* Sentados alrededor de la mesa de madera - que ya por entre sus hendiduras deja al descubierto los años pasajeros - discutimos sin hablar, cada uno de los cinco se mira sin pausas, y cuando encuentra eco en esos ojos, los desvía. Son las noches de bar con amigos. Llega entonces la princesa de la noche, hablamos poco, me intimida su forma de vestir, encuentro el escondite perfecto en mi copa amortiguada con hielo, entonces me dice toda ufana: ¿tu eres el "buci" aquel del que todo mundo habla?... ¿todo el mundo?, me sonrojo e hincho cual guajolote en celo... disimuladas risitas excitantes, prosigo: "sí, yo soy ¿y tu eres?...". *
* El incómodo silencio duró 17 segundos. Fue en un cafetín mientras esperaba paciente la llegada de una vieja amiga; iba yo vestido para la ocasión, muy serio y muy formal. Cuando una mesera se me acerca impaciente, pido uno de esos tés para los nervios tratándome de hacer el interesante; en sus ojos turquesa se dibuja unnosequé de nostalgia y con una mueca más grotesca que amable se aleja para volver enseguida con lo requerido, al llegar, por torpeza o malicia, riega el contenido de la taza en mi suéter, me sobresalto sin enfadarme, intercambiamos risas y "descuida", "mil disculpas", me acerca con su mano huesuda y linda una servilleta y casi con desdén rozamos los nudillos en pacto silencioso de amor eterno. "Tenía un novio que sólo bebía té, como tú". El incómodo silencio duró 17 segundos. De ahí, y hasta que mi cita llegó, no paré de elogiar las facultades místicas de las hierbas en delicada infusión prohibida. *
* No había parado de verla en toda la noche. Se mezclaba tan bien con la gente, y bailaba tan bien. Y también reía, reía mucho, sin concesiones, sin dejar ninguna feromona fuera del aire. Y así, yacía contagiado de su inusual belleza camaleónica. Se acercó a la barra improvisada y pidió un trago al anfitrión: "¡yo te lo sirvo!" grité a medias. "¿te lo sirvó?, repetí preguntando y con voz más apagada; ella no habló, sólo afirmó con el dedo índice de su mano derecha mientras guiñaba lentamente el ojo en descarado alboroto sensual. Esa noche le serví cuatro vodkas más, y bebió a mi lado, cerca del final y tomándome del brazo, dos grandes vasos de agua mineral con gas y un diminuto twist de limón. *
* Fue hace unas cuantas horas. Me tropecé con ella en un centro comercial, en caja, mientras ella pagaba un par de medias y yo unos chicles. Minutos más tarde la ví saliendo del estacionamiento con sus piernas nuevas y algo de prisa. Luego, y ya con preciosa calma, se me apareció en un semáforo seis cuadras después. Cuando estuve de vuelta en el trabajo, llegó a pedir informes sobre una maestría. Me asusté un poco, tomé sus datos y le entregué dos folletos. Se me quedó viendo ahí, parada, al otro lado del mostrador. Bajé la cabeza, fingí buscar un lapicero y ordenar el escritorio. Entonces marchó. Se llama Montserrat, vive en la calle Venustiano Carranza de esta ciudad y su teléfono es el 8 14 35 55. Pienso vigilarla estos días y así saber cuál de los dos es el voyeur. *
viernes, 2 de diciembre de 2005
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1 comentario(s):
jajajaja!! perfecta historia que podría llegar a ser de vouyeristas... - o como se escriba -
Aunque me molesta no saber si la historia es real para así imaginar mejor las cosas, ya que es un cuadro un poco extraño el pensar en mi profesor de taller de expresión persiguiendo a Montserrat, la chica de las medias, ya que no se ajusta a la personalidad original del hombre detrás del maestro lunático...
Me gustó la secuencia
PD. No crees que es peligroso poner su dirección? ja
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