sábado, 9 de julio de 2011

Situacional

< Para Yani; "amatistado"



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La lucha contra el poder
del pasado sobre tu cuerpo
no es sólo tuya, ¿sabías?

Irene Libre; El buen vino

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Los pastos ya están listos para ser plantados de nueces en franca garapiña. Los hemos regado, gota tras gota, con delicado afán de convertirnos en hábiles agricultores. Romanza en tierra fértil, pensamos; ya llegará la temporada de lluvias, decimos.

Cada noche, antes de dormir a fuego lento, abonamos un poco el sembradío del traspatio; ella escarba ligera los surcos, esparce amatista en ciertas hierbas descuidadas; yo la miro atónito, limpio el parral de los insectos. Las cigarras atrás, crueles testigos bulliciosos.

Apaga la noche el switch lunar y trae con el viento las bajas mareas; su brisa diminuta, ionizada, logra que los cogollos se afiancen. ¡Qué grande está el canelero de Ceilán!; lo trajimos hace dos meses y ha crecido vasto en fronda y corteza.

Ella está contenta, es lo que importa; pero anoche, sobre las horas sacras del descanso, los perros no dejaron de ladrar; me susurró que eran de mal augurio; que las cintas rojas que había enredado a las puntas de nuestras sábilas no estaban sirviendo; que el mal de ojo estaba puesto en los dos; que a veces tenía miedo de mi pasado. La abracé y cerró sus párpados violeta; se movía disimuladamente, tosía de pronto; sutil, apretaba despacio mis brazos. Se quedó dormida.

Esta mañana podamos el olmo y tomamos agua de chía sobre la sombra gentil de los guayabos. Hablamos muy poco, cruzamos besos renovados y volvimos a armar la mesa que hace apenas un año construimos con la madera fuerte del roble aquél que se nos vino encima ese junio de aguaceros.

Lo demás se dijo a tiempo: decidimos seguir con la huerta y esperar los atípicos chaparrones de otoño. Esa vez nos confesamos: "soplarán los vientos"; pero la suerte está echada, y si sembramos hoy, quizá en enero cosechemos las últimas mandarinas que tenga a bien madurar el cierzo.

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jueves, 7 de julio de 2011

Los triunfadores de esta temporada

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¿Eres feliz?; ¡qué bajo has caído!
Alfredo Bryce Echenique

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Soy feliz cuando mi universo, paralelamente a mi torpe existencia de cangrejo, me devuelve cómplices pellizcos de ternura engalanada: mis amigos, mi familia, la mujer que me emociona. Soy feliz por asombrarme. Radiante de saberme vivo. Eufórico en notas mayores. Feliz por inquietarme y por llorar, soy feliz, por dolor soy feliz, por pena y angustia: feliz.

Feliz cuando Pet me abraza fuerte y sincera pese a nuestros distintos ideales de proxemia. Feliz cuando Borbolla, preocupado, me advierte de baches en el camino. Feliz cuando a mi madre se le pasan los mareos. Feliz cuando Bebe me grita en el teléfono: ¡Cómo vistes a ese torerazo, tú, puta Furcio!. Cuando Feices me manda un abrazo en Facebook, o me explica detalladamente su método artesanal para preparar sangrías; feliz, borracho. Cuando Bombón me pregunta en qué región se ubica Santillana del Mar; feliz, orgulloso. Cuando Barril me llama desde Barcelona ordenando que inmediatamente me conecte a Skype, o canta a mi lado una romántica de Serrano aunque a nadie le guste tanto como a nosotros; feliz, obediente. Cuando el capitán Smith me muestra los secretos técnicos de su nueva obra pictórica y me deja hacer dibujitos con sus lápices de acuarela, o me increpa: jalas o te pandeas, chavo; feliz, satisfecho. Feliz por ver la bella madre en la que se ha convertido la Puchunga, pese a la infelicidad que le provoca el cabrón del padre de sus hijas; triste, feliz, agridulce; feliz porque la veo marcharse avante, linda orgullosa. Feliz por Chame y sus recovecos de bondad eternos hacia mi persona, feliz por su búsqueda incesante en el amor y la dicha. Feliz porque Glow ha encontrado en la fotografía un método inefable de expresión que la catapulta a otros ecosistemas; feliz, complacido. Feliz cuando Buly me grita: no me cuelgues, voy al baño, no cuelgues; ¡pinche Félix, quítate!; feliz, intrigado si además una noche me prepara un té de cariño y buena esperanza; feliz, adormecido. Si a la Compadra le descentralizan el Instituto Superior de Música y ella, aún a costa de mis paranoias, sonríe y pregunta: ¿me invitas a tus fiestas de galletas?; feliz, hambriento de vidas así. Feliz porque el Marxista llora conmigo en un terreno baldío mientras me abraza diciendo: ¡saldrás adelante, carnivale; te quiero, rata inmunda!; feliz, entusiasmado por seguir equivocándome. Feliz las noches que el Chileno me regaña por mis malos gustos musicales mientras me ofrece una copa de vino y me muestra, desde otros ojos, las bondades de Eleanora Fagan Gough. Feliz por Angeloka y su obstinado afán en ser buena estudiante sin tener que demostrarle nada a nadie; feliz, paternal. Feliz cuando la Cuñis me invita los Nespressos y yo no voy al Puerto de Veracruz por temor a los calores; feliz, cafeinómano, asombrado por su capacidad de adaptación. Por todas las rodajas de papas gratinadas que sé que la Negra muere por prepararme; feliz, convidado a los festines, feliz por su atención. Feliz por las palabras de aliento que, discreta, me suelta Let en las mañanas: ¡buenos días, cuñado!, ¿crudito?; feliz, crudito; y a los quince minutos llega a casa con manjares exquisitos, propiamente pensados para eliminar los aguardientes de la sangre, feliz, harto en sobriedad y gracias. Feliz cada noche que Santiago Bernabeu me obliga a escuchar Madredeus en cinco coma uno canales, mientras afirma: ¡son una chingonería estos pendejos!; feliz, sordo. Feliz cuando miro la forma en que María de Jesús vacía su amor hacia Ana Luisa; feliz, enternecido. Si Niño me pregunta por un video de Cibo Matto que una noche vio por equivocación, encantándola, en vez de pedirme que le baje el nuevo de Alejandro Sanz, feliz; victorioso. Si Bruja, con su sonrisota y ojos claros me llama graciosillo, o casi a gritos me persigue mientras clama: ¡ratilla apestosa, ven para acá, buzón de mis amores!; feliz, todo un tío. Todo un tío cuando Totopo me explica con detenimiento la fórmula idónea para lograr un peinado perfecto; feliz, aprendiz. Si Pabels entra en escena llorando a mares infestados de cocodrilos y en fá cambia su cara (que me recuerda tanto a mi padre) al mostrarle un tráiler de juguete, feliz, mago. Feliz si el Contador me habla derecho y se funde en un abrazo así de fácil, luego de tanto tiempo; feliz, amigable. Feliz, emocionado, porque Pino sigue vivo, así de llano, de simple, de risueño pese a la espalda y el mundo que se le vienen encima cada mañana; feliz, entristecido. Feliz porque la Comandanta, que se empeña en sacarle el limón a la limonada para tragárselo solo, sigue obstinada de cuando en vez, en decirme: te quiero mucho, hermano; feliz, filial, dulcificado con lo ácido. Si Toboso busca el tiempo perdido en caminatas nocturnas a las que nunca asistiré; místicamente feliz, pacificado. Feliz si Candymax, a quince años de la tormenta, escucha de nuevo a Dolores O’Riordan, como si de pronto el tiempo y el sueño se detuviesen; feliz, cósmico frijol regresivo y feliz. Si el Pelón le hace una foto a un auto con el nombre inusual de su hija bonita; feliz, hermanado. Si De la Molina no pierde las ilusiones de una épica reunión en el Golfo de Cortés; feliz >>> ilusionado de modos semejantes con el Judío, por seguir cantando a la distancia las pegadoras de Meat Loaf, aunque ahora suenen más afrancesadas; feliz y cantarino. Feliz porque papá y Cosmorfia están en buenas manos; papá en las del mar y el viento (más allá de donde entiendo), Cosmorfia en las del verano (al final de este viaje, sonriendo); feliz, sanando siempre, mojando mi pan en sus vidas.

Al fin y al cabo: feliz. Ha habido muchos triunfadores esta temporada, y apenas empiezan las fiestas.

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lunes, 4 de julio de 2011

No… Sí. Bueno, no. Definitivamente no

< Manual urgente de autoayuda



Este es un tiempo
de lugares (antes) desatendidos,
de fiestas sobre tu vientre,
canciones de carretera a tiempo,
tiempo de jinetes entre las sábanas
que firman treguas en las fronteras de los dos.


Fabián Gallardo

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No…

Son los puntos suspensivos en la negación lo que me provoca ciertas y nimias dudas que se posan (saltando, siempre impropias las vacilaciones) en los pocos recuerdos que conservo de mis aciertos. Incertidumbres que sanarán a través del tiempo, o que empeorarán (profundizándose en la psique amalgamada de los amantes); serán titubeos emancipados en los exánimes instantes de la frugal nostalgia que se adueña de mis poros cada domingo con lluvia que anega las carreteras nocturnas por donde circulo sin bridas. No… no a las culpas por decir lo que aflora en el pecho sin pensártelo dos veces.
¿O sí?

Sí.

Debo dejar de ser impulsivo. Debo dejar de ser tan impulsivo. Debo dejar de ser impulsivo. Debo tomar tres litros de agua al día. Debo afeitarme esa barba de “rompan filas”. Debo dejar de ser impulsivo. Debo agrandar mis ojos con mecanismos medievales. Debo achicar mi nariz por las mismas vías. Debo enderezar mis dientes a través del boxeo. Debo caminar anaeróbicamente una hora cada mañana. Llueva o truene, debo comer más lechuga. Debo dejar de ser impulsivo. Debo estornudar más fuerte, pletórico en ganas de sacar los bichos de mis pulmones maltrechos. Debo comprarme unos tennis azules. Debo priorizar entre cambios de armario y cambios de vida.
Debo, no sé, decir lo que aflora en el pecho sin pensármelo dos veces. /¡No!, no, no, no, no y no, muchacho, no; el miedo no anda en burro, no; la vida no anda en burro / Sí. Debo decir lo que aflora en el pecho sin pensármelo dos veces. Debo quererme más y odiar más y cantar menos y seducir menos y exagerar menos y equivocarme más y mudarme de signo zodiacal. Eso debo hacer. ¡Pinches Leo!, estamos condenados no sólo a la extinción, sino a ser los más odiados (nunca más que los Escorpión); desde hoy, debo leer sólo lo relativo a mi ascendente astral, que es cool y bien portado y consiente de sus actos. Sí. Puros pretextos. Debo dejar los pretextos. Debo empezar a ser más impulsivo. Quiero verme más arrollador, más sin escrúpulos: atípico. Cínico. ¡Sí!, debo ser más cínico... Debo dejar de ser impulsivo.

Bueno, no.

La última vez que fui cínico (ayer, 22:34, hora del Este) empezaron a caerme gotas en la cabeza; así, misteriosamente, sin mucho sentido estando bajo techo, sólo por chingar. Traté de seguir con mi desvergonzada actitud, entonces moví la silla que alojaba mi trasero despreocupado de lo que más arriba ocurría. Luego: climp, climp climp. Tres putas gotas. Así que preferí mojarme a seguir huyendo. Bueno, no: terminamos sentados en otra mesa. ¿Magia para principiantes?, puede ser, el caso es que se esfumó el cinismo, ¡flum!, en la otra mesa se fue. Dejé de ser impulsivo; será la costumbre, será el miedo a mojarme, la marea, la Luna, los ciclos de cosecha, el universo en mi contra, lo que me saca del eje, mi ropa, mi peso, mi estatura, sus ojos. ¡No!, bueno, no. Debo dejar los pretextos.

Definitivamente no

Al final, mis excusas se atorarán en las listas de pendientes de alguien más; ya lo dijo Miguel Hernando: “si mis sueños no te dejan dormir, cuenta ovejas; no me jodas”. Al final no hay soluciones algorítmicas, hay decisiones para escapar de los destinos; hay azar reformulado, convertido en gozo, en error, en dicha, en lejanía. Al final me quedo con ganas de dar y recibir un beso (aunque yo, la verdad sea dicha, me especializo en abrazos). Al final, mi lista de pendientes se atorará en las excusas de alguien más; ya lo cantó tristemente Antonio Vega poco antes de morir: "me da miedo la enormidad donde nadie oye mi voz". Al final prioricé: debo cambiar de armario.



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viernes, 1 de julio de 2011

La noche a medias de la mujer dormida

< Para I.; en tímido rescate



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Llegó este viernes sin ser esperada; así se fue a dormir también, sin esperarlo. Usualmente los viernes no duerme en casa. Y luego la noche no ayudaba: tan gris, tan no, tan escrupulosa y sin matices, tan de sí sé quién. La música: Darol Anger y Barbara Higbie “retumbando bajito” en la habitación contigua.

A estas horas, el estudio donde lee cada tarde la mujer dormida (como la llaman sus íntimos desconocidos), luce apenas iluminado por una antigua lamparilla de petróleo modernizada, electrizada, alimentada por un foco en forma de vela de escasos 15 watts. Mientras, vagamente a salvo de la obscuridad y el frío, lucen dormidos:

a) los libros, miles, no me apetece nombrarlos

b) los dos cuadritos bordados que le regaló su abuela paterna durante ese año nuevo tristísimo en el que, ¡coño, otra vez!, toda la familia olvidó felicitarla por su cumpleaños; quién la manda nacer el uno del primero

c) la alfombra persa con ácaros que le dan alergia

d) un dije que brilla, recuerdo de Olivier, un novio francés enviado erróneamente a Courchevel, al este de la Britania, para salvar la costa, a toda fuerza, del enemigo sajón… jamás volvió

e) las bolitas de madera para alejar la humedad de tanto tratado contra el aburrimiento que ella fue comprando, sigilosa, a espaldas de sus padres, durante sus últimos 24 años (y es que los señores eran, digamos, ya sabes: “artistas que han sufrido por falta de ingresos”, y temían noche tras noche que su primogénita acabara en las garras de la literatura -como funestamente terminó-, así que le prohibían todo acercamiento a cualquier encuadernado. Ella, feroz ensimismada, los leía, uno a uno, paso a paso, subrayando las frases más intrascendentes, después los metía en un sobre que enviaba a un amigo leonés, conocido años atrás durante una estancia académica en España, y ya está: los olvidaba. El amigo tendría que guardárselos hasta que sus padres murieran misteriosamente una noche lluviosa en la que su auto se quedara sin frenos. Nunca pasó, pero ahora vive sola, y el amigo se volvió un lector exigente. Imaginen: serían tres miles en vez de miles)

f) las odiosas polillas come-letras (parece que les encanta la z; una mañana le espié una novela alemana a la que le faltaban todas las z, cada z estaba quirúrgicamente ausente; en su sitio, un hoyo negro, abisal, tétrico rastro del pirálido nefasto

g) su gato, un animal terco que le ronronea por todo el cuerpo las noches en que le duele la soledad; dicen, no me consta, que siente placeres diminutos si el felino inquieto de pronto la araña

h) un gotero con esencias de canela y cardamomo para el mal de ojo

i) otro, éste con una exótica mezcla de 38 esencias naturales, remedio que la madre de un amigo cercano le regaló luego de un rompimiento amoroso del cual salió bien librada; ¡benditas las flores del doctor Bach!

j) un par de botas Break and Walk igualitas a éstas:



k) el marco de color rosa que delinea gentilmente una instantánea de Sausalito Bay, mítico sembradío de hippies donde la mujer dormida se pasó más de un mes tratando de entender la obra de Jack London. Al final no entendió nada: London siempre escribía ebrio

l) un florero que mami le había comprado en Murano luego de tremenda discusión que tuvieron la noche anterior sobre el Ponte Rialto durante un viaje de reencuentros hace casi siete años. Hasta donde sé, nada de qué preocuparse: la hija estaba de malas (así se pone con el hambre) y la madre estaba de malas (así se pone cuando ve a su hija de malas). Un florero a la mañana siguiente, y listo, a otra cosa; ahora permanece en el estudio, apenas iluminado, como todo lo anterior, con una orquídea de papel que un maestro de diseño gráfico que la persiguió durante sus años mozos le había obsequiado en son de amistad (y rendición a sus pies no tan diminutos pese a su estatura escasa)

m) el paraguas roto que arrebató a un peatón desprevenido durante una noche de copas

n) sus gafas de pasta verde; hipsters y frescas y livianas y verdes, tan ella: para ver de cerca

ñ) un diccionario de María Juana Moliner Ruiz en perfecto estado que nunca ha consultado; se da sus aires de grandeza con el buen uso del español, aún después de aprenderlo en un curso exprés a la corta edad de 19 años. Todos, y es que dicen que no había nadie que callara en el trabajo, le hacían burla por sus dislexias frecuentes

o) una docena de semillas de ciruela para plantarse en luna llena, semillas que ella llamó obstinadamente “huesitos” hasta que un profesor de la facultad de Lengua y Literatura Hispánicas le dijo que las ciruelas no eran vertebradas

p) un sándwich con apenas dos mordidas, hecho con pan de alcaravea y untado obsesivamente de queso crema y mermelada de manzana con jengibre que compra cada dos meses en el área naturista de un supermercado que un par de bolivianos montaron a dos cuadras de aquí

q) una libreta de apuntes estampada con un gatito negro de cola larguísima, tan al estilo del french retrocontemporary que ella disfruta a mares encabritados durante exposiciones con gente importante que se cree más importante de lo que ya es

r) un incienso para atraer al amor eterno y someterlo

s) un arbolito de la vida pegado con Kola-loca que se compró en Metepec durante una frustrante visita a su abuelo toluqueño. Le dijo de botepronto: ya no te quiero, abue, y él le pidió que le llenara el vaso con güisqui y cerrara la puerta al salir

t) un aparatoso engargolado con textos a corregir que nunca terminó luego de la conversación que tuvo con un primo segundo que la convenció de no llevarse el trabajo a casa

u) un frasco con esmalte morado para las uñas que de cuando en vez pinta por miedo a verse en el espejo, de repente, sin color

v) un vaso con un traguito de agua de clorofila que se toma, seria y puntual, cada noche, para defenderse de una intrépida bacteria gramnegativa que es responsable de una infección en su tracto urinario

w) una taza de asa rota con la portada del asombroso Push Barman to Open Old Wounds que su hermana le trajo de un concierto al que ella no pudo asistir por quedarse dormida. Ahora, el bonito souvenir tiene lápices de índole diversa, y desde entonces, duerme mal… la mujer dormida. Curioso

y una nota esparcida con tinta verde que escribió esta noche en el ajetreo de la culpa: Todavía tengo miedo y, por eso, no escribo… Al final del día no pido mucho, sólo que me des permiso de meterte en mis ficciones.

Estoy bloqueada, gritó sin querer hacer ruido, y se fue a dormir, sintiéndose (¡otra puta vez y más que nunca!) mujer dormida. Me quedé en el estudio, como siempre, apagada a medias y sin oportunidad alguna de revirarle: La única forma, aprendiz, de expiarse esas culpas pinches, es escribiendo. Pero se fue a dormir la mujer dormida y se tendrá que conformar para siempre con la duda. De cuándo a acá han hablado las ventanas.

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