miércoles, 10 de marzo de 2010

Madrigalismo 6/n

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se cae la tarde, empalagosa, vuelta pedazos melón. Se me olvidan las palabras, surgen gestos, cicatrices, balas hechas garzas que alcanzan, mutilando el cielo, a las parvadas lejanas. Animado, el dragón que dormita en el pozo viejo, se entretiene con las arañas negras de mi bosque. Fútil se esparce la marea por donde lleve gusto la luna, y tenues quedan los azules entrecejos del olvido. Buena noche nueva y sin luna, buena luna, canto y ventanas, aire y balcones: sereneras romanzas de andar crepuscular, una estrella, o dos, barroco crepitar de los maderos, pasto que huele a cerca, a pasto al aire libre, o tres, a pasto contra cara, a hierba de humedales, a fogatas y guitarras, recitales, temblores de ojos que aman – dicen – lloran. Arcos que rasgan y pellizcan, nube roja, buen tabaco.



Hace quince años llovió muy fuerte en Xico, y en junio y en serio. Llovió con sol, como me gusta, con ese rayo dócil que calienta ligero al contexto; lo dota, ensimismado, de una sensualidad palpable. Y allí, o entonces, o así, me fui al restirador a calcar dibujos en papel albanene usando estilógrafos polacos que le vendía a mi hermano un contrabajista de la sinfónica xalapeña. Sonaban Anger y Marshall, sonaba Piacenza, lúdica y formal, tan campesina y de pradera, tan de vago en la ciudad. Me puse entonces ajeno al ruido concentrándome así en el zumbido, como digo, como gato erizado, así de ajeno y tranquilo, así de feliz en el mundo, así de Juan Carlos dibujante o de niño engreído.

Llevo arrastrando al dueto de Montreux demasiado, muchas siestas, muchos años; son los serenos viajeros que vuelve fichas de póker la lontananza. Son la respuesta al hastío, toda la sed de mandarinas, los relojes que amenazan. Son la enredadera en el hierro y cada matiz de mi arrojado caminar por las montañas y pueblos. Hoy, el restirador y Montreux ya están colgados, y los ecos del hogar, jamás y casi sepultados. ¡Vaya!, estupendo. No hago caso. Quiero escribir ahora; mientras se cae la tarde, empalagosa



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3 comentario(s):

PAto dijo...

Esas tardes obscuras de torrenciales aguaceros iluminadas por rayos de sol xiqueño son inigualables.
Gracias por esos recuerdos.
Sds.

Juan Carlos Medrano dijo...

totalmente, i n i g u a l a b l e s
sí.
habrá que estar pendientes...

PD. ¿Cuál era el nombre del polaco?

PAto dijo...

Federick Chopin.
Ahh chingaaa, creo que no, ese tambien fue musico polaco pero muchos años antes que el dealer de estilografos.
Pues no me acuerdo, seguramente nunca lo supe pero si me acuerdo que era chistocillo.
Así quedamos.