Una narración de Juan Carlos Medrano.
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"...amigos míos: veo que los padres están complacidos y eso me complace a mí también, porque sé que si los padres están complacidos, ellos complacerán a los hijos (enorme aplauso, gran risa)."
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GEORGE CATLIN. Vida entre los indios.
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Raúl y Josefina son una pareja que ha nacido para amarse, para jurarse eternidad, para disimular su enojo cuando están en compañía, para reír y llorar con las películas, para comer del mismo plato y tomar del mismo vaso. Raúl y Josefina están satisfechos pues han crecido, tienen responsabilidades mutuas, ya no son pequeños, ya no huyen de los besos ni del sexo, tampoco se esconden ni se citan ciegamente en los cafés. Papás ya no se enojan.
Raúl y Josefina viven ahora juntos, son deseados por demás personas, ajenas a su magia, a su encanto y a toda melodía. Personas ajenas a su sangre; por eso son deseados. Raúl se envuelve siempre en misterios, en libros, en corazones olvidados, en cantos de tarde sin sol, en manzanas, en navajas de afeitar, en cortauñas, en metodologías usuales de todo desayuno; se especializa en omelettes y le gusta el agua simple. A Raúl le gusta mucho el agua simple. Josefina es delicada, amable con visitas que saben ser amables, fuerte con los tropiezos vitales y amante del té con crema; muy inglesita es Josefina. A ambos les fascina el sol y no la playa, se visten como niños, les gusta el lodo, el azúcar y la cáscara de naranja cristalizada, matarían por ella. De hecho cultivan las naranjas, las deshidratan, las empolvan con un chile pequeño que dicen es afrodisíaco y después se las comen, son capaces de pasarse toda una tarde viendo escurrir gotas raras de otoño; escurrir por el tejado, caer enseguida, destruirse. Son capaces de todo.
De pequeños, luego de cenar, jugaban largas horas a ser astrónomos, y a veces, cuando la cena era muy fuerte y la hora temprana, a ser estrellas. Y ardían, ambas estrellas ardían si en alguna casa no había padres. Muy precoces, muy 12 añitos, muy de su estatura. Sólo ardían, Josefina cerraba los ojos y tragaba saliva; jamás explotaban, a Raúl le daba miedo explotar. Sería el caos, la pérdida total de los sentidos y los ecos de un romance prohibido agitarían pañuelos en la catedral de aquella cabecera. Y los ecos, queridos míos, lo vuelven a uno vulnerable. Los ecos hacen que uno se escape, que uno viva huyendo por decreto universal, porque está prohibido ya lo dije, porque Dios castiga estos romances. Son de monstruos estos romances, y su prole son monstruos igualmente. Diosito los castiga, envenena por dentro a la mujer, y su nidito de venas y placenta se endurece, se deforma. Lo mismo pasa con los perros, sus cachorros mueren y nos quedamos todos sin vender siquiera " al prieto aquel, ese que se mueve como si estuviera borrachito". Ni eso nos dejan los perros, por eso los Hombres y los perros se están muriendo de hambre. Ni vender al borrachito podemos.
Por eso, por los castigos divinos que jamás se dieron y por los cachorros que Momo y Snoopy, la pareja de perros que los acompañaba a todas partes, jamás tuvieron, por los ecos y por las catedrales, Raúl y Josefina huyeron encolerizando al cielo, a los padres, al viento en arrozales, a la multitud entrometida. Huyeron de ellos mismos, pero juntos, sin trampas, sin juramentos eternos, sin pareja que ha nacido para amarse. Se asentaron en la ciudad cercana a su pasado. Incluso en los hospitales, si se les veía de la mano sonreír y luego detenerse a contraluz para besarse y amarrarse, eran tildados de obscenos, de malditos, de prófugos. Yo mismo, de tener las piedras, se las tiraba.
Detener las piedras, eso hacían Raúl y Josefina, y luego, te devolvían a cambio una sonrisa cómplice y era cuando te sentías sucio, o te ruborizabas o te descarabas e ibas con tu amante de la farmacia a decirle que tu esposa ya había aceptado el divorcio. No había por qué temerles. ¿O la envidia es tu conciencia?. No. Entonces no hay por qué, ni a ellos, ni a los raros, ni a los que se salen de tu esquema, el esquema universal. Eso te dicen los letrados, los intelectuales. ¿Pero si están mintiendo por ser ellos iguales?, ¿qué tal si se contagia?. Por eso tomamos medicinas, y nos sentimos más felices, por eso nos tapamos los ojos cuando vemos el terror muy de cerca, por miedo a que nos guste. Por eso tú tienes a tu pareja, que conociste en un bar, o en un kinder, con la que ahora vives alejado y sin saber que en la casa de enfrente mataron a un gatito por celos o hubo un accidente, uno pasional, de esos que nunca son accidentes.
A Raúl y a Josefina les pasó lo mismo, vivían en la casa de enfrente y un mal día, de esos en los que arrojamos objetos para defendernos de la persona con la que hacemos el amor, un día con trincheras, en un ratito, en un minuto, sucedió lo que no tenía que suceder jamás: tocaron el timbre los papás de Raúl, y a Josefina se les salían las lágrimas mientras abrazaba a ambos. Raúl no los quería, Josefina era suya, no de ellos, ni de nadie, suya sola, muy suya, muy de su agrado, muy cercana. No hay nada más cercano. Los papás se la llevaron entre empujones y gritos y las noches de Raúl se hicieron amargas y rudas. La cama había crecido y Raúl no era gordo. La cama era muy grande sin Josefina. Y Josefina muy pequeña sin Raúl.
El papá de Raúl se llama Raúl y la mamá de Josefina, Josefina. Personas comunes, que vemos en los bancos esperando turnos o en cocinas cocinando, personas que no entienden la otra dimensión de los espacios, personas comunes. A ambos les hubiese gustado que sus hijos fueran comunes también, que supieran leyes y encontraran caminos justos, equilibrados, sin cuestionamientos morales, sin algarabías. Y no es raro, la esposa del papá de Raúl es increíblemente adorable, una señora muy tierna, que borda en las tardes con otras tres amigas y que a diario llora cuando le recuerdan de su hijo, y del esposo de la mamá de Josefina nadie se puede quejar, es un hombre que trabaja duro en una firma de abogados y que quiere lo mejor para su hija. Historia sencilla, sin rodeos, hay miles de ellos, muchos quisieran ser como ellos de hecho. Los papás de Raúl y los de Josefina son personas de bien, que a veces pierden los estribos por que a sus hijos se les ha ocurrido quererse. Diario pasa y nadie dice algo.
Raúl hijo, protagónico, no el padre sino el hijo, esperó dos meses a Josefina, su amada, no la madre de su amada, pero Josefina no asistía al encuentro así que Raúl corrió a rescatarla de las conversaciones de siempre, de vino tinto y pan con queso que a él tanto miedo daban. No le fue difícil entrar en la casa donde ahora vivía su única ilusión pues a final de cuentas era bien recibido, era parte de la familia y aunque todos quisieran negarlo, siempre lo sería. Así que por qué no ir a reclamar lo suyo, lo que le otorgaba cariño y le servía de postre por las madrugadas. Por qué no ir a recuperar a Josefina de su claustro y demostrarle a todos que los monstruos no tenían más monstruos por hijitos. Podría ser, pero no era el caso. Así que decidido entró, habló con los padres de Josefina mientras ella escuchaba tras la puerta de su habitación la discusión que poco a poco iba creciendo, hasta que oyó el disparo, uno sólo, muy atinado y luego un llanto quedo, de soledad anticipada.
Raúl y Josefina viven ahora juntos, son deseados por demás personas, ajenas a su magia, a su encanto y a toda melodía. Personas ajenas a su sangre; por eso son deseados. Raúl se envuelve siempre en misterios, en libros, en corazones olvidados, en cantos de tarde sin sol, en manzanas, en navajas de afeitar, en cortauñas, en metodologías usuales de todo desayuno; se especializa en omelettes y le gusta el agua simple. A Raúl le gusta mucho el agua simple. Josefina es delicada, amable con visitas que saben ser amables, fuerte con los tropiezos vitales y amante del té con crema; muy inglesita es Josefina. A ambos les fascina el sol y no la playa, se visten como niños, les gusta el lodo, el azúcar y la cáscara de naranja cristalizada, matarían por ella. De hecho cultivan las naranjas, las deshidratan, las empolvan con un chile pequeño que dicen es afrodisíaco y después se las comen, son capaces de pasarse toda una tarde viendo escurrir gotas raras de otoño; escurrir por el tejado, caer enseguida, destruirse. Son capaces de todo.
De pequeños, luego de cenar, jugaban largas horas a ser astrónomos, y a veces, cuando la cena era muy fuerte y la hora temprana, a ser estrellas. Y ardían, ambas estrellas ardían si en alguna casa no había padres. Muy precoces, muy 12 añitos, muy de su estatura. Sólo ardían, Josefina cerraba los ojos y tragaba saliva; jamás explotaban, a Raúl le daba miedo explotar. Sería el caos, la pérdida total de los sentidos y los ecos de un romance prohibido agitarían pañuelos en la catedral de aquella cabecera. Y los ecos, queridos míos, lo vuelven a uno vulnerable. Los ecos hacen que uno se escape, que uno viva huyendo por decreto universal, porque está prohibido ya lo dije, porque Dios castiga estos romances. Son de monstruos estos romances, y su prole son monstruos igualmente. Diosito los castiga, envenena por dentro a la mujer, y su nidito de venas y placenta se endurece, se deforma. Lo mismo pasa con los perros, sus cachorros mueren y nos quedamos todos sin vender siquiera " al prieto aquel, ese que se mueve como si estuviera borrachito". Ni eso nos dejan los perros, por eso los Hombres y los perros se están muriendo de hambre. Ni vender al borrachito podemos.
Por eso, por los castigos divinos que jamás se dieron y por los cachorros que Momo y Snoopy, la pareja de perros que los acompañaba a todas partes, jamás tuvieron, por los ecos y por las catedrales, Raúl y Josefina huyeron encolerizando al cielo, a los padres, al viento en arrozales, a la multitud entrometida. Huyeron de ellos mismos, pero juntos, sin trampas, sin juramentos eternos, sin pareja que ha nacido para amarse. Se asentaron en la ciudad cercana a su pasado. Incluso en los hospitales, si se les veía de la mano sonreír y luego detenerse a contraluz para besarse y amarrarse, eran tildados de obscenos, de malditos, de prófugos. Yo mismo, de tener las piedras, se las tiraba.
Detener las piedras, eso hacían Raúl y Josefina, y luego, te devolvían a cambio una sonrisa cómplice y era cuando te sentías sucio, o te ruborizabas o te descarabas e ibas con tu amante de la farmacia a decirle que tu esposa ya había aceptado el divorcio. No había por qué temerles. ¿O la envidia es tu conciencia?. No. Entonces no hay por qué, ni a ellos, ni a los raros, ni a los que se salen de tu esquema, el esquema universal. Eso te dicen los letrados, los intelectuales. ¿Pero si están mintiendo por ser ellos iguales?, ¿qué tal si se contagia?. Por eso tomamos medicinas, y nos sentimos más felices, por eso nos tapamos los ojos cuando vemos el terror muy de cerca, por miedo a que nos guste. Por eso tú tienes a tu pareja, que conociste en un bar, o en un kinder, con la que ahora vives alejado y sin saber que en la casa de enfrente mataron a un gatito por celos o hubo un accidente, uno pasional, de esos que nunca son accidentes.
A Raúl y a Josefina les pasó lo mismo, vivían en la casa de enfrente y un mal día, de esos en los que arrojamos objetos para defendernos de la persona con la que hacemos el amor, un día con trincheras, en un ratito, en un minuto, sucedió lo que no tenía que suceder jamás: tocaron el timbre los papás de Raúl, y a Josefina se les salían las lágrimas mientras abrazaba a ambos. Raúl no los quería, Josefina era suya, no de ellos, ni de nadie, suya sola, muy suya, muy de su agrado, muy cercana. No hay nada más cercano. Los papás se la llevaron entre empujones y gritos y las noches de Raúl se hicieron amargas y rudas. La cama había crecido y Raúl no era gordo. La cama era muy grande sin Josefina. Y Josefina muy pequeña sin Raúl.
El papá de Raúl se llama Raúl y la mamá de Josefina, Josefina. Personas comunes, que vemos en los bancos esperando turnos o en cocinas cocinando, personas que no entienden la otra dimensión de los espacios, personas comunes. A ambos les hubiese gustado que sus hijos fueran comunes también, que supieran leyes y encontraran caminos justos, equilibrados, sin cuestionamientos morales, sin algarabías. Y no es raro, la esposa del papá de Raúl es increíblemente adorable, una señora muy tierna, que borda en las tardes con otras tres amigas y que a diario llora cuando le recuerdan de su hijo, y del esposo de la mamá de Josefina nadie se puede quejar, es un hombre que trabaja duro en una firma de abogados y que quiere lo mejor para su hija. Historia sencilla, sin rodeos, hay miles de ellos, muchos quisieran ser como ellos de hecho. Los papás de Raúl y los de Josefina son personas de bien, que a veces pierden los estribos por que a sus hijos se les ha ocurrido quererse. Diario pasa y nadie dice algo.
Raúl hijo, protagónico, no el padre sino el hijo, esperó dos meses a Josefina, su amada, no la madre de su amada, pero Josefina no asistía al encuentro así que Raúl corrió a rescatarla de las conversaciones de siempre, de vino tinto y pan con queso que a él tanto miedo daban. No le fue difícil entrar en la casa donde ahora vivía su única ilusión pues a final de cuentas era bien recibido, era parte de la familia y aunque todos quisieran negarlo, siempre lo sería. Así que por qué no ir a reclamar lo suyo, lo que le otorgaba cariño y le servía de postre por las madrugadas. Por qué no ir a recuperar a Josefina de su claustro y demostrarle a todos que los monstruos no tenían más monstruos por hijitos. Podría ser, pero no era el caso. Así que decidido entró, habló con los padres de Josefina mientras ella escuchaba tras la puerta de su habitación la discusión que poco a poco iba creciendo, hasta que oyó el disparo, uno sólo, muy atinado y luego un llanto quedo, de soledad anticipada.
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Luego Raúl fue por Josefina y salieron de ahí sin ser notados por antiguos vecinos o antiguos hospitales. Ya que nadie les querría después de lo sucedido, decidieron huir lejos, esta vez más lejos y más sin motivos que la primera. Raúl ahora se dedica a la abogacía y Josefina ha puesto sesiones de bordados en las tardes, en aquel ático que les alquilan barato en una ciudad muy grande y sin compromisos donde se ve seguido lo prohibido. Dicen que el talento pasa de generación en generación. ¿o es al revés?.
Dicen que ya nadie les molesta, tienen ahora una hija, es ciega, pero sus doctores de confianza han dicho que es debido a las malformaciones genéticas de las que todo mundo antes hablaba. Pero su hija no es un monstruo, sólo es ciega. Josefina ya está embarazada otra vez y su hijito, al que llamarán Raúl, honrando a su abuelo, nacerá en los primeros días de junio. La hija ya quiere tener un hermanito y habla con sus amigas de la escuela que cuando crezca se casará con él. Los papás, cuando escuchan eso se ríen discretamente. Raúl y Josefina comieron del mismo plato y bebieron del mismo vaso. Saben a lo que se refiere su pequeña. Raúl y Josefina son hermanos de sangre. Y ahora están viendo escurrir las gotas del tejado, eso que tanto les gusta.
Dicen que ya nadie les molesta, tienen ahora una hija, es ciega, pero sus doctores de confianza han dicho que es debido a las malformaciones genéticas de las que todo mundo antes hablaba. Pero su hija no es un monstruo, sólo es ciega. Josefina ya está embarazada otra vez y su hijito, al que llamarán Raúl, honrando a su abuelo, nacerá en los primeros días de junio. La hija ya quiere tener un hermanito y habla con sus amigas de la escuela que cuando crezca se casará con él. Los papás, cuando escuchan eso se ríen discretamente. Raúl y Josefina comieron del mismo plato y bebieron del mismo vaso. Saben a lo que se refiere su pequeña. Raúl y Josefina son hermanos de sangre. Y ahora están viendo escurrir las gotas del tejado, eso que tanto les gusta.
2 comentario(s):
ME HE QUEDADO CLAVADA EN LA LECTUA DE TU TEXTO DE PRINCIPIO A FIN, SE ME HACE UN NUDO EN EL ESTOMAGO...ME ENCANTA COMO NARRAS, TODO, ME LO PUEDO IMAGINAR.
UN ABRAZO
La Amiga de Busi
Que BARBARO!... mi lectura de tu narrativa me dejo mariposas amarillas babiloneando por todos lados. de suerte que desde chavo te he seguido..
Vas requetebien!!!!... quiero mas
pero mucho mas
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