lunes, 7 de julio de 2008

Casi las Siete

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Me quedo con el cambio. Esta vez no doy propinas.

Antes de partir, recorro mentalmente la cuenta y me fijo en un detalle: no han cobrado la última taza. Llamo a la señorita que a mi servicio estuvo por 20 minutos. Le pido, con atención, que rectifique, que no se apure, que yo la espero, que afuera no hay buen tiempo. Pronto vuelve Jimena: así está bien, me dice, es un regalito de la dueña. Alzo la mirada por entre el humo que rodea mi mesa. Agradezco el gesto; debo suponer que vengo mucho… o nomás creer en la bondad del prójimo. Dejo propina, siempre sí. Hoy no quiero discusiones. Me despido de Jimena con una circunspecta sonrisa.

Empieza (¡otra puta vez!) a llover. No es un aguacero, no caen redondas las gotas ni se estrellan de coraje en los parabrisas. Sólo simulan un baile siniestro, estático en aire y neblina; prudente llovizna que se impregna sobre mis manos desnudas. La contemplo un rato desde adentro, préndome un "alas con filtro", antes lo huelo, lo observo extrañado por su tamaño diminuto, luego lo enciendo, le doy dos caladitas y me las guardo dentro unos segundos. Expulso el humo, paladeo, me visto la gorra, la encasqueto a mi redonda cabeza, rasco mi nuca.

Salgo del café. Camino deprisa, cabizbajo cruzo la calle y me adentro a un pasaje con libros viejos y enciclopedias de los 80. Reviso una colección de Quino y Mafalda: Toda Mafalda, muy cara, desmedida en precio; el que atiende el puesto me ojea receloso, le devuelvo el gesto, dejo el libro donde estaba, sigo mi rumbo. Mientras avanzo me quedo cavilando: Tusquets es una editorial cara, no debiera ser tan cara, sería bueno que uno tuviera acceso a ese tipo de caprichos de cuando en cuando, podrían publicar más “Sepan Cuántos” de obra contemporánea, darle una oportunidad a otros delirios; quitar un ratito lo de Homero y Sófocles y Alighieri para imprimir harto de Irving o Joyce o Dick… Llego al final de ese pasadizo estorboso y volteo para ver mejor, esta vez con mala cara - producto de mis rencores recogidos - al de Mafalda (que ya le vende a una señora el famoso manual de la Antaki). Alzo mis hombros.

Algo en el ojo me molesta: un pedacito de madera o una espora que gustó de mis legañas. Me detengo para arreglar el desperfecto. Primero abro bien los ojos y fijo la vista en algún punto neutral de este suelo de cemento. No pasa mucho. Los cierro entonces, trato de propiciarme una lágrima que barra ese bicho que ocupa mis espacios. No sale. Pienso en mis gotas y en lo útiles que son en estas circunstancias. Comprar unas ahora, en la farmacia de enfrente, me resulta en exceso antojadizo. Un gasto innecesario. Un lujo momentáneo que no garantiza mi rápido alivio.

Decido retomar la caminata; mi auto está a cinco cuadras y la lluvia arrecia. Encuentro una antigua tabaquería. Llama mi atención el olor de la vainilla con la que aromatizan una mezcla rara para pipas. Entro al sitio, arriba de la puerta cuelga desinteresada una campanita de cobre que me provoca un cálido gesto de sensaciones hogareñas. Un tipo que se acerca a los 70 llega a mi vera y solícito pregunta por algún ofrecimiento. De hecho sí (recuerdo en ese instante), ando buscando cargadores para pipa. Me muestra tres distintos, uno de oro, que no humedece el tabaco, otro de latón, para pipas de rotación y un tercero de uso diario. Le compro ése. Antes de irme le pido que me vuelva a enseñar el de oro. Noto que tiene un rastrillo para limpiar la cazoleta de las de porcelana. Inquiero: esto sólo es con las de porcelana, ¿verdad?. El que te llevas tiene uno parecido pero de curva. Lo saco de su empaque, me hace ver la diferencia. Agradezco la ayuda. Me despido con apretón de mano. Me da las buenas tardes. Se queda guardando los cargadores. Al abrir la puerta suena la campanilla, me estremezco brevemente, quedo a la intemperie y corro para guarecerme del agua fría que ya se avienta desde el cielo a todo transeúnte.

Sacudo el agua de mis mangas. De mi gorra escurren gotas heladas que me golpean la nariz, otras se me cuelan a las mejillas. Miro el reloj de la Catedral y me percato de que es tarde. Tengo una cita en diez minutos. Voy a conocer un nuevo lugar de descanso, pero antes debo pasar por la chica que lo habita. Prosigo mi marcha; no importa cuánto me moje, seguro que Jimena ya tiene toallas en el departamento.



< Wim Mertens. Struggle for pleasure >

2 comentario(s):

Celeste Laviani dijo...

Ah, qué bonito lugar.
Tu texto me remitió rápidamente a él.
¿Te gusta, Quino?
Me acaban de prestar "Toda Mafalda", me la voy bebiendo despacito.
Yo tenía VHS de chiquita. Mi mamá se trajo de Argentina toda la colección pero poco a poco se fueron perdiendo.
Y bueno, ché...
Por cierto, ¡hermosa foto!...
Celeste

Juan Carlos Medrano dijo...

Me encanta Quino, Celeste. Lo primero que leí de él fue una compilación de nombre: Bien, Gracias ¿y usted? / La pura golosina. Y luego tuvieron a bien regalarme el Esto no es todo que es una "enciclopedia" del Joaquinito.

Algún día, Toda Mafalda, algún día...

Abrazo.
Gracias por la visita.