domingo, 13 de noviembre de 2011

S. T. 7/n

< también llamado:



No se puede hablar de cotidianeidad sin antes tratar de definirla, o al menos enmarcarla dentro de un contexto. Términos como cotidianeidad, privacidad, colectividad, resultan a veces tan generales y particulares a la vez, que es imposible lograr una definición clara.

Generales, porque nos entregan una noción totalmente abierta a todo; lo cotidiano es definido como “lo que ocurre diariamente”, “lo usual”; lo que es tremendamente vago en cuanto la existencia es particular y personal a cada individuo, lo que nos produce que el término de lo cotidiano se fragmente en miles de pequeñas cotidianeidades personales y particulares de cada uno.

Lo que aquí nos interesa, sin embargo, es el lugar en donde ellas suelen encontrarse, en lo que denominamos lugares cotidianos. Lugares que deben su existencia al hecho de que entre los miles de cotidianos particulares que podemos tener, existe por lo menos un grupo de ellos que nos son comunes a un grupo mayor de personas, y estos grupos se encuentran fugazmente por momentos, en espacios definidos y determinados para tal efecto.

Es acerca de estos espacios de encuentro fugaz de los que queremos hablar aquí. Espacios como el café, la calle, el almacén de la esquina. Lugares de los cuales han derivado muchos otros hoy en día; el café se transforma en cibercafé, la calle en galería comercial, el almacén en supermercado. Hay un cambio de tiempo y de escalas significativo, la velocidad de la mirada, del paso, es otra; la escala crece considerablemente, pero en el fondo existen ciertos elementos invariantes en estos lugares cotidianos.

Fragmento de La seducción, Mauricio Baros

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6:14 > Cables de alta tensión ligan una desenfrenada carrera eléctrica al Sol que ya despunta al alba sin preocuparse tanto por las nubes, los árboles, los pelícanos >



6:17 > lo que en el '36 del siglo pasado fue una lámpara de petróleo, hoy es monstruo incandescente que abre sus fauces devorando tabiques pintados >



8:22 > cerrado por reparación, por derribo, cerrado en espera de cambios, de reajustes económicos en negocios que otrora fueran prestigiados, todo cerrado >



10: 57 > me da la mano un lunes que ha dejado de latir desde el domingo >



12:09 > ellos se besan, entibiando un poco el aire; incongruentes ellos >



18:22 > danzan acuarelas, resplandecen en los malls, miran inquietas al cliente cansado >



18:53 > cierra la tarde el otoño, apenas perceptible tras la emancipada silueta de la dama que me habita y se acurruca en la pradera.



21:10 >

Mr. Owl by Aeiou on Grooveshark

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martes, 1 de noviembre de 2011

Mictlan

< A Pepe y Carlos Medrano





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Dicen que está en todas partes y no existe.

Es el callejón de los mil espejos,
el insoportable perseguir de los espejos.
Dicen que detrás viven los mictlacas,
y que los vivos somos
las terribles sombras carnales de los muertos.

Dicen que cada uno trae su puerta,
aún desde antes de nacer,
aún de cuando los libros no tenían sonidos,
de cuando los sonidos no tenían ideas
y de cuando las ideas no habían agujereado,
todavía, nuestras cabezas.

Dicen que cuando las ruedas de tu vida se cierran
se acabó tu estancia en esta tierra
y las puertas del Mictlan se abren
exactamente en donde se te cerraron las ruedas.

Dicen que hay que entrar sonriendo a esa puerta,
pues de nada vale reír o no reírse,
pero es mejor llegar feliz al Mictlan,
que llegar ya muerto.

Fragmento de Entrada, Mario Ramírez.

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Play and read!



I.







Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres.

II.





La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas —obras y sobras— que es cada vida, encuentran en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y hundirse en la nada, se esculpe y vuelve forma inmutable: ya no cambiaremos sino para desaparecer. Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida.

III.









Para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intranscendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra vida diaria. Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: "si me han de matar mañana, que me maten de una vez".

IV.













Todo está lejos del mexicano, todo le es extraño y, en primer término, la muerte, la extraña por excelencia. El mexicano no se entrega a la muerte, porque la entrega entraña sacrificio. Y el sacrificio, a su vez, exige que alguien dé y alguien reciba. Esto es, que alguien se abra y se encare a una realidad que lo trasciende. En un mundo intranscendente, cerrado sobre sí mismo, la muerte mexicana no da ni recibe; se consume en sí misma y a sí misma se satisface. Así pues, nuestras relaciones con la muerte son íntimas —más íntimas, acaso, que las de cualquier otro pueblo— pero desnudas de significación y desprovistas de erotismo. La muerte mexicana es estéril...

V.









En suma, si en la fiesta, la borrachera o la confidencia nos abrimos, lo hacemos con tal violencia que nos desgarramos y acabamos por anularnos, Y ante la muerte, como ante la vida, nos alzamos de hombros y le oponemos un silencio o una sonrisa desdeñosa. La fiesta y el crimen pasional o gratuito revelan que el equilibrio de que hacemos gala sólo es una máscara, siempre en peligro de ser desgarrada por una súbita explosión de nuestra intimidad.

Todas estas actitudes indican que el mexicano siente, en sí mismo y en la carne del país, la presencia de una mancha, no por difusa menos viva, original e imborrable. Todos nuestros gestos tienden a ocultar esa llaga, siempre fresca, siempre lista a encenderse y arder bajo el sol de la mirada ajena.


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Fotografías: Naolinco, Veracruz. Noviembre 2010.
Texto en cursivas: Fragmentos de "Todos Santos", Octavio Paz.

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viernes, 14 de octubre de 2011

El brujo de los teclados

< (y la New Blood Orchestra)



Play & read!



Calzada abajo: la casa materna, el sol dorando las piedras, el Pico de Orizaba con su glaciar impenetrable. Subido en cuatro ruedas, conduciendo despacio (como quien no pretende alcanzar al destino), escuchaba con profundo gozo y atento, la revisión orquestal que Peter Gabriel hizo a sus poderosos hits, allá en el 2011, cuando dotar de nueva sangre a viejos temas era la ocurrencia que todo músico de la tercera edad tomaba como bandera. Y lo hizo bien el inglés; quiero decir: dar matices de clásica ligera a pop alternativo hecho por calvos progresivos y brillantes, no me parece una misión sencilla.

En ello pensaba, calzada abajo, y en un café que me esperaba paciente en la cocina, y en la rica sobremesa que días atrás, en octubre de aquel año de cambios, pleno en sonrientes compañías, sostuve alrededor de semántica y semiótica, el cómplex y la circunstancia, la presuposición y los giros subjetivos, las mafias de China, los ahogados en Bolivia, los escuadrones de la muerte en las favelas del Brasil y las távolas correccionales durante las duras épocas revolucionarias que atravesara México a inicios del siglo XX.

Así, más o menos así, me entretuve esas dos cuadras; atrás mío, o encima, alrededor del halo poderoso que emanaba de mi cuerpo esa mañana otoñal, sonaba dictatorial Red Rain con su proclama a cuestas a favor de los mejores tiempos venideros. Y yo me sentía imbatible, amo todoterreno de sus llantas y husos horarios, guerrero anti-gusanos en la tierra más fértil que a diario me comparte la patria y la huerta donde inician y acaban todos mis manifiestos (cada ensueño fugaz que habita mi persona; en fin).

Al llegar a casa, bajé del auto dejando la puerta abierta y abrí el portón de madera que ha recibido a tantos, tantísimos fantasmas venidos de otros meridianos. Supe de inmediato que el brujo de los teclados, amigo por circunstancia geográfica y antiguo vecino de la calle Abasolo, tendría boda esa noche, o al menos se le veía inquieto dirigiendo chalanes de carga: ¡Pendejo; mete primero el bajo!, le gritaba a rafita que ya se había “trepado” al Torton en el que el brujo usualmente se desplazaba a pueblos cercanos con sus cumbias y otros ritmos tropicales para dar alivio a cualquier recién matrimoniado. Así era el brujo, le decían toño sin llamarse Antonio; era el toño, nuestro brujo de los teclados, particular insurgente de la música guapachosa en el beloved Xico, Veracruz.

Y el toño, hijo de un magistral herrero que en el otoño de su vida se dedicó a la curación de huesos “chispados”, era música en estado desnudo, más allá de cualquier entendido intelectual que proclamen los fanáticos de George Steiner. “Antonio” aprendió a golpear Yamahas ya entrados los místicos ochenta y decidió, como uno escoge cualquier pescado en un menú, que aquello era lo suyo; músico autodidacta (cual Paquito de Lucía), mago emprendedor que al cabo de unos pocos años se hizo manager, líder y vocalista de “La Brujería Tropical de México”, un combo poderoso con dos trompetas, baterista, tres coristas amistosas, dos teclados, y un saxofón soprano; todos entallados en camisas rojo vivo y pantalones blancos; toño usaba paliacate para ocultar su poco pelo.

Así estuvo, embrujado, por más de treinta años. Firmaron una placa durante esas tres décadas, que él mismo grabó, mezcló y distribuyó. De una copia me hice acreedor durante una tarde de fiesta mexicana; por puro protocolo le pedí su autógrafo y el muy cabrón me lo negó argumentando que el día que fuera a escucharlos y a taconear gustoso su, por demás, enérgico éxito “El patito (se sume y se moja, se vuelve a sumir)”, con todas las de la ley imprimiría su firma en el estaño. Nunca fui, sería el azar o mi poca paciencia en los bailes populares.

Vuelvo al caso: toño gritándole a rafita que subiera primero el bajo (el muy pendejo), yo pensando en Umberto Eco, Peter Gabriel ensimismado con su versión orquestal de Red Rain, el sol quemando las piedras, el Pico de Orizaba y su eterno glaciar incorruptible, etcétera; toño parando de tajo la operación Torton ante el asombro de rafita que, sudando, trataba de subir un timbal gigante al monstruo aquel de ocho llantas.

Quiovo Juan Carlos; me atinó casi en la nuca / ¡Quiubo toño!, qué; cóm’tás, ¿ya estuvo? / Ahí vamos, jalo pa’ Cosautlán a un bautizo / Ah / … / … / … / Está de la chingada la carretera ¿no? / ¡Vaya! / Sí, está cabrón / … / … / … (yo notaba que toño paraba la oreja y se acercaba a la bocina incrustada en la puerta de esa Tracker gris 4 X 4, 2003, Chevrolet en su estado más fiero, carrazo; en fin) / … / ¿qué orquesta es? / Es la New Bl… una de Londres, toño / La de Londres, mjm / ¿está chingón, no? / déjame oir, déjame oir / … / … / … / … / ¡a toda madre! / otro pedo mi toño, ¡tú sí sabes!; sonreí complaciente / es que como soy músico, pu's uno aprende, aunque no quiera, a analizar lo que escucha ¿verdá? / sí; qué chingón mi toño (era importante el “mi”; en aquel entonces proveía un sentido de comunidad y camaradería que a todo mundo gustaba) / ¡grábamelo!, te paso un disco ‘orita / claro, claro, ‘orita me tocas y yo te lo quemo / ¡a güevo!; alzó a medias sus puños cerrados en señal de infantil victoria / ‘ora toño, así quedamos / ‘ora Juan Carlos, gracias.

Jamás tocó a mi puerta el brujo de los teclados; cuando de pronto me lo cruzaba por las calles del pueblo, me saludaba escueto, cabizbajo; dos años después dejó de tocar, de componer, vendió su camión, liquidó a rafita y a sus músicos.

Anoche, más viejos los dos, lo encontré sentado y perfumado en la fila k de un teatro desvencijado minutos antes de que diera inicio la temporada de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Chingón, Juan Carlos; me susurró despacio / ¡A toda madre mi toño!; le grité ante el asombro de otros finos parroquianos.

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New Blood es el título del nuevo álbum de Peter Gabriel, donde, efectivamente, revisa a través de la New Blood Orchestra, sus éxitos más significativos. Sir Peter, arropado por estos brillantes músicos, se presentará el próximo miércoles 23 de noviembre en el Auditorio Nacional, en la Ciudad de México.

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sábado, 8 de octubre de 2011

Ctrl E + Supr

< El viento a favor del texto



a)

Nombré: luz, como quien cita “jardín”; aparecieron gigantes flores policromas llenas de fosforescencia. Dije: menos (menos luz), como el jardinero que los domingos corta el césped queriendo menos pasto; se apagaron los focos de la estancia. Quise: fuego, como las hogueras blancas que prendía en el monte sobre inviernos de la infancia; alguien me dibujó malvaviscos asados. Anoté: verdor, entre garabatos de edificios incendiados que torpemente esbocé durante una larga llamada telefónica, de esas incendiarias; miré el bosque encantado de mi postal favorita pensando: ¡cuánta leña! De seguir así, mañana vendré a escribir, misma hora, mismos desdoblamientos, y me dejará plantado el Word.

b)

Espero que llegue la señal de internet; como en los viejos tiempos. Pienso que en los viejos tiempos perdía menos el tiempo. Al menos, escribía a mano y volaba papalotes por las tardes de septiembre. Hoy me siento a esperar señales perdidas, como en los viejos tiempos extraterrestres, pero sin cometas.

c)

Como si tuviera mucho que decir; escribo como si mañana, de improviso, me diera un calambre en los dedos que no me permitiera hacerlo más. Y es quizá esa confianza tímida que me rodea (egolatría del león) la que mueve mis ansias a terrenos del febril teclado que casi maúlla mientras (inexperto) aprieto sus qwerty / ñlkjh.

Entonces acuden volando guacamayas y cotorras que estremecen los cielos grises. Es cuestión de locos, o de niños que jugaron gran parte de su infancia solos. Sólo así puedo hacerme de amigos imaginarios, como aquel que encarnara Gérard Depardieu en una tonta película con Whoopy Goldberg.

Sólo así lleno espacios, despuntando nombres y apellidos. Sólo así siento más gracia y gusto al borrar todo en un segundo, Ctrl E + Supr: dinamitado el texto y dinamitado yo. Pero esta vez no lo haré, esperaré diez años; quizá estos erróneos intentos de escribir cobren fortuna con el añejamiento.

d)

Conservo cada hoja arrugada de papel en un canasto secreto...

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Play it fuckin' loud!



No fue es una acuarela de Rono Palermo

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viernes, 7 de octubre de 2011

Los días intactos

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El otoño, con sus promesas de cambio, de deshoje y renovado follaje, nos pone a todos a transitar la vereda de la cordura a plazos; descarada introspección puebla las almas inquietas, y el reino de lo desconocido (a través de la bruma que impregna las calles de ciudades remotas) nos muestra su otra cara salvaje. / Y el tiempo, un inquilino merodeador en los pasados, nos restriega las arrugas en los espejos de los árboles que duermen / Y el mar, sandunguero e inamovible en visiones, dicta ritmos ancestrales.

Quizá por ello, Manolo García siempre publica nuevos materiales en otoño, nuevos sortilegios, desenfreno a granel para pies cansados. Y eso nos obliga a dar la vuelta y el ancho, a mirar renovados los pasos de baile de nuestros antepasados. Manolo impregna los mercados y las calles y los vientos de ocres y de verdes, de fin del verano, de giros teatrales. Es, en cierta medida nostálgica, el último de la fila, que siempre será el primero.



Los días intactos saldrá a la venta el 25 de octubre; habrá fiesta con hogueras blancas; "carbón y ramas secas".

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La imagen pertenece al video de la versión definitiva de "Un giro teatral", también disponible aquí

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lunes, 3 de octubre de 2011

Cruce de caminos 14/n

< o Cuatro estaciones



Play!



i.







ii.



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Miel o tabaco, ginebra o sal,
áspero limón limpio,
o la última fruta interna
de carne, dentro del jardín cerrado
donde se entra sin renombre
(empresa toda furtiva:
delicia no quiere proclamarse).

Tiembla, me olvida, el dulce
tacto se me escurre impaciente
y una risa, gozo inquieto,
brota profuso y rebrota.
y me echa ramas dentro de la boca:
fresco amargor de laurel,
verde rumor aéreo.

Reír, Gabriel Ferrater

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iii.









iv.



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En Xalapa, Coatepec, Xico y Quiahuixtlan; Veracruz
Entre marzo y septiembre, 2011

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domingo, 2 de octubre de 2011

Matriz del tiempo

< Para Yani, en medio de nuestros volcanes



La tarde sin el sol que usualmente los habita; sus dedos entrelazados; un par de manos tibias (una caliente, la otra fría), sin mucho ensalce de anillos y poca gloria en las uñas; sus dedos entrelazados con el silencio que atestigua las miradas ajenas, las que se posan en los objetos de siempre mientras callan los otros; mientras los hombres otros, las otras mujeres, refrescan sus memorias, cargadas ya de ardor y celos, perdón, prejuicios, “¿te acuerdas?”, “lo siento”. Aquellos dos, entrelazados, con memoria.

La tarde a cuestas para estos dos, sin la sombra tampoco de los otros tiempos, sin el sentido aquél de los lugares comunes, sin el óxido arbóreo que enmohece los recuerdos. Los otros recuerdos, los otros lugares comunes, las otras miradas sobre los nuevos tiempos.

Y el reloj que nunca para, tic tac en la misma pared recién pintada, indicando que es momento de cosechas otoñales, frutos del bosque y conservas en alcohol / recetas distintas, diferentes los cuerpos. Lo que ayer veían como azul añil, hoy les parece prístino eucalipto: el mismo color al otro lado del invierno.

“Poca gloria en las uñas”, vuelven a pensar esos dos; se han vencido de arañar al aire, de golpear fantasmas con los mismos dedos, de mirar al cielo y ver las mismas nubes sacadas del tronco universal de lluvia, la misma lluvia; uñas rotas de tanto temporal uniforme; “qué aburrida la lluvia”, vuelven a pensar esos dos.

Sin embargo, sin dudas y sin pesares, dos les basta a esos dos; dos es diálogo sin teatro, amor que pareciera por momentos agente que aletarga los principios del amor que aletarga los principios del amor eterno; dos sin treses ni cuatros ni pasados. Crecen a partir del dos aquellos dos, y velan su confianza con bálsamos que obtienen de las cortezas que rodean a sus ya sonrientes corazones; vida que vuelve a sangrar despacio, ¡a estar expuesta!, a llenar de nueva savia la matriz del tiempo en el que juntos renacen, se equivocan, se convencen –amalgaman piel, llanto y saliva-.

Un par de manos tibias son las que avanzan sobre el mismo meridiano donde los otros recuerdos mienten. Diez dedos entrelazados pasean los prados que alguna vez fueron lugares comunes. Dos miradas se funden por mitades y observan a los hombres otros, las otras mujeres, que nuevos y bellas, pueblan los ojos que al mismo tiempo miran al mismo sitio. Son un legado esos dos, de lo que vino y partió. Son múltiplos de dos.

Y el reloj no para, tic tac por autómata costumbre... pero la lluvia hoy la sienten tan distinta que de pronto se inundan en ganas de ver los colores por el filtro del verano. ¡Aquellos dos!, siempre buscando pretextos para encontrar arándanos… Miran al Norte, allá está el sol, amaneciendo; se van cantando:



Otoño VII es una fotografía de Triní Reina

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lunes, 12 de septiembre de 2011

Los continentes vencidos

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Play & read!


Struggle for pleasure by Wim Mertens on Grooveshark


Miro una garza herida pero desvío la mirada; no me atañe a mí la sangre que a tibios borbotones emerge de una zanca blanca o el débil graznido que susurra su alma.

Cuán cantidad de mejores razones me otorga el árbol aquél para que algo escriba sobre su fronda, su fruto, su altura, su “rojo que te quiero rojo” ante el verde anestesiado de tanto follaje incaduco.

Qué necedad la del viento que arremolina frente a mi ventana las alas de los insectos que aprendieron a volar en la prehistoria; qué empeño el de éstos mismos en dibujar con su vuelo líquidas líneas policromas que aparentan ser círculos erráticos de lámparas con filtros de celofán.

Qué lúcido instante me regala el cerro al postrarse eterno y silencioso ante mis ojos que, incautos, mimetizan su pupila con la del ocre y barro que de su tierra emergen.

A dónde voy, si todo lo que miro no se mueve; yo lo muevo. Yo entiendo de mover espacios. A dónde voy si lo que añoro está tan cerca y nunca lo visito. Miro una garza herida pero desvío la mirada; me sucede todo el tiempo.

Cómo llegó esa zancuda solitaria a la azotea del vecino si su parvada descansa de la migración praderas atrás, sobre mi Sierra Madre; ¿o es que no son migratorias estas aves?, ¿o esta Sierra Madre ya no es mía?; ¿o no es en ajenas azoteas sino en mi pletórico jardín donde cansada la garza agoniza a cuestas con su pena?

Quién movió las señales de vuelo: ¿el gavilán será el que con hambre y destreza mutó al Sur por el Norte?; o el potrero, tal vez, harto de daños a terceros, ¿inclinó los avisos que indicaban el camino corto a la evolución para que nadie los viera?; o las vacas aburridas que odian a las garzas pese a la simbiosis buena que años atrás pactaron; o el niño inquieto, hijo egoísta del cabrero que perdió a su rebaño; ¿el niño, tan dueño de sus pastos, tan arribista?

Quién pudo mover las señales si sólo nos queda el recuerdo de haber nacido sin ropa; nosotros, seres humanos prudentes, sin ropa, sin propiedades, sin turbas emancipadas contra los malos gobiernos, sin malos gobiernos, sin siquiera gobiernos, sin anuncios de metal impuestos donde sólo crece el heno, sin derecho a estorbarnos, sin armazones ni amazonas.

Quién arruinó nuestros vencidos continentes si antes todo era Gondwana y ligereza. Bien es cierto que pudimos transitar descalzos todos los caminos y regresar al hogar a nado franco, batiendo el mar con nuestras manos limpias; cuándo, entonces, empezaron a hacernos falta las aletas, los visores, las antenas, los motores, las venas en las ciudades, las monedas, los aviones, las banderas, los alambres de púas, el gas pimienta, los robóticos soldados y otros instrumentos de diseño homologado. Qué tipo de dios idealizado, poderoso, barbado o lampiño, pudo más que millones de acuáticas bacterias mutantes.

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Tierra virgen es un óleo de Angels González

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viernes, 2 de septiembre de 2011

Oquei, supuse

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Sucede que he vivido un par cosas. Pasa como con el mar: se me amontonan las olas en las orillas del tiempo. Lo primero, el cambio de eje; una inesperada solución a mis ataques de nervios. Lo segundo, el amor; inquebrantable doquiera que me mueva. Un par de cosas: un cambio de eje, un amor. Y ya está.

El entretejido ha sido, por demás, interesante. Las fallas en mi sistema nervioso comenzaron a dar fe de vida (tres,) cuatro meses atrás. Entonces notaba con infantil asombro ciertos y extraños espasmos en mis dedos: mucho café y tabaco, dirían los doctos; “se te va la vida” fue la teoría por la que se inclinó la familia. Se te va la vida y tú ni con los ojos en buen estado para verla pasar.

Se me va la vida… sin embargo, yo he preferido ser docto al respecto. Me ilustré brevemente: el café recalentado en un horno de microondas altera, de forma sustancial, la actividad del Gran Simpático, ¡mira si no son irónicos los hijos de puta que otorgan nomenclaturas!

Mucho café y tabaco, podría ser; sí. A favor. El detalle es la abstinencia: no he bebido, no he fumado, no he escrito ni una línea en dos meses. Mi solución es el hartazgo, podría ser. A favor, sí.

Aunque el tedio me va a causar problemas; y es que los ciclos no deberían ser tan cortos: (con excepción de los últimos, y afamados ya, dos meses) tomo café, bebo café, ingiero, ingiero, ingiero más, me corto. Me limpio con agua, bebo y bebo, libo, digamos libo, se acaba la sed; me pongo hambriento, me tumbo al sol, me quemo, me rostizo, me seco, me seco; sonrojo a mi piel con rayos catódicos mientras finjo que escribo; tomo una ducha, rehidrato los poros, canto en el baño, juego con el patito amarillo, me resbalo, me duele, me sobo, me sano, me visto; tomo las curvas con cuidado; tomo más café, litros ingiero, más ingiero; me corto / me aburro, definitivamente me aburro, ergo, se me va la vida; sí, podría ser. A favor. Se me va la vida. ¡Se te va la vida, muchacho, y tú sin usar los ojos para verla pasar!

(FUERTE BOFETADA)

Cambio de eje. ¡Lo tengo!; encontré, por razón de Eurípides, la génesis encarnada del mal: yo mismo. Eso me pasa (pensé), el trágico-griego lo supo desde un principio y nunca me dijo el secreto: “El hombre que ama en exceso pierde su valía” (¡Eurípides, hijo de la gran puta!, y yo parado en el pedestal de los orgullosos, con mi vida resuelta y VTP’s lunamieleros, ¡VTP a la mierda, poeta cobarde!).

“… pierde su valía” / “… pierde su valía” / “… pierde su valía”, fueron los ecos que escuchó este peatón adormecido y triste. ¡"Pobrecito de mí", cantaron los pamplonicas cuando acabó San Fermín!

Cambio de eje, repetí cansado. Cambio de eje, Juan Carlos. CAMBIO DE EJE. ¡Toma las riendas, tú conduces, vales tanto mi muchacho! (No / Demasiado Cohelo, pensé, mucho Deepak Chopra, mucho Jodorowsky -traidor, cineasta maldito, ¿dónde te quedó el espíritu de Fando y Lis?-; muchos aeropuertos, muchos desayunos a solas en el Sanborns, muy poca prisa; qué desastre).

First of all, tu imagen; me vas cambiando esa imagen de gordo tirando a viejo. Dos, sonríe, coño, si el camino te muestra los dientes, tú responderás de igual manera. Tres, vacaciones de ti mismo; nada de autocomplacencias, ya estás grandecito ("éste es el último texto autocomplaciente", me mentí por complacerme). Y cuatro, como nueva adicción, ni un paso atrás; todo es sucesión espacio-temporal, Cortázar te enseñó a subir escaleras; no olvides lo aprendido.

Oquei, supuse, suena fácil, divertido, puedo hacerlo. Y salí a la calle, mirando los lugares otrora inadvertidos, retando siempre al poeta aquél, en búsqueda de la pérdida total de mi valía.



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sábado, 9 de julio de 2011

Situacional

< Para Yani; "amatistado"



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La lucha contra el poder
del pasado sobre tu cuerpo
no es sólo tuya, ¿sabías?

Irene Libre; El buen vino

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Los pastos ya están listos para ser plantados de nueces en franca garapiña. Los hemos regado, gota tras gota, con delicado afán de convertirnos en hábiles agricultores. Romanza en tierra fértil, pensamos; ya llegará la temporada de lluvias, decimos.

Cada noche, antes de dormir a fuego lento, abonamos un poco el sembradío del traspatio; ella escarba ligera los surcos, esparce amatista en ciertas hierbas descuidadas; yo la miro atónito, limpio el parral de los insectos. Las cigarras atrás, crueles testigos bulliciosos.

Apaga la noche el switch lunar y trae con el viento las bajas mareas; su brisa diminuta, ionizada, logra que los cogollos se afiancen. ¡Qué grande está el canelero de Ceilán!; lo trajimos hace dos meses y ha crecido vasto en fronda y corteza.

Ella está contenta, es lo que importa; pero anoche, sobre las horas sacras del descanso, los perros no dejaron de ladrar; me susurró que eran de mal augurio; que las cintas rojas que había enredado a las puntas de nuestras sábilas no estaban sirviendo; que el mal de ojo estaba puesto en los dos; que a veces tenía miedo de mi pasado. La abracé y cerró sus párpados violeta; se movía disimuladamente, tosía de pronto; sutil, apretaba despacio mis brazos. Se quedó dormida.

Esta mañana podamos el olmo y tomamos agua de chía sobre la sombra gentil de los guayabos. Hablamos muy poco, cruzamos besos renovados y volvimos a armar la mesa que hace apenas un año construimos con la madera fuerte del roble aquél que se nos vino encima ese junio de aguaceros.

Lo demás se dijo a tiempo: decidimos seguir con la huerta y esperar los atípicos chaparrones de otoño. Esa vez nos confesamos: "soplarán los vientos"; pero la suerte está echada, y si sembramos hoy, quizá en enero cosechemos las últimas mandarinas que tenga a bien madurar el cierzo.

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jueves, 7 de julio de 2011

Los triunfadores de esta temporada

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¿Eres feliz?; ¡qué bajo has caído!
Alfredo Bryce Echenique

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Soy feliz cuando mi universo, paralelamente a mi torpe existencia de cangrejo, me devuelve cómplices pellizcos de ternura engalanada: mis amigos, mi familia, la mujer que me emociona. Soy feliz por asombrarme. Radiante de saberme vivo. Eufórico en notas mayores. Feliz por inquietarme y por llorar, soy feliz, por dolor soy feliz, por pena y angustia: feliz.

Feliz cuando Pet me abraza fuerte y sincera pese a nuestros distintos ideales de proxemia. Feliz cuando Borbolla, preocupado, me advierte de baches en el camino. Feliz cuando a mi madre se le pasan los mareos. Feliz cuando Bebe me grita en el teléfono: ¡Cómo vistes a ese torerazo, tú, puta Furcio!. Cuando Feices me manda un abrazo en Facebook, o me explica detalladamente su método artesanal para preparar sangrías; feliz, borracho. Cuando Bombón me pregunta en qué región se ubica Santillana del Mar; feliz, orgulloso. Cuando Barril me llama desde Barcelona ordenando que inmediatamente me conecte a Skype, o canta a mi lado una romántica de Serrano aunque a nadie le guste tanto como a nosotros; feliz, obediente. Cuando el capitán Smith me muestra los secretos técnicos de su nueva obra pictórica y me deja hacer dibujitos con sus lápices de acuarela, o me increpa: jalas o te pandeas, chavo; feliz, satisfecho. Feliz por ver la bella madre en la que se ha convertido la Puchunga, pese a la infelicidad que le provoca el cabrón del padre de sus hijas; triste, feliz, agridulce; feliz porque la veo marcharse avante, linda orgullosa. Feliz por Chame y sus recovecos de bondad eternos hacia mi persona, feliz por su búsqueda incesante en el amor y la dicha. Feliz porque Glow ha encontrado en la fotografía un método inefable de expresión que la catapulta a otros ecosistemas; feliz, complacido. Feliz cuando Buly me grita: no me cuelgues, voy al baño, no cuelgues; ¡pinche Félix, quítate!; feliz, intrigado si además una noche me prepara un té de cariño y buena esperanza; feliz, adormecido. Si a la Compadra le descentralizan el Instituto Superior de Música y ella, aún a costa de mis paranoias, sonríe y pregunta: ¿me invitas a tus fiestas de galletas?; feliz, hambriento de vidas así. Feliz porque el Marxista llora conmigo en un terreno baldío mientras me abraza diciendo: ¡saldrás adelante, carnivale; te quiero, rata inmunda!; feliz, entusiasmado por seguir equivocándome. Feliz las noches que el Chileno me regaña por mis malos gustos musicales mientras me ofrece una copa de vino y me muestra, desde otros ojos, las bondades de Eleanora Fagan Gough. Feliz por Angeloka y su obstinado afán en ser buena estudiante sin tener que demostrarle nada a nadie; feliz, paternal. Feliz cuando la Cuñis me invita los Nespressos y yo no voy al Puerto de Veracruz por temor a los calores; feliz, cafeinómano, asombrado por su capacidad de adaptación. Por todas las rodajas de papas gratinadas que sé que la Negra muere por prepararme; feliz, convidado a los festines, feliz por su atención. Feliz por las palabras de aliento que, discreta, me suelta Let en las mañanas: ¡buenos días, cuñado!, ¿crudito?; feliz, crudito; y a los quince minutos llega a casa con manjares exquisitos, propiamente pensados para eliminar los aguardientes de la sangre, feliz, harto en sobriedad y gracias. Feliz cada noche que Santiago Bernabeu me obliga a escuchar Madredeus en cinco coma uno canales, mientras afirma: ¡son una chingonería estos pendejos!; feliz, sordo. Feliz cuando miro la forma en que María de Jesús vacía su amor hacia Ana Luisa; feliz, enternecido. Si Niño me pregunta por un video de Cibo Matto que una noche vio por equivocación, encantándola, en vez de pedirme que le baje el nuevo de Alejandro Sanz, feliz; victorioso. Si Bruja, con su sonrisota y ojos claros me llama graciosillo, o casi a gritos me persigue mientras clama: ¡ratilla apestosa, ven para acá, buzón de mis amores!; feliz, todo un tío. Todo un tío cuando Totopo me explica con detenimiento la fórmula idónea para lograr un peinado perfecto; feliz, aprendiz. Si Pabels entra en escena llorando a mares infestados de cocodrilos y en fá cambia su cara (que me recuerda tanto a mi padre) al mostrarle un tráiler de juguete, feliz, mago. Feliz si el Contador me habla derecho y se funde en un abrazo así de fácil, luego de tanto tiempo; feliz, amigable. Feliz, emocionado, porque Pino sigue vivo, así de llano, de simple, de risueño pese a la espalda y el mundo que se le vienen encima cada mañana; feliz, entristecido. Feliz porque la Comandanta, que se empeña en sacarle el limón a la limonada para tragárselo solo, sigue obstinada de cuando en vez, en decirme: te quiero mucho, hermano; feliz, filial, dulcificado con lo ácido. Si Toboso busca el tiempo perdido en caminatas nocturnas a las que nunca asistiré; místicamente feliz, pacificado. Feliz si Candymax, a quince años de la tormenta, escucha de nuevo a Dolores O’Riordan, como si de pronto el tiempo y el sueño se detuviesen; feliz, cósmico frijol regresivo y feliz. Si el Pelón le hace una foto a un auto con el nombre inusual de su hija bonita; feliz, hermanado. Si De la Molina no pierde las ilusiones de una épica reunión en el Golfo de Cortés; feliz >>> ilusionado de modos semejantes con el Judío, por seguir cantando a la distancia las pegadoras de Meat Loaf, aunque ahora suenen más afrancesadas; feliz y cantarino. Feliz porque papá y Cosmorfia están en buenas manos; papá en las del mar y el viento (más allá de donde entiendo), Cosmorfia en las del verano (al final de este viaje, sonriendo); feliz, sanando siempre, mojando mi pan en sus vidas.

Al fin y al cabo: feliz. Ha habido muchos triunfadores esta temporada, y apenas empiezan las fiestas.

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lunes, 4 de julio de 2011

No… Sí. Bueno, no. Definitivamente no

< Manual urgente de autoayuda



Este es un tiempo
de lugares (antes) desatendidos,
de fiestas sobre tu vientre,
canciones de carretera a tiempo,
tiempo de jinetes entre las sábanas
que firman treguas en las fronteras de los dos.


Fabián Gallardo

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No…

Son los puntos suspensivos en la negación lo que me provoca ciertas y nimias dudas que se posan (saltando, siempre impropias las vacilaciones) en los pocos recuerdos que conservo de mis aciertos. Incertidumbres que sanarán a través del tiempo, o que empeorarán (profundizándose en la psique amalgamada de los amantes); serán titubeos emancipados en los exánimes instantes de la frugal nostalgia que se adueña de mis poros cada domingo con lluvia que anega las carreteras nocturnas por donde circulo sin bridas. No… no a las culpas por decir lo que aflora en el pecho sin pensártelo dos veces.
¿O sí?

Sí.

Debo dejar de ser impulsivo. Debo dejar de ser tan impulsivo. Debo dejar de ser impulsivo. Debo tomar tres litros de agua al día. Debo afeitarme esa barba de “rompan filas”. Debo dejar de ser impulsivo. Debo agrandar mis ojos con mecanismos medievales. Debo achicar mi nariz por las mismas vías. Debo enderezar mis dientes a través del boxeo. Debo caminar anaeróbicamente una hora cada mañana. Llueva o truene, debo comer más lechuga. Debo dejar de ser impulsivo. Debo estornudar más fuerte, pletórico en ganas de sacar los bichos de mis pulmones maltrechos. Debo comprarme unos tennis azules. Debo priorizar entre cambios de armario y cambios de vida.
Debo, no sé, decir lo que aflora en el pecho sin pensármelo dos veces. /¡No!, no, no, no, no y no, muchacho, no; el miedo no anda en burro, no; la vida no anda en burro / Sí. Debo decir lo que aflora en el pecho sin pensármelo dos veces. Debo quererme más y odiar más y cantar menos y seducir menos y exagerar menos y equivocarme más y mudarme de signo zodiacal. Eso debo hacer. ¡Pinches Leo!, estamos condenados no sólo a la extinción, sino a ser los más odiados (nunca más que los Escorpión); desde hoy, debo leer sólo lo relativo a mi ascendente astral, que es cool y bien portado y consiente de sus actos. Sí. Puros pretextos. Debo dejar los pretextos. Debo empezar a ser más impulsivo. Quiero verme más arrollador, más sin escrúpulos: atípico. Cínico. ¡Sí!, debo ser más cínico... Debo dejar de ser impulsivo.

Bueno, no.

La última vez que fui cínico (ayer, 22:34, hora del Este) empezaron a caerme gotas en la cabeza; así, misteriosamente, sin mucho sentido estando bajo techo, sólo por chingar. Traté de seguir con mi desvergonzada actitud, entonces moví la silla que alojaba mi trasero despreocupado de lo que más arriba ocurría. Luego: climp, climp climp. Tres putas gotas. Así que preferí mojarme a seguir huyendo. Bueno, no: terminamos sentados en otra mesa. ¿Magia para principiantes?, puede ser, el caso es que se esfumó el cinismo, ¡flum!, en la otra mesa se fue. Dejé de ser impulsivo; será la costumbre, será el miedo a mojarme, la marea, la Luna, los ciclos de cosecha, el universo en mi contra, lo que me saca del eje, mi ropa, mi peso, mi estatura, sus ojos. ¡No!, bueno, no. Debo dejar los pretextos.

Definitivamente no

Al final, mis excusas se atorarán en las listas de pendientes de alguien más; ya lo dijo Miguel Hernando: “si mis sueños no te dejan dormir, cuenta ovejas; no me jodas”. Al final no hay soluciones algorítmicas, hay decisiones para escapar de los destinos; hay azar reformulado, convertido en gozo, en error, en dicha, en lejanía. Al final me quedo con ganas de dar y recibir un beso (aunque yo, la verdad sea dicha, me especializo en abrazos). Al final, mi lista de pendientes se atorará en las excusas de alguien más; ya lo cantó tristemente Antonio Vega poco antes de morir: "me da miedo la enormidad donde nadie oye mi voz". Al final prioricé: debo cambiar de armario.



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viernes, 1 de julio de 2011

La noche a medias de la mujer dormida

< Para I.; en tímido rescate



Play & Read!



Llegó este viernes sin ser esperada; así se fue a dormir también, sin esperarlo. Usualmente los viernes no duerme en casa. Y luego la noche no ayudaba: tan gris, tan no, tan escrupulosa y sin matices, tan de sí sé quién. La música: Darol Anger y Barbara Higbie “retumbando bajito” en la habitación contigua.

A estas horas, el estudio donde lee cada tarde la mujer dormida (como la llaman sus íntimos desconocidos), luce apenas iluminado por una antigua lamparilla de petróleo modernizada, electrizada, alimentada por un foco en forma de vela de escasos 15 watts. Mientras, vagamente a salvo de la obscuridad y el frío, lucen dormidos:

a) los libros, miles, no me apetece nombrarlos

b) los dos cuadritos bordados que le regaló su abuela paterna durante ese año nuevo tristísimo en el que, ¡coño, otra vez!, toda la familia olvidó felicitarla por su cumpleaños; quién la manda nacer el uno del primero

c) la alfombra persa con ácaros que le dan alergia

d) un dije que brilla, recuerdo de Olivier, un novio francés enviado erróneamente a Courchevel, al este de la Britania, para salvar la costa, a toda fuerza, del enemigo sajón… jamás volvió

e) las bolitas de madera para alejar la humedad de tanto tratado contra el aburrimiento que ella fue comprando, sigilosa, a espaldas de sus padres, durante sus últimos 24 años (y es que los señores eran, digamos, ya sabes: “artistas que han sufrido por falta de ingresos”, y temían noche tras noche que su primogénita acabara en las garras de la literatura -como funestamente terminó-, así que le prohibían todo acercamiento a cualquier encuadernado. Ella, feroz ensimismada, los leía, uno a uno, paso a paso, subrayando las frases más intrascendentes, después los metía en un sobre que enviaba a un amigo leonés, conocido años atrás durante una estancia académica en España, y ya está: los olvidaba. El amigo tendría que guardárselos hasta que sus padres murieran misteriosamente una noche lluviosa en la que su auto se quedara sin frenos. Nunca pasó, pero ahora vive sola, y el amigo se volvió un lector exigente. Imaginen: serían tres miles en vez de miles)

f) las odiosas polillas come-letras (parece que les encanta la z; una mañana le espié una novela alemana a la que le faltaban todas las z, cada z estaba quirúrgicamente ausente; en su sitio, un hoyo negro, abisal, tétrico rastro del pirálido nefasto

g) su gato, un animal terco que le ronronea por todo el cuerpo las noches en que le duele la soledad; dicen, no me consta, que siente placeres diminutos si el felino inquieto de pronto la araña

h) un gotero con esencias de canela y cardamomo para el mal de ojo

i) otro, éste con una exótica mezcla de 38 esencias naturales, remedio que la madre de un amigo cercano le regaló luego de un rompimiento amoroso del cual salió bien librada; ¡benditas las flores del doctor Bach!

j) un par de botas Break and Walk igualitas a éstas:



k) el marco de color rosa que delinea gentilmente una instantánea de Sausalito Bay, mítico sembradío de hippies donde la mujer dormida se pasó más de un mes tratando de entender la obra de Jack London. Al final no entendió nada: London siempre escribía ebrio

l) un florero que mami le había comprado en Murano luego de tremenda discusión que tuvieron la noche anterior sobre el Ponte Rialto durante un viaje de reencuentros hace casi siete años. Hasta donde sé, nada de qué preocuparse: la hija estaba de malas (así se pone con el hambre) y la madre estaba de malas (así se pone cuando ve a su hija de malas). Un florero a la mañana siguiente, y listo, a otra cosa; ahora permanece en el estudio, apenas iluminado, como todo lo anterior, con una orquídea de papel que un maestro de diseño gráfico que la persiguió durante sus años mozos le había obsequiado en son de amistad (y rendición a sus pies no tan diminutos pese a su estatura escasa)

m) el paraguas roto que arrebató a un peatón desprevenido durante una noche de copas

n) sus gafas de pasta verde; hipsters y frescas y livianas y verdes, tan ella: para ver de cerca

ñ) un diccionario de María Juana Moliner Ruiz en perfecto estado que nunca ha consultado; se da sus aires de grandeza con el buen uso del español, aún después de aprenderlo en un curso exprés a la corta edad de 19 años. Todos, y es que dicen que no había nadie que callara en el trabajo, le hacían burla por sus dislexias frecuentes

o) una docena de semillas de ciruela para plantarse en luna llena, semillas que ella llamó obstinadamente “huesitos” hasta que un profesor de la facultad de Lengua y Literatura Hispánicas le dijo que las ciruelas no eran vertebradas

p) un sándwich con apenas dos mordidas, hecho con pan de alcaravea y untado obsesivamente de queso crema y mermelada de manzana con jengibre que compra cada dos meses en el área naturista de un supermercado que un par de bolivianos montaron a dos cuadras de aquí

q) una libreta de apuntes estampada con un gatito negro de cola larguísima, tan al estilo del french retrocontemporary que ella disfruta a mares encabritados durante exposiciones con gente importante que se cree más importante de lo que ya es

r) un incienso para atraer al amor eterno y someterlo

s) un arbolito de la vida pegado con Kola-loca que se compró en Metepec durante una frustrante visita a su abuelo toluqueño. Le dijo de botepronto: ya no te quiero, abue, y él le pidió que le llenara el vaso con güisqui y cerrara la puerta al salir

t) un aparatoso engargolado con textos a corregir que nunca terminó luego de la conversación que tuvo con un primo segundo que la convenció de no llevarse el trabajo a casa

u) un frasco con esmalte morado para las uñas que de cuando en vez pinta por miedo a verse en el espejo, de repente, sin color

v) un vaso con un traguito de agua de clorofila que se toma, seria y puntual, cada noche, para defenderse de una intrépida bacteria gramnegativa que es responsable de una infección en su tracto urinario

w) una taza de asa rota con la portada del asombroso Push Barman to Open Old Wounds que su hermana le trajo de un concierto al que ella no pudo asistir por quedarse dormida. Ahora, el bonito souvenir tiene lápices de índole diversa, y desde entonces, duerme mal… la mujer dormida. Curioso

y una nota esparcida con tinta verde que escribió esta noche en el ajetreo de la culpa: Todavía tengo miedo y, por eso, no escribo… Al final del día no pido mucho, sólo que me des permiso de meterte en mis ficciones.

Estoy bloqueada, gritó sin querer hacer ruido, y se fue a dormir, sintiéndose (¡otra puta vez y más que nunca!) mujer dormida. Me quedé en el estudio, como siempre, apagada a medias y sin oportunidad alguna de revirarle: La única forma, aprendiz, de expiarse esas culpas pinches, es escribiendo. Pero se fue a dormir la mujer dormida y se tendrá que conformar para siempre con la duda. De cuándo a acá han hablado las ventanas.

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