> Dilecciones 18/29
Cada ocasión en que ella y yo nos divertimos, optamos por jugar con la natural belleza de los espacios que a nuestro alrededor se desdibujan y reinventan. Es así, sin más detalles o promesas; así de encumbrado es cada instante: cálidos y alegres retozamos sobre nubes bajas, parapentes, papalotes, aviones, corrientes ascendentes. Lo verifiqué un febrero, y sigue siendo nuestro principal pasatiempo.
Esa vez estuvo corriendo, emancipado y travieso, por todo el jardín durante varias horas; aquella madrugada fue de mucho viento que, descalzo y sin cintura, derrumbó algunas ramas, manifestándose incluso ante los nidos más protegidos, más bajos. Fue la primera noche (juntos) que tuvimos soplos de tormenta y relámpagos distantes.
Debí despertarme luego de escuchar que una maceta grande se rompía; noté su vacío en la cama y de inmediato encendí la lamparita que ha cotejado tantos años sus más insaciables lecturas. “Apágala”, me dijo.
/// Su voz rompió el enigma de las auras azules propias de todo espacio a las tres de la mañana cuando hay luna llena y el viento del sur despeja con ferocidad el ancho globo celeste. Su voz extinguió el invento del Hombre y dotó de dimensión tangible al marco de mis particulares esbozos. Cuatro sílabas con a, en tibio arrullo y en fa, vencieron al atroz noticiario de las 9 y anularon de golpe mis absurdos miedos a los estrépitos eléctricos. ///
Seguí su mandato: apreté el interruptor que nos volvió a dejar a obscuras. Tardé en acostumbrarme a los sonidos y sombras de los árboles que afuera danzaban con hipnótica mecánica de gigantes. Acomodé mi cuerpo en el colchón, puse mi tronco en vertical y me apoyé sobre la cabecera empotrada, estiré mis piernas, bostecé. Sentí que, de pronto, el frío volvía a la carga, entonces me arropé con el edredón de niebla que ella tanto disfruta. Tosí dos veces, tres quizá, expulsando de mis adentros el aire congelado que traen todas las albas de febrero.
Qué hace usted en la ventana a estas horas / Me paré a ver la tormenta; no podía dormir / … / … / Una noche llovió tan fuerte que se cayó la rama más grande del árbol que tienes enfrente, ¿sabías eso? / … / Y tuvimos, entre cinco o seis, que hacer leña al día siguiente / … acá llueve diferente / Por qué diferente / porque… sí, porque de repente, de la nada, se viene / Es precoz el cielo / (Salió de su garganta una tímida risa nocturna) Es precoz, sí… y necio / … están acercándose los rayos / ¿Tú crees que digan: “y ahora, para dónde nos vamos”? / Puede ser, amor; acuérdate que son precarios / (Algo la empujó de vuelta a la cama donde se amoldó a mi pecho, luego inclinó su cabeza y me otorgó dos besos) ¿Tú crees? / Qué creo / Que son precarios / Sí amor, sí lo creo / … a mí me gustan los rayos / A mí me daban miedo / ¿Ya no te dan? / Ya no tanto, y contigo al lado, menos / … oye, pero precarios cómo / Como inestables, como… como salvajes, como en manada / Ya te entiendo / … / … / … no va a parar esto en toda la noche; créeme / ¿Quieres que nos durmamos? / Sería bueno abrazarnos.
Elemento aire: Ana María Jaramillo
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jueves, 18 de septiembre de 2008
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