martes, 29 de noviembre de 2005
Sibarita
A mi cabeza aterrizan forzosamente los recuerdos de aquel atardecer en Chapala. Un par de bellas señoritas con flores silvestres en la oreja, un seis de cervezas debidamente frías, la charla amena con pretzels, las parvadas de golondrinas raudas, veloces, kilométricas, propias de Jalisco. A mi cabello llegan sin mucho esmero los dedos suaves de una antigua noviecita, el viento helado del invierno xiqueño, el gel "verde plasma" que acicalaba mis mechas en primaria, el peróxido y los adolescentes tintes rojos y punketos. Mi frente se venga con 4 marcadas arrugas que denotan experiencia, intriga y poca crema facial. Mis oídos siguen siendo seducidos por cualquier melódico sonido: Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina, Pink Floyd, Mike Oldfield, Madredeus, Eric Clapton, Cat Stevens, Dire Straits, Peter Gabriel, Presuntos Implicados, Lila Downs, la Molina y la Vega y la Martirio y la Jiménez y la Salazar y Lamari (de Chambao), Mercedes Sosa, Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Alejandro Filio, Björk, Bob Marley, Chris Rea, Dave Mathews, Roger Waters, Dead Can Dance, Putumayo, Caram, Obispo y Evora, Dinah Washington, Frankie, Martin, Armstrong, Belén, Ketama, Portishead, D'Rivera y Valdés con Cigala, Pompougnac y su Costes, Zuco y su Brazilectro, la música francesa, el son jarocho, el son montuno, el flamenco, los celtas que cantan en gaélico, el son cubano, el afro-son, el huasteco, el potosino, el yucateco, el de costa chica, budha-bar y los soundtracks de Oliver Stone /// Mis oídos siguen siendo seducidos por cualquier melódico ruido: el trinar de primaveras, la lluvia escurriendo por las noches de verano, la risa delgada de los niños, la voz de mi madre, "el aire que juega entre los cafetales" (Alux Nahual), el ritmo de las grandes avenidas, el eco de los cines, los truenos muy lejanos, prolongados, las chicharras con calor, el "cielo andaluz" que da inicio a los queridos paseíllos, las zapatillas de mujer con elegante paso acompasado, el "gracias", el "te quiero", el "amigo", el "salud"; tantos y tantos y más. A mi boca se le paran los labios con las peras asiáticas y los quesos españoles de oveja, con la pizza casera de anchoas en sutil compañía de vino blanco, con los panes - chapata untados manualmente con jitomate, orégano y aceite de oliva; mis encías quedan enjutas con el sabor de la sandía, la fresa y la mandarina, se retuercen cuando prueban arracheras marinadas en sal y ajo, vociferan de alegría cuando conocen el pesto con albahaca y nuez o se alegran si sienten un bellini, un midori; mis dientes hacen fiesta cuando hay camarones empanizados con salsa de tamarindo o mango, o si, por casualidad - anualidad degustan el quiche lorraine de mamá o el envenenado en cerezas, selva negra. También el paladar se halaga al probar aceitosas fritas con frijoles y quesito de cabra xiqueña, agua de limón con zumo de cáscara o quesadillas con queso llegado de La Joya, epazote, rajas de jalapeño rojo y su toque de aguacate. (¡qué descortesía de mi parte hablar tan abundantemente de cocina!, y es que en la familia, la hora de la comida es sagrada, siempre nos estamos preguntando vía telefónica lo que comemos.) Mi cuello siempre que puede se entibia con bufandas, si está desnudo le gusta mostrar su manzana de Adán, poderosa, frágil, significativa. A mis manos les dicen piropos las mujeres por pequeñas y gráciles, por limpias, por livianas y por cálidas; a mis manos les echan serpientes los hombres por pequeñas y gráciles, por limpias, por livianas y por cálidas. Mis pulmones se desquician por el tabaco que consumo y la vida sedentaria que camino: tabaco con maple y con ron en pipa de roble regalada y poco usada, tabaco de químicos Marlboro, Camel, Delicados, Faros y Príncipe. Tabaco húmedo, tímidamente saborizado con esencia de limón, que fumaba deletreando las palabras y el humo de aquel Narguile que se rompió en pedazos cuando Cuahtémoc Blanco falló el penal de la victoria ante las Chivas Rayadas en un clásico más del futbol mexicano. Mis piernas se quejan de un cansancio ficticio, y mis pies se divierten chapoteando en el agua y se enfurecen con arena de los mares salvajes y cercanos. Y mi ego, y mi conciencia, y mi carácter, y mis ansias, y mis nervios, y mi risa, y mi estómago, ojos, corazón y sexo, quedan hechos polvo al percibirte, al conversarte, al anhelarte, al sudar, al reír, al comerte, al mirarte, al sentirte, al poseerte --- mientras cae el sol de otoño y tus pupilas me observan... dilatadas... satisfechas...
lunes, 28 de noviembre de 2005
Viaje en Aforismos y Haikús.
¬ Me lancé al abismo del amor y el enredo.
Me fue bien.
Caí, caí, caí... y el golpe fue el más tremendo aprendizaje. ¬
:: Descubrí la sonrisa de la naturaleza al abrir con un entusiasmo una mazorca ::
_ Supe que atragantarse de salsas nocivas -chipotle, chiltepín, habanero, jalapeño, pasilla - es insensato sin Picot de conclusión _
\ Dar es dar, como canta Fito Páez, sin rogarle a nadie que devuelva... \
~ La compra compulsiva puede producir efectos negativos en el cliente; se auguran mareos, náusea, diarrea y depresión ~
^ El vino tinto es mejor que el rosado, el rosado más simple que el blanco, el blanco no le pide nada al espumoso y éste irremediablemente te hace sonreír ^
= No es aconsejable buscar razones con desmedido empeño en comprenderlas =
' Hay dos clases de traileros: los amables en exceso y los hijos de puta '
> Los cumpleaños nos devuelven la frase sabinera que dicta: yo también fui joven antes de morirme >
, el cloruro de sodio con un diminuto toque de gliserol es el remedio perfecto ante la sequedad de la nariz y el alma ,
los tacos al pastor son mejores en mi pueblo, la barbacoa de borrego del bajío mexicano es toda una ambrosía
+ Los días se pasan tan rápido cuando uno es feliz que me atrevo a decir: la felicidad es recuerdo puro... qué negativo +
( el golf es un deporte inútil: juegas contra tí mismo, reflexionas mucho, comes mucho, bebes mucho, y te ganan las niñas (
Eso, más o menos, vino a significar el Tour al Altiplano de este bonito país de nubes. San Juan del Río, Qro. y alrededores. noviembre 24 a 27.
Me fue bien.
Caí, caí, caí... y el golpe fue el más tremendo aprendizaje. ¬
:: Descubrí la sonrisa de la naturaleza al abrir con un entusiasmo una mazorca ::
_ Supe que atragantarse de salsas nocivas -chipotle, chiltepín, habanero, jalapeño, pasilla - es insensato sin Picot de conclusión _
\ Dar es dar, como canta Fito Páez, sin rogarle a nadie que devuelva... \
~ La compra compulsiva puede producir efectos negativos en el cliente; se auguran mareos, náusea, diarrea y depresión ~
^ El vino tinto es mejor que el rosado, el rosado más simple que el blanco, el blanco no le pide nada al espumoso y éste irremediablemente te hace sonreír ^
= No es aconsejable buscar razones con desmedido empeño en comprenderlas =
' Hay dos clases de traileros: los amables en exceso y los hijos de puta '
> Los cumpleaños nos devuelven la frase sabinera que dicta: yo también fui joven antes de morirme >
, el cloruro de sodio con un diminuto toque de gliserol es el remedio perfecto ante la sequedad de la nariz y el alma ,
los tacos al pastor son mejores en mi pueblo, la barbacoa de borrego del bajío mexicano es toda una ambrosía
+ Los días se pasan tan rápido cuando uno es feliz que me atrevo a decir: la felicidad es recuerdo puro... qué negativo +
( el golf es un deporte inútil: juegas contra tí mismo, reflexionas mucho, comes mucho, bebes mucho, y te ganan las niñas (
Eso, más o menos, vino a significar el Tour al Altiplano de este bonito país de nubes. San Juan del Río, Qro. y alrededores. noviembre 24 a 27.
martes, 22 de noviembre de 2005
Cruce de Caminos 1/n
--- Los narcotraficantes de hoy tienen título, algunos maestría, y hasta doctorado poseen los de más alto mando. Así, intrusos de la realidad, maleantes integrales, tienen apodos como "el doctor", "el abogado", "el ingeniero". Esto supone un cambio sustancial dentro de la escena política mexicana; pues a mayor preparación, mayor penetración en los diversos sectores desinformados de nuestra amplísima sociedad. Y así, con supuesto más "iq", las narcoredes expanden su dominio por todo territorio antes controlado. Por fin, drug dealers con sentido común, balaceras pensadas para herir a la menor cantidad de civiles, comercio exterior con teoría y fundamento de causa. ---
°°° Ayer, como mágico insumo invernal, la temporada de ponches fue estrenada en casa con bombo y platillo. Atardecía y enfriaba, de pronto, una tenue melodía sabórica fue impregnando el hogar; jamaica, canela, tejocote y manzana con jengibre iban llegando de a uno, y luego en brutal instinto, todos juntos, ya más fuerte, imperiosa necesidad de acercarse al fuego siempre eterno que emana de las cocinas, de las mujeres y del alcohol. Y ayer también, inauguré por frontal derecho, la doble cubierta de mis pies, calcetín de algodón, medias de lana. Otoño con tinte fuerte de invierno. "A la garganta le entra el frío por los pies", dicen las mujeres sabias de mi pueblo; así que con presteza yo me enfilo al deguste de bebidas calóricas y calentitas plantas. De esta manera lujosa, calmo mi continuo tiritar; mientras lo hago - y debo aclarar que ya el delicado sabor a melaza en mis labios me incita a cosas peores -, recuerdo la hilera aquella de gente sin techo, que un 31 de diciembre, mientras los manjares y las uvas eran deglutidas, se acomodaba dormitando bajo cartones en la plaza central queretana. Todos volteamos la mirada, agachamos un poco el rostro y simultaneamente agradecimos la fortuna. °°°
--- Tengo la costumbre de doblar mi pierna derecha y formar una figura budista de medio loto sobre la silla en la que como; lo hago sin pensar, y al rato llega el cosquilleo que me recuerda el ingrato pasatiempo. Un día lo comenté con mi madre, le dije lo molesto en lo que se estaba convirtiendo. Mi bisabuela, a la que nunca conocí, tenía el mismo impulso... y era una dama de alta sociedad, no crean que un volátil peatón que va sin rumbo fijo, no no, una de esas señoras que comía tostadas con cubiertos. Luego pensé: ¡Qué sinvergüenza es la genética!, mira nada más que saltar tres generaciones para que apareciera el numerito de la pierna no es cosa agraciada. Y ese mismo día con mamá concluimos: ¿y las cosas peores?, ¿y aquel bisabuelito asesino, ladrón, pateta?, ¿boicoteará nuestros sueños de grandeza y caeremos en el irremediable trecho poco amistoso de la vida paria?. De miedo. ---
°°° Un amigo en un bar, entrado en copas, nota la inusual presencia de una bella chica de 18 abriles casi atropellándole la espalda; el amigo pregunta con cautela y con aire etílico: ¿vienes sola? - no, con unos amigos, pero no tenemos mesa... -¿no tienes mesa? - increpa un tanto irreverente y luego exclama con sonrisa de ganador: ¡yo te pongo casa!. La niña dulce huyó con su bandada de pequeñas hormonas sueltas y nosotros reímos sin parar cerca de dos minutos, luego chocamos los vasos en triunfal desahogo. ¡Salud!, dijimos; y bebimos de hidalgo el ron amargo. °°°
°°° Ayer, como mágico insumo invernal, la temporada de ponches fue estrenada en casa con bombo y platillo. Atardecía y enfriaba, de pronto, una tenue melodía sabórica fue impregnando el hogar; jamaica, canela, tejocote y manzana con jengibre iban llegando de a uno, y luego en brutal instinto, todos juntos, ya más fuerte, imperiosa necesidad de acercarse al fuego siempre eterno que emana de las cocinas, de las mujeres y del alcohol. Y ayer también, inauguré por frontal derecho, la doble cubierta de mis pies, calcetín de algodón, medias de lana. Otoño con tinte fuerte de invierno. "A la garganta le entra el frío por los pies", dicen las mujeres sabias de mi pueblo; así que con presteza yo me enfilo al deguste de bebidas calóricas y calentitas plantas. De esta manera lujosa, calmo mi continuo tiritar; mientras lo hago - y debo aclarar que ya el delicado sabor a melaza en mis labios me incita a cosas peores -, recuerdo la hilera aquella de gente sin techo, que un 31 de diciembre, mientras los manjares y las uvas eran deglutidas, se acomodaba dormitando bajo cartones en la plaza central queretana. Todos volteamos la mirada, agachamos un poco el rostro y simultaneamente agradecimos la fortuna. °°°
--- Tengo la costumbre de doblar mi pierna derecha y formar una figura budista de medio loto sobre la silla en la que como; lo hago sin pensar, y al rato llega el cosquilleo que me recuerda el ingrato pasatiempo. Un día lo comenté con mi madre, le dije lo molesto en lo que se estaba convirtiendo. Mi bisabuela, a la que nunca conocí, tenía el mismo impulso... y era una dama de alta sociedad, no crean que un volátil peatón que va sin rumbo fijo, no no, una de esas señoras que comía tostadas con cubiertos. Luego pensé: ¡Qué sinvergüenza es la genética!, mira nada más que saltar tres generaciones para que apareciera el numerito de la pierna no es cosa agraciada. Y ese mismo día con mamá concluimos: ¿y las cosas peores?, ¿y aquel bisabuelito asesino, ladrón, pateta?, ¿boicoteará nuestros sueños de grandeza y caeremos en el irremediable trecho poco amistoso de la vida paria?. De miedo. ---
°°° Un amigo en un bar, entrado en copas, nota la inusual presencia de una bella chica de 18 abriles casi atropellándole la espalda; el amigo pregunta con cautela y con aire etílico: ¿vienes sola? - no, con unos amigos, pero no tenemos mesa... -¿no tienes mesa? - increpa un tanto irreverente y luego exclama con sonrisa de ganador: ¡yo te pongo casa!. La niña dulce huyó con su bandada de pequeñas hormonas sueltas y nosotros reímos sin parar cerca de dos minutos, luego chocamos los vasos en triunfal desahogo. ¡Salud!, dijimos; y bebimos de hidalgo el ron amargo. °°°
lunes, 21 de noviembre de 2005
Ego Circular
... toda lóbrega, la estatua no sonríe... no sonríe ni llora... ni llora de amargura en los entierros, ni se mofa de pájaros ciegos... pájaros ciegos que se estrellan en invisibles aires veraniegos... aires veraniegos llenos de coraje que azotan duro la cara de los cielos ... los cielos negros, rojos, blancos, llenos de temor, de luz, de gotas ácidas ... gotas ácidas sin par, gotas de orgánico sabor... orgánico sabor a besos robados... besos robados de las niñas que a mi lado, por el parque, se pasean... se pasean tirando flores de maldad a quien las ve... las ve sin morbo, con gracia, hasta púdicamente las ve... las ve pensando cómo serán en la cama... la cama del cuarto contigüo... contigüo, contigo o sin tí, lo mismo da... mismo da(do), muchas caras, pro-ba-bi-li-dad... li-dad, librad batallas cantando con queda voz... queda voz que te dice al oído un te quiero dulce... quiero dulce de tus labios, caramelo de tus pechos, sinrazón de tu entrepierna... tu entrepierna cansada de halagos, ávida invitada a mis desenfados... mis desenfados MÍOS, mis secretos lugares MÍOS... lugares MÍOS que, por sagrados, rara vez se tocan... se tocan como diciéndole al mundo que se calle... se calle o se caiga, se detenga de rumores... de rumores tibios que amenazan con romperme.... con romperme en mil pedazos y darme una buena bofetada que enrojezca el alma... el alma que me ata a tus pies, guardianes caminantes de todas mis andanzas... mis andanzas con otras damas de sospechosa calma... sospechosa calma encadenada a mis pesares... mis pesares por soberbia, por decidia, por temor a equivocarme... a equivocarme y perderte vida mía... vida mía en quereres, en saberes, en recetas de cocina... de cocina con Afrodita de hechizera... de hechizera buena que en suculentos manjares nos devora por envidia... por envidia a no poder calentarse un poco con nosotros... con nosotros no, hoy no, y por eso nos mira toda lóbrega...
Ser a la zurda más que diestro.
Un comercial en la radio entra con estruendoso Heavy Metal. Se oye una voz de arcaico personaje que dicta la sentencia: ¡bájale a esa música horrible! - ¿qué tienes contra el metal abuelo?, responde con enfado el quinceañero. -¡es ochenterísimo! - le argumenta el viejo, mientras pone en tornamesa a los Grandfunk Railroad.
Por desgracia, o quizá por aquello del libre albedrío, tenemos la tendencia de abordar cada pasaje de nuestras vidas con ópticas preestablecidas que a veces sólo consiguen dañarnos. Nos aferramos con tristeza a la irremediable verdad entrecomillada y de ahí, no nos mueve nadie. La necedad, sin embargo, se convierte en nece(si)dad cuando se trata de cuidar los territorios sagrados de cada persona. Como individuos, debemos mantener a raya nuestra personalidad y aderezarla con carácter. Eso crea conflicto, pues al haber debate, el gen maldito del temperamento sale a relucir y nos deja hechos pedazos, o peor, hace que despedacemos a otros débiles inquilinos de la vida.
La necedad viaja gratis en cualquier transporte. Se aferra a los comentarios, logra desquiciar al intermediario; necia, la necedad irrumpe en nuestras camas y destruye hogares cual huracán feroz que aqueja estos tiempos de no muchos portentos. Y sabia, la necedad a veces, planta la semilla del entendimiento en nuestros corazones. Ser tan apegado a las ideas es, sin duda alguna, un mérito poco explicado - es como la lluvia, que tanto disgusto provoca y tan vital que es -. La necedad es vía rápida de la inseguridad, y la inseguridad nos vuelve vulnerables. Vulnerables ya, atraemos los problemas con ingeniosos imanes sin razón, y sin razón vivimos siendo necios. Necios de seguir siendo necios de seguir siendo necios de seguir siendo uno mismo.
Título original extraído de la canción "el necio" de S. Rodríguez
jueves, 17 de noviembre de 2005
París en Taxi
< < < El levantamiento en París hace algunos días me dejó pensando (y eso es malo). La génesis de esa áspera historia urbana es la de unos alborotadores, que mediante blogs, se dieron a la tarea de alebrestar a la multitud enardecida por la muerte de algún árabe. Lo más terrible es la naturalidad con la que este tipo de historias nos llegan, nos hemos acostumbrado tanto a la violencia que al más mínimo empujón, reaccionamos instintivos y pelamos los dientes.
> > > A una señora se le olvida el bolso en el taxi. El sol aún no despunta de lleno y ella llega llorando a la estación de radio más cercana. La conductora en turno da el aviso: "señor taxista, la señora Josefina Andrade dejó su bolsa en su unidad - y da más especificaciones técnicas -, si me escucha, repórtese con nosotros; ella ofrece recompensa". Así pasan cerca de 10 larguísimos minutos de frustración y vergüenza. ¡ Tenemos una llamada en línea !, es el taxista de la bolsa, argumenta gritando un insignificante gato de la XEW. El comentarista de deportes, que en ese momento dicta la sentencia del rotundo Tres a Cero que le propinó Bulgaria a nuestros mexicanitos, se une a la algarabía, y en ese mismo instante expresa: "señor Gómez - apellido del héroe conductor -, ¿de qué equipo es usted?"... "siempre he sido Puma", responde con voz aguardientosa. Pues ya estuvo señor Gómez, yo le consigo el balón firmado por los jugadores, la camiseta oficial y una entrada para que vea un partido desde la banca"... "no, pu's... pu's gracias", se extiende bajo las ondas hertzianas un silencio que derrite, y luego, y luego Gómez continúa: "es que nomás ablo pa' decir que cuando me di color ya le abían virlado lo que se jayaba dentro". Vámonos a publicidad.
< < < ¿con cuál te quedas tú? > > > Viva México. Viva el Mundo.
Sí Cierto.
> > > A una señora se le olvida el bolso en el taxi. El sol aún no despunta de lleno y ella llega llorando a la estación de radio más cercana. La conductora en turno da el aviso: "señor taxista, la señora Josefina Andrade dejó su bolsa en su unidad - y da más especificaciones técnicas -, si me escucha, repórtese con nosotros; ella ofrece recompensa". Así pasan cerca de 10 larguísimos minutos de frustración y vergüenza. ¡ Tenemos una llamada en línea !, es el taxista de la bolsa, argumenta gritando un insignificante gato de la XEW. El comentarista de deportes, que en ese momento dicta la sentencia del rotundo Tres a Cero que le propinó Bulgaria a nuestros mexicanitos, se une a la algarabía, y en ese mismo instante expresa: "señor Gómez - apellido del héroe conductor -, ¿de qué equipo es usted?"... "siempre he sido Puma", responde con voz aguardientosa. Pues ya estuvo señor Gómez, yo le consigo el balón firmado por los jugadores, la camiseta oficial y una entrada para que vea un partido desde la banca"... "no, pu's... pu's gracias", se extiende bajo las ondas hertzianas un silencio que derrite, y luego, y luego Gómez continúa: "es que nomás ablo pa' decir que cuando me di color ya le abían virlado lo que se jayaba dentro". Vámonos a publicidad.
< < < ¿con cuál te quedas tú? > > > Viva México. Viva el Mundo.
Sí Cierto.
miércoles, 16 de noviembre de 2005
El revitalizante sonido de la magia
Inspirado en el poder y éxtasis que me provoca toda música.
Para los citados e innombrados aquí, en cualquiera de las confluencias que se acerquen... les quiero.
Una narración de Juan Carlos Medrano.
Habrá que aprender a mirar de forma diferente, mirar como miramos nosotros, el equipo, los terrestres que alucino, los desafortunados por no tenernos todo el tiempo. Mirarnos sin tapujos como sólo el tiempo que ganamos juntos nos lo dicta. Mirarnos desnudos, a los ojos, al cabello, a las manos, mirarnos un día después, un mes entero, un año mirarnos, saborearnos, comernos vivos y escupirnos luego para renacer cual fénix post-agónico. Mirarnos bajo la óptica universal, bajo el hilo transparente y delgado que pende del foco, del foco cualquiera que hemos aprendido a apagar y a encender del mismo modo, con riñas, con recelos, con incógnitas perdidas que a veces se nos abalanzan para decirnos fuertemente que estamos equivocados. Esto nos gusta, considero siempre el “nos” y así sentirme acogido por todos aquellos bien queridos que a su vez cosechan mis querencias. Por ello les quiero tanto, por ello escriboles sin retortijones ni cólicos a los que me he hecho tan adicto.
Soy Juan Carlos, aficionado a pocas emociones físicas, amante de la música a la que considero medicina confiable en toda ocasión, aventurero de los bares, las botellas y las damas a las que no es necesario hablarles para lograr fortuna. Hablador, soñador, idealista, un poco loco, un tanto tonto, un sin razón, un visceral, un escritor mal pagado, mal formado, dueño de sus ritos y su higiene, príncipe eterno de aquellas que no existen, enamorado profundo del sol cuando cae por mi ventana, enemigo del calor, alternativo en pensamientos, con muchas dudas por venir, 14 canas mensuales, un trabajo fijo- momentáneo que me coloca en una larga lista de seres comunes, dos padres, tres hermanos, cuatro amigos, muchos conocidos afines, un puñado de violines, fotos viejas, nuevas, internacionales. Tres aeropuertos y algunas ciudades. Tengo mis diez dedos de las manos y mis uñas largas en los pies por puro gusto, por dejado, por intelectual frustrado, por filósofo frustrado, por músico roto, por mago sin magia, por descuido en la salud, por eso muchas veces cargo con mis uñas sin afeite, con mi barba negada, con mi bigote esquizofrénico que no haya camino parejo que seguir, con mis dientes chuecos, mi arcada pequeña, mis señuelos donde siempre caigo, con un siglo de debilidades y más de una veintena vivida a la salud propia. Lo tengo todo, no me quejo. Busco siempre una razón uniforme que me convenga y me ato a ella neciamente, sin sinceridad, con ahínco de querer tener siempre la razón. Dios dirá.
“ e imagino muchas veces que mi deber eterno es darle a mis padres un lujo, muchos más de ser posible, un título idiota que me saque de pobre y que nos llene el alma a todos. Canto para ocuparme de ello y termino preocupándome, hay ocasiones en las que, dentro de un baño con Talavera, mientras el shampoo más caro acaricia mi piel y el jabón neutro para los granos repasa mi carita menos redondeada, actualizo mis metas, recorro objetivos, los concluyo, creo nuevos retos, retos dignos, retos interiores”
Le llaman Gerardo al mayor de mis hermanos y mi madre argumenta con sobrado uso de su razón sobrecogedora que debo ser paciente y tolerante con él. No lo soy, en lo absoluto, quizá chocamos por nuestro afán de llamar la atención en cada invitado a nuestras vidas, tal vez por leyes zodiacales, la más, por la bien habida música que aqueja el corazón de los dos, muy distintas, muy semejantes, muy músicas. Es ello. Ahora bien, vale la pena aclarar aquí, sin disturbios ni interrupciones que su gritería me afecta: intolerancia. Su siempre presente alegría en cada acto me ruboriza y paraliza, me hace más pasivo, característica que tengo de sobra, nadie me arrebata el premio, vaya premio. Luego entonces, grita y mi alter ego me apunta con una pistola a la sien dictándome que ría como idiota y sobrelleve el evento: amargura, nuevo “don” que día con día consigo hacer más palpable. Después sobreviene una cara larga por mi parte y empieza a funcionar el detonante. Sin embargo no hay por qué quedarse ahí, hay en él un intrépido sentido de adrenalina que me gusta, que refleja mis más profundas frustraciones. Y existe, por sobre todas las cosas, existe en su interior un duende pequeñito que le aconseja mirar para adentro de vez en cuando, recapitular y dar marcha (con un vapor inagotable) a todos sus sueños. Eso, señores del jurado, eso me reconforta, hace que le quiera con todas las palabras. No vive aquí, mas pertenece en corazón y piel a aquí, a Xico quiero decir, pueblo natal del que tanto hablo en mis pocas parábolas. Gerardo se despierta temprano, balbucea algunos sonidos de ronquera, blasfema siempre antes de que cante el gallo, entra al baño, se ve los ojos rojos, hinchados, adormecidos, merodea por las inmediaciones de una diminuta barba. Mientras se baña, y aún la calle duerme, piensa en los deberes del hombre cotidiano y repasa los quehaceres en fábrica (labora en Clarion, vive en San Juan del Río, Querétaro, pesa... algo normal para su edad y complexión). Sale de la regadera un poco más despierto, entra a su habitación, hay una mujer semidespierta debido al ruido que ocasiona al tropezarse con un zapato olvidado, obviamente vuelve a blasfemar, se dan un beso: Elsa es la mujer que casi duerme y es mi cuñada. Platican un poco de la nada, como si quisieran detener el tiempo. Él sale listo y complacido, de camino a las escaleras que lo conducirán al auto y al seco frío de la mañana, abre la puerta del cuarto de sus hijas Elsa y Cristina, sobrinas mías, les da un beso quedo, muy suave, muy sin sentido, muy con sabor. Nota que se le hace un poco tarde. Mientras maneja sigue viendo esa cuasi barba por el retrovisor, ése, donde los objetos son un poco más grandes de lo que parecen, a la vez que afirma en la mente, ilusionado, seguro y feliz que es un buen padre de familia. Hace algunos meses, tuve una riña con él (la más insigne de todos los tiempos) debido a un exceso de nervios por mi parte y una confusión de pensamientos de su lado. Todo fue un líquido venenoso que como entró, salió. Esa misma noche, los dos bebimos de más, comprendimos lo insignificantes que son nuestras “tragedias” familiares y nos dimos un abrazo donde casi muero asfixiado. No volvimos a hablar del intrascendente asunto, no hay por qué. Nos queremos, nos cuidamos, y a veces, cuando me dejo por cansancio, me gana en el ping pong.
“ tengo la impresión, y debo decir con seguridad que la simpleza en alma sobrelleva a la simpleza en cuerpo y en estado, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo que sueño y lo que hago, el mar y los bosques, la lluvia y el viento, el shakesperiano ser y no ser que atañe a muchos de nosotros, debo citar aquí, aunque nos pese por tener más líneas que leer, un fragmento exquisito de Niko Kazantzakis para introducirme al fantástico mundo celular de otro peculiar alienígena, hermano mío también. Kazantzakis, hacia el final de su novela “Alexis Zorba, el griego” señala benevolente su sentir hacia la vida: “sacó algunas castañas de las brasas, les quitó la cáscara, entrechocamos los vasos; durante largo rato permanecimos allí, bebiendo y masticando sin prisa, como dos grandes conejos, mientras oíamos a la distancia los bramidos del mar. Permanecimos silenciosos junto al brasero hasta muy entrada la noche. Comprendía yo nuevamente qué sencilla y frugal es la felicidad: un vaso de vino, una castaña, un mísero braserillo, el rumor del mar. Nada más”
De voz avasallante y presencia interior, muy transparente en pensamientos, usualmente le llamamos Jorge al segundo de mis hermanos. Sueña todo el tiempo con ver ovnis, quizá espere que su raza no se haya olvidado de él y un buen día regrese a rescatarlo de esta tierra llena de microbios y demás artefactos más complejos que a veces causan recaídas y profundos cambios en su ánimo cotidiano. Sin embargo, cada día me convenzo más de que se adapta con facilidad a las situaciones que este laberinto vivencial le tiene diseñadas. Los cambios climáticos le aquejan a diario, sufre delirios de persecución, se encuentra bien en hábitats naturales y los conglomerados civilizados le provocan una irritación, casi tic, en toda su cara que se retuerce e hincha su piel. Se ha hecho de medicinas alternativas excepcionales pues ha podido cultivar, además de setas, una familia deliciosa y llena de matices con la que pasa mucho tiempo, es hogareño, un poco torpe con sus movimientos y, aunque suene un tanto contradictorio, posee unos reflejos envidiables. Le afecta todo lo que a mí no me afecta y viceversa. Vive con nobleza, aunque de cuando en cuando se de sus lujos y despliegue una muestra de maldad infantil que me atrae de sobremanera. Juega todo el tiempo, quizá su mente sea un juego donde todos somos protagónicos menos él, ahí se equivoca, se lo he dicho, es tan protagónico, que a veces cansa, pero el hace caso omiso al comentario y sigue pensando que el peor de todos los males, si no lo tiene ya, alguna tarde, cuando esté desprevenido entrará en su cuerpo y lo matará. De cualquier forma, esto no lo hace palidecer en ningún momento, ríe mucho, es su antibiótico preferido (y debiera ser el de la humanidad). Cuando se encuentra solo en el espejo y recorre una a una las partes de su cuerpo noto una vanidad de tremenda simpatía. Supongo que de alguien lo heredamos, yo paso, de 24 horas, restando las ocho de mi sueño obligatorio y uniendo los fragmentos, al menos unas dos en el espejo, me encanta verme y sentirme atractivo a la vista de los demás. No con esto digo que él sufre el mismo mal, a lo mejor se trate de una escapatoria al perfeccionismo que debe tener cualquier cuerpo. Sus impulsos tienen la ventaja de ser compatibles en todo momento, hemos aprendido de ellos y nos gusta verle en todo su esplendor, cualesquiera que sean los significados de la frase. Así pues, Jorge va pisando territorios que no imagina, compartiendo siempre su alegría, su molestia o su indiferencia por las referencias que nos unen. Es, y auguro será siempre, motivo de recuerdos infalibles a la humedad en que habitamos todos, recuerdos que conducen siempre a reuniones en alguna ventana frontal de su casa con algo de country para asesinar vasos con cerveza. Leticia es su contraparte amorosa, su amada esposa y compañera de mil batallas libradas y ganadas con la salud de su angelita, hija de algunos años, sobrina inquieta que las más de las veces, saca a relucir y contagia con su risa y comentario. Jorge entonces, juega el rol de devolvernos espontaneidad que muchas veces perdemos por tratar de apegarnos a falsos protocolos de camaradería y hermandad, es una pieza única de secretos mitológicos que noche a noche mata a miles de dragones habitantes de su entorno. Es una Ambrosía de experiencias que aprendo y fijo en mi memoria, un terremoto sin punto medular, sin falla, sin fecha de caducidad, ésa, que busca tanto en los yogures y otro derivados lácteos.
“ una cicatriz no es un disturbio eterno en nuestros cuerpos, ni el lugar al que todos miramos primero cuando conocemos a una persona que la tiene, es sólo una experiencia digna de contarse, incluso de presumirse. Por ello afirmo que con continuidad me ando complicando en banalidades. Sufro ante la oportunidad de saber que sólo yo me saco de ésta, que es la última vez, que qué van a decir cuando se enteren de mis debilidades. Complicado, ése soy yo, un tipo que se interna en querer probar que la gota que derramó el vaso no fue por culpa suya y que avisa que es mejor que estén armados porque para allá van todos sus disparos”
En la vida difícilmente he conocido a mi antítesis en esta clase de lujos, al que para terminar la discusión sólo le falta un empujón de serenidad y con ello todo queda muy claro. Su verdadero nombre es Patricio aunque poco lo usamos, no sé, quizá porque su femenino nos suene a una telefonista cuarentona de no mal ver, misma que no tiene el mínimo de parecido con su realidad en masculino: el tercero de mis hermanos. A Patricio le conocí quizá cuando yo deambulaba sin quehacer por el jardín de nuestro hogar, todo enloquecido por mi notoria falta de imaginación para divertirme, y el ya destinaba muchas horas a la construcción de algún maravilloso artefacto que lo llevaría de viaje por lugares insospechados a los que por supuesto yo quería añadirme como por arte de magia: nada es tan sencillo pequeñuelo, me decía, y sin más, buscaba otro rincón apartado donde no hubiese “insectos” que le molestaran. Pasaron los años, muchos; nuestro carácter se fue forjando por cada una de las rutinas que asimilábamos de pequeños, el mundo, por decir alguna frase hecha, era muy grande en ese entonces y nosotros, un dúo de párvulos parecidos a dos granitos de arena en una playa llena de secretos por compartir y descubrir (pónganle el orden deseado). Patricio así, se ganaba sus experiencias, sus cicatrices, mismas que provocaban envidia de mi parte debido a mi amargura ya sembrada por aquellos tiempos. Fue creciendo y redescubriéndose, encuadrado en un ilimitable universo creador, circunstancia que le llevó a ser un tanto frío y hagamos una pausa; frío, bajo el único sentido de considerar su postura de amante efervescente pro-aventuras con cara seca la mayoría del tiempo para no denotar su entusiasmo; esto quedó atrás y se volvió un mito, una mala fama de persona calculadora que acabará por tener la razón cuando se enraíza una de esas discusiones maravillosas dentro y fuera de la comuna. De pocas palabras, pero majestuoso pensar, ha ido ganando empatía por doquier, simulando males estomacales por su antiguo y vigente comer excesivo, demuestra una fijación espectacular por todo aquello que nos es desconocido: él ya lo vio en alguna otra parte, él ya lo vivió, él ya sabe la respuesta, él se las ingenia y nos gana a todos dejándonos perplejos a la vuelta de la esquina, pues debo aceptar que sabe jugar a las cartas de la vida; se pone un estándar de ganador y es una máquina imparable. Paradigmático, amigo de las causas nobles y el hermano que siempre es bueno tener cerca. Digámoslo con todas las letras, tiene focus, es inteligente y en algunas ocasiones chantajista, pero ello lo tenemos todos; pasamos de una situación a otra y buscamos el bien propio a toda costa, ante esto, no nos queda más que aceptar que somos algo maquiavélicos. Su figura inspira lentitud, su cerebro, rapidez dominante, sus acciones algo de entusiasmo, los hechos que le rodean, resultados. Novel casado con una colega mía por la carrera, de nombre continental y vida serena, América lo consiente y sé con certeza que el acto es mutuo pues Patricio sabe consentir, eso nos une mucho a él, eso y todo el trasfondo que por debajo se mueve al ritmo que desea. Hermano de mil vidas, de corazón abierto, de serenidad inmune a los cambios que nos depara la existencia, vierte siempre gusto especial por pasiones efímeras, hace trueques consigo cuando se aburre y le da la vuelta al mundo portando la bandera de oficios diferentes; constructor de escalas Lodella, tibio ciclista de montaña, pescador paciente en playas singulares, políglota, gastrónomo espectacular del buen gusto y la vida bien, taurófilo pudiente de conocimientos enciclopédicos, esposo amante, viajero incansable por sus sueños y su mundo, emprendedor de las actividades más cotizadas, coleccionista de objetos hogareños que cuenten con tecnología suprema o se destaquen por su rareza excepcional, cálido, malhumorado por la mañanas, mal humorado por las tardes, mal humorado por las noches, roncador de cuerda suelta, filósofo barato, filósofo caro, incomprendido, sabelotodo y en extrema preparación para saber aún más, buen dador de consejos infalibles, amigo de muy pocos, compañero de muchos, ejemplo de algunos, sentimental frustrado, obsesivo, buen anfitrión y lo mejor de todo, si le quitas las escamas y las vísceras antes de comértelo, es un manjar estupendo.
“ decir a veces que lo sientes sin ser sentido, percatarte del desastre y comunicarlo a tiempo, y volver, volver, volver, a cuidar las amistades, el fondo de las botellas, el colchón listo, el programa terminado, a cuidar, por decirlo de algún modo deshonesto, cada una de las cualidades que como humanoides tenemos, procurar al herido si el herido es conocido, sancionar de ser preciso, arcángel miguel, muchos cuentos de las damas venideras, muchos ritos sin ninguna conclusión, mucho amor, mucha patria, mucho incienso, mucha lucha interminable y sesgada, catástrofe, contrario a los límites y de seis amontonadas letras, vivencia infinita del amigo hermano o viceversa”
Cada instante en el viento, un soplo, un ingenio, la verdad sin rodeos, el magnate imaginario que vive con lujos, el exquisito inquilino cinco de toda esta mezcla de pudores. Llamado constantemente Arturo, indicio de peligro al volante, conocedor de sueños, hermano incómodo, nunca agregado cultural, de gusto refinado y apetito ensordecedor, canta mucho, ríe al igual que sus iguales, pero lo hace con gracia, una gracia funesta que a veces nos deja boquiabiertos, de confianza inmediata, poco pelo, algunos granos, ligero de equipaje y rigurosas visitas al dentista, amiguero, compañero, milonguero y seductor seducido por la misma seducción de sus palabras para con ellas. Injustificado en ocasiones, en modales algo extraños, nostálgicos, agresivos, simples, inteligentes. A Arturo le encanta Dios, dice que Sabines boicoteó su pensar y piensa seriamente en revivirlo para amonestarle por su falta grave. De amores pocos y sueños muchos, con casa de soltero y sonido estereofónico, vivo, más vivo que el agua, lento al igual que su íntimo amigo del alma, lento al igual que Patricio. Universal, concluyente en materias inconstantes, blando, bonachón y de mano muy dura en ocasiones, amigo inseparable del brandy, chico que comparte, que enseña a vivir a su manera, que deja abierto el corazón y las ventanas de su casa en espera de la princesa rosa, rota, de la princesa diaria que lo comerá con argucias que sólo él entiende. Balbuceante, pensante, fregativo, imitador de costumbres opulentas, de mirada inquieta y boca astuta que alimenta al desprotegido en su momento y molesta al cínico por las noches, cálido en sus bienvenidas, fiel a sus fieles, voluntad que cambia de un día a otro con facilidad extrema, Arturo se divierte por el planeta como pidiendo a gritos que todos lo hagamos, que sólo se vive una vez, que el infinito no existe, que por qué demonios esperarse hasta mañana, algo impaciente en sus apariencias mas meditabundo por dentro, chiflado eterno de los bares, el pelón que todo mundo quiere y deja entrar a sus hogares, el amigo inigualable que ha sido para mí durante muchos años un hermano con quien jugar, con quien deletrearme paso a paso si alguna depresión me aflige, con quien charlar de la nada y así reinventar el mundo, la sociedad, los elementos, los protocolos, el cerrado a nuevos ritmos, el bohemio que derrama simpatía, el molesto que te irrita cuando menos lo deseas, el antiguo colega de esta casa con recuerdos, al único que mi madre llama por su apodo, y mira que tiene varios, al único que mi padre besaba como si fuese un hijo, al único en quien los cuatro hermanos encuentran como nexo, Arturo conjunción, Arturo de las despedidas y todas las tardes, de la danza, la música, el alcohol, la belleza en los ojos de una dama, la ternura en las muecas de una niña, la simpleza del que nada dice y mucho aprende, el diestro que enfada, la mano que abre el refrigerador ajeno y lo vacía sin excusa, porque así se le permite, porque así se le quiere, porque vierte en cada uno de nosotros una felicidad inmediata, palpable al abrazo del eterno camarada.
“ decidido a alejarme, volví a manosear las coincidencias. Vuelto más fuerte y sin menos estragos, le hablé, casi pude comunicarme, rompí en llanto, peleé, bailé por todo el corredor, soñé que estaba despierto, dije dos palabras, muy extrañas, en algún otro idioma y como poseído, salí a la calle a vender fantasías policromas, llenas de matices, con diferentes precios, con otra mirada, sin pensar en algo, pensando en nada, en la nada más bien, en aquella musa incompetente que terminó siendo mi mejor aliada y así conocí a la muerte, y así conocí el destino, y así, cuenta me di de lo inmediato que es romper las reglas, los modelos, las vigencias”
El gusto es mío, dije con acierto, y lo será para siempre. Él me enseñó que para sonreír sólo hace falta despreocuparse de lo inimaginable, desprenderse, ver los problemas propios como ajenos y después volver a ellos cargados de estrategias para derrotarlos, me enseñó y sigo aprendiendo, entre otras muchas cosas a valorar lo valuable y balancear los sueños tangibles con los que no lo son. Le conocemos por Eduardo y tiene mi edad, tiene la edad del cielo como alguna canción lo cantara, la edad con que se nace y que jamás se olvida, por ello siempre interfiere de buenos modos con su ancho panorama urbano, ilimitado creador, entrelazado en varias artes y en ninguna, logra acoplarse a lo que venga, sin miramientos ubica a su presa, la caza, cocina y degusta con la serenidad del tiempo. Hecho mayor a empujones y de vida nómada, calcina con miradas de piedra, entumece cada músculo para después integrarlo en cualquier ambiente, camuflado detrás de una red de secretos, deambula siempre con la cabeza en alto, es amable con quienes le son empáticos, siempre vigente en pensamiento se ha metido hasta los huesos en mi vida y lo agradezco, amigo de mil humores, de mil amores, con él conocimos el fuego, las damas, el dinero, lo ilegal, lo correcto, el río, las quemaduras, la rasuradora. Conciencia perfecta de los imperfectos, mi conciencia cuando así lo quiero. De pensamientos nobles y posturas que carecen en favores, a veces se le juzga mal, otras tantas se le admite como genio. Llega a la poesía como si de un catador de viejos vinos se tratara, devorador habitual de libros, de costumbres, de modos de hablar, de tornamesas, de lienzos, de objetos oxidados, alacránido con tintes de ave exótica, conocedor del buen café, la buena dama, la compañía sincera, la absoluta calma. Crítico despiadado de las religiones, las instituciones, los colegios, las travesuras. Síntesis idónea para los recuerdos hechos trozos con la cosecha, buscador exhaustivo de lo novedoso, hecho de plástico con burbujas, cantante electrónico de las avenidas, metropolitano, metal con sazón a viejo, enemigo de abaratar los costos por vender más, verdugo en las pesadillas, nadador por periodos, hermano incauto, serio bifocal que emprende la huída cuando es preciso. Eduardo es una pieza de alto valor adquisitivo que conseguí en un almacén de antigüedades pensando que sería el aperitivo perfecto para tan largo viaje. Alguna vez me comentó que hay un tren en nuestras vidas, uno interno que nunca vemos, atravesando vías desiertas y pobladas por miles de habitantes anónimos, en un vagón vamos sentados solos cada uno de nosotros, próxima parada, se sube un compañero, de esos que nos platican hasta el cansancio sobre sus vidas mientras vemos el paisaje por el cristal que recorre los campos floridos, en una hora me bajo, nos dice, y nosotros, inmutados, le ayudamos a recoger sus maletas, subirán muchos más, tantos como permitamos sentar a nuestro lado, pero habrá muy pocos que vayan al mismo destino, que se bajen cuando te bajes, que paguen el mismo boleto de ida y que recorran la vuelta en alguna otra vida. Eduardo es un buen compañero de viaje.
“ entonces le dije, con afán de molestarlo, que no era nadie para criticarme, que se metiera sus comentarios en el bolsillo y siguiera de frente, que me había quitado lo más valioso, mi individualidad, argumenté encolerizado que no le quería ver merodeando por aquí, que los tiempos de paz han terminado, que no era nadie para criticarme, repetí. Él se fijó en mí, caminó despacio, siempre viéndome de frente, meneó su cabeza de un lado a otro, balanceándose sobre el cuello, oyendo con eco mis insultos que no cesaban. ¿terminaste?, preguntó. Me alegra ¿podemos brindar entonces?”
A Enrique le conocí muy niño, un dulce suculento para las garras de los desorientados en hormonas, madera perfecta para el fogón, alimento de todos, protegido por ninguno, con un ojo chueco y dos dientes saltones. No he tenido, ni creo tenerlo nunca más, aquel chispazo de emoción que brotó de nuestros ojos: seremos amigos nos dijimos sin palabras, seguimos siéndolo, hermanos añorados, los únicos en su especie, hermanitos del mismo juego, que pelean por cualquier estupidez, que se contentan si les abren la cerveza, que se entristecen tras la copa, que se apoyan en esencia aunque estén muy lejos, que sufren por los mismos males y que cada noche componen al mundo, lo moldean a su antojo, lo destruyen y reconstruyen en unas cuantas horas, anticapitalista, rojillo, de barba estrecha y mirada ingenua, soñador excesivo, corazón idealista, torpe, rudimentario, con algunos megas en RAM y poca memoria en disco duro, Enrique sabe satisfacer sus apetitos, trabajador insaciable y por ello, buen consejero de rutinas, amigo de los licores de mi pueblo, de los amores sinceros, en busca eterna de la mujer perfecta y biónica, se inmiscuye en los sentidos de los demás, calla si es preciso, habla por hablar, ríe a carcajadas aunque ha confesado sentir nostalgia por la vida, como si no se quisiera dar cuenta de que está muy vivo, conductor eficaz, el más pequeño de la manada. Su meta es enloquecer de riqueza y compartirla con sus más queridos allegados, panbolero aficionado a los equipos más mediocres, defensor de los derechos humanos, altruista, rezongón, mal cantante de rancheras, esquiador profesional. De familia lujosa en sentimientos y anfitrión insuperable, Enrique rodea cada caso perdido y lo vuelve oro puro, sabe dirigirse al horizonte sin perderse en coordenadas y alguna vez voló un papalote pensando que él estaba arriba del todo, liderando la nave de los sueños, hasta que una peligrosa navaja de afeitar cortó su hilo por el descuido. Noviero catastrófico, sadomasoquista en peligro de extinción, hace de su estancia no más que un lindo pasaje digno de recordar en el Cielo, siempre enfermo, claustrofóbico, ágora fóbico, clímaco fóbico, adrenalínico. Ha escalado todas las montañas y en ninguna ha puesto su bandera, de cambios anímicos momentáneos y rubores en las mejillas cuando trata de complacer con pláticas dignas la presencia de una dama-cama. Gigante con escrúpulos baratos, de firme pensar y blando actuar, con lentes rotos, con ojos renovados, con viajes tanto serenos como precipitados, quieto en ocasiones pocas, loco incomprendido en situaciones muchas. Su silueta se aleja, deja marcas imperecederas de coraje, de aventura, de amistad profunda a la que se apega cada que puede, a la que regresa en los inviernos. De mano santa en las cartas y crupier frustrado, Enrique voltea de cuando en cuando a su Dios, le habla con picardías, dice que él le responde de igual manera, le pide cada noche que mañana sea un buen día y así duerme relajado. Es, por escasa referencia, un Apolo de las playas y un Ratoncito Pérez de las grandes avenidas, asesino de insectos y comediante. Caja de Pandora con llaves de resguardo por aquello de los regalos. Libro abierto, somnoliento antifaz para las flores y de modales refinados. Un guardián de todas las puertas, un camino amarillo al que seguir, un aliado de carne y hueso, muy vivo, con todos los placeres y desventuras que aparecen en su vida. Un tipo agradable.
“ teníamos ocho manzanas en el huerto de la granja, no las comeríamos jamás, eran fruto prohibido, manzanas a fin de cuentas, manzana de Adán, de Eva, de la discordia, del desaliento, pero manzanas unidas y confiadas, frutos rojos, con sentimientos propios, con vagos recuerdos de su semilla. Producto infame de la madre naturaleza, sed de los necesitados, manzanas del subsuelo. Una alegre mañana de abril, un niño vecino comió del fruto, jamás se volvió a saber de él “
Amazona, mujer indomable, de peso ligero, algo vanidosa, con tintes de locura esporádica, chica que conciente, que se enfada, que se mofa, chica de aquí y de allá, de los barrios bajos, de las altas esferas, Cynthia es nuestra última invitada. Primera dama, no cree en los amores eternos. Sale siempre a divertirse con amigas guapas que jamás nos presenta, siempre nos trae hombres malignos y misteriosos que algo quieren con la niña, y eso nos molesta, es nuestro estandarte de belleza y a la que nos apegamos todos cuando de mujeres se trata. A veces nos defiende, luego nos acaba, siempre sonríe como despreocupada por su futuro, es noble en la causa y linda de estampa. A Cynthia las cosas como son, no le interesan los protocolos y con constancia sublime habla bien de todos. Le quiero mucho, es mi lado femenino y me conforta si es preciso. Nunca la vemos con morbo, habría que ser sinceros pero... nunca la vemos con morbo, es nuestra eterna virgen, nuestro cuidado excesivo, nuestros celos, nuestros sueños, es la futura inquilina de algunos corazones descorazonados. Hay días que la notamos insegura, como perdida en otro espacio, como no a gusto, pero luego se nos pasa el capricho y ya estamos dándole besos para que note cuánto la queremos. Colega y compañera de Eduardo, Enrique y un servidor, ha sido la amalgama perfecta y el balance deseado para nuestra relación fastuosa, sin ella, probablemente nos despedazaríamos unos contra otros. Cynthia tiene un sueño, tiene muchos, pero uno en particular interesante: quiere ser saxofonista, encuentra en su sonido la magia sensual a la que es tan apegada, quizá lo consiga si empieza ahora, me encantaría algún día ir a sus conciertos, mirar para atrás y ver que estamos hechos de fantasías loables. Sería maravilloso, toda una anécdota para los nietos. Vive en el presente y supera obstáculos muy altos, desea ser pez, o al menos sirena. De amores varios e incógnitas resueltas con el paso de los años, de sentimientos cálidos, con algunos prejuicios y pocas filias, detallista en el mejor de los modos, insondable en cuerpo y alma. Cynthia es una de esas groserías que me alegran la vida, ¿puede una mujer cambiar la mentalidad de un batallón que se encadena para no ser aniquilado?, serenidad entonces. Me gusta verle comer, considero que su metabolismo es mejor que el de cualquier faquir de por aquí, de hecho me gusta ver comer a las personas pero ahora no puedo porque me metí en una conversación mínima acerca de los cadáveres exquisitos, cuánta cosa agradable. Es mi amiga, podemos darnos cuenta, la mejor de pocas. Sutil, sencilla, ya. ¿quién desea ser añadida a la larga lista de damas venideras?. Cuestión de tiempo y espacio, de aceptar otros líderes. De sobresalir menos.
Sucede entonces que los actos más insignificantes son los que me llenan, sucede que soy muy transparente. Quería contarlo todo, quitarme trabas, alucinarlos, para qué más pretextos o conclusiones. Aquí no hablo de vigencia, no la tenemos, somos incaducos, la fiebre de un mundo desquiciado que se ordena bajo otros ideales, el revitalizante sonido de la magia que nos une. Somos familia de encantos, con todos sus errores y benevolencias. Así lo veo yo. Tómenla, les regalo mi mirada. Sólo así trascendemos, sin llevarnos nada a la tumba.
Para los citados e innombrados aquí, en cualquiera de las confluencias que se acerquen... les quiero.
Una narración de Juan Carlos Medrano.
Habrá que aprender a mirar de forma diferente, mirar como miramos nosotros, el equipo, los terrestres que alucino, los desafortunados por no tenernos todo el tiempo. Mirarnos sin tapujos como sólo el tiempo que ganamos juntos nos lo dicta. Mirarnos desnudos, a los ojos, al cabello, a las manos, mirarnos un día después, un mes entero, un año mirarnos, saborearnos, comernos vivos y escupirnos luego para renacer cual fénix post-agónico. Mirarnos bajo la óptica universal, bajo el hilo transparente y delgado que pende del foco, del foco cualquiera que hemos aprendido a apagar y a encender del mismo modo, con riñas, con recelos, con incógnitas perdidas que a veces se nos abalanzan para decirnos fuertemente que estamos equivocados. Esto nos gusta, considero siempre el “nos” y así sentirme acogido por todos aquellos bien queridos que a su vez cosechan mis querencias. Por ello les quiero tanto, por ello escriboles sin retortijones ni cólicos a los que me he hecho tan adicto.
Soy Juan Carlos, aficionado a pocas emociones físicas, amante de la música a la que considero medicina confiable en toda ocasión, aventurero de los bares, las botellas y las damas a las que no es necesario hablarles para lograr fortuna. Hablador, soñador, idealista, un poco loco, un tanto tonto, un sin razón, un visceral, un escritor mal pagado, mal formado, dueño de sus ritos y su higiene, príncipe eterno de aquellas que no existen, enamorado profundo del sol cuando cae por mi ventana, enemigo del calor, alternativo en pensamientos, con muchas dudas por venir, 14 canas mensuales, un trabajo fijo- momentáneo que me coloca en una larga lista de seres comunes, dos padres, tres hermanos, cuatro amigos, muchos conocidos afines, un puñado de violines, fotos viejas, nuevas, internacionales. Tres aeropuertos y algunas ciudades. Tengo mis diez dedos de las manos y mis uñas largas en los pies por puro gusto, por dejado, por intelectual frustrado, por filósofo frustrado, por músico roto, por mago sin magia, por descuido en la salud, por eso muchas veces cargo con mis uñas sin afeite, con mi barba negada, con mi bigote esquizofrénico que no haya camino parejo que seguir, con mis dientes chuecos, mi arcada pequeña, mis señuelos donde siempre caigo, con un siglo de debilidades y más de una veintena vivida a la salud propia. Lo tengo todo, no me quejo. Busco siempre una razón uniforme que me convenga y me ato a ella neciamente, sin sinceridad, con ahínco de querer tener siempre la razón. Dios dirá.
“ e imagino muchas veces que mi deber eterno es darle a mis padres un lujo, muchos más de ser posible, un título idiota que me saque de pobre y que nos llene el alma a todos. Canto para ocuparme de ello y termino preocupándome, hay ocasiones en las que, dentro de un baño con Talavera, mientras el shampoo más caro acaricia mi piel y el jabón neutro para los granos repasa mi carita menos redondeada, actualizo mis metas, recorro objetivos, los concluyo, creo nuevos retos, retos dignos, retos interiores”
Le llaman Gerardo al mayor de mis hermanos y mi madre argumenta con sobrado uso de su razón sobrecogedora que debo ser paciente y tolerante con él. No lo soy, en lo absoluto, quizá chocamos por nuestro afán de llamar la atención en cada invitado a nuestras vidas, tal vez por leyes zodiacales, la más, por la bien habida música que aqueja el corazón de los dos, muy distintas, muy semejantes, muy músicas. Es ello. Ahora bien, vale la pena aclarar aquí, sin disturbios ni interrupciones que su gritería me afecta: intolerancia. Su siempre presente alegría en cada acto me ruboriza y paraliza, me hace más pasivo, característica que tengo de sobra, nadie me arrebata el premio, vaya premio. Luego entonces, grita y mi alter ego me apunta con una pistola a la sien dictándome que ría como idiota y sobrelleve el evento: amargura, nuevo “don” que día con día consigo hacer más palpable. Después sobreviene una cara larga por mi parte y empieza a funcionar el detonante. Sin embargo no hay por qué quedarse ahí, hay en él un intrépido sentido de adrenalina que me gusta, que refleja mis más profundas frustraciones. Y existe, por sobre todas las cosas, existe en su interior un duende pequeñito que le aconseja mirar para adentro de vez en cuando, recapitular y dar marcha (con un vapor inagotable) a todos sus sueños. Eso, señores del jurado, eso me reconforta, hace que le quiera con todas las palabras. No vive aquí, mas pertenece en corazón y piel a aquí, a Xico quiero decir, pueblo natal del que tanto hablo en mis pocas parábolas. Gerardo se despierta temprano, balbucea algunos sonidos de ronquera, blasfema siempre antes de que cante el gallo, entra al baño, se ve los ojos rojos, hinchados, adormecidos, merodea por las inmediaciones de una diminuta barba. Mientras se baña, y aún la calle duerme, piensa en los deberes del hombre cotidiano y repasa los quehaceres en fábrica (labora en Clarion, vive en San Juan del Río, Querétaro, pesa... algo normal para su edad y complexión). Sale de la regadera un poco más despierto, entra a su habitación, hay una mujer semidespierta debido al ruido que ocasiona al tropezarse con un zapato olvidado, obviamente vuelve a blasfemar, se dan un beso: Elsa es la mujer que casi duerme y es mi cuñada. Platican un poco de la nada, como si quisieran detener el tiempo. Él sale listo y complacido, de camino a las escaleras que lo conducirán al auto y al seco frío de la mañana, abre la puerta del cuarto de sus hijas Elsa y Cristina, sobrinas mías, les da un beso quedo, muy suave, muy sin sentido, muy con sabor. Nota que se le hace un poco tarde. Mientras maneja sigue viendo esa cuasi barba por el retrovisor, ése, donde los objetos son un poco más grandes de lo que parecen, a la vez que afirma en la mente, ilusionado, seguro y feliz que es un buen padre de familia. Hace algunos meses, tuve una riña con él (la más insigne de todos los tiempos) debido a un exceso de nervios por mi parte y una confusión de pensamientos de su lado. Todo fue un líquido venenoso que como entró, salió. Esa misma noche, los dos bebimos de más, comprendimos lo insignificantes que son nuestras “tragedias” familiares y nos dimos un abrazo donde casi muero asfixiado. No volvimos a hablar del intrascendente asunto, no hay por qué. Nos queremos, nos cuidamos, y a veces, cuando me dejo por cansancio, me gana en el ping pong.
“ tengo la impresión, y debo decir con seguridad que la simpleza en alma sobrelleva a la simpleza en cuerpo y en estado, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo que sueño y lo que hago, el mar y los bosques, la lluvia y el viento, el shakesperiano ser y no ser que atañe a muchos de nosotros, debo citar aquí, aunque nos pese por tener más líneas que leer, un fragmento exquisito de Niko Kazantzakis para introducirme al fantástico mundo celular de otro peculiar alienígena, hermano mío también. Kazantzakis, hacia el final de su novela “Alexis Zorba, el griego” señala benevolente su sentir hacia la vida: “sacó algunas castañas de las brasas, les quitó la cáscara, entrechocamos los vasos; durante largo rato permanecimos allí, bebiendo y masticando sin prisa, como dos grandes conejos, mientras oíamos a la distancia los bramidos del mar. Permanecimos silenciosos junto al brasero hasta muy entrada la noche. Comprendía yo nuevamente qué sencilla y frugal es la felicidad: un vaso de vino, una castaña, un mísero braserillo, el rumor del mar. Nada más”
De voz avasallante y presencia interior, muy transparente en pensamientos, usualmente le llamamos Jorge al segundo de mis hermanos. Sueña todo el tiempo con ver ovnis, quizá espere que su raza no se haya olvidado de él y un buen día regrese a rescatarlo de esta tierra llena de microbios y demás artefactos más complejos que a veces causan recaídas y profundos cambios en su ánimo cotidiano. Sin embargo, cada día me convenzo más de que se adapta con facilidad a las situaciones que este laberinto vivencial le tiene diseñadas. Los cambios climáticos le aquejan a diario, sufre delirios de persecución, se encuentra bien en hábitats naturales y los conglomerados civilizados le provocan una irritación, casi tic, en toda su cara que se retuerce e hincha su piel. Se ha hecho de medicinas alternativas excepcionales pues ha podido cultivar, además de setas, una familia deliciosa y llena de matices con la que pasa mucho tiempo, es hogareño, un poco torpe con sus movimientos y, aunque suene un tanto contradictorio, posee unos reflejos envidiables. Le afecta todo lo que a mí no me afecta y viceversa. Vive con nobleza, aunque de cuando en cuando se de sus lujos y despliegue una muestra de maldad infantil que me atrae de sobremanera. Juega todo el tiempo, quizá su mente sea un juego donde todos somos protagónicos menos él, ahí se equivoca, se lo he dicho, es tan protagónico, que a veces cansa, pero el hace caso omiso al comentario y sigue pensando que el peor de todos los males, si no lo tiene ya, alguna tarde, cuando esté desprevenido entrará en su cuerpo y lo matará. De cualquier forma, esto no lo hace palidecer en ningún momento, ríe mucho, es su antibiótico preferido (y debiera ser el de la humanidad). Cuando se encuentra solo en el espejo y recorre una a una las partes de su cuerpo noto una vanidad de tremenda simpatía. Supongo que de alguien lo heredamos, yo paso, de 24 horas, restando las ocho de mi sueño obligatorio y uniendo los fragmentos, al menos unas dos en el espejo, me encanta verme y sentirme atractivo a la vista de los demás. No con esto digo que él sufre el mismo mal, a lo mejor se trate de una escapatoria al perfeccionismo que debe tener cualquier cuerpo. Sus impulsos tienen la ventaja de ser compatibles en todo momento, hemos aprendido de ellos y nos gusta verle en todo su esplendor, cualesquiera que sean los significados de la frase. Así pues, Jorge va pisando territorios que no imagina, compartiendo siempre su alegría, su molestia o su indiferencia por las referencias que nos unen. Es, y auguro será siempre, motivo de recuerdos infalibles a la humedad en que habitamos todos, recuerdos que conducen siempre a reuniones en alguna ventana frontal de su casa con algo de country para asesinar vasos con cerveza. Leticia es su contraparte amorosa, su amada esposa y compañera de mil batallas libradas y ganadas con la salud de su angelita, hija de algunos años, sobrina inquieta que las más de las veces, saca a relucir y contagia con su risa y comentario. Jorge entonces, juega el rol de devolvernos espontaneidad que muchas veces perdemos por tratar de apegarnos a falsos protocolos de camaradería y hermandad, es una pieza única de secretos mitológicos que noche a noche mata a miles de dragones habitantes de su entorno. Es una Ambrosía de experiencias que aprendo y fijo en mi memoria, un terremoto sin punto medular, sin falla, sin fecha de caducidad, ésa, que busca tanto en los yogures y otro derivados lácteos.
“ una cicatriz no es un disturbio eterno en nuestros cuerpos, ni el lugar al que todos miramos primero cuando conocemos a una persona que la tiene, es sólo una experiencia digna de contarse, incluso de presumirse. Por ello afirmo que con continuidad me ando complicando en banalidades. Sufro ante la oportunidad de saber que sólo yo me saco de ésta, que es la última vez, que qué van a decir cuando se enteren de mis debilidades. Complicado, ése soy yo, un tipo que se interna en querer probar que la gota que derramó el vaso no fue por culpa suya y que avisa que es mejor que estén armados porque para allá van todos sus disparos”
En la vida difícilmente he conocido a mi antítesis en esta clase de lujos, al que para terminar la discusión sólo le falta un empujón de serenidad y con ello todo queda muy claro. Su verdadero nombre es Patricio aunque poco lo usamos, no sé, quizá porque su femenino nos suene a una telefonista cuarentona de no mal ver, misma que no tiene el mínimo de parecido con su realidad en masculino: el tercero de mis hermanos. A Patricio le conocí quizá cuando yo deambulaba sin quehacer por el jardín de nuestro hogar, todo enloquecido por mi notoria falta de imaginación para divertirme, y el ya destinaba muchas horas a la construcción de algún maravilloso artefacto que lo llevaría de viaje por lugares insospechados a los que por supuesto yo quería añadirme como por arte de magia: nada es tan sencillo pequeñuelo, me decía, y sin más, buscaba otro rincón apartado donde no hubiese “insectos” que le molestaran. Pasaron los años, muchos; nuestro carácter se fue forjando por cada una de las rutinas que asimilábamos de pequeños, el mundo, por decir alguna frase hecha, era muy grande en ese entonces y nosotros, un dúo de párvulos parecidos a dos granitos de arena en una playa llena de secretos por compartir y descubrir (pónganle el orden deseado). Patricio así, se ganaba sus experiencias, sus cicatrices, mismas que provocaban envidia de mi parte debido a mi amargura ya sembrada por aquellos tiempos. Fue creciendo y redescubriéndose, encuadrado en un ilimitable universo creador, circunstancia que le llevó a ser un tanto frío y hagamos una pausa; frío, bajo el único sentido de considerar su postura de amante efervescente pro-aventuras con cara seca la mayoría del tiempo para no denotar su entusiasmo; esto quedó atrás y se volvió un mito, una mala fama de persona calculadora que acabará por tener la razón cuando se enraíza una de esas discusiones maravillosas dentro y fuera de la comuna. De pocas palabras, pero majestuoso pensar, ha ido ganando empatía por doquier, simulando males estomacales por su antiguo y vigente comer excesivo, demuestra una fijación espectacular por todo aquello que nos es desconocido: él ya lo vio en alguna otra parte, él ya lo vivió, él ya sabe la respuesta, él se las ingenia y nos gana a todos dejándonos perplejos a la vuelta de la esquina, pues debo aceptar que sabe jugar a las cartas de la vida; se pone un estándar de ganador y es una máquina imparable. Paradigmático, amigo de las causas nobles y el hermano que siempre es bueno tener cerca. Digámoslo con todas las letras, tiene focus, es inteligente y en algunas ocasiones chantajista, pero ello lo tenemos todos; pasamos de una situación a otra y buscamos el bien propio a toda costa, ante esto, no nos queda más que aceptar que somos algo maquiavélicos. Su figura inspira lentitud, su cerebro, rapidez dominante, sus acciones algo de entusiasmo, los hechos que le rodean, resultados. Novel casado con una colega mía por la carrera, de nombre continental y vida serena, América lo consiente y sé con certeza que el acto es mutuo pues Patricio sabe consentir, eso nos une mucho a él, eso y todo el trasfondo que por debajo se mueve al ritmo que desea. Hermano de mil vidas, de corazón abierto, de serenidad inmune a los cambios que nos depara la existencia, vierte siempre gusto especial por pasiones efímeras, hace trueques consigo cuando se aburre y le da la vuelta al mundo portando la bandera de oficios diferentes; constructor de escalas Lodella, tibio ciclista de montaña, pescador paciente en playas singulares, políglota, gastrónomo espectacular del buen gusto y la vida bien, taurófilo pudiente de conocimientos enciclopédicos, esposo amante, viajero incansable por sus sueños y su mundo, emprendedor de las actividades más cotizadas, coleccionista de objetos hogareños que cuenten con tecnología suprema o se destaquen por su rareza excepcional, cálido, malhumorado por la mañanas, mal humorado por las tardes, mal humorado por las noches, roncador de cuerda suelta, filósofo barato, filósofo caro, incomprendido, sabelotodo y en extrema preparación para saber aún más, buen dador de consejos infalibles, amigo de muy pocos, compañero de muchos, ejemplo de algunos, sentimental frustrado, obsesivo, buen anfitrión y lo mejor de todo, si le quitas las escamas y las vísceras antes de comértelo, es un manjar estupendo.
“ decir a veces que lo sientes sin ser sentido, percatarte del desastre y comunicarlo a tiempo, y volver, volver, volver, a cuidar las amistades, el fondo de las botellas, el colchón listo, el programa terminado, a cuidar, por decirlo de algún modo deshonesto, cada una de las cualidades que como humanoides tenemos, procurar al herido si el herido es conocido, sancionar de ser preciso, arcángel miguel, muchos cuentos de las damas venideras, muchos ritos sin ninguna conclusión, mucho amor, mucha patria, mucho incienso, mucha lucha interminable y sesgada, catástrofe, contrario a los límites y de seis amontonadas letras, vivencia infinita del amigo hermano o viceversa”
Cada instante en el viento, un soplo, un ingenio, la verdad sin rodeos, el magnate imaginario que vive con lujos, el exquisito inquilino cinco de toda esta mezcla de pudores. Llamado constantemente Arturo, indicio de peligro al volante, conocedor de sueños, hermano incómodo, nunca agregado cultural, de gusto refinado y apetito ensordecedor, canta mucho, ríe al igual que sus iguales, pero lo hace con gracia, una gracia funesta que a veces nos deja boquiabiertos, de confianza inmediata, poco pelo, algunos granos, ligero de equipaje y rigurosas visitas al dentista, amiguero, compañero, milonguero y seductor seducido por la misma seducción de sus palabras para con ellas. Injustificado en ocasiones, en modales algo extraños, nostálgicos, agresivos, simples, inteligentes. A Arturo le encanta Dios, dice que Sabines boicoteó su pensar y piensa seriamente en revivirlo para amonestarle por su falta grave. De amores pocos y sueños muchos, con casa de soltero y sonido estereofónico, vivo, más vivo que el agua, lento al igual que su íntimo amigo del alma, lento al igual que Patricio. Universal, concluyente en materias inconstantes, blando, bonachón y de mano muy dura en ocasiones, amigo inseparable del brandy, chico que comparte, que enseña a vivir a su manera, que deja abierto el corazón y las ventanas de su casa en espera de la princesa rosa, rota, de la princesa diaria que lo comerá con argucias que sólo él entiende. Balbuceante, pensante, fregativo, imitador de costumbres opulentas, de mirada inquieta y boca astuta que alimenta al desprotegido en su momento y molesta al cínico por las noches, cálido en sus bienvenidas, fiel a sus fieles, voluntad que cambia de un día a otro con facilidad extrema, Arturo se divierte por el planeta como pidiendo a gritos que todos lo hagamos, que sólo se vive una vez, que el infinito no existe, que por qué demonios esperarse hasta mañana, algo impaciente en sus apariencias mas meditabundo por dentro, chiflado eterno de los bares, el pelón que todo mundo quiere y deja entrar a sus hogares, el amigo inigualable que ha sido para mí durante muchos años un hermano con quien jugar, con quien deletrearme paso a paso si alguna depresión me aflige, con quien charlar de la nada y así reinventar el mundo, la sociedad, los elementos, los protocolos, el cerrado a nuevos ritmos, el bohemio que derrama simpatía, el molesto que te irrita cuando menos lo deseas, el antiguo colega de esta casa con recuerdos, al único que mi madre llama por su apodo, y mira que tiene varios, al único que mi padre besaba como si fuese un hijo, al único en quien los cuatro hermanos encuentran como nexo, Arturo conjunción, Arturo de las despedidas y todas las tardes, de la danza, la música, el alcohol, la belleza en los ojos de una dama, la ternura en las muecas de una niña, la simpleza del que nada dice y mucho aprende, el diestro que enfada, la mano que abre el refrigerador ajeno y lo vacía sin excusa, porque así se le permite, porque así se le quiere, porque vierte en cada uno de nosotros una felicidad inmediata, palpable al abrazo del eterno camarada.
“ decidido a alejarme, volví a manosear las coincidencias. Vuelto más fuerte y sin menos estragos, le hablé, casi pude comunicarme, rompí en llanto, peleé, bailé por todo el corredor, soñé que estaba despierto, dije dos palabras, muy extrañas, en algún otro idioma y como poseído, salí a la calle a vender fantasías policromas, llenas de matices, con diferentes precios, con otra mirada, sin pensar en algo, pensando en nada, en la nada más bien, en aquella musa incompetente que terminó siendo mi mejor aliada y así conocí a la muerte, y así conocí el destino, y así, cuenta me di de lo inmediato que es romper las reglas, los modelos, las vigencias”
El gusto es mío, dije con acierto, y lo será para siempre. Él me enseñó que para sonreír sólo hace falta despreocuparse de lo inimaginable, desprenderse, ver los problemas propios como ajenos y después volver a ellos cargados de estrategias para derrotarlos, me enseñó y sigo aprendiendo, entre otras muchas cosas a valorar lo valuable y balancear los sueños tangibles con los que no lo son. Le conocemos por Eduardo y tiene mi edad, tiene la edad del cielo como alguna canción lo cantara, la edad con que se nace y que jamás se olvida, por ello siempre interfiere de buenos modos con su ancho panorama urbano, ilimitado creador, entrelazado en varias artes y en ninguna, logra acoplarse a lo que venga, sin miramientos ubica a su presa, la caza, cocina y degusta con la serenidad del tiempo. Hecho mayor a empujones y de vida nómada, calcina con miradas de piedra, entumece cada músculo para después integrarlo en cualquier ambiente, camuflado detrás de una red de secretos, deambula siempre con la cabeza en alto, es amable con quienes le son empáticos, siempre vigente en pensamiento se ha metido hasta los huesos en mi vida y lo agradezco, amigo de mil humores, de mil amores, con él conocimos el fuego, las damas, el dinero, lo ilegal, lo correcto, el río, las quemaduras, la rasuradora. Conciencia perfecta de los imperfectos, mi conciencia cuando así lo quiero. De pensamientos nobles y posturas que carecen en favores, a veces se le juzga mal, otras tantas se le admite como genio. Llega a la poesía como si de un catador de viejos vinos se tratara, devorador habitual de libros, de costumbres, de modos de hablar, de tornamesas, de lienzos, de objetos oxidados, alacránido con tintes de ave exótica, conocedor del buen café, la buena dama, la compañía sincera, la absoluta calma. Crítico despiadado de las religiones, las instituciones, los colegios, las travesuras. Síntesis idónea para los recuerdos hechos trozos con la cosecha, buscador exhaustivo de lo novedoso, hecho de plástico con burbujas, cantante electrónico de las avenidas, metropolitano, metal con sazón a viejo, enemigo de abaratar los costos por vender más, verdugo en las pesadillas, nadador por periodos, hermano incauto, serio bifocal que emprende la huída cuando es preciso. Eduardo es una pieza de alto valor adquisitivo que conseguí en un almacén de antigüedades pensando que sería el aperitivo perfecto para tan largo viaje. Alguna vez me comentó que hay un tren en nuestras vidas, uno interno que nunca vemos, atravesando vías desiertas y pobladas por miles de habitantes anónimos, en un vagón vamos sentados solos cada uno de nosotros, próxima parada, se sube un compañero, de esos que nos platican hasta el cansancio sobre sus vidas mientras vemos el paisaje por el cristal que recorre los campos floridos, en una hora me bajo, nos dice, y nosotros, inmutados, le ayudamos a recoger sus maletas, subirán muchos más, tantos como permitamos sentar a nuestro lado, pero habrá muy pocos que vayan al mismo destino, que se bajen cuando te bajes, que paguen el mismo boleto de ida y que recorran la vuelta en alguna otra vida. Eduardo es un buen compañero de viaje.
“ entonces le dije, con afán de molestarlo, que no era nadie para criticarme, que se metiera sus comentarios en el bolsillo y siguiera de frente, que me había quitado lo más valioso, mi individualidad, argumenté encolerizado que no le quería ver merodeando por aquí, que los tiempos de paz han terminado, que no era nadie para criticarme, repetí. Él se fijó en mí, caminó despacio, siempre viéndome de frente, meneó su cabeza de un lado a otro, balanceándose sobre el cuello, oyendo con eco mis insultos que no cesaban. ¿terminaste?, preguntó. Me alegra ¿podemos brindar entonces?”
A Enrique le conocí muy niño, un dulce suculento para las garras de los desorientados en hormonas, madera perfecta para el fogón, alimento de todos, protegido por ninguno, con un ojo chueco y dos dientes saltones. No he tenido, ni creo tenerlo nunca más, aquel chispazo de emoción que brotó de nuestros ojos: seremos amigos nos dijimos sin palabras, seguimos siéndolo, hermanos añorados, los únicos en su especie, hermanitos del mismo juego, que pelean por cualquier estupidez, que se contentan si les abren la cerveza, que se entristecen tras la copa, que se apoyan en esencia aunque estén muy lejos, que sufren por los mismos males y que cada noche componen al mundo, lo moldean a su antojo, lo destruyen y reconstruyen en unas cuantas horas, anticapitalista, rojillo, de barba estrecha y mirada ingenua, soñador excesivo, corazón idealista, torpe, rudimentario, con algunos megas en RAM y poca memoria en disco duro, Enrique sabe satisfacer sus apetitos, trabajador insaciable y por ello, buen consejero de rutinas, amigo de los licores de mi pueblo, de los amores sinceros, en busca eterna de la mujer perfecta y biónica, se inmiscuye en los sentidos de los demás, calla si es preciso, habla por hablar, ríe a carcajadas aunque ha confesado sentir nostalgia por la vida, como si no se quisiera dar cuenta de que está muy vivo, conductor eficaz, el más pequeño de la manada. Su meta es enloquecer de riqueza y compartirla con sus más queridos allegados, panbolero aficionado a los equipos más mediocres, defensor de los derechos humanos, altruista, rezongón, mal cantante de rancheras, esquiador profesional. De familia lujosa en sentimientos y anfitrión insuperable, Enrique rodea cada caso perdido y lo vuelve oro puro, sabe dirigirse al horizonte sin perderse en coordenadas y alguna vez voló un papalote pensando que él estaba arriba del todo, liderando la nave de los sueños, hasta que una peligrosa navaja de afeitar cortó su hilo por el descuido. Noviero catastrófico, sadomasoquista en peligro de extinción, hace de su estancia no más que un lindo pasaje digno de recordar en el Cielo, siempre enfermo, claustrofóbico, ágora fóbico, clímaco fóbico, adrenalínico. Ha escalado todas las montañas y en ninguna ha puesto su bandera, de cambios anímicos momentáneos y rubores en las mejillas cuando trata de complacer con pláticas dignas la presencia de una dama-cama. Gigante con escrúpulos baratos, de firme pensar y blando actuar, con lentes rotos, con ojos renovados, con viajes tanto serenos como precipitados, quieto en ocasiones pocas, loco incomprendido en situaciones muchas. Su silueta se aleja, deja marcas imperecederas de coraje, de aventura, de amistad profunda a la que se apega cada que puede, a la que regresa en los inviernos. De mano santa en las cartas y crupier frustrado, Enrique voltea de cuando en cuando a su Dios, le habla con picardías, dice que él le responde de igual manera, le pide cada noche que mañana sea un buen día y así duerme relajado. Es, por escasa referencia, un Apolo de las playas y un Ratoncito Pérez de las grandes avenidas, asesino de insectos y comediante. Caja de Pandora con llaves de resguardo por aquello de los regalos. Libro abierto, somnoliento antifaz para las flores y de modales refinados. Un guardián de todas las puertas, un camino amarillo al que seguir, un aliado de carne y hueso, muy vivo, con todos los placeres y desventuras que aparecen en su vida. Un tipo agradable.
“ teníamos ocho manzanas en el huerto de la granja, no las comeríamos jamás, eran fruto prohibido, manzanas a fin de cuentas, manzana de Adán, de Eva, de la discordia, del desaliento, pero manzanas unidas y confiadas, frutos rojos, con sentimientos propios, con vagos recuerdos de su semilla. Producto infame de la madre naturaleza, sed de los necesitados, manzanas del subsuelo. Una alegre mañana de abril, un niño vecino comió del fruto, jamás se volvió a saber de él “
Amazona, mujer indomable, de peso ligero, algo vanidosa, con tintes de locura esporádica, chica que conciente, que se enfada, que se mofa, chica de aquí y de allá, de los barrios bajos, de las altas esferas, Cynthia es nuestra última invitada. Primera dama, no cree en los amores eternos. Sale siempre a divertirse con amigas guapas que jamás nos presenta, siempre nos trae hombres malignos y misteriosos que algo quieren con la niña, y eso nos molesta, es nuestro estandarte de belleza y a la que nos apegamos todos cuando de mujeres se trata. A veces nos defiende, luego nos acaba, siempre sonríe como despreocupada por su futuro, es noble en la causa y linda de estampa. A Cynthia las cosas como son, no le interesan los protocolos y con constancia sublime habla bien de todos. Le quiero mucho, es mi lado femenino y me conforta si es preciso. Nunca la vemos con morbo, habría que ser sinceros pero... nunca la vemos con morbo, es nuestra eterna virgen, nuestro cuidado excesivo, nuestros celos, nuestros sueños, es la futura inquilina de algunos corazones descorazonados. Hay días que la notamos insegura, como perdida en otro espacio, como no a gusto, pero luego se nos pasa el capricho y ya estamos dándole besos para que note cuánto la queremos. Colega y compañera de Eduardo, Enrique y un servidor, ha sido la amalgama perfecta y el balance deseado para nuestra relación fastuosa, sin ella, probablemente nos despedazaríamos unos contra otros. Cynthia tiene un sueño, tiene muchos, pero uno en particular interesante: quiere ser saxofonista, encuentra en su sonido la magia sensual a la que es tan apegada, quizá lo consiga si empieza ahora, me encantaría algún día ir a sus conciertos, mirar para atrás y ver que estamos hechos de fantasías loables. Sería maravilloso, toda una anécdota para los nietos. Vive en el presente y supera obstáculos muy altos, desea ser pez, o al menos sirena. De amores varios e incógnitas resueltas con el paso de los años, de sentimientos cálidos, con algunos prejuicios y pocas filias, detallista en el mejor de los modos, insondable en cuerpo y alma. Cynthia es una de esas groserías que me alegran la vida, ¿puede una mujer cambiar la mentalidad de un batallón que se encadena para no ser aniquilado?, serenidad entonces. Me gusta verle comer, considero que su metabolismo es mejor que el de cualquier faquir de por aquí, de hecho me gusta ver comer a las personas pero ahora no puedo porque me metí en una conversación mínima acerca de los cadáveres exquisitos, cuánta cosa agradable. Es mi amiga, podemos darnos cuenta, la mejor de pocas. Sutil, sencilla, ya. ¿quién desea ser añadida a la larga lista de damas venideras?. Cuestión de tiempo y espacio, de aceptar otros líderes. De sobresalir menos.
Sucede entonces que los actos más insignificantes son los que me llenan, sucede que soy muy transparente. Quería contarlo todo, quitarme trabas, alucinarlos, para qué más pretextos o conclusiones. Aquí no hablo de vigencia, no la tenemos, somos incaducos, la fiebre de un mundo desquiciado que se ordena bajo otros ideales, el revitalizante sonido de la magia que nos une. Somos familia de encantos, con todos sus errores y benevolencias. Así lo veo yo. Tómenla, les regalo mi mirada. Sólo así trascendemos, sin llevarnos nada a la tumba.
25. abril. 2003.
En memoria de los que ya no están.
Retrato de niño lector
Debieramos recordarnos sin necesidad de fotografías.
Sí, quizá sea muy difícil pues dicen que los recuerdos almacenados minuto a minuto, necesitan de un aliciente, en muchos casos visual, para hacer explotar la caldera del pasado. Las fotos nos pueden brindar la vívida experiencia de sentirnos verdes e inmaduros otra vez, y en casos positivos, hacernos ver los cambios que han caído de a poco cual polvo en rincones.
Sin embargo, y como premisa de mi personalidad, me considero un tipo más musical que visual; así que las fotos, por desgracia aparente, no despiertan en mí el cariño que se merecen; tengo algunas en un cartapacio verde que rara vez miro, otras varias se esconden en estuches poco convencionales hechos de papel, pero insisto, de momento no es lo mío; quizá cuando me nazcan hijos, esposas o ramitas, el panorama cambie.
Ahora, por ejemplo, escucho pasivo a Cat Stevens cantando con nostalgia "oh very young" e inmediatamente el recuerdo florece: Un servidor de seis o siete años leyendo apasionado los Clásicos de Oro Infantiles; fue mi primer encuentro con Herman Melville (bisabuelito de Moby, el Master Of Beats, Yes!) y su estrafalaria Moby Dick - sobra decir que soñé un par de días con el blanco mamífero asesino. También me viene a la mente el clásico de Exupery y su solitario Principito y por si fuera poco, el juicio aquel donde el matón se escapa del pueblo y persigue sin piedad a Tom Sawyer y a su inseparable amigo Huckleberry Finn.
Ah, la cabeza que divaga en pasados luminosos.
Que triste.
Y que emoción tan grande no saber qué vendrá.
"Aquellos que viven en la idolatría del futuro, no tienen mañana" E.M. Cioran.
martes, 15 de noviembre de 2005
Milagros Contemporáneos
Entré al consultorio; por buen gesto del doctor -y creo además que por aquello de la camaradería entre médicos y el juramento - permitió la entrada a mi madre, sin previa cita, sin panecito xiqueño, sin flores, sin libro de pintores de la serie salvat de a veintiuno noventa el ejemplar, sin ninguno de esos detalles burocráticos que tan efectivos son. Y dentro aún había un paciente; paciente que se quejaba de que los senos le habían crecido. - es la medicina Javier, es la que provoca cambios hormonales en tí, sólo hay que cambiarla -. ¿y el tamaño?, ¿quedará igual para siempre?, y la vergüenza ¿y por qué mejor no la sigo tomando y vemos qué pasa?.
Yo miraba atónito; quedaron en cambiar de medicamento, uno menos violento, más natural, producido quizá por animalitos, de esos homeopáticos que hoy abundan en las tiendas místicas que emplean a la metafísica como el remedio poderoso que anda en contra de todo azar. El destino es el que hace que a los señores de sesenta años les crezcan los senos. Milagros contemporáneos, fémina venganza fisiológica.
Yo miraba atónito; quedaron en cambiar de medicamento, uno menos violento, más natural, producido quizá por animalitos, de esos homeopáticos que hoy abundan en las tiendas místicas que emplean a la metafísica como el remedio poderoso que anda en contra de todo azar. El destino es el que hace que a los señores de sesenta años les crezcan los senos. Milagros contemporáneos, fémina venganza fisiológica.
lunes, 14 de noviembre de 2005
Cofre a las 17:50
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Los atardeceres observados a detalle desde mi hogar son, quizá, los mejores que me ha tocado ver. Tal vez sólo estén por debajo de algunas experiencias crepusculares acaecidas en el pacífico mexicano. De hecho, el primerísimo primer puesto se lo lleva, sin duda alguna, la caída del Astro Sol, la estrella más cercana a nosotros, sobre la figura azul índigo del Cofre de Perote. Cuando llega el invierno, las tardes se vuelven frías, el sol no calienta y el aire que se respira es puro, si llueve a las cuatro de la tarde, con seguridad, habrá bonita tarde despejada a eso de las cinco cincuenta, el jardín tendrá rocío, los pajaritos cantarán, tú tendrás un café gentil y tu ipod con william ackerman tocando en la guitarra, y de forma magistral, su "conferring with the moon", esos siete minutos, serán posiblemente, felicidad sencilla, encapsulada, felicidad de sentirte vivo y con ganas, vivo y con amores, con pulso.
Fotografía: Adriana Carreón (Cofre a las 16: 58)
Los atardeceres observados a detalle desde mi hogar son, quizá, los mejores que me ha tocado ver. Tal vez sólo estén por debajo de algunas experiencias crepusculares acaecidas en el pacífico mexicano. De hecho, el primerísimo primer puesto se lo lleva, sin duda alguna, la caída del Astro Sol, la estrella más cercana a nosotros, sobre la figura azul índigo del Cofre de Perote. Cuando llega el invierno, las tardes se vuelven frías, el sol no calienta y el aire que se respira es puro, si llueve a las cuatro de la tarde, con seguridad, habrá bonita tarde despejada a eso de las cinco cincuenta, el jardín tendrá rocío, los pajaritos cantarán, tú tendrás un café gentil y tu ipod con william ackerman tocando en la guitarra, y de forma magistral, su "conferring with the moon", esos siete minutos, serán posiblemente, felicidad sencilla, encapsulada, felicidad de sentirte vivo y con ganas, vivo y con amores, con pulso.
Fotografía: Adriana Carreón (Cofre a las 16: 58)
jueves, 10 de noviembre de 2005
Madeleine y Paquito
El día se cansa a pasos cortos. Ya está entrada la noche y el viento que antes me envolvía, ahora es intruso del momento. Por tiempos "jazzy" me entretengo, sufro el encanto de las mieles con dejo a Dinah Washington. A ratos pareciera una misma mujer en desolado callejón neoyorquino, descalza, con flor roja, mirada mar y dientes de perla que divaga en su canto y entrega, deseosa, su melodía sutil. A ratos no está.
Madeleine me hace mover los hombros, ahora las caderas, ya presurosas llegan las piernas y el balanceo interno, animal, casi pecado, con el cual le respondo: ¡ yo también !, yo también me mojo sin lluvia. Y le digo luego con la más mórbida mirada: ¿nos vamos allá lejos?, ¿a otro tiempo?, traete a Cohen contigo, poco importa que seamos trío, mientras no se meta conmigo el muy poeta y me deje a solas con tu canto y tu figura, tus bares de humo y tus piernas, tu lóbrega sonrisa y el arcenal de canciones de los cuarentas... sí, que me deje sólo con tu foto, tu cabello, tu trompeta con sordina que se enciende a mitad del subway y filtra sentires de lujuria.
Pero llega Paquito y lo jode todo, mi escape en descapotable contigo, jode el momento, la tensión de cuerpos, los besos caramelo, el lodo, jode el lodo que ensucia el alma en celo...
Ese D'Rivera y sus chunchacas.
música: madeleine peyroux - careless love / paquito d'rivera - the jazz chamber trío.
Madeleine me hace mover los hombros, ahora las caderas, ya presurosas llegan las piernas y el balanceo interno, animal, casi pecado, con el cual le respondo: ¡ yo también !, yo también me mojo sin lluvia. Y le digo luego con la más mórbida mirada: ¿nos vamos allá lejos?, ¿a otro tiempo?, traete a Cohen contigo, poco importa que seamos trío, mientras no se meta conmigo el muy poeta y me deje a solas con tu canto y tu figura, tus bares de humo y tus piernas, tu lóbrega sonrisa y el arcenal de canciones de los cuarentas... sí, que me deje sólo con tu foto, tu cabello, tu trompeta con sordina que se enciende a mitad del subway y filtra sentires de lujuria.
Pero llega Paquito y lo jode todo, mi escape en descapotable contigo, jode el momento, la tensión de cuerpos, los besos caramelo, el lodo, jode el lodo que ensucia el alma en celo...
Ese D'Rivera y sus chunchacas.
música: madeleine peyroux - careless love / paquito d'rivera - the jazz chamber trío.
Flickering Flame
Una voz vibrante y dylaniana.
el antojo de la soledad.
la lluvia, el verano, los gritos.
Música en dolor con urticaria.
Música de adioses y deseos.
de dioses violentos, de posguerra.
música inherte al mundo.
muerta, música muerta que devora.
Roger y el silencio.
Roger y Yo.
Roger sin mí, sin la sensatez que se pierde al escucharlo.
Roger de delicadas campanas y coros de mujeres salvajes.
Flickering Flame tocando a las puertas del cielo.
de mi cielo, del otrora buen rato que se sigue pasando a su lado.
con su ilimitado universo de blasfemias y acordes trasnochados.
y ya suena, atrás, alejada del todo
la marea, que como él dice, está cambiando...
miércoles, 9 de noviembre de 2005
Fábula sin moraleja
Una narración de Juan Carlos Medrano.
“Hace buen día. Es temprano.
Buena ocasión para madrugar y mirar si se tiene a mano
el artilugio de achicar problemas.
Cortina de humo que distraiga de ese gris de la rutina.”
Manuel García – García Pérez.
Buena ocasión para madrugar y mirar si se tiene a mano
el artilugio de achicar problemas.
Cortina de humo que distraiga de ese gris de la rutina.”
Manuel García – García Pérez.
Somos cuatro las que normalmente habitamos esta casa; desde muy pequeñas nos han acostumbrado a no temerle nunca, cual dogma, a la madre naturaleza: benévola, sabia, paciente madre naturaleza. El caso es que no hemos aprendido, la respetamos, eso sí, pero de ahí a perderle el miedo hay un trecho muy ancho. Y es que resulta que nuestro hogar es grande, o debiera decir, algo impreciso en espacios; lleno de recovecos oscuros que antiguamente servían para darle cobijo a lo inservible, entre todo ello, y año con año, se acumularon polvos, amores, alergias, escondites ingeniosos. Pareciera ser irresistible estando niños el esconderse por doquier, sin pretexto alguno; simplemente volverse fantasma y que muchos (o al menos así se desea) gasten horas buscándote. De mis hermanas, todas lo hicimos, incluso ya mayores nos encantaba seguir buscando nuevos sitios ocultos. Mis padres, ahora muertos, trabajaban mucho en casa, uno hacía de leñador, de maestro, de amo de llaves, de capataz y la otra en la cocina, casi siempre en la cocina, quiero decir cuando no se hallaba escondida también. Nos encantaba asustar a nuestro padre, era parte del encanto de vivir en un lugar alejado de la ciudad, bajo una finca enorme de cafetales y con un universo bastante limitado de actividades sociales. Si acaso venían los miércoles y sábados algunos tíos recién casados, nunca con primos (pues eran una molestia según ellos), para conversar y enterarnos de lo que alrededor nuestro sucedía. Vivimos apartados del mundo noticioso, podía haber guerras o hambrunas o consecuencias aún peores de la desnaturalización humana pero eso a nosotras cuatro, poco importaba. Lo único válido era crecer juntas; quizá por ello jamás nos casamos ni tomamos votos de castidad, simplemente nos fuimos dejando arrastrar por la marea buena de cada estación fluctuante. Lo peor es que era divertido, lo sigue siendo. Eso ayuda a perder el tiempo, a quitarse ataduras que la vejez provee, a desinhibirse, precisamente, con la madre naturaleza.
Bien, mis padres, agobiados quizá por la edad, decidieron frenar su corazón casi al mismo tiempo, papá murió dos semanas después de que mamá lo hiciera, ambos setentones, con cuatro hijas, y perdonen la humildad, maravillosas. Eso pasó durante octubre de hace cuatro años, les lloramos mucho y están enterrados en un bello jardín que les hicimos en el patio trasero, mismo que da a la inevitable finca... pero me he desviado, sólo quiero contar la historia de un tlacuache y he metido incluso a mis tíos. Platicaré entonces sobre fobias; quiero acercarme al tema de forma delicada pues rara vez escribo sobre animales y no me gustaría que esto terminara siendo un homenaje fallido a Esopo, al que respeto con toda el alma, que conste: recuerdo con precisión aquella lectura que nos impuso papá, “el zorro y el colibrí”, ¿o era gorrión?, quizá más bien se trataba de una zorra y no un zorro y de un ave, dejémoslo en ave pues en gustos se rompen géneros, habrá que recordarlo más adelante; el caso es que uno de los dos se quería comer al otro, ahí sí no me pregunten cuál ni cómo ni por qué pues en esto de las libres interpretaciones uno nunca sabe las sorpresas que le esperan a la vuelta de la página. Aún así, me considero una buena lectora.
Las fobias (y las filias también, ¿por qué no?). Las fobias que nos envuelven en este detalle vivencial acaecido ayer por la noche devienen de un tiempo antiguo. De un día, para precisar, que a mi padre le dio por atrapar, enumerar, enfrascar en peceras hechizas y procurar serpientes venenosas y no tan venenosas. ¡Qué fastidio!, en fin, a eso me refiero con las filias. Entre mamá y Cristina, la mayor de mis hermanas, se encargaron de obligarlo mediante dialécticas poco decorosas a dejar en paz su pasatiempo: “somos nosotras o tus bichos” dictó ferozmente mi madre para finalizar la discusión, y papá, obediente a los mandatos femeninos, soltó al azar a cada uno de sus especimenes sin importarle siquiera que las condiciones fueran las adecuadas. Nadie durmió esa noche. Todas soñamos con reptiles gigantes que nos apretaban fuertemente el tórax. Margarita, la tercera en edad, fue la que más relajada estuvo, aunque tampoco pudo dormir debido a nuestros jadeos incesantes y gritos inconscientes de auxilio. No pasó nada, ni siquiera nuestro mosco-cliente nos picó, y yo, la paranoica, argumenté que eso se debía probablemente a que el insecto le temía a los ojos de aquellos animales rastreros... así pasamos toda la noche, despertándonos, contándonos los sueños, a veces riendo un tanto nerviosas de lo que aparecería en los titulares de nota roja al día siguiente. La mente es débil, al contrario de lo que muchos piensan, al menos cuando se trata de pensar en tu supervivencia, y no exagero, una vez me comentó un chico del MP (Matrimonio Problemático) que me pretendía, el caso de una anciana, madre de un hijo cuarentón, que al darse cuenta de que éste la envenenaba poco a poco para gozar pronto de su herencia, decidió suicidarse no sin antes cambiar el testamento a nombre de un hospital y de un gringo misterioso sin dejarle ni un centavo a su querido hijito criminal. La mente es débil ¿por qué demonios no lo mató a él en vez de quitarse la vida?, quizá ninguna madre podría hacer semejante atrocidad, eso es digno de aplauso y testimonio irrevocable de que ellas poseen las cuatro virtudes. La mente es hasta sucia, y divaga, conmigo divaga mucho.
Después de aquella experiencia, nuestro trato con los animales cambió por completo; en vez de acercarnos, conocerlos o ponerles música clásica para su gozo, nos alejamos con temor, desconfiadas de cualquier cotidianidad e implacables ante todo aquel que nos decía “hay que quererlos”. Nada de eso, seres repugnantes en esta casa no, nunca, ni aunque se hospede de abonado, y es que para ello hay razas, culturas diferentes que se cuecen por separado para no dejarnos mal sabor. A mí que no me llamen racista, adoro a los negros y maricas, bueno no los adoro ni les pongo altar, más bien les tolero, tolero su olor, tolero su esencia, tolero su pensar y hasta su modo de vestir tolero, soy mujer tolerante, por mareada que esté la palabrita. El chiste fundamental no es ése, ni tampoco lo es ponerse a pensar en utopías o en Itaca, lo único que pido es saberse acomodar según la cadena celestial nos lo dicta, y mejor no hablemos de religión pues me pongo ruda.
“La historia del tlacuache”, habrá que entrar a ella sin miramientos y sin mayor introducción. Ahora. No sin antes enterarlos (y ya que hablamos de cadenas) de cómo se compone actualmente mi familia. Cristina, 53 años, se encarga del cuidado de la cocina por ser la única que heredó los dones de mi madre, es vulnerable aunque recatada, sale muy poco de casa, virgen maltrecha –perdonando la expresión- y sumamente pulcra en sus acciones; un error por torpeza le arruina la tarde, un papel tirado la enerva. Compulsiva del orden. Ésa, de modo muy general es Cristi. Entonces nazco yo, con 49 agostos y Dios me libre de 50, de nombre Diana en honor a la bisabuela materna, odio describirme pero por papeleo y protocolo debo hacerlo aquí, soy muy nostálgica, algo floja y de dormires largos, desaliñada en imagen y con un par de orejas algo grandes, dicen que ése es uno de los defectos físicos que nos hacen ser atractivos. No estudié nada, ni siquiera la preparación ardua a la que nos sometió papá fue de mi agrado, desde pequeña me ha gustado la lectura, aprendí a escribir y a leer cuando tenía cinco, pero eso no viene al caso, también soy virgen, al menos hasta donde yo sé y no me interesa de momento cargar con un hombre a mis espaldas. Llega luego Margarita, la tercera en edad, tiene 47 y una hija de 25 años muy desagradable, producto de una calentura veraniega con MI chico del MP, semejante cabrón y ella toda tontita con la hormona esponjada por los 38 grados que había ese día cayó entera y le sembró a Margarita Segunda, menuda inteligencia para nombrar personas, desde entonces, le hablo poco, “tolero” pero no olvido, que queden bien diferenciados los casos, sin embargo, creo que cuando ambas estamos de buenas se producen pláticas agradables. A ella le gusta la tarde y su hija es el mejor escudo cuando de discusiones entre damas se trata, al menos la chica sabe defenderse, ahora estudia Psicología y eso se lo hemos reprochado todas ¿qué cree que nos está dando a entender?, a veces me siento como su ratón, observada “vamos a ver para dónde se mueve la tía si le damos un golpecito...aquí”, chistosita ella, lo peor de todo es que vive de nosotras, come con nosotras y hasta cartas juega con nosotras, eso sí, duerme con el novio que tiene pinta de comunista o cosas peores. Ahora que lo pienso, es muy probable que la chamaca haya tenido algo que ver con el tlacuache. Ya hasta los ojos me arden de tanto elucubrar y encima que ayer fue una noche fatídica... pero bueno. Cierro con Imelda, la menor, un amor, una dama, mi consentida, sé que no hay que hacer juicios de valor frente a tus hermanos pero eso a mí me vale, los hago porque lo creo conveniente para que las demás vayan sabiendo cómo debe comportarse una mujer. Imelda cumplió hace tres días la maravillosa edad de 40 años y por supuesto, fue un producto milagroso de mi madre, parto complicado, por cesárea, con ojos verdes y un porte que espantaba desde chiquilla, mujerona, me da gusto saberla de mi lado, y es que en las familias se forman bandos, por qué negarlo, bandos que incrementan con el pasar del tiempo los lazos... o los rompen, ésa es otra, los rompen, nos hacen amargados, silenciosos y explosivos; no ha sido nuestro caso pero hay que estar en todo. Mi hermanita es la mejor amiga que he tenido, la que me hace sonreír, la que incluso, hace quince años, en medio de una tormenta de septiembre durmió conmigo, como hace tanto no lo hacía, y nos quedamos calladas, mirándonos, viendo cuánto habían crecido nuestros cuerpos desde entonces y la lluvia no cesaba y Margarita no estaba pues fue invitada por su hija al Distrito a una exposición de su “amigo” el pintor y a Cristina el sueño siempre le ha parecido una bendición y...y... y nos quedamos dormidas con tanta historia y a las dos horas de estar ahí, recostadas, secreteando... en fin, no quiero perderme en lo que aquí nos reúne: la trágica aventura de nuestro querido mamífero marsupial nocturno, de movimientos tardos, pero muy trepador el condenado.
Estábamos viendo una película bastante inmadura y superflua sobre dinosaurios clonados a partir de la sangre rescatada de un mosquito fosilizado en ámbar y bla bla bla, la veíamos a medias pues ya era noche y yo me caía de sueño, Cris tejía mientras un enorme reptil devoraba a dos humanos de un bocado, hasta dónde ha llegado la insensibilidad por la muerte: ahora las niñas juegan con sus muñecas a que se matan por celos mientras una se queda congelada a la vez que crea un móvil de mariposas... será cosa de generaciones. Mago llegaba a la sala con leche tibia pues todas detestamos la frialdad que produce ese molesto escalofrío en las muelas y Mago Segunda se entretenía en uno de esos rompecabezas de 10 000 piezas con los que una se hace tonta pensando que algún día podrá colgarlo en su habitación (ni cabría) siendo ella la que nos había recomendado ver semejante atrocidad fílmica. Imelda no estaba, un abogado la invitó a cenar a la ciudad y era el chisme de la semana, hay que fijarse que si a los cuarenta todavía concretas una cita es porque algún atributo tendrás, pues ni muy ricas ni muy guapas las niñas Salcedo hemos salido. Recuerdo que un día nos llevaron a las cuatro, estando jovencitas, a un enorme salón de belleza para que nos acicalaran y dejaran impecables a la vista del hombre común, pero ni así; más bien acabamos siendo un espejo payaso de nuestra madre que hasta una foto nos tomó al lado de los estilistas que habían creado tal horror visual, yo lloré mucho, tendría 17 años y ni crear facciones podía con tales emplastes de gomina, maquillaje y colirio; Imelda era una muñeca rota de porcelanita pues al verme llorar, lloró (por impulsos, qué sé yo). Margarita se pensaba reina con disfraz de vuelta al auto y Cris trataba de esconder su rostro en el sombrerito mono que semanas atrás le habían comprado para usarlo únicamente en presencia de visitas; el resultado final: cuatro especimenes y dos padres orgullosos.
Hubo un momento, supongo sería el clímax, en el que tras el monitor se desarrollaba una vergonzosa persecución mal lograda en la que los héroes eran dos niños, uno blanquito y el otro más moreno, por aquello de la unión racial y la globalización latente. Yo había optado, a tales alturas de la escena, recostarme en el hombro de Cristina e irme quedando dormida cuando de pronto, un sobresalto, un grito de mi almohada y ya le veíamos correr hacia nosotras desinteresado de los rugidos de un tirano saurio. La sobrina empezó a reírse un tanto nerviosa mientras la mamá y sus dos tías hacíamos lo necesario para caber en un triste sillón de metro y medio con todo y piernas arriba. Era una zarigüeya bebé intentando atacarnos de frente, criatura horripilante, mezcla desastrosa de rata, canguro, puerco espín, oso hormiguero y castor. Cosa de miedo.
El jardinero nos dijo hace tiempo que esas rarezas muerden, y que lo hacen fuertemente si se sienten atosigadas o en peligro. También, aunque con otras palabras, palabras campestres pues, explicó que entran a las casas cuando huelen fruta... o pollos, comen pollos, no sé si lo hagan estando tan pequeños, pero de que comen, comen, y lo hacen sin parar, con el único deseo de destruir, reproducirse mejor y así seguir sembrando su malvada semilla de caos. El tlacuache es entonces como el Hombre, debiera antes revelar algunos secretos de la humanidad pero sería como escarbar en temas de menor trascendencia. El Hombre Universal se siente desconfiado hacia lo desconocido, hacia los grandes espacios oscuros y hacia los de su misma especie; de este modo, trata siempre de colocarse en el escalón más alto, el que lo quita de peligros terrenales convirtiéndolo en banalidad; cree que estando en las alturas puede referirse a cualquiera como si de microbio se tratara. Así es feliz. El tlacuache lo mismo; cree que estando a ras de suelo puede referirse a los de arriba como presa fácil. Por eso tanto robo, tanto asesinato, tanta inseguridad en las grandes urbes, siempre ocasionada por personas que han recibido una educación pobre y que ni siquiera en una mesa saben comportarse, ya no digamos cómo tomar los cubiertos. Si bien es cierto que no estudié, tampoco caigo en la ignorancia, y es que sólo es cuestión de ponerse un poco lógicos: el Hombre siempre quiere más ¿cómo actúa entonces el hombre que nada tiene?. Nuestro jardinero, por poner algún ejemplo preciso, pobrecillo pero no pasa de ser un inculto, aunque sepa más de plantas que un botánico. A veces se queda en una casita que le construimos en la entrada de la finca y da la casualidad que al otro día de pernoctar “para nuestro cuidado y buen dormir” siempre nos falta algo de la alacena, si no es azúcar, es frijol, harina e inclusive hasta aceitunas rellenas de anchoas nos han llegado a faltar, pero cómo correrle, si su familia es una tradición entre la nuestra y mis hermanas lo quieren tanto y su hijo es el único que sabe limpiar bien la plata que tenemos en el aparador de la sala y tiene un don de reproducción tan insoportable que es padre de nueve niños y su esposa está encinta (Yolanda, te hemos dicho miles de veces que cierres la fábrica, que tu marido se haga la vasectomía y que si no quiere se lo cortes, pero no, la Yola feliz mientras Pedro le siga empujando su “mágica varita”). Y es que ésa es otra, pareciera que en el país la mujer no se quiere, y los organismos encargados de cuidarla se niegan a emprender campañas educativas de planeación familiar, es eso, los problemas devienen desde la mala organización para los censos, nadie los ocupa y quien lo hace no sabe a ciencia cierta si los índices suben o bajan. Sólo siguen la corriente social de “burro el último”. Quizá por ello no me case nunca; no es que halla perdido las esperanzas, pero las mujeres de cincuenta parecieran asustar a cualquier macho roedor de cuerpos. Ahí aparece por fin la conexión que buscaba entre hombre (ya no Universal sino de género) y tlacuache. Ambos son roedores, traicioneros, sucios y con una apariencia total de los mil demonios.
Con las tres arriba del sillón y la niña Margarita ahora a carcajadas, el animal parecía sentirse a gusto, atraído por el sonido del televisor. Deambuló por toda la sala buscando esquinas calentitas ante el terror que cada instante nos carcomía con más fuerza los huesos y articulaciones dejándonos paralizadas. Habrá que repetir que no se trata de un ser veloz, todo lo contrario, sus movimientos inspirarían a una bailarina principiante o torpe. Habrá que suponer que estaba asustado por el bullicio que se generaba a raíz de su presencia. Mamá Mago salió corriendo de la habitación y decidida tomó una escoba del armario que para esas herramientas sirve, instintivamente se la aventó a su hija-escudo ordenándole con voz de frenesí que matara al marsupial. A regañadientes y con menos sonrisa que antes, la sobrina se aprestó a la primitiva labor mientras Cris y yo nos tomábamos de las manos; ni rezar era bueno: al cerrar los ojos podíamos perder de vista a la bestia, dejándola presta para el ataque frontal, sin mencionar que la confianza en Dios no estaba del todo bien en esas fechas debido a un incidente en la cocina que quemó mi poco pelo y casi rostiza las delicadas manos de Cristina; alguien dejó prendida la estufa y bueno, quizá se haya tratado de Imelda enamorada o de una broma más de nuestra chiquilla bufón, que ahora perseguía con desenfreno mas cautela al protagonista diminuto del evento. Una debe ser muy tonta como para no poder matar en un dos por tres a insignificante bicho doméstico, hasta yo deseaba pararme y enseñarle a esa muchacha cómo eran las cosas en casa. Hay días en que hace falta tratarla con mano dura, es durante estos tiempos que está pichoncita y todavía se deja. Pero para qué meterse en más problemas si ya con asegurar que la casa no se caiga nos basta y sobra. Cuidar de un hogar con finca no es cualquier enchilada. No deberían existir esas casualidades para una mujer que ya entra a la tercera edad, que no sabe defenderse sola de alguna adversidad y que lo único que le gusta es comer caramelos mientras lee algo de realeza extranjera. No es posible que ante ello, nadie se de cuenta de lo fácil que es sufrir, nadie alargue una mano amiga o al menos nos diga los buenos días. Eso me da coraje pues siempre hemos sido respetables, hasta cariñosas con los que nos gritan tontería y media por la calle o desean vernos muertas. Por que los hay, existen ese tipo de personas maliciosas y envidiosas que se entretienen en vernos morir lentamente. No es justo, cómo hacer que esos factores no me consuman, lo más difícil, cómo hacer que precisamente ello me haga más fuerte. Por eso no ayudé a la pequeña Margarita, de qué serviría si sólo soy una vieja con ganas de poder bajar del sillón e irme a la cama.
Nunca me ha gustado tenerme piedad. La lástima se la dejo a los inválidos de mente, ¿o debiera decir, de mente “con capacidades diferentes”?. Y es que una ya no sabe cómo hablar en estos días en que la civilidad se vuelve un arma de doble filo: si gritas, eres una histérica sin remedio, si callas, la más conformista, si por razones de peso, lloras, una débil y si te embarazas sin estar casada, sexo-servidora. ¿Margarita lo es?, al menos eso susurran afuera, en el mundo; qué se yo de esas cosas. Debiera decir que como negocio no está mal, hace una semana vi pasar a Dolores, la de la taquería, toda orgullosa en una camioneta de esas que hacen ahora para nosotras, automáticas. Eso me pone a pensar en el ridículo parámetro en el que la industria automotriz, al fin y al cabo lidereada por hombres, tiene a la mujer que es conductora. Es soez y ruin imaginar siquiera que las damas somos malas al volante. Ayer mismo, justo ayer leí en el diario local una estúpida estadística que pone a la mujer como el mayor riesgo en carreteras; el 83% de los accidentes automovilísticos es causado por el género femenino. Háganme ustedes el recabrón favor. Y no me excuso por la palabrota, ya está bueno de chingaderas machistas en pleno siglo XXI. Complejo siglo de desaires culturales.
Regreso a la génesis del intruso con garras que rompió mis nervios. Mi muy querida sobrinita Margarita Junior, Segunda o Salcedo –pa’l caso lo mismo- nunca llegó a asestarle un golpe con su escoba mágica a la vil criatura, que muy hija de Dios, pero muy fea la pobrecita. Así que sin más, desinteresada, bofa y torpe, luciendo con esmero su atroz anatomía, la peluda amiga de la noche, salió del cuarto y se dirigió a la cava, un obscuro y bien dotado escondite de antaño donde hoy coexisten vinos y conservas que en navidad preparamos todas. Nunca debió entrar ahí. Cavó su tumba. Ya imagino con complaciente comicidad el epitafio del tlacuache.
Nunca debió entrar ahí. Esa frase hecha y trillada me devuelve sin remedio algunos recuerdos de mi infancia. Yo no sabía que a los niños hay que hablarles con total franqueza y guiarlos, mas nunca dirigirlos, por el sinuoso camino que representa la vida misma. Y ahí el meollo, si los padres no prohibieran tanto a los hijos, éstos no harían tantas travesuras, lógica elemental, primaria; quiero decir, el punto está en el trato. Prohibido prohibir. Prohibido prohibir y así la Mago se embarazó, y así, gracias a Dios, perdió el comunismo, y así murieron tantos amarillos en el lugar aquel de la bomba de hongo, y así se ahogan los chiquillos en el río, y de esta forma las fronteras son cada día más cercanas, y así los desamores, el odio, la imprudencia, el desempleo, la inseguridad aderazada con violencia, y así el bendito, aunque siempre controversial, culto al dinero, y así el consumismo, la avaricia, el cinismo. Y así, y así, y así… y así no el miedo. Por vía del miedo prohibimos. El miedo, causa el accidente. Y el miedo mismo, rodeó al pequeño visitante y lo empujó, por catastrófico azar a la cava, hogar de su funesto destino.
2 años atrás, en una noche de junio, durante el cumpleaños de Cristina, toda solícita fui por más vino a la cava. Al prender el foco del lúgubre sitio y agacharme para poder entrar, noté un movimiento inquieto al fondo. Por reflejo, me alarmé y traté de salir presurosa dándome un golpe brusco en la cabeza; debí caer ahí, inconsciente, desprotegida, sólo oía un barullo muy lejano que quizá provenía de la cocina donde celebrábamos a mi hermana; al abrir los ojos, probablemente unos segundos después del incidente, percibí, aún estando adormilada, los ojos de una rata enorme: rojos, ojos atentos a mis movimientos, seductores incluso… no grité, ni sentí el más mínimo indicio de sobresaltarme; nos quedamos ahí, fijas las dos, escrutándonos, oliéndonos, precavidas aunque en trance, sin prisa, sin sentido. No hubo más, sería cosa de un minuto; lenta, la roedora volvió a su cálido rincón bajo la duela, parpadeé como tratando de espabilarme, tomé el reserva ’90, le soplé a su fría figura y lo llevé a la fiesta donde sería sacrificado en honor a Baco, no le conté a nadie del asunto; esa noche decidí divertirme hasta tarde, fui otra, conté chistes, hablé de política, degusté del postre que yo misma me aventuré a cocinar, lancé piropos a mis hermanas y jugué a los naipes con una de ellas hasta el amanecer.
Me levanté de cama pasado el mediodía y fui de nueva cuenta a la cava, al reencuentro con aquella sorprendente criatura, despejé la zona, y casi sin notarlo empecé a levantar la madera del piso, sacudí los rincones del diminuto cuarto, la buscaba a ella, estaba empecinada en volver a verla, en tocarla incluso. No paré durante tres días, lo hacía cuando nadie me veía para así ahorrarme las explicaciones. Nunca di con ella.
Mis noches se volvieron inseguras, volví a soñar con reptiles gigantes que me apretaban fuerte el tórax; los días desfilaron por su cuenta, funestos, aleatorios, sin esmero. El recuerdo de aquella noche de cumpleaños se hizo a cada instante más remoto. Hasta ayer. Ayer que apareció en mi memoria la reencarnación del miedo. “La única salida al miedo es afrontándolo”. Así que presta y segura como pocas veces, me alisté al escuadrón de exterminación, arrebaté la escoba que portaba Margarita y entré decidida al recobeco del vino, con violencia saqué de sus estantes mermeladas y licores, destrocé en pedazos cada olor a adrenalina, con mis manos, algo turbias y nerviosas, arranqué de sus clavos la duela, sometí mi figura al capataz interno y aniquilé mis vicios al temor, con mi arma, atravesé sus vísceras, grité mientras lo hacía, sentí placer al hacerlo, desquité esas ansias insomnes y antiguas.
Mago llegó silenciosa a la sala con galletas y leche tibia para todas. Vio los créditos en el monitor. – Buena la película ¿no? – Noté su estupor inmediato. Imelda me aventaba un aire fresco con su pañuelo y Cristina abría la ventana que dejaba entrar a la noche traicionera. Sólo pude reírme discreta mientras me llevaba la mano al pecho, donde ya el corazón me recibía con fuertes palpitadas.
Septiembre. 2mil5.
Bien, mis padres, agobiados quizá por la edad, decidieron frenar su corazón casi al mismo tiempo, papá murió dos semanas después de que mamá lo hiciera, ambos setentones, con cuatro hijas, y perdonen la humildad, maravillosas. Eso pasó durante octubre de hace cuatro años, les lloramos mucho y están enterrados en un bello jardín que les hicimos en el patio trasero, mismo que da a la inevitable finca... pero me he desviado, sólo quiero contar la historia de un tlacuache y he metido incluso a mis tíos. Platicaré entonces sobre fobias; quiero acercarme al tema de forma delicada pues rara vez escribo sobre animales y no me gustaría que esto terminara siendo un homenaje fallido a Esopo, al que respeto con toda el alma, que conste: recuerdo con precisión aquella lectura que nos impuso papá, “el zorro y el colibrí”, ¿o era gorrión?, quizá más bien se trataba de una zorra y no un zorro y de un ave, dejémoslo en ave pues en gustos se rompen géneros, habrá que recordarlo más adelante; el caso es que uno de los dos se quería comer al otro, ahí sí no me pregunten cuál ni cómo ni por qué pues en esto de las libres interpretaciones uno nunca sabe las sorpresas que le esperan a la vuelta de la página. Aún así, me considero una buena lectora.
Las fobias (y las filias también, ¿por qué no?). Las fobias que nos envuelven en este detalle vivencial acaecido ayer por la noche devienen de un tiempo antiguo. De un día, para precisar, que a mi padre le dio por atrapar, enumerar, enfrascar en peceras hechizas y procurar serpientes venenosas y no tan venenosas. ¡Qué fastidio!, en fin, a eso me refiero con las filias. Entre mamá y Cristina, la mayor de mis hermanas, se encargaron de obligarlo mediante dialécticas poco decorosas a dejar en paz su pasatiempo: “somos nosotras o tus bichos” dictó ferozmente mi madre para finalizar la discusión, y papá, obediente a los mandatos femeninos, soltó al azar a cada uno de sus especimenes sin importarle siquiera que las condiciones fueran las adecuadas. Nadie durmió esa noche. Todas soñamos con reptiles gigantes que nos apretaban fuertemente el tórax. Margarita, la tercera en edad, fue la que más relajada estuvo, aunque tampoco pudo dormir debido a nuestros jadeos incesantes y gritos inconscientes de auxilio. No pasó nada, ni siquiera nuestro mosco-cliente nos picó, y yo, la paranoica, argumenté que eso se debía probablemente a que el insecto le temía a los ojos de aquellos animales rastreros... así pasamos toda la noche, despertándonos, contándonos los sueños, a veces riendo un tanto nerviosas de lo que aparecería en los titulares de nota roja al día siguiente. La mente es débil, al contrario de lo que muchos piensan, al menos cuando se trata de pensar en tu supervivencia, y no exagero, una vez me comentó un chico del MP (Matrimonio Problemático) que me pretendía, el caso de una anciana, madre de un hijo cuarentón, que al darse cuenta de que éste la envenenaba poco a poco para gozar pronto de su herencia, decidió suicidarse no sin antes cambiar el testamento a nombre de un hospital y de un gringo misterioso sin dejarle ni un centavo a su querido hijito criminal. La mente es débil ¿por qué demonios no lo mató a él en vez de quitarse la vida?, quizá ninguna madre podría hacer semejante atrocidad, eso es digno de aplauso y testimonio irrevocable de que ellas poseen las cuatro virtudes. La mente es hasta sucia, y divaga, conmigo divaga mucho.
Después de aquella experiencia, nuestro trato con los animales cambió por completo; en vez de acercarnos, conocerlos o ponerles música clásica para su gozo, nos alejamos con temor, desconfiadas de cualquier cotidianidad e implacables ante todo aquel que nos decía “hay que quererlos”. Nada de eso, seres repugnantes en esta casa no, nunca, ni aunque se hospede de abonado, y es que para ello hay razas, culturas diferentes que se cuecen por separado para no dejarnos mal sabor. A mí que no me llamen racista, adoro a los negros y maricas, bueno no los adoro ni les pongo altar, más bien les tolero, tolero su olor, tolero su esencia, tolero su pensar y hasta su modo de vestir tolero, soy mujer tolerante, por mareada que esté la palabrita. El chiste fundamental no es ése, ni tampoco lo es ponerse a pensar en utopías o en Itaca, lo único que pido es saberse acomodar según la cadena celestial nos lo dicta, y mejor no hablemos de religión pues me pongo ruda.
“La historia del tlacuache”, habrá que entrar a ella sin miramientos y sin mayor introducción. Ahora. No sin antes enterarlos (y ya que hablamos de cadenas) de cómo se compone actualmente mi familia. Cristina, 53 años, se encarga del cuidado de la cocina por ser la única que heredó los dones de mi madre, es vulnerable aunque recatada, sale muy poco de casa, virgen maltrecha –perdonando la expresión- y sumamente pulcra en sus acciones; un error por torpeza le arruina la tarde, un papel tirado la enerva. Compulsiva del orden. Ésa, de modo muy general es Cristi. Entonces nazco yo, con 49 agostos y Dios me libre de 50, de nombre Diana en honor a la bisabuela materna, odio describirme pero por papeleo y protocolo debo hacerlo aquí, soy muy nostálgica, algo floja y de dormires largos, desaliñada en imagen y con un par de orejas algo grandes, dicen que ése es uno de los defectos físicos que nos hacen ser atractivos. No estudié nada, ni siquiera la preparación ardua a la que nos sometió papá fue de mi agrado, desde pequeña me ha gustado la lectura, aprendí a escribir y a leer cuando tenía cinco, pero eso no viene al caso, también soy virgen, al menos hasta donde yo sé y no me interesa de momento cargar con un hombre a mis espaldas. Llega luego Margarita, la tercera en edad, tiene 47 y una hija de 25 años muy desagradable, producto de una calentura veraniega con MI chico del MP, semejante cabrón y ella toda tontita con la hormona esponjada por los 38 grados que había ese día cayó entera y le sembró a Margarita Segunda, menuda inteligencia para nombrar personas, desde entonces, le hablo poco, “tolero” pero no olvido, que queden bien diferenciados los casos, sin embargo, creo que cuando ambas estamos de buenas se producen pláticas agradables. A ella le gusta la tarde y su hija es el mejor escudo cuando de discusiones entre damas se trata, al menos la chica sabe defenderse, ahora estudia Psicología y eso se lo hemos reprochado todas ¿qué cree que nos está dando a entender?, a veces me siento como su ratón, observada “vamos a ver para dónde se mueve la tía si le damos un golpecito...aquí”, chistosita ella, lo peor de todo es que vive de nosotras, come con nosotras y hasta cartas juega con nosotras, eso sí, duerme con el novio que tiene pinta de comunista o cosas peores. Ahora que lo pienso, es muy probable que la chamaca haya tenido algo que ver con el tlacuache. Ya hasta los ojos me arden de tanto elucubrar y encima que ayer fue una noche fatídica... pero bueno. Cierro con Imelda, la menor, un amor, una dama, mi consentida, sé que no hay que hacer juicios de valor frente a tus hermanos pero eso a mí me vale, los hago porque lo creo conveniente para que las demás vayan sabiendo cómo debe comportarse una mujer. Imelda cumplió hace tres días la maravillosa edad de 40 años y por supuesto, fue un producto milagroso de mi madre, parto complicado, por cesárea, con ojos verdes y un porte que espantaba desde chiquilla, mujerona, me da gusto saberla de mi lado, y es que en las familias se forman bandos, por qué negarlo, bandos que incrementan con el pasar del tiempo los lazos... o los rompen, ésa es otra, los rompen, nos hacen amargados, silenciosos y explosivos; no ha sido nuestro caso pero hay que estar en todo. Mi hermanita es la mejor amiga que he tenido, la que me hace sonreír, la que incluso, hace quince años, en medio de una tormenta de septiembre durmió conmigo, como hace tanto no lo hacía, y nos quedamos calladas, mirándonos, viendo cuánto habían crecido nuestros cuerpos desde entonces y la lluvia no cesaba y Margarita no estaba pues fue invitada por su hija al Distrito a una exposición de su “amigo” el pintor y a Cristina el sueño siempre le ha parecido una bendición y...y... y nos quedamos dormidas con tanta historia y a las dos horas de estar ahí, recostadas, secreteando... en fin, no quiero perderme en lo que aquí nos reúne: la trágica aventura de nuestro querido mamífero marsupial nocturno, de movimientos tardos, pero muy trepador el condenado.
Estábamos viendo una película bastante inmadura y superflua sobre dinosaurios clonados a partir de la sangre rescatada de un mosquito fosilizado en ámbar y bla bla bla, la veíamos a medias pues ya era noche y yo me caía de sueño, Cris tejía mientras un enorme reptil devoraba a dos humanos de un bocado, hasta dónde ha llegado la insensibilidad por la muerte: ahora las niñas juegan con sus muñecas a que se matan por celos mientras una se queda congelada a la vez que crea un móvil de mariposas... será cosa de generaciones. Mago llegaba a la sala con leche tibia pues todas detestamos la frialdad que produce ese molesto escalofrío en las muelas y Mago Segunda se entretenía en uno de esos rompecabezas de 10 000 piezas con los que una se hace tonta pensando que algún día podrá colgarlo en su habitación (ni cabría) siendo ella la que nos había recomendado ver semejante atrocidad fílmica. Imelda no estaba, un abogado la invitó a cenar a la ciudad y era el chisme de la semana, hay que fijarse que si a los cuarenta todavía concretas una cita es porque algún atributo tendrás, pues ni muy ricas ni muy guapas las niñas Salcedo hemos salido. Recuerdo que un día nos llevaron a las cuatro, estando jovencitas, a un enorme salón de belleza para que nos acicalaran y dejaran impecables a la vista del hombre común, pero ni así; más bien acabamos siendo un espejo payaso de nuestra madre que hasta una foto nos tomó al lado de los estilistas que habían creado tal horror visual, yo lloré mucho, tendría 17 años y ni crear facciones podía con tales emplastes de gomina, maquillaje y colirio; Imelda era una muñeca rota de porcelanita pues al verme llorar, lloró (por impulsos, qué sé yo). Margarita se pensaba reina con disfraz de vuelta al auto y Cris trataba de esconder su rostro en el sombrerito mono que semanas atrás le habían comprado para usarlo únicamente en presencia de visitas; el resultado final: cuatro especimenes y dos padres orgullosos.
Hubo un momento, supongo sería el clímax, en el que tras el monitor se desarrollaba una vergonzosa persecución mal lograda en la que los héroes eran dos niños, uno blanquito y el otro más moreno, por aquello de la unión racial y la globalización latente. Yo había optado, a tales alturas de la escena, recostarme en el hombro de Cristina e irme quedando dormida cuando de pronto, un sobresalto, un grito de mi almohada y ya le veíamos correr hacia nosotras desinteresado de los rugidos de un tirano saurio. La sobrina empezó a reírse un tanto nerviosa mientras la mamá y sus dos tías hacíamos lo necesario para caber en un triste sillón de metro y medio con todo y piernas arriba. Era una zarigüeya bebé intentando atacarnos de frente, criatura horripilante, mezcla desastrosa de rata, canguro, puerco espín, oso hormiguero y castor. Cosa de miedo.
El jardinero nos dijo hace tiempo que esas rarezas muerden, y que lo hacen fuertemente si se sienten atosigadas o en peligro. También, aunque con otras palabras, palabras campestres pues, explicó que entran a las casas cuando huelen fruta... o pollos, comen pollos, no sé si lo hagan estando tan pequeños, pero de que comen, comen, y lo hacen sin parar, con el único deseo de destruir, reproducirse mejor y así seguir sembrando su malvada semilla de caos. El tlacuache es entonces como el Hombre, debiera antes revelar algunos secretos de la humanidad pero sería como escarbar en temas de menor trascendencia. El Hombre Universal se siente desconfiado hacia lo desconocido, hacia los grandes espacios oscuros y hacia los de su misma especie; de este modo, trata siempre de colocarse en el escalón más alto, el que lo quita de peligros terrenales convirtiéndolo en banalidad; cree que estando en las alturas puede referirse a cualquiera como si de microbio se tratara. Así es feliz. El tlacuache lo mismo; cree que estando a ras de suelo puede referirse a los de arriba como presa fácil. Por eso tanto robo, tanto asesinato, tanta inseguridad en las grandes urbes, siempre ocasionada por personas que han recibido una educación pobre y que ni siquiera en una mesa saben comportarse, ya no digamos cómo tomar los cubiertos. Si bien es cierto que no estudié, tampoco caigo en la ignorancia, y es que sólo es cuestión de ponerse un poco lógicos: el Hombre siempre quiere más ¿cómo actúa entonces el hombre que nada tiene?. Nuestro jardinero, por poner algún ejemplo preciso, pobrecillo pero no pasa de ser un inculto, aunque sepa más de plantas que un botánico. A veces se queda en una casita que le construimos en la entrada de la finca y da la casualidad que al otro día de pernoctar “para nuestro cuidado y buen dormir” siempre nos falta algo de la alacena, si no es azúcar, es frijol, harina e inclusive hasta aceitunas rellenas de anchoas nos han llegado a faltar, pero cómo correrle, si su familia es una tradición entre la nuestra y mis hermanas lo quieren tanto y su hijo es el único que sabe limpiar bien la plata que tenemos en el aparador de la sala y tiene un don de reproducción tan insoportable que es padre de nueve niños y su esposa está encinta (Yolanda, te hemos dicho miles de veces que cierres la fábrica, que tu marido se haga la vasectomía y que si no quiere se lo cortes, pero no, la Yola feliz mientras Pedro le siga empujando su “mágica varita”). Y es que ésa es otra, pareciera que en el país la mujer no se quiere, y los organismos encargados de cuidarla se niegan a emprender campañas educativas de planeación familiar, es eso, los problemas devienen desde la mala organización para los censos, nadie los ocupa y quien lo hace no sabe a ciencia cierta si los índices suben o bajan. Sólo siguen la corriente social de “burro el último”. Quizá por ello no me case nunca; no es que halla perdido las esperanzas, pero las mujeres de cincuenta parecieran asustar a cualquier macho roedor de cuerpos. Ahí aparece por fin la conexión que buscaba entre hombre (ya no Universal sino de género) y tlacuache. Ambos son roedores, traicioneros, sucios y con una apariencia total de los mil demonios.
Con las tres arriba del sillón y la niña Margarita ahora a carcajadas, el animal parecía sentirse a gusto, atraído por el sonido del televisor. Deambuló por toda la sala buscando esquinas calentitas ante el terror que cada instante nos carcomía con más fuerza los huesos y articulaciones dejándonos paralizadas. Habrá que repetir que no se trata de un ser veloz, todo lo contrario, sus movimientos inspirarían a una bailarina principiante o torpe. Habrá que suponer que estaba asustado por el bullicio que se generaba a raíz de su presencia. Mamá Mago salió corriendo de la habitación y decidida tomó una escoba del armario que para esas herramientas sirve, instintivamente se la aventó a su hija-escudo ordenándole con voz de frenesí que matara al marsupial. A regañadientes y con menos sonrisa que antes, la sobrina se aprestó a la primitiva labor mientras Cris y yo nos tomábamos de las manos; ni rezar era bueno: al cerrar los ojos podíamos perder de vista a la bestia, dejándola presta para el ataque frontal, sin mencionar que la confianza en Dios no estaba del todo bien en esas fechas debido a un incidente en la cocina que quemó mi poco pelo y casi rostiza las delicadas manos de Cristina; alguien dejó prendida la estufa y bueno, quizá se haya tratado de Imelda enamorada o de una broma más de nuestra chiquilla bufón, que ahora perseguía con desenfreno mas cautela al protagonista diminuto del evento. Una debe ser muy tonta como para no poder matar en un dos por tres a insignificante bicho doméstico, hasta yo deseaba pararme y enseñarle a esa muchacha cómo eran las cosas en casa. Hay días en que hace falta tratarla con mano dura, es durante estos tiempos que está pichoncita y todavía se deja. Pero para qué meterse en más problemas si ya con asegurar que la casa no se caiga nos basta y sobra. Cuidar de un hogar con finca no es cualquier enchilada. No deberían existir esas casualidades para una mujer que ya entra a la tercera edad, que no sabe defenderse sola de alguna adversidad y que lo único que le gusta es comer caramelos mientras lee algo de realeza extranjera. No es posible que ante ello, nadie se de cuenta de lo fácil que es sufrir, nadie alargue una mano amiga o al menos nos diga los buenos días. Eso me da coraje pues siempre hemos sido respetables, hasta cariñosas con los que nos gritan tontería y media por la calle o desean vernos muertas. Por que los hay, existen ese tipo de personas maliciosas y envidiosas que se entretienen en vernos morir lentamente. No es justo, cómo hacer que esos factores no me consuman, lo más difícil, cómo hacer que precisamente ello me haga más fuerte. Por eso no ayudé a la pequeña Margarita, de qué serviría si sólo soy una vieja con ganas de poder bajar del sillón e irme a la cama.
Nunca me ha gustado tenerme piedad. La lástima se la dejo a los inválidos de mente, ¿o debiera decir, de mente “con capacidades diferentes”?. Y es que una ya no sabe cómo hablar en estos días en que la civilidad se vuelve un arma de doble filo: si gritas, eres una histérica sin remedio, si callas, la más conformista, si por razones de peso, lloras, una débil y si te embarazas sin estar casada, sexo-servidora. ¿Margarita lo es?, al menos eso susurran afuera, en el mundo; qué se yo de esas cosas. Debiera decir que como negocio no está mal, hace una semana vi pasar a Dolores, la de la taquería, toda orgullosa en una camioneta de esas que hacen ahora para nosotras, automáticas. Eso me pone a pensar en el ridículo parámetro en el que la industria automotriz, al fin y al cabo lidereada por hombres, tiene a la mujer que es conductora. Es soez y ruin imaginar siquiera que las damas somos malas al volante. Ayer mismo, justo ayer leí en el diario local una estúpida estadística que pone a la mujer como el mayor riesgo en carreteras; el 83% de los accidentes automovilísticos es causado por el género femenino. Háganme ustedes el recabrón favor. Y no me excuso por la palabrota, ya está bueno de chingaderas machistas en pleno siglo XXI. Complejo siglo de desaires culturales.
Regreso a la génesis del intruso con garras que rompió mis nervios. Mi muy querida sobrinita Margarita Junior, Segunda o Salcedo –pa’l caso lo mismo- nunca llegó a asestarle un golpe con su escoba mágica a la vil criatura, que muy hija de Dios, pero muy fea la pobrecita. Así que sin más, desinteresada, bofa y torpe, luciendo con esmero su atroz anatomía, la peluda amiga de la noche, salió del cuarto y se dirigió a la cava, un obscuro y bien dotado escondite de antaño donde hoy coexisten vinos y conservas que en navidad preparamos todas. Nunca debió entrar ahí. Cavó su tumba. Ya imagino con complaciente comicidad el epitafio del tlacuache.
Nunca debió entrar ahí. Esa frase hecha y trillada me devuelve sin remedio algunos recuerdos de mi infancia. Yo no sabía que a los niños hay que hablarles con total franqueza y guiarlos, mas nunca dirigirlos, por el sinuoso camino que representa la vida misma. Y ahí el meollo, si los padres no prohibieran tanto a los hijos, éstos no harían tantas travesuras, lógica elemental, primaria; quiero decir, el punto está en el trato. Prohibido prohibir. Prohibido prohibir y así la Mago se embarazó, y así, gracias a Dios, perdió el comunismo, y así murieron tantos amarillos en el lugar aquel de la bomba de hongo, y así se ahogan los chiquillos en el río, y de esta forma las fronteras son cada día más cercanas, y así los desamores, el odio, la imprudencia, el desempleo, la inseguridad aderazada con violencia, y así el bendito, aunque siempre controversial, culto al dinero, y así el consumismo, la avaricia, el cinismo. Y así, y así, y así… y así no el miedo. Por vía del miedo prohibimos. El miedo, causa el accidente. Y el miedo mismo, rodeó al pequeño visitante y lo empujó, por catastrófico azar a la cava, hogar de su funesto destino.
2 años atrás, en una noche de junio, durante el cumpleaños de Cristina, toda solícita fui por más vino a la cava. Al prender el foco del lúgubre sitio y agacharme para poder entrar, noté un movimiento inquieto al fondo. Por reflejo, me alarmé y traté de salir presurosa dándome un golpe brusco en la cabeza; debí caer ahí, inconsciente, desprotegida, sólo oía un barullo muy lejano que quizá provenía de la cocina donde celebrábamos a mi hermana; al abrir los ojos, probablemente unos segundos después del incidente, percibí, aún estando adormilada, los ojos de una rata enorme: rojos, ojos atentos a mis movimientos, seductores incluso… no grité, ni sentí el más mínimo indicio de sobresaltarme; nos quedamos ahí, fijas las dos, escrutándonos, oliéndonos, precavidas aunque en trance, sin prisa, sin sentido. No hubo más, sería cosa de un minuto; lenta, la roedora volvió a su cálido rincón bajo la duela, parpadeé como tratando de espabilarme, tomé el reserva ’90, le soplé a su fría figura y lo llevé a la fiesta donde sería sacrificado en honor a Baco, no le conté a nadie del asunto; esa noche decidí divertirme hasta tarde, fui otra, conté chistes, hablé de política, degusté del postre que yo misma me aventuré a cocinar, lancé piropos a mis hermanas y jugué a los naipes con una de ellas hasta el amanecer.
Me levanté de cama pasado el mediodía y fui de nueva cuenta a la cava, al reencuentro con aquella sorprendente criatura, despejé la zona, y casi sin notarlo empecé a levantar la madera del piso, sacudí los rincones del diminuto cuarto, la buscaba a ella, estaba empecinada en volver a verla, en tocarla incluso. No paré durante tres días, lo hacía cuando nadie me veía para así ahorrarme las explicaciones. Nunca di con ella.
Mis noches se volvieron inseguras, volví a soñar con reptiles gigantes que me apretaban fuerte el tórax; los días desfilaron por su cuenta, funestos, aleatorios, sin esmero. El recuerdo de aquella noche de cumpleaños se hizo a cada instante más remoto. Hasta ayer. Ayer que apareció en mi memoria la reencarnación del miedo. “La única salida al miedo es afrontándolo”. Así que presta y segura como pocas veces, me alisté al escuadrón de exterminación, arrebaté la escoba que portaba Margarita y entré decidida al recobeco del vino, con violencia saqué de sus estantes mermeladas y licores, destrocé en pedazos cada olor a adrenalina, con mis manos, algo turbias y nerviosas, arranqué de sus clavos la duela, sometí mi figura al capataz interno y aniquilé mis vicios al temor, con mi arma, atravesé sus vísceras, grité mientras lo hacía, sentí placer al hacerlo, desquité esas ansias insomnes y antiguas.
Mago llegó silenciosa a la sala con galletas y leche tibia para todas. Vio los créditos en el monitor. – Buena la película ¿no? – Noté su estupor inmediato. Imelda me aventaba un aire fresco con su pañuelo y Cristina abría la ventana que dejaba entrar a la noche traicionera. Sólo pude reírme discreta mientras me llevaba la mano al pecho, donde ya el corazón me recibía con fuertes palpitadas.
Septiembre. 2mil5.
Dudamor
Sin volcarme en los recuerdos, avanzo a medias.
Todo es latitud, tiempo estipulado y espacio definido...
así queda tan poco por hacer.
Me atemoriza el insomnio, me pongo pardo ante las arañas grandes.
Me dibujo sin cabeza; traduzco por paz todo acto de guerra
y se me caen los pantalones de pensar en tí.
Sin embargo,
dubitativo ando,
amaso con coraje los destellos de fracaso
y me someto a tu cuerpo, a tu tiempo y a tu espacio.
Todo es latitud, tiempo estipulado y espacio definido...
así queda tan poco por hacer.
Me atemoriza el insomnio, me pongo pardo ante las arañas grandes.
Me dibujo sin cabeza; traduzco por paz todo acto de guerra
y se me caen los pantalones de pensar en tí.
Sin embargo,
dubitativo ando,
amaso con coraje los destellos de fracaso
y me someto a tu cuerpo, a tu tiempo y a tu espacio.
martes, 8 de noviembre de 2005
Debut II
Brindo por las dudas.
siento, opino, toco, muerdo, dónde.
Ay del cielo gris.
de la tiniebla, de la espesura, de la niebla.
Ay del boicot.
Más basura productiva.
siento, opino, toco, muerdo, dónde.
Ay del cielo gris.
de la tiniebla, de la espesura, de la niebla.
Ay del boicot.
Más basura productiva.
Debut
y como quien arriesga esa intimidad ansiada.
y como quien corrige su pasado.
y como quien escribe pese a todo, como Marguerite.
y como quien se interna en la espesura.
y como el tiempo que se vuelve pasajero....
y como quien corrige su pasado.
y como quien escribe pese a todo, como Marguerite.
y como quien se interna en la espesura.
y como el tiempo que se vuelve pasajero....
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