magma / No cristales ni vendimias ni ventanas / Nada ni habrá / Nada de nada / Nada de viento / Nada de eterno / Nada de bueno / Nada de blanco / Ni negro / Ni mientes / Ni estorbas / Ni huyes / Ni nada.

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Me estás prohibiendo mi emoción y los asombros, sentencié con voz de trueno. Por ciclos tengo impulsos de ser el árbol y el agua, la caracola anciana donde el mar se reproduce, el pájaro que duerme a las seis de la tarde, el gusano que se esconde del pájaro, la fruta que no cayó del árbol. Pero vuelves, inquirí, robándome todas las ganas de ser el globo que deja escapar el niño envuelto en llanto; logras con tus trucos que ya no quiera parecerme al lobo que patrulla las praderas congeladas hostigando a los bisontes viejos.

Le haces daño a mi sombra de palmera datilera, quitas todo el frío de mis noches estrelladas en el Perito Moreno, te comes la manzana que puse en el camino de los primeros hombres, me robas el abrazo en el que quiero fundirme contigo, dinamitas los montes donde he visto dormir a tantos soles, riegas los árboles de mis caminatas a sabiendas de mi completo disfrute al verlos secos, rompes la soga con la que cada abril comienzo a suicidarme, bebes del agua donde mis salmones nadan a su encuentro con los osos, te vuelves carnaval con las plumas de mis faisanes, declaras sitio inaccesible a los jardines de Aranjuez matando de un soplo el vago recuerdo que sostengo de mi padre y de su mano fuerte como guía.

Si quiero cenarme un pato tú cocinas perdices, si quiero cazar un alce tú me engañas con cualquiera, trazas mis itinerarios para que vaya donde vaya, de ningún lugar me sienta dueño, ningún lugar me haga falta. Eres cada uno de mis espacios. Soy todos tus sitios.

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Anoche perdí el deseo que tracé con la estrella fugaz de los mediados de agosto.

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No niego mis miedos, no ensucies los tuyos. No me mojes los cigarros, son los últimos que tengo. No me digas que sí cuando sabes bien que no. No lo sientas. No me perdones. No te distraigas. No te enojes. No jugar en el césped. No molestar: recién casados. No estacionarse. No mientas. No al aumento de la gasolina. No te metas. No te salgas. No te duermas. No desvíes la mirada a los lugares comunes. No queremos pan, queremos educación. No me colmes la paciencia. No te quieras pasar de lista. A mí no me gritas. No me toques. No funciona. No te había visto. No me dio la gana. No sabía. No tengo cambio. No hace frío, no jodas. No lo creo. No sé. No tiene madre. No me gustó. No te lo comas. No va a pasar nada que no queramos los dos. No hay agua. No lo tengo en existencia. No juegues con fuego. No hables con extraños. No controles mis sentidos. No rompas más mi pobre corazón y otros muchos éxitos del verano.




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El esmalte es de Maritza Morillas


miércoles, 21 de enero de 2015

Axioma





Cuatro meses de abundante desapego. 

A través de caminarlos: nueces del invierno, soles tristes rodeados de ese cierzo, nubes y la calma de la memoria, plumas fuente desgastadas, breves sueños con la garganta sana, muchos caminos de tierra, siete suelas maltratadas, espejos rotos que adelgazan, dientes que ya no sonríen, piernas que nunca responden, voz de fuego y rabia, aguas termales por las que tenue resbala el olvido. Cuatro meses de punto y seguido.

En el fulgor de las obsesiones sociales, y bajo la tutela del quehacer cotidiano, me he ido volteando a otro tipo de espesuras, de pasiones y conductas que antes desconocía; al menos bebo menos alcoholes y pierdo el tiempo en graciosas formas: juego mucho con lápices de colores, circulo lento en calles desoladas, me imagino todo el tiempo las mismas recetas para ser feliz y en noches nuevas de guitarra me reinvento como el eterno aprendiz sin mucho más decoro que las eternas posibilidades de seguir equivocándome.

Cargo a cuestas anteojos y paraguas y vuelvo al misterio inicial de esta bitácora suspendida en el tiempo. Diez años mirando atrás, un hombre a pie arrastrando las manecillas de amigos y familia, amores y piedras, sexo y mentiras, libros, discos, cine, descuidos, pinturas, álgebra y desconsuelo, fotos y manantiales, ciruelas, viajes, estrellas y decorados. Mejor no me sigo inquietando.

Detrás de las ventanas parece que sigue la vida sin importarle si voy deprisa o me detengo. Así debe ser la matemática que ordena al mundo: desenfrenada, me imagino. Desenfrenada, sin sutileza, menoscabando, encumbrando, tirando dados, reina del sinsentido, fatamorgana en carreteras abandonadas, oasis para aquellos con cantimplora.

El punto no es la vida, sería tremendo y pretencioso; ni es el tiempo ni el pasatiempo ni las veredas ni la distancia. El punto (compañera, amigo, vidamía, halo lunar, madre, campo, viento, padre, ombligo) es el marasmo de todo recomienzo.

Transcurren ligeras las horas sobre la montaña, y lejos entretengo el lente y la sombra a favor de estar perdido. Perdido así puedo volver sobre mis huellas sin asustarme o asustar. Desbrujulado y angustioso, cantarín de sermones y escapista de las epístolas con moraleja, voy desdibujándome sobre mis propios andares. Hasta que ya no quede nada. Hasta que ya no sobre nada. Hasta que al filo de tirar la toalla y entregarme a otras fruiciones un ignoto grito me recuerde las valías fundamentales que me habitan. Soy yo en la cima y no en la cueva, yo como el ojo triangular que llevo adentro, yo detrás de mis yerros inconclusos.

Prefiero silbar, trazar a machete mis bordes y darme entero al trinar piadoso de amores nuevos en tiempos sibilinos. Por qué vociferarle al mundo entero mis virtudes y rencores, por qué arrancarme la piel si es impasible el segundero. Prefiero silbar.

Sólo hay algo incuestionable:


La milpa es foto de (el) peatón

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