>> Vitoreó mis ánimos de brindar temprano y salimos así del letargo fatídico que provoca el ocio. Nos fuimos de a poco, con una cerveza alemana, con dos mexicanas, con tres tintos chilenos, cuatro blancos italianos malísimos, cinco brandies, seis ronecitos para el mal gusto y siete carcajadas apagadas al saber que ambos buscábamos el amor de la misma dama. Luego nos dimos ocho minutos de silencio y nueve reflexiones calladas que obligaban a una misma conclusión: no medir los momentos de placer a su lado. Por supuesto, jamás supimos quien salió vencedor de aquel reto fortuito. <<
>> Antes habíamos estado en mundos paralelos; ella maldecía lo que, a su parecer, no concordaba con la bondad, yo insistía receloso que no fuera tan egoísta, que cada persona tiene derecho de vivir a su manera y con su tiempo. Las discusiones eran realmente parte de nuestra encrucijada de amor y golpes. Un buen día me dejó sin notas ni explicación. Me quedé perplejo y volvíme un observador misántropo de mi mundito lleno de razones ciegas; como ella, ahora entiendo la complejidad de mi pensar hacia los demás, y como ella, me muerdo las uñas por no poder decirle cuánto la extraño. <<
>> Una tarde de cenizas sin filtro, con dos libritos de bolsillo, café barato descafeinado y jazz de Carmen McRae, me confesó como quien pide sin gana un vaso con agua que ya no me quería, cerré al perseguidor de Cortázar, la miré con queda tristeza y lejanía, fumé anhelante y de tajo dos golpes al macabro cigarrillo que pintaba de amarillo los dedos en pugna, tardé en sacar el humo, noté cómo quemaba mis pulmones, cómo retorcía mi tráquea. Quise alejarme de ahí, o golpear la pared y hacerme daño y sangre. Ella seguía leyendo a su Saramaguito mientras jugaba con la cuchara de su taza. No es cierto amor, me dijo sin mirarme... no dormí muy bien, fue por estar a su lado. <<
>> Me dijo mientras caminábamos a espaldas del sol de invierno: "ayer habló Ramón" ... "dijo que no te dijera pero que se moría de ganas por invitarme una cena en su departamento" ... "¿Ramón? ... ¿y qué más te dijo? - apreté la mandíbula, lleno de impotencia - "nada más, otras cosas, nada más, le dije que te lo iba a platicar y le colgué" ... (...) ... y qué ... nada Juan Carlos, nada, cómo que y qué, pues que no voy ... ¿o quieres que vaya? ... ya ni sé ... pues que actitud la tuya cabrón ... ¿actitud de qué? ... (...) ... (...) ... ¿de q'... (...) actitud de qué Jimena ... <<
>> Camino entonces unos pasos, voy a la dulcería a comprarle sus mentados dulcecitos con anis adentro y me encuentro a Ramón, pidiendo lo mismo. Cortesmente le saludo y le invito un trago. Enseguida alaba mis ánimos de brindar temprano. Vamos a un barecito olvidado de la ciudad que hace años frecuentábamos, y ahí, con algunas risas de anécdota, nos pedimos una chela alemana bien fría. <<
lunes, 9 de enero de 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario(s):
IIIIeeeuuuu, pues sí, habría qué. Ni hablar. Sin embargo, creo más bien en la pasividad como un bonito ejercicio social.
Publicar un comentario