lunes, 23 de enero de 2006

Sobremesa 3/n

Tomar la siesta y soñar por soñar, para no olvidarse, soñar eternamente (como todo lo aparecido aquí en este mes de letargos literarios). Soñar que jugamos a soñar desde nuestra cama, sin efectos especiales, sin technicolor, sin visuales propios de una mente atormentada, sin matar a nadie de la familia, sin angustiarse por toros que persiguen en estrechos callejones sin salida; pero soñar con sonoridad inquieta, oyendo nuestra voz sin distorciones, percibiendo ruidos de madera crujiendo, soñar que comemos y nuestro paladar recibe noticias gratas, soñar con borregos saltando cercas blancas. Y luego despertar con sutil modorra para tomar agua fresca, con hielo, insabora. Lavarse la cara y notar con esmero las gotas que resbalan por la piel, seducirnos ante el incesante sonido provocado por el grifo y secarnos todo el rostro con inusual esmero; lentamente, mover el cuello de un lado al otro, hacia atrás, hacia adelante... ahí quedarnos y volverlo a hacer de un lado a otro, ahora hacia atrás jalando los hombros, reestableciendo la realidad, sin dualidades, quedarse ante el espejo y mirarse a los ojos sin miedo, analizar la pupila, cerrar, abrir los ojos, cerrarlos con fuerza, mover las muñecas y sentir a los tendones vivos y firmes, notar un escalofrío liviano y preguntar a algun despistado que pase en ese instante si hace frío, alegrarse al saber que no, más agua ingerida (ahora utilizando la mano como receptáculo del líquido), masaje intermitente en el cuello, mirarse las uñas y sentirse ofendido por el foco, apagar entonces el foco y divertirse a oscuras un momento, ser necios con respecto al clima y abrigarnos ya con un suéter ligero, caminar despacio, en calcetines y mirar sin esfuerzo a los zapatos -como pensando si ponérselos-, dudar de pie ante nuestro lecho y mirándolo con recelo, como el causante de todos nuestros miedos. Salir de nuevo a la vida, alejarse de la habitación enmohecida y la cama arrugada, destendida. Notar de pronto un ruido de madera crujiendo y voltear al techo que se desprende, blanco y negro, encima nuestro. Despertar de tajo, con la cara marcada por la almohada y la saliva seca en las comisuras de mi boca, mover el cuello de un lado a otro, con lentitud, con desgano, con frío, con lluvia escurriendo por la ventana, sin calcetines y con una sed de antología.

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