viernes, 19 de septiembre de 2008

Aprehender las Bellas Artes

> Dilecciones 19/29



No fue más el gozo que el encanto. No hubo sinrazón ni alegres llantos. No tuve la oportunidad de revivir el instante o redimirme con cantos. No hallé las palabras o quité del paso los objetos. No se me secaron los ojos o me tallé los párpados o ennegrecí el contexto. No deparé la vista ni en paredes ni en lechos ni en tinturas ni en pantalones. No sacudí mi cabello. No llené de carbono 14 al viento. No pude enderezar los brazos o comerme las uñas o sentirme importunado. No quise tomar prestado. No le quité la venda a Dios ni me puse a hablar de ciencia o diablos. No me molestó el calor ni afuera la tarde que con sol quemaba a los geranios. No reparé en observar cual ermitaño. No simpaticé con nada (ni con farolas ni con pisos ni con armarios). No me puse a elucubrar de pronto que si las balas o los daños o los frutos o los vinos. No me interesó saber de qué modo las plantas carnívoras atrapan a las moscas. No me ubiqué en el espacio. No noté su no impaciencia. No guardé con llave ciega los recuerdos. No aludí a la magia ni al flashazo ni al intento. No cargué mi equipaje de alimentos. No le dije que sí al descontento. No me puse de pie ni sentado ni en tarima. No bailé con la metralla del hielo /// No saludé al reflejo, no me vino a la mente el reflejo, no me dejé vencer por el reflejo ni con el reflejo hice el amor ni a través del espejo vi su reflejo /// No bostecé ni aunque durmiera despierto. No sentí miedo; al menos no me quedé perplejo (sí me quedé perplejo pero no de su reflejo). Nadie me entibió la brisa de sus brazos. No masacraron a las uvas; no hubo vendimias, no hubo dios Baco. No reproché su almíbar ni su saliva ni su leche ni su olor ni sus jugos ni su hircismo ni sus líquidos manjares escurridos en los dedos ni cada uno de sus cientos de lunares ni su monomanía ni su vellos ni su vehemencia. No ensucié el vestigio de la silueta perfecta. No fotografié las vetas de sus cabellos. No me contuve de soltar enjutos gemidos cardiacos colmados de ternura y espasmo. No atiné los ojos en pliegues, valles, bordes, serranías, oleaje, remolinos, cataclismos, tersura, malevaje. No sentí qué sentía que sentía. No adormilé a mis rodillas ni puse enhiestos mis pies; no me volví bailarín. No razoné el crepúsculo o los segundos. No comenté su sonrisa o sus dientes sin imaginarme nimio, fugaz, entrometido. No arañé sus vertientes. No quemé las naves; me hice navegante. No me fui más allá de lo que tuve delante. No adiviné el futuro. No maldije a los que talan sin sembrar. No le puse objeción a la arenisca a la hinchazón a las heridas a la mar. No la imité en otros óleos. No la deduje de escritos. No la esculpí años atrás. No diseñé sus artilugios. No dancé con levedad. No actué por puros nervios. No la compuse en sostenidos. No la fijé en el celuloide ni en viñetas la llené de globos. No hice caldos de su esencia con romero. No me puse sensiblero (¡no, qué va!). No me arrimé a los ruedos. No vacié tesoros ni alimenté los egos. No sucumbí a los malos vicios. No me negó sus entredichos. No hubo vacuna capaz de sanear los bichos. No me froté marihuana en el cuello. No jalé las poleas del deseo. No remendé los zapatos del viajero. No me vestí de agua o forastero. No me tragué los cuentos de hadas. No hubo supersónico poder que opacara los gritos del alma. No absorbí el sereno infausto de los anocheceres. No prendí las velas ni esparcí venenos ni tracé, con gis, estrellas de David ni comencé a leerle poemas. No hubo tiempo; fueron cinco segundos –seis, talvez, los que por morbo aumenté-. Así de vehemente admiré su figura desnuda y deseé, por arte, por poros y por quimeras, darle un eterno rewind a mis caseteras. No hubo más paz en mi cerebro desde aquella primavera.



Amapolas sobre trigal: Ramiro Ribas

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