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Se aisló; vistió botas de trekking y camisas azules de pana fina. Se aisló cerca de Creta y luego en Girona; limpió de polvo su guitarra y propuso seis acordes discretos, muy de sal mediterránea. Se aisló cerca de las palomas, crestas del viento; cazó zorros con su mirada y corrió con caballos salvajes. Se aisló cerca de su madre y luego, por las tardes, le cocinó ensaladas con tomates del huerto y quesito fresco de cabra. Sintió, surcando sus mejillas, aire matutino que le invitó a la ordeña. Domó sus miedos y dijo de pronto: "tuve un amor, ya tendré otro".
Más fuerte (por las pesas) y más ligero (por las ropas) salió a caminar el sendero que con su hermano trazó en otoñales ayeres, amarillos ayeres con árboles rojos. Se sentó en el árbol viejo y eterno. Le leyó un cuento a Malva sobre cangrejos que ayudaban a unicornios a salir de la mar; ella con brillantes ojos y ternura bien puesta susurró mientras las olas lejanas se rompían: "mañana saldremos a la lluvia papá". Manolo se rió con la mueca del infante y pensó sin hablar: "habrá que perfumarse con azahar, ahora que el naranjo está floreando".
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lunes, 12 de mayo de 2008
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