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Él sabrá enunciarte mejor; dirá cualquier divinidad por humedecerte el cuerpo un poco, platicará sobre sus viajes al sur del sur, te contará con deleite cuánto sufrió la muerte de su madre, rebozará en ti la mejor alegría y soñarás de nueva cuenta en policromos gestos pincelados con cabellos de ángel. Y no te mentirá; no sabrá tus facetas de niña naive o astuta.
Con él arrasarás los bailes y tocarás la guitarra en las tardes con lluvia. Habrá parroquianos que desmayen de celos con sólo espiar sus charlas. Cada dos meses, como para borrarme de tu agenda, llamarás a casa y dejarás recados: fríos rastros de habernos amargado la existencia alguna vez. Quizá en una de esas te conteste el gesto y subraye que todo marcha bien, pese a tu ausencia. Quizá me fume un cigarro, asomado al viento, y los ojos se me enjuguen cuando se atraviese, impertinente, una canción de cuna que cantabas sonriéndome ligera (con tu rubor de pecas y los párpados hundidos).
A tu nuevo amante lo traerás más listo; su trabajo irá mejor cuando a media mañana lo cites en el café de chinos y se pidan un bisquet para los dos: será su religión y les sabrá a miel fresca, misma que él atentamente limpiará de tus labios con un beso. Habrá peleas que los harán más fuertes, él discutirá sus costumbres y tú defenderás las tuyas. A nadie le dirán cuánto se aman: rompería el encanto convirtiéndolo en un frívolo acto sin espinas.
Un día abrirás un sobre sellado en Lisboa, dentro reposará una carta donde te enteres de las falúas que tanto extrañas, una carta que te invite a visitar el barrio de La Alfama mediante fotos anexadas. Nostálgica buscarás con desespero un cassette de Madredeus y vacilarás en ponerlo. Finalmente sucumbirás al abismo de la derrota y ahí, sentada en la misma mecedora donde te gusta cortarte las uñas recordarás tu infancia, te prenderás un cigarro y asomándote al viento se te enjugarán también los ojos.
Pero la noche transcurre y el pájaro que contra tu ventana se golpea dormirá protegido en el cedro aquel que sembraste cuando niña. Él llegará de su oficina mostrándote con cierto desaire los planos aprobados para la reconstrucción del edificio de Orlay, el que te gusta con su fachada así de vetusta y problemática. Hablarán de arquitectura y discutirás empedernida, sirviéndote otro anís, sobre "la belleza del maldito minimalismo" que reduce toda avenida a vil trabajo en serie. Con toda certeza él se reirá bromeando sobre tus disparates, habrá un silencio (de los que preceden al aplauso), aún con su sonrisa intacta te mirará a los ojos con amor del que sonroja, besará tu frente, tomará de tu copa, ¡pero qué fuerte lo que bebes! Y tú muy cómplice le arrastrarás con el dedo una gota de Chinchón que resbaló de su boca para llevártela a la tuya. Tú tan coqueta y enamorada.
Esa noche harán el amor y pactarán su eternidad, dejarás que te acaricie la espalda mientras miras tu cedro por la ventana. Todo será más fácil así, sin deberes ni orgullos ni estafas ni odios ni peleas. Teresa Salgueiro sonará desde la sala y su voz marina abrazará los muebles; dejaste la música corriendo, la luz encendida y la copa de anís sobre mi carta. Cerrarás por fin los ojos y el batir de alas de cientos de cigarras arrullará tu sueño para siempre.
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miércoles, 7 de mayo de 2008
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