lunes, 31 de marzo de 2014

303 días después


Infusión
Obra completa



(Musiquita para relajarnos)


Durante una tarde de mayo del año pasado recorrí el refri y el pensamiento buscando ideas frías. Y encontré una muy caliente: volver a escribir en mi blog que, si bien no había abandonado, lucía pálido de efigie.

Idea fría: escribir por deleite de crearme más y diferentes mundos efímeros. Escribir ficción. Inventar dolencias y placeres de personajes que probablemente nunca podría llegar a ser (por mi nimio interés en ser alguien más de lo que soy) dada mi cobardía y el infatigable paso de los años sobre mi redonda figura.

Nunca he sido disciplinado; gozo de un trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad (o creo gozarlo) que me aferra al orden preestablecido del universo: mi universo, mi física y mi tiempo. Eso es tan distinto a la disciplina y la constancia creativa que sugiere ciertos huecos en mis momentáneas encerronas con las musas... y en mis devastadores enamoramientos; pero eso no viene al caso.

Dicho lo dicho, pensé en escribir 30 cuentos no mayores a los diez párrafos. Uno diario, un mes, una taza de té mientras eso ocurre. "Salir fortalecido", dije en voz baja para no ser escuchado, volver a mis antiguas glorias de desenfreno existencial y literario llegadas tan sólo hace cinco años. 30 cuentos, 30 días, 30 tazas de té. Y volver a empezar. Escapar de la monserga de escribir por escribir. Fijarme objetivos. Diversificación es diversión.

Y aquí están, 303 días después, los resultados.
(Guárdese sus comentarios)

PARÉNTESIS DE APERTURA

Infusión es la tercera serie que completo. Las dos anteriores (Debut y Dilecciones, que puede usted encontrar al costado derecho de esta bitácora electrónica bajo la columna Barrios) fueron monotemáticas.

La primera, de diez entregas, revisa mi adaptabilidad a los cambios que ha sufrido (el) peatón, tanto en diseño como en maneras de utilizar el lenguaje, y es más bien una suerte de ejercicios que no tendría por qué haber publicado -y que, venido a ver, ni siquiera sé muy bien si esté "completa"-; cosas del ego, como este texto, como este blog: cosas del ego. Arrebatado, incluso, por cambiar de estigma, intenté desaparecer mis rastros a través del Debut X. Por supuesto, no lo logré: para desaparecer hay que ser constantes.

En Dilecciones, sin embargo, la fuerza motora de mi núcleo sustancial que (perdone la franqueza) ha sido siempre amar y ser amado, se me fue de las manos. Así surgieron treinta textos en los que utilicé un lenguaje más ramplón y coloquial para generar conversaciones lo más humanamente realistas entre dos enamorados.

A esas entregas, se les sumaron después doce garabateadas imágenes sobre el desamor y los celos. Hoy se muestra completa luego de haber desaparecido un par de años del blog y puede usted leerla con los 42 incisos.

PARÉNTESIS DE CIERRE

La serie Infusión no consiguió extraer de mi cerebro envenenado el mal bicho de la desidia y la poca perseverancia, pero sí dio luz a una faceta distinta en mis umbrales creativos. Por ello le debo mucho y la atesoro desde ahora como un premio de consolación a los diez improductivos meses que tardé en terminarla.

Su numeración sólo corresponde a un registro elemental de mi lentitud hacia la vida; un mero orden cronológico que supo trazar algunos esquemas sobre los temas a tratar, las formas narrativas y la experiencia misma de ir aprendiendo palabras en desuso.

Por ello sugeriré un orden (recuerde usted mi trastorno), más de fondo que de forma, y que no pretende ser paradigma para su lectura sino sutil acomodo de tópicos o circunstancias. Vaivenes emocionales que en el continuo desdoblamiento (canalla o hipócrita) que supone para  un servidor el acto de escribir, servirán de menos para entretejer de modos más honestos este enredijo sin cabeza que tuvo a razón perdida llamarse: Infusión.

Los dos bloques que le presento muestran los vínculos a cada entrada, lo que le permitirá navegar con más comodidad por este mar de nombres propios y sustantivos.

Espero que disfrute el trance y logre conectar con más de uno. Sírvase un té de lima y tenga a la mano sus galletas. Feliz viaje. Gracias por leer.


INFUSIÓN
OBRA COMPLETA

PARTE 1

(La vanagloria de esa tarde de mayo. 
Una introducción)

(Extrovertidos escupitajos sin sentido)

(Mejor no hablar del pasado)

PARTE 2

(Cuentos para niños y adolescentes)

(Cuentos de malicia y regocijo)

(Cuentos para envejecer)
Tangentes:
a) Primera
b) Segunda

(Breves homenajes a la literatura de la Onda)

(Rendición de honores a la Naturaleza)


F I N  D E  S E R I E


Al interior


Infusión
30, de 30

FIN DE SERIE




La niñez es la etapa en que todos los hombres son creadores
Juana de Ibarbourou, 1947

°

Julio vació las calles. Una a una las despobló de asfalto, liquidámbares cerúleos, bancas y hojas secas, pintura, tropeles, proclamas de neón, chalinas, gozques, autos, felinos, cellisca, tamo, olores, lamentos, despedidas, primeros besos, boletos de lotería, divorcios, tabaquerías, independencias, desalojos, relojes, semáforos, esquinas, cruces peatonales, casas de té, banquetas, vidrios y estructuras, estatuas, ruidos, fuentes, estertores, cantinelas. Las despobló de domingos y se fue a vivir para siempre a la calle en que creció, intacta a pesar de su memoria asesina.

/

Ansiaba la muerte como el agricultor que espera la primera llovizna del año. Ilusionada, Mariana revolvió sus recuerdos con café y se los bebió de un solo trago. Enfermó de tristeza y se fue andando bajo el repaso de sus años mozos, paso lento y con vestido a flores, sobre las protuberantes raíces de los árboles ancianos que no pudo digerir.

/

La más gozosa de las damas afligidas. Inés sonreía a pesar de sus múltiples tragedias domésticas. Así lo dijo al palpitar de la noche fresca de un verano insospechado: soy la más alegre de las personas tristes. La rodeé con fuego y ternura, llevado quizá por los rones blancos y los trozos de sandía que gustamos en el vergel de su amigo alfarero. A veces sólo hace falta abrazar a quienes gustan del llanto incontrolado y libre: guardar silencio, mimar espaldas, sobar las entreveras del cabello, acercar pañuelos, echar un vistazo a las luciérnagas.

/

Esta mar tanto blanca es betún insoportable para Eugenio que aprecia el mundo al envés de los colores. Amarillo el cielo, cian la carne, pestañas de pitiminí. La gnosis, que es tan plena en sinsentido, nunca arbitra el prisma negativo de los niños. De noche, todos los gatos son leones.


° 


-

Apnea estática en playas de Cadiz
sin referencia

FIN DE SERIE

viernes, 28 de marzo de 2014

(Bucólica pausa musical de 7 minutos)


Infusión
29, de treinta





Remedios mancha de verde y ambarino este boscaje  
Lola fiscaliza los ecos de los grillos 
 Rigel llora plata en la túnica estelar 
 Natalia cabriolea sin falda entre los labrantíos de mirasoles 
Antonia duerme a los retoños de los lobos 
Mare enseña a trovar a los mirlos
 Tina dispone los olores de las savias, las frutas, las especias
 / Montaña arriba / Malacaides cincela florestas 
 Lourdes cimienta otros mundos furtivos 
Valeria los puebla junto a Fausto 
Inti tutela el reino mar adentro 
Julia desarma las balas de los hombres 
 Olivia se entrega a la intuición 
Jade pone carbono en los volcanes  
Ruth aprende a mirar a los espejos  
Manuela estampa lirios en lagunas  
Eugenia remedia los crucigramas  
Sonia pare y pare y pare a las criaturas 
Celia idea la nieve y se entretiene 
Refugio es la mujer, de niña era Isabel, Ana será cuando abuela 
Beatriz es la mujer 
Luisa la mujer 
Amelia, Patricia, Ernestina, Martha, Cristina, la mujer 
Toda la mujer es Rosa y Margarita, Catalina y Guadalupe 
Rocío llueve 
El Cosmos recomienza


Play!


°

La foto es de (el) peatón.

- veintinueve -

miércoles, 26 de marzo de 2014

Duermevela


Infusión
veintiocho, de treinta




Sara, si mueres en verano vas directo al infierno. Así es aquí, no pongo yo las reglas. A tu abuelo le faltó el aliento en julio y vive en el infierno. A tu padre le fallaron los pulmones justo iniciado un septiembre: está en el infierno. Están solos y se asustan. Mi madre se colgó en agosto, durante mi cumpleaños: deshabitada y oliendo a podredumbre, está en el infierno. Yo no pongo las reglas; la gente simplemente deja de ser feliz en verano y decide morirse.

Por qué no apuñalas a tu hermana mientras duerme (le susurra) ¡Sara: cuchillazos en su vientre! (Aire caliente. Pesadilla. Sara empapada, asustada, enlamparada, despierta congestionada) ¡Sara! (Chillidos desde la ventana. Aire frío de dos de la mañana. Paulina ronca muy discreta junto a Sara deslustrada, atenebrada, casi de congojas maltratada y de cara parda a la luz del toilette que la abuela nunca apaga)

¡Sara! 

Sara: si mueres esta noche por tu hermana yo me encargo de poblarla de hijos castos, principescos, laudatorios. Niños lisonjeros y amables como tú. Pícate el cuello con estas tijeras, vida. Ten. ¡Clávate las tijeras, Sara! Mira, es fácil. ¡Clávate las tijeras en el cuello, niña! ¡Clávate las tij!

¿Sara? Tu hermana está sangrando. Ven. Ven acá Sara. No tardo en domeñarte. Jugaste con el bautismo, con tu crédito bautismal, ¿por creerlo divertido? De poco sirve ahora. Yo no pongo las reglas; ya lo conoces, tú sabes Su Nombre y Su Paciencia.

Te vas a quedar dormida y vas a venir conmigo a ver a tu hermana que está sangrando. ¡Sara, se está muriendo Paulina! Del cuello sisé sus arterias, y sangre con vómito derramó sobre el blusón de noche. Sangre verde y amarilla y negra de tan roja.

¡Despierta, nena! ¡Sara, despiértate! (Manos añosas le acarician las mejillas) Si mueres esta noche en vez de tu hermana no irás al infierno. Ayúdame a parar el sangrado de Paulina. Se nos va de las manos. Sara, muy en serio se nos va de las manos. Despiértate Sara. ¡Despierta, nena! ¡Despiértate! (Despierta irreflexiva, como vacua materia, Sara como autillo distante en la zozobra) Si mueres esta noche vas directo al infierno.

(En el infierno las almas tienen un cuerpo pesado, caliente y quejumbroso; se cortan la piel una, y otra, y otra, y otra vez con los filos de las hojas de papel; además les crecen las uñas al revés desbaratándoles la cutícula y adhiriéndose a los huesos / y las cuencas de sus ojos despachan una suerte malsana de hielo seco. Eternas criaturas de lentos caminares sobre espinas. Ánimas reinantes en la sordera del reino más callado. Y volver a empezar con las claras del día. Y volver a caminar entre tanta gente viva) No te nos mueras, Sara; hoy no te mueras. (No al menos esta noche de ciclo lunar y luz de vela)

°°°


[ La escarificación es obra de Xavier Aceves ]

28

martes, 25 de marzo de 2014

O viceversa


Infusión
27 / 30



Se le acaban los cigarros a Panda. Y la luz también se le acaba. Afuera hay tormenta citadina y las calles se multiplican, vueltas agua y faros para niebla y gasolina quemada que bulle de los escapes. Cantos de sirenas que enarbolan el caos y lo convierten en rosarios de accidente.

Panda cree que Gero no llega porque tuvo un accidente. Oye sin mucha atención a las ambulancias cercanas. Gero tuvo un accidente, seguro. Intenta llamarle pero no hay tono al otro lado. Sale por cigarros. Vuelve tranquilo al darse cuenta que no son ambulancias sino patrullas.

Sigue lloviendo y sigue tronando y Gero no llega. Le dijo que a las ocho; son las nueve quince. La mataron. O la mataron y van persiguiendo a sus asesinos, o la mataron y tratan de llegar lo más pronto posible a la escena del crimen.

Gero es necia y pese a las advertencias de Panda, no ha dejado de manejar el auto flamante que le regaló su papi ausente. ¡Es un BMW!, véndelo, te compras algo más "tú", e inviertes el resto de la lana en otra cosa. No. A ella le va muy bien el auto. Es azul ultramarino y le encantan los colores que le remiten a su mar de infancia.  

(Gero es de Mérida, con una larga y esponjosa familia de magistrados sólo ha sabido ser una escuincla pecosa con "diamonds on the soles of her shoes". Panda es gordo y tonto, no se sabe bien si más gordo que tonto o viceversa. No tiene por qué identificar las sutiles diferencias entre andar en un deportivo ultramarino o convertirse en una más a bordo de un Renault blanco)  

La mataron para robarle el BMW. O la secuestraron al salir del Starbucks. Venía de allí. Su mensaje es de las seis y media: "Llego en tiempo; estoy en el Starbucks con Carmen, por tu casa / Te pito y sales ¿va?". Va. Nueve dieciocho sin tono cuando intenta llamarle de nuevo.

Se abre su caja de Camel, prende el cigarro como quien no quiere la cosa. Onda la calada. Sabio el humo que le retumba en la cabeza como rayo atronador. Se adelantaron las lluvias. Gero ni sabe manejar con lluvia. Está impaciente y toca un piano imaginado sobre el sillón donde reposa. O mal reposa. O se sienta y se pone de pie y vuelve a llamar y nada de línea. Apaga su Camel y entra al baño.

Panda mea de pésimas formas y ensucia el piso con su orina tibia. En cuclillas, limpia de malas y se pone rojo y el corazón le late fuerte. Tantos tacos y tantas tortas y tantas papitas y refrescos y cervezas y pizzas le tienen las arterias viejas. Esa obesidad tan "mal de familia"; su primo Nacho se murió de un infarto apenas con 22 años. Y el Panda tiene 21. No mames Panda, se miente. Limpia sus manos y sale del baño.

Saca del refri una Coca y sirve medio vaso cargado de hielos. Nueve veintitrés. Ya Gero, qué pedo. Ya llega Gero, ya llega Gero, ya llega Gero, ya llega, ya llega, ya llega. Ya puta madre, ya llega.

No va a venir, se le olvidó a la pinche vieja. Pinche Gero. Culera. A güevo que se le olvidó. ¿No es hoy el crossfit con su primita reina? Pinche Gertrudis. Si fue eso que mamila. Y si no también. Me hubiera hablado y ya estaría viendo una peli.

Nueve veinticinco. Pianito de impaciencia, muy breve. ¡Nueve veinticinco para ir a los putos tacos de en casa de la chingada que le gustan a la Gero! No mames Gero. No mames, no mames, no mames.

(Gero y Panda se conocieron en octubre del año pasado durante una clase y se han hecho buenos cuates. Los dos estudian lo mismo, o parecido: publicidad y eso. Francisco vive con otros dos morros en un depa cerca de la facultad y entre los tres organizan fiestas épicas; de cuando en vez se quedan otras niñas ahí mismo, con ellos. Pero son bien zonzos; mucha gente asegura incluso que Guillermo es virgen. Otra historia. El Panda no; quien viera al Paco, y sin putas de por medio, no: lo montó Lucy en una fiesta de la prepa. Parece que ya. Fue esa vez y ya. Pinche Panda)  

Pinche Panda es bien puñal. A Carmen no le cae bien el Panda y asiente con desprecio mientras mira su nombre escrito sobre el moka deslactosado light. A mí se me hace que te gusta el Panda. ¡Ay no mames! Te gusta por gordito. ¡Pinche Carmen, no mames, ya! La ha de tener grande; así la tienen los gordos. ¡Qué asquerosa eres!, le grita Gertrudis con morbo y picardía a su amiga de toda la vida. ¡Qué; así la tienen! Una vez me cogí al Manuel cuando era... Manuelote. ¡Qué puta! ¡Una vez... y borracha! Y qué, ¿la tenía grande? Pfff; me dejó sin poder sentarme dos días.

Ambas se ríen a carcajadas y un gringo de sesenta años que lee a Bolaño en inglés se cambia de mesa. Gero pregunta susurrando si el ruco entiende español. Las dos se quedan calladas mientras Carmen se limpia las lágrimas. Llora cuando se ríe mucho.

Ya casi que me voy, tú. Vas a cogerte al Panda, cantarrutea dos veces de forma traviesa la inseparable de Gero: vas a cogerte al Pandita. Se ríe la Gero y no contesta.

Vamos a cenar tacos, güey; responde luego de un viento filtrado que trae la lluvia. Quedé de pasar por él a las ocho, y son las ocho. Que se espere el puto. No, mejor mañana te veo; voy a ir al crossfit con Diana, ¿vas? No, dice Carmen disgustada, voy al cine con Ricardo. Ese güey sólo sabe ir al cine, Carmen. Y qué; me gusta. Allá tú. Pues sí, allá yo, fíjate. Le saca la lengua que le huele a fresa, café y chocolate. Qué bonita es Carmen.

Las dos se abrazan y se besuquean como niñas chiquitas. Afuera, Carmen pide un taxi y su abrigo negro se llena de anchos goterones. Gero baja un piso de la plaza y se mete al deportivo ultramarino. Huele a nuevo y a cerezas. Qué bonito es el coche.

Las ocho y diez. Pese al divorcio de papás, Gero está contenta; anoche le escribieron sus tíos invitándola a pasar el verano en Brasil, y la cosa con Artemio marcha bien. 




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(Las fotos, Carlos Roldán)

¡27!


lunes, 17 de marzo de 2014

Mereces vivir la primavera


Infusión
26 / 30

Para Elsa, Cris, Marián, Paula y Pablo



Play and read!



Inacabado, inexpresado, limpio de aventuras poderosas, seco en detalles, el invierno se te va de las manos. Ese punto allá distante es el Sol que tanta vida nos provoca. La Tierra ha dado las vueltas necesarias y en su órbita han sido lavados tus malos recuerdos.

Qué difíciles los domingos invernales ¿verdad? Ya se acaban. Podrías tener un poco de dicha al enterarte de eso. No desaparecerán ni tus manos regordetas, ni tus codos aún rosados, ni esa mirada que brilla tanto que pareciera estar siempre al borde del llanto. Nada de eso se irá con el invierno que acelerado vuelve ya a sus cometas lejanos. Ya lo tendremos de vuelta.

Pasaste la prueba del frío que sentimos cuando los árboles se secan y la niebla espesa se manifiesta en cuerpo, alma, praderas cenizas y olvidados ríos. Pasaste la prueba y mereces vivir la primavera.

Mereces la primavera por bonita y por floral, por risueña y por coqueta; mereces cada miel de las abejas, cada polen incrustado con ímpetu paciente en margaritas.

Ya verás los abejorros en abril y escucharás con desenfado el canto de ciertas aves que pueblan el jardín de tu abuela cuando llegan los primeros aguaceros del quinto mes que nos trae el año. Agua y ruido sí, chiquilla de ojos pispiretos; agua a raudales, en tormentas, con crecidas en los ríos y árboles gozosos de nuevo alimento.

La primavera es emocionante y conmovedora para todos los niños, y no serás la excepción. Tu madre, entrados los primeros días soleados, te vestirá de blanco y acomodará (con el pasar de las horas) moños en diversa tesitura y policromía. Y te sacarán muchas fotos junto al perro que te asusta, pero ya no verás colmillos con saliva en Yaqui sino ojitos juguetones donde se reflejan libélulas. Los perros siempre están jugando pero en invierno se asustan. No se lo digas a nadie, que quede entre tú y yo.

Tu transitar por esta renovación del planeta que ahora habitas durará tres meses y yo dejaré de ser tu "amiga secreta que vive en los eucaliptos" como bien le cuentas a tu hermana. En verano nadie nos necesita, ¡verás con agrado cuántos compañeros te invitan a comer y reír y nadar a sus casas! El verano es tan terrestre, y en otoño tus padres querrán que empieces clases de piano.

Ya volverá el invierno y con él las escondidillas en casa de tus primos, o los cuentos de papá en la chimenea o las camas con esos molestos monstruos que viven debajo aterrados por el frío. Pero no temas que allí voy a estar ayudándote a dormir mientras te cuento de mis nuevos amigos al otro lado del mundo; los que viven el invierno mientras tu vistes de blanco.

En nueve meses regreso, saltarina, y el invierno volverá a ser nuestro. Las nubes ya avizoran otro cielo más azul y los pastos crecidos de tu infancia te esperan calurosos para que tiendas edredones sobre ellos y bañes tus muñecas al sol de la tarde apacible.

Los minutos gotean durante el invierno ¿sabías? Lo que parecen 91 días se convierten en años de conversaciones, inventos y juegos donde sólo tú y yo mandamos. Así que voy y vuelvo Sofía; la Tierra sigue girando muy aprisa.

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El bosque de eucaliptos es una foto de Teresa Schnokea

.26.

jueves, 13 de marzo de 2014

Desdoblamiento sobre un cuento del Rainforest


   Infusión
25 / 30




En el jardín se queman las sorpresas, le dijo inexpresivo Antonio a su hija de cinco años. Ella no entendió que su padre, llevado por la escasez sentimental y el brandy barato, jugaba con el lenguaje de formas arteras: "en el jardín se queman las sorpresas" era una suerte de "¿por qué no te inmolas junto a ese árbol?".

Su hija deviene del sexo que ese agosto y sin condón practicaba por rutina con una compañera regordeta de intercambio, chilena, que sus padres aceptaron para hacerse de un poquito de dinero y poder techar al fin el traspatio. Es todo; así de elemental se le sigue yendo la vida a Antonio.

Sin embargo, Antonio, hoy con 22, continúa imaginando (durante las sequías de mayo) cómo detener los incendios que azotan al bosque que mira ensoñado todas las mañanas desde los amplios ventanales de su habitación. Tan grande ese bosque. De niebla, le llaman en sus vientos: caducifolio, frondoso, bajito. Él prefiere llamarlo Rainforest desde que leyó el término en una revista ilustrada de la National Geographic. Tiene sus cosas Antonio, como todos.

Pues eso; ha malgastado siete años yendo a cursos con instancias forestales que le indican que "esos incendios, Antonio, son parte vital del bosque". Y él no comprende. "Esos incendios traerán de forma natural un equilibrio en ese bosque, Antonio; te lo hemos dicho". Y él no comprende. ¿Por qué tendría que comprender además lo incomprensible? Serán cosas de dinero y de gobierno, seguramente es eso.

Y es que debiera usted saber, taciturno lector, que el muchacho fue soldado del bosque antes de ser papá: guardia forestal. Lo uniformaron, le expidieron una licencia para mantener a raya a los taladores ilegales, incluso hubo un corto tiempo que montó una moto de montaña para poder recorrer las grandes extensiones de la reserva. Fue feliz allí, sin más adicción que el sonido del viento minándose entre olmos y (a mayor altura) pinares.

Fue muy feliz allí, debiera precisar. Usaba todo el tiempo unos auriculares preciosos sin cables, caros y ergonómicos, autoajustables en volumen, impresionantes. Y la música generaba en él tanto gozo, tanto placer colosal, inconmensurable e infinito, que al final de la jornada se sentaba al borde de un barranco desde donde podía admirar la gracia eterna de Dios (Gracia con mayúscula inicial, me dicta la conciencia) y sacaba una cinta de su mochila que había grabado repitiendo la misma canción una y otra vez: Conferring with the moon, de William Ackerman.

Entonces se abrochaba el rompevientos y la cara se le hinchaba lentamente por el frío, las estrellas, los grillos, las cigarras, el rocío sobre los pastos, la mirada, ¡el alma misma enhiesta de felicidad y silencio! Todo el universo en sus ojos, toda la entraña natural de ese Rainforest: lagos lejanos vueltos presas, riachuelos en los que calman su sed algunos caballos salvajes, cabañas de las que se desprende un humo con sabor a café y a canela, ciénagas creadas ex profeso para sexo salvaje entre ranas y sapos, tímidas luces provocadas por cientos de luciérnagas en época de apareamiento, zorros arrullando a sus cachororos, líneas celestiales verdiazules para pedir cien mil deseos...

¡Y allí se pasaba la noche entera durante sus vacaciones un guardia forestal de quince años! Inaudito. Y los padres felices que nunca lo querían cerca; pero esa es otra historia más cargada de lugares comunes y pocas imágenes que remitan a la naturaleza. A que es bonito lo anterior ¿no? El bosque, la musiquita, los insectos, la introspección como una metáfora de plenitud de arroyos en calma. Sí. Definitivo. Muy bello.

Pues eso, asustadizo leyente, eso se terminó el día que su madre decidió que Dafne llegara desde Chile a dormir a su casa durante el verano con su candente y nada despreciable voluptuosidad y cargando dos senos hermosos por descomunales y gigantes por escasos en decoro. Eso, o ella, a dormir a casa en el cuarto contiguo al de un chico de 17 años con mucho acné. Y listo: sexo perpetuo, experimentación acústica, y nueve meses después una hija para Antonio. Y para Dafne, por supuesto, quien se vio forzada por sus padres a vivir en México y a seguir engordando.


Sí, el último párrafo ha sido deliberadamente misógino pero había que entender la penosa situación para que ayer Antonio pidiera a su hija de cinco años, bajo poéticas formas si se quiere, que se prendiera fuego en el jardín. Seguimos siendo egocéntricos. Ese es el problema.

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La asombrosa foto es de John McColgan
del Alaska Fire Service

< veinticinco >

lunes, 10 de marzo de 2014

La gente se muere


Infusión 
24 / 30




Rescatado del espasmo de sentirse vivo murió Santiago la mañana que decidió cambiarlo todo: cuerpo, mente, espíritu, dieta de drogas, gustos musicales, pasajeras pasiones por la pesca y el modelaje sin alambre en plastilina; cambiarlo todo –pensó- y se murió.

     Apenas seis días atrás bebía licor de naranja al lado de una treintena de personas que lo amaban. Lo querían por tibio y por saber escuchar con calma y sin prejuicios. (Paolita, una antigua compañera de la universidad le había dicho a Santiago -durante un masaje antes de una clase de semiótica- que estaba destinado a ser querido por su cuello en calma: ¡siempre estás tan tranquilo, Santi!) 

     Quién iba a pensar sobre la madrugada y el baile, sobre los besos robados y otros abrazos cariñosos que partió y repartió entre comensales esa noche, quién iba a pensar sobre las últimas copas del alba, quién iba a pensar que Santiago iba a morirse así de pronto por querer cambiarlo todo.

     La gente se muere, murmuró Esteban durante el sepelio. La gente que está más viva también es la que más condenada está a morirse; al menos eso han escrito muchos romanceros sobre la fútil existencia de tantos amigos caídos. (Esteban siempre creyó saberle leer las plantas de los pies a Santiago: amigos y hermanos como ellos son atestigüados sólo de cuando en vez y en esas veces se topa uno con la mirada envidiosa que a otros se nos sale desde adentro. Así de lujosa es la amistad.) / Sí, puede ser que lleve razón Esteban: la gente se muere, y la Tierra, aún tan inexplorada, sigue quedándose virgen.

     Ese sábado a las diez ya habían nacido los mirlos en el avellanar del bosque contiguo a esa casa de madera que antaño diera cobijo a muchos otros escultores mexicanos. Cuernavaca en abril es especialmente asombrosa en luces y rellanos de sombras por donde se escurren buganvilias, y los muros blancos parecen de pronto más blandos. 

     Allí se fue a extinguir apenas pisados los 40. Embolia, dijeron dos periódicos que quisieron destinarle una nota sin foto en interiores a uno de los más grandes labradores de granito que diera este asombroso país en el último siglo.

     De la muerte quedan escuetas palabras; parece que al lenguaje se lo llevan las hormigas en pequeños pedazos de calidez y lontananza: se dijo lo dicho en la distancia y sólo en el recuerdo se siguen cocinando a fuego lento las frases de los muertos. Calidez y lontananza que encontró Santiago a través de la gubia y el martillo.

     Y le quitaron eso por querer cambiarlo todo. Dios, o el diablo, o el aguarrás, o los pulmones defectuosos de su niñez, el polen, o la desgana. Sus miedos, sus resacas, sus obscuras ambiciones, ¡sus terribles decepciones le abrieron el pecho!, y ya sin alas mutiladas, lo tiraron al piso de un solo golpe. 

     Frialdad de sicario la que tienen nuestros vicios. 

     Yacido en su estudio, cara al suelo y con la nariz rota, sólo siguieron con vida los acordes que Brad Mehldau aventaba desde las poderosas bocinas que le había regalado su padre bien entrados los años 70. Nada quedaba de Santiago: ni su obra “inmortal”, ni su voz de trueno, ni el tintinar de hielos en su eterno old fashion con ginebra.

     Qué dimensiones notorias le ponemos al fin de nuestra vida ¡y siempre es a solas!, siempre sufrida, siempre sin ruido final aparatoso, tan de apagón, siempre sencilla, de ida sin vuelta, de vuelta a la base.

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La foto
parecida a cualquier end of the line que hayamos explorado, 
es de Leigh Louey Gung

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