lunes, 27 de febrero de 2006
Amistad (y Otras Desviaciones a Distancia)
¡Viene Joaquín!... sí, sí, ya pronto; será cosa de tres semanas... ¡claro que ya los compré!, así que déjate de excusas y nos vamos a verlo... el 12 de febrero... sábado sí, es su cumpleaños... te veo para darte el boleto...
Sucedió no hace tiempo; Arturo se había medido con la noticia: Sabina en México; luego de años, de discos cantados y rones, de tumultuosas voces mañaneras que acompasaban inquietas sus canciones. Quizá es momento de contarlo.
Un viaje discreto; sin mucho itinerario, sin maleta, sin amores olvidados, pero lleno de alegrías, entusiasmos, una que otra risa cómplice y dos raspados walkmans llenos de Joaquín, una tras otra, sin pausa, con “filin”, con tanto y tanto recuerdo provocado por una letra inmensa, canalla, sincera. Platicábamos los dos de encuentros anteriores, de conciertos que dejaron huella, del día aquel que abuela murió y nos apagó su última gira durante un interminable funeral con tíos desconocidos y plañideras llenas de dolor. Platicábamos de tanto en esos viajes de ida y vuelta, en esas rutas de artistas diversos, que ahora con certeza, digo conocerle bien. Arturo es el tipo aquél de imágenes gastadas, el gordo amable que vive en el pasado, es por ello quizá que con él comulgo fervorosamente.
Al bajar del autobús y atravesar la ciudad en metro, nos damos cuenta (tremenda analogía) del paradisíaco invento que son los pueblos. El nuestro es uno pequeñito, muy limpio en colores y paisaje, habitado por la gente de las altas montañas veracruzanas; Xico se llama, y en él se escucha, cada seis horas, el carrillón desafinado de parroquia, se vende nieve de fresco manantial, se obtiene anís de las praderas, se bebe caña por litro y se vota por el PRD.
Ya la gente en el Metropolitan está impaciente; primero, unos tacos de suadero con el güero de la esquina: la sazón impecable, la salsa muy salsa, los imecas necesarios. ¿Otra cervecita?. Que sean dos entonces. Son casi las siete; el cielo se oscurece, la cuenta de las chelas se dispara por los aires, es momento entonces de integrarse a la cola, que desordenada, encuentra la taza made in China, la camiseta de Malasia y el disco pirata manufacturado en el Japón. Mi sombra se hace gruesa y el vaso desechable vacío está ya de cerveza (vaya rima pintoresca). Arturo pide a gritos dos de las oficiales: ¡son las oficiales güey!, me grita, accedo a sacar un billete, no sin antes vigilar a la pareja de fulanos que se acerca demasiado. ¿180 pesos?... (%#$!!!!$#¡¡) ¡pero sí es una ganga!, ¡llévate otra!, le digo ya con la saliva propia que producen los etiles y el nulo balance económico que siempre ha cargado mi vida.
“Nunca es tarde para el brandy”, me habla la inconciencia. “primera llamada, ésta es primera llamada”; sala adentro, un bajo acústico ya resuena entonando los acordes vagos de una de las nuevas que viene a presentar. Entremos de una buena vez.
El concierto transcurre alegremente perfumado de algarabías, vivas y olés que poco a poco soltamos los interesados en el tema; detrás nuestro, una pareja se deshace a besos, se dicta el “hoy te amo y prolongo ese hoy al infinito, vida mía” que tanto nos gusta oír a los que gozamos de la cursilería. Vienen y van las cervezas (las trae de la barra un muchacho educado), uno a uno se sueltan los tonos de acordes distantes y hermosos que provocan jubilosas lágrimas. “Hasta pronto mi México; no se me mueran nunca, carajo” repica Joaquín con su voz amarga y de tabaco muy dentro del cuerpo y del alma.
Éxito rotundo el de la noche, redondo viaje que oscurece.
Fuimos los últimos en salir de aquel teatro; el portero, intrigado, ya golpeaba, como no queriendo, la diminuta puerta del disgusto, la que nos volvería otra vez seres mortales y efímeros. Afuera; la noche cae en pleno, y más allá, la paradoja: "tú dime compadre... ¿TAPO o barecito?"... y yo ya todo bendito, feliz, satisfecho, enorme, le contesto torpemente a Arturo: barecito carnal, barecito, que esperen los camiones.
Y esperaron. Miramar fue el tugurio, algo pequeño, de esos que no llaman mucho la atención, dos rondas y nos vamos... dos rondas más... dos más... nomás otras dos y ya... la penúltima ¿no?... Al salir, un taxi nos pita, nos ciega con los faros: ¿a dónde?, pregunta incipiente el conductor; al cielo, compadre; responde mi amigo con cautela. Camino a la terminal, conversamos de la seguridad en la ciudad, intercambiamos datos, incluso le dijimos, ya desafinados e ineptos, que por gente como él, el Distrito adquiría prestigio.
De no haber llevado un ángel con nosotros, probablemente y como buenos provincianos, hubiésemos terminado en la primera plana de algún diario amarillista: “caen jóvenes veracruzanos en manos de la mafia oculta del centro histórico”. De no haber llevado un ángel insisto, pero hubo uno bien grande, uno que jamás descuidó nuestros descuidos: el de la amistad, el del compañerismo, el ángel aquél que con alas grandes nos incita a aventurarnos en viajes como éste.
De vuelta en Xalapa, adormecidos y con la dura resaca a cuestas, nos espera aún la organización para la despedida de soltero de Patricio. Ninguno quiere saber algo del otro, incluso nos gritamos ya en el túnel y decidimos no hablarnos nunca más. Esa misma tarde suena el incómodo teléfono: ¿Juan Carlos?... ya brother, en serio, qué le vamos a organizar al Pato...
> vivido en febrero '01/escrito en noviembre '04/ publicado ahora.
Publicado por
Juan Carlos Medrano
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2 comentario(s):
Son amigos de aguardiente mi querido hermano, pero son los mejores amigos y los mas valiosos, aunque a algunas mujeres les encabrone que chupes, jejeje.
NO SABEN NADA DE LA VIDA.
Amigos y nadie mas, si cierto.
Un abrazo y tenia tiempo de no entrar, si no voy a la corrida de Pablo te encargo uno de esos creces de caminos del acontecimiento.
Asi quedamos.
Quiobo Juan Carlos!!!
¿Qué pasó con tu blog?, ya revívelo!
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