> Dilecciones 4/29
Qué comemos. Quizá sea bueno empezar con frutas ligeras. Hay… cientos de frutos que desconocemos; manjares que están allí, esperándonos muy quietos y que sin embargo no situamos.
Existe uno rojo, más bien fucsia con diminutos tintes verdes y espolones de corteza; por dentro es blanco y pareciera chía, la que da buen peso a las aguas de limón que preparan en la capital. Le gusta la capital ¿no? Entonces le gusta la pitahaya.
Quiero pensar en ella cuando compro frutas; yo, la verdad sea dicha, con cítricos ando bien. El problema es que mi amor está más cerca de las aves que de las personas. Y creo que entre tanto amiguito que canta, se ha hecho una frugívora inclemente. Y hay que ver, no todo es tanta miel, debo aprender a escogerlas (“de entre quinientas, dos”, dice; y se marcha dejándome extrañado y con miedo a los supermercados).
Me gusta distinguir las frutas que voy a saborear, soy de exploraciones cautelosas: las miro, las recalo, las limpio, las peso, las palpo apretándolas gradualmente y así determino el ideal gustoso de mis ambrosías. Pero elegirle frutas a mi pájara es cuestión de otros modales; más insurrectos, más nivel orgánico, más fijarse en el distribuidor, de dónde vienen, quién las cosecha, comparativa en precios, no a la hidroponía, no a los abonos, cautela con las brasileñas y cerrazón a lo gringo. Color, olor, vibra. ¿Vibra? / Sí, vibra… es útil agitarlas / ¿Y luego? / Y luego nada, así se verifica la hidratación que tienen / … / ¡es verdad! / Tus clases de yoga me ponen los pelos de punta / ¡es verdad!, lo leí una vez / oh, perfecto, menos mal, ¿no me verán como loco? / y… / no sé, lo tendré en cuenta… agitarlas; me gusta la idea.
Eso es: vibra. Eso tendríamos que hacer cuando elegimos humanos. Agitarlos, notar si están hidratados: si lloran, si se enfadan, si discuten, si arremeten, si la solución intentan, si proponen otros rumbos, si la vida les cuenta o si solamente esperan quietos en canasta a que un fulano los embolse para después comerlos.
Ya me fijo: hay cierta emancipación en sus actos. Es como redimirse de los vuelos que anticipa, y ser otra vez, de carne y hueso. Por eso zarandea a las sandías, y vive plena para contarlo.
Lo insaboro: Davina Cohen (pitayas)
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jueves, 4 de septiembre de 2008
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4 comentario(s):
Dragonfruit, le dicen acá. Me gusta el nombre. Cada vez que las veo en unos supermercados que se llaman T&T (japoneses, creo, donde venden puros productos orientales), y con ese nombre, se me hace como que deben de haber salido por primera vez de tierras chinas... pero no, creo que no, sí son orginarias de América.
Esa comparación entre frutas y hombres, ¡qué bonita!
¡Dragonfruit! ¿de verdad? / entonces me gusta más, aunque lo arabesco de la "pitahaya" me obnubila mi alma de Tuareg empedernido.
(¡Tss.. pu's chale, qué mamón ese vato, hable bien wey!)
Stenocereus queretaroensis, así se llama y viene de la América Tropical según los wikipedios(jejeje, me gustan los nombres científicos: joannem carolum xicoensis excentricum jovenus... sí cierto!)
JAJA.
Yo también me sentí bien con el símil, aunque espero que luego nadie se me ofenda.
Ovus est, diría tu profe de latín.
Fuerte abrazo de dragonfly
Agítese antes de amar. Si vibra, tiene sangre y no leche de soya en las venas. Y me quedo pensando en la leche de soya, tan inofensiva, tan saludable. Tal vez por eso me la recomendó el doctor para desintoxicarme. He de cambiar mi metabolismo emocional, una diálisis con frutas y semillas. Uf... ya de este lado de la pirámide alimenticia me queda clarísimo por qué es tan erótica la pitahaya.
jijiji.
Metabolismo emocional.
¡Qué figura! (me la piratearé)
Abrazos, Luza.
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