> Por poner un ejemplo:
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A las tres de la tarde, con dos autos estacionados sobre la calle de enfrente, vi morir a un hombre de algo así como 31 años. Presencié todita su muerte. Me aferré al volante y supuse que podría ayudar. No pude. Era tarde.
Su cuerpo (casi cosido a muñones) ya empezaba el lento viaje a la descomposición. Era también verano y el sol, que no quemaba, caía a plomo sobre los ventanales del edificio que actualmente quiere vender la inmobiliaria donde trabaja uno de mis conocidos . Y yo no supe ni cómo esconderme del testigo más cercano –supongo que amigo del tipo arrollado por el del inter 7, un verde con franja amarilla -. Si usted lo hubiera visto: impávido y lloroso, temblando de las manos, mirando a todos lados, ante mis adustos ojos.
Qué ciudad tan quisquillosa; repleta de situaciones mal halladas en semáforos y esquinas de viento. No sé bien cómo murió el sujeto: por qué fue atropellado, qué dedo poderoso lo ubicó en el cruce, qué acelerador invisible le sirvió al que se dio a la fuga...
Dónde están esas respuestas.
Cómo se compran.
Con qué se digieren.
Porque éste para mí no es nada, pero hay quien sí. Porque puede que mi fugaz transporte a Itaca se quede sin frenos y me desbarranque del barranco con todo y sueños e hijos y libros y tazas. Dónde voy a poner todo eso: luego de caer 214 metros, incendiarme y comerme mis vísceras, q u é l e v o y a d e c i r a m i g e n t e. Con qué cara me les aparezco.
Por eso maldigo a los fantasmas: por pura y llana ignorancia, porque no les veo con sabanitas blancas y no me da la gana ser de su raza. Estoy cansado de pelearme con ellos y de que me hayan asustado tantas veces de pequeño.
¿He pensado en la muerte? Sí y no. La oportunidad es grandiosa: ya me imagino a Dios jugando conmigo al “dónde quedó la bolita”. Pero Dios es pura pedacería, no hay forma de ganarle. Dios es una alucinación masiva como dicen los nihilistas, y la felicidad: búsqueda eterna. Mi mayor confesión es entonces que hoy, luego de ir manejando media hora con vierausted qué belleza de compañía, me dieron hartas ganas de vivir. No sólo estar aquí por permanencia o espacio, sino vivir y aprovechar hasta el último destello luminoso que haya en mi capacidad de asombro para así… / (échele un cinco al silencio, deje que me aclare la garganta).
Es de verdad… ¡carajo!, espéreme es que… es que hay algo… no. Hay al… (toso, carraspeo).
Esto me frustra; le doy muchas vueltas pero me frustra. Es más grande que yo y más siniestro. Mil veces más siniestro. Porque a uno se le acaban las… (mis pulmones avientan aire oscuro). Recuerdo el día que conocí la noción de “podas humanas” ante el Tsunami aquel en la Indonesia y al principio me malgasté una risa. No estamos diseñados para eso, ni siquiera para desyerbar el barrio. Cómo vamos a entender a un tipo que se nos muere a un metro, entallado en pants de nylon con bolsita del súper dejando un tiradero a media calle: ensalada de tela, lechuga y sangre. Cuántos kilómetros, y a qué velocidad exacta, debo haberme recorrido entre chistes coquetos y sonrisas para estar en el medio de aquel esmerado panorama. No me lo explico.
¡Yo ni tenía que pasar por ella!.
¡Yo qué chingaos tenía que estar haciendo ahí!
Mire mejor, para que no le cuenten, le explico: en el auto siempre cargo con discos, muchos, multiformes y de diversa jerarquía. Hay que ser precavidos. Entonces dígame cómo, a qué hora se fraguó ese plan de muerte y alegría. Quiero decir, yo pude estar escuchando muchas otras cosas menos ésta:
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martes, 1 de julio de 2008
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2 comentario(s):
Eres un excelente fotógrafo.
Haces increíbles imágenes apartir de las palabras.
Seguiré chismeando, con permiso de usté'...
Pásele señorita, y como le digo a algunas personas, usté nomás quítese los zapatos cuando entre por ahí a algún escrito que ande dedicado a la naturaleza.
Qué maravilla tenerle de vuelta mujer porteña, y gracias por el piropaje (no siga, que me hincho cual pavorreal).
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