domingo, 2 de octubre de 2011

Matriz del tiempo

< Para Yani, en medio de nuestros volcanes



La tarde sin el sol que usualmente los habita; sus dedos entrelazados; un par de manos tibias (una caliente, la otra fría), sin mucho ensalce de anillos y poca gloria en las uñas; sus dedos entrelazados con el silencio que atestigua las miradas ajenas, las que se posan en los objetos de siempre mientras callan los otros; mientras los hombres otros, las otras mujeres, refrescan sus memorias, cargadas ya de ardor y celos, perdón, prejuicios, “¿te acuerdas?”, “lo siento”. Aquellos dos, entrelazados, con memoria.

La tarde a cuestas para estos dos, sin la sombra tampoco de los otros tiempos, sin el sentido aquél de los lugares comunes, sin el óxido arbóreo que enmohece los recuerdos. Los otros recuerdos, los otros lugares comunes, las otras miradas sobre los nuevos tiempos.

Y el reloj que nunca para, tic tac en la misma pared recién pintada, indicando que es momento de cosechas otoñales, frutos del bosque y conservas en alcohol / recetas distintas, diferentes los cuerpos. Lo que ayer veían como azul añil, hoy les parece prístino eucalipto: el mismo color al otro lado del invierno.

“Poca gloria en las uñas”, vuelven a pensar esos dos; se han vencido de arañar al aire, de golpear fantasmas con los mismos dedos, de mirar al cielo y ver las mismas nubes sacadas del tronco universal de lluvia, la misma lluvia; uñas rotas de tanto temporal uniforme; “qué aburrida la lluvia”, vuelven a pensar esos dos.

Sin embargo, sin dudas y sin pesares, dos les basta a esos dos; dos es diálogo sin teatro, amor que pareciera por momentos agente que aletarga los principios del amor que aletarga los principios del amor eterno; dos sin treses ni cuatros ni pasados. Crecen a partir del dos aquellos dos, y velan su confianza con bálsamos que obtienen de las cortezas que rodean a sus ya sonrientes corazones; vida que vuelve a sangrar despacio, ¡a estar expuesta!, a llenar de nueva savia la matriz del tiempo en el que juntos renacen, se equivocan, se convencen –amalgaman piel, llanto y saliva-.

Un par de manos tibias son las que avanzan sobre el mismo meridiano donde los otros recuerdos mienten. Diez dedos entrelazados pasean los prados que alguna vez fueron lugares comunes. Dos miradas se funden por mitades y observan a los hombres otros, las otras mujeres, que nuevos y bellas, pueblan los ojos que al mismo tiempo miran al mismo sitio. Son un legado esos dos, de lo que vino y partió. Son múltiplos de dos.

Y el reloj no para, tic tac por autómata costumbre... pero la lluvia hoy la sienten tan distinta que de pronto se inundan en ganas de ver los colores por el filtro del verano. ¡Aquellos dos!, siempre buscando pretextos para encontrar arándanos… Miran al Norte, allá está el sol, amaneciendo; se van cantando:



Otoño VII es una fotografía de Triní Reina

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2 comentario(s):

Yanitsa Buendía de Llaca dijo...

No sé si es la fortuna de la vida o vanagloria mia, pero siento que he encontrado a un peatón que comparte mi mismo camino... como esos dos que entrelazan sus manos, como la canción de Drexler que va con calma.
Te agradezco, siempre; te quiero, siempre.

Juan Carlos Medrano dijo...

Harto camino, caminanta / desde y a través del presente / no te vanaglories, caminera; "todo está en calma: deja que el tiempo dure" / comparto camino y sentir, como nuestros dedos, bien equilibrados en temperatura / te quiero bien también, hacia el Norte, siempre.