miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Ingrata Fortuna

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Se desabrochó la blusa. Quitó esa madeja de olvidos de su mente y volvió a cantar bajito como si nunca lo hubiera intentado. No le dijo nunca más: “te necesito” ni musitó su nombre en vez del mío. Fue tierna de modos feroces, y huidiza, quizá, como se es en los primeros roces.

Luego me dio dos apalabrados golpes (cada quien con sus lecturas) que resonaron dos meses en el fondo de mis dos orejas. Puso el despertador y se echó a dormir cual rumiante traviesa que de tanto pastar y mirar horizontes es capaz de ponerse, no sólo ociosa sino también obsesa.

Allí la miré a menos de un metro y me quedé vigilando su sueño como si gimiera despacio las letras de los cantos de su cielo. Y allí me bebí dos litros de agua con burbujas pensando qué hacer para que despertara más pronto de sus oníricos enredos.

No lo logré. No volvió en sí hasta pasadas las nueve; eran ya la ciudad y los semáforos y el humo de los escapes y el silencio mustio que emana de los pasillos de hoteles viejos. Era que el tiempo, tan pronto llegó, se hizo de luz y arena fina. Era que nos perdimos el amanecer al correr las tres cortinas.

Yo me levanté de ese lecho hundido donde no dormí por temor a inconciliables dudas y ella se fue poniendo erguida mientras llevaba su lengua a la mía. Casi toqué la tierra blanda en la que se convirtió esa alfombra. Casi enjuagué mis ansias en su pequeña boca y casi, estuve a un paso, de llevarla otra vez a la cama.

No lo logré; ya se le habían incendiado las sandalias cuando se echó a correr. Otro día, después, dijo saber que esa vez me había quedado con más ganas de. Ya no contesté por temor a ofender, es más, hasta le invité el café al mismo tiempo que ella me reprochaba: “hubiera preferido un té” / Bueno, señora, qué se le va a hacer.

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Il giardino Toscanetto corrisponde al occhio di Paula Schmidt.

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