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¡...y yo para qué los quiero!
Bastó un terco abrazo, una mirada de antaño, un pedazo de cielo en sus labios, una lámina volátil de espejismos y vidrieria. Sólo esto; sin más. No para volver a enamorarme, ni para quitarle el sueño a mi futuro. De la calle al beso y del beso a la cama y de la cama a la calle. Técnico, eficaz, fútil tropezón de saliva, glúteos y semen…
Los re-encuentros, cuando adecuados, son capaces de plantarte dos bofetadas bien puestas en tus olvidos. Las ex-novias son santas devotas de su vanidad a cuestas. Muertas vivientes cuando las encuentras, llenas de alguien más con ganas de tu persona. Dos asientos de atrás en un autobús de tercera.
Si se ciñen al arreglo, ponen las reglas. Si deciden nunca más es mañana. Si, por rencor, te muerden o arañan, ya te cargó la chingada. Fórmula efectiva de mariscos, ron y soledad. No hay tortura aquí: sólo migajas. Quién se engaña si los dos miran y sienten, si ella palpa y tú gustas, si ambos huelen y nadie intuye. Qué sentido corporal nos queda. Cuál de estas instancias es la pasajera. Nunca ninguna, siempre todas, hay de chile y de mole. Tú con la manteca te quedas, ella con las manos en la masa. Y qué retebonito gritan. Y cómo se menean y se empinan. Y “cuánto has aprendido en estos años”, cuánta risa, cuánto humor, cuántos detalles. Dónde estabas en noviembre. Por qué te fuiste.
Porque hay miradas de culpa, jamás de descuido. Hay lumbreras en su mente, en su vagina, en sus mediodías. Hay fin de mes, hay fin de ciclo, hay fin de novio, hay también las alturas y las fobias y los gustos y el divorcio. Hay el divorcio. Se tienen las ganas, el dinero, los moteles, el tráfico en las noches, las cartas perfumadas. Hay los elementos. Las consonantes hay, los plátanos hay, las alcancías y los pepinos, hay las velas y los fuetes, el plástico y las narices frías; hay el frío; eso, el frío. Hay el invierno, los árboles y los columpios, las veredas junto al río, las playas desiertas. Hay (y muy buena) imaginación. Hay hay hay hay hay, cómo te duele ¿verdad?, cómo te gusta que te duela el gusto, cómo te gusto cuando te duele y gusta, cómo te duele cuando te gusto a gusto.
Son verdades que te recogí en la madrugada cuando te dejaste y re-dejaste. No son inventos o ripios que te escribo por jactancia. Bueno sí… más bien sí. Me caben otras dudas esta noche: me quedo colgado, por ejemplo, de tu idea de pintar mi techo de verde claro. Me gustó el color de esa paleta, de la neutral que me viniste a vender. Tú ofreciendo lápices y colores, qué desfachatez de tu jefe. De haber sabido que ahora vivo aquí ¿hubieras tocado el timbre? Hoy me siento positivo y diré que sí, pero entre nos, que no. Que nunca es nunca y se acabó.
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miércoles, 9 de julio de 2008
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