lunes, 8 de septiembre de 2008

Trazar el Atlas Galáctico

> Dilecciones 8/29



Atrás del sendero terrestre, lejos de la ciudad (incluso a remota distancia del campo tangible), más allá de todo y cerca de un árbol (otra vez tan cerca de un árbol) vimos, casi sin hablar, el cielo de noche. El mapa celeste se nos vino encima, las memorias se apagaron y el aguacero mental que caía desde el abismo e iba trotando a la inversa, paró de golpe.

Obnubilados distinguimos los planetas de otros cuerpos; eran más delgados en luz, no centelleaban, se quedaban muy quietos observándonos de la misma manera que antes lo habían hecho. Fue la primera vez que me sentí títere del antojo de los sueños.

(Taciturna) Sus manos eran tibias. Su cuerpecito, toda fragilidad y bondades, semejaba al de un cervatillo dormido y arropado. Su mirada, así de certera y lejana, así de voluble y pausada, devolvió mis ganas de abrirme al mundo de los seres mortales. Aquella noche la amé y prolongué aquella noche al infinito.

Nos detuvimos un segundo y bebimos agua; confiados de pies, ojos ajenos y manos guías caminamos a la par por entre el potrero a tientas. Cuando hizo más frío apretó mi mano izquierda, la besó con dulzura y ennegreciendo el mirar me susurró palabras que hoy dejaré en el tintero.

Allí mismo la estrujé con brazos sensibles; le mostré a la Casiopea y ella me regaló su estrella; me dijo que la cuidara, que había sido un obsequio de su abuela. Allí también, en esa hierba alta y con el croar cercano de seis sapos en celo le acaricié el cabello y su cara fue azul, y no había luna. No había canto, ni había fruta. No eran tiempos de otoño y ya el verano clamaba angustias. / Me sedujo ligera y sonriendo mientras yo notaba el delinear sesgado de sus ojos mansos, de su introspección astral.

Quise ser lunar y marea, codicié convertirme en saliva, en yema, en tacto, en gusto, en paradigma del sabio Galileo. Pude colgarme amuletos de trigos y regalarle una sortija de cristal acuoso que con su brillo iluminó el camino de regreso a aquel árbol gigante de entretejidos mitos.

<--

Antes de conocerla anduve con ella; quizá en Alpha Centauri, puede que en Titán o Romeo, pero anduve con ella; no bajo semilla o feto, con ella; no a través de embudos negros o siluetas planas como espacios de espacio sin estrellas; sino con ella, con todo su fuego; con la maga inteligente que ayer me bajó del cielo una joya.

-->

Entonces logré acercarme a su oído y detener el tiempo.
Y así continuar espiando a las esferas y detener el tiempo.

<--

De tener el tiempo, ahora mismo estaría con ella / arriba o abajo / tierra y/o cielo / y el cuerpo (su cuerpo, nuestros cuerpos) como frontera, otra vez, del tiempo.



<

2 comentario(s):

pensamientovisible dijo...

Será que el diálogo de Esperanzados me dejó volando no sé dónde... y luego aterricé en el atlas galáctico y sentí que hay un lugar en el universo donde todos hemos estado, cuando menos una vez. Tomo prestada esta semilla de oro: "el cuerpo (su cuerpo, nuestros cuerpos) como frontera del tiempo". Espero poder devolvértela en forma de fruta o de mermelada, de árbol o de libro.
Abrazos muchos,
Luza

Juan Carlos Medrano dijo...

Espero con ansia la vuelta de la frase. ¿Sabes? a mí me encanta la mermelada de naranja con cascarita confitada... digo, por si no te decides.

Ji.
Sería un buen gesto.

Salud Srita. Alvarado.
Buena tarde, mejor la noche.