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Sugerencia: Cargue la canción, póngale play; entonces lea.
1) Esta es la parcela en la que esparciré mis restos, pues de pronto en ella me encuentro: y vivo y salto y grito y muero y revivo… ¿es esta, de verdad, la parcela en la que esparciré mis restos?
8) Y tú no te quedes leyendo y mejor ven a bailar de acuerdo a tu cultura y roza las fragancias que se sienten cerca y que brotan al lado de las setas y violetas. Arde en madera complaciente y nunca grites pues de hacerlo se me quedará esta viña ronca y tuerta, y a la tierra ya los gritos le sobran y a mi afrenta se le ha ocurrido hacerte una broma: quitarte toda la ropa y sacudir las esporas que han dejado las estaciones que antes eran duraderas y ahora son, si acaso, ruinas y cal con arena.
5) Así tropiezo, grácil y seguro, seguro de caer en sus brazos y piernas que alimentan, que destierran, que promueven la lucha (la batalla, si es preciso) y entonces sí, me armo de valor, me visto de verde sí, me enjuago las manos y luego me las ensucio.
2) Paso a paso descubro (porque también descubro, ¿sabes?) y elucubro sintiéndome chiquito y dando y tomando y regateando cada anochecer y despertar bajo este logro perfecto de la alineación astral, de los motivos siniestros, de los tormentos que hoy me vuelven loco y un poquito visceral.
6) Allá voy encarrerado, disfrutando la visión global de este mundo que promete maravillas y encima, las somete al cuidado de los hombres y las fieras y las plantas. Cantos de helechos, siembras de amaranto, olores que emiten los ciegos y azules campos que habitan debajo de las huellas que todos pisamos y sin querer, vamos borrando (todo lo que nos parece incierto).
3) Hoy se vive al ritmo de los fuegos y los aires del quemante silbido que emiten las montañas y de la fragua quebrantada que echa chispas y las reparte a mares-cielos. Hoy se entona la canción de las cigarras pacientes que todos los grillos corean dejando claro quién es el mero cantor de los bosques antiguos que alguna vez fueron tan míos.
7) Hoy se empapa el alma en lodo y niebla y se incrusta la humedad en cada hueso y los besos saben a tierra y el abrazo es un converso que otorga piropos agitados a las ramas de los árboles que han tomado por asalto los ingenios madereros.
4) Pasa muy poco y sin embargo pasa; pero también las nubes traen algodones rosados y el rosa es una destreza que avienta puñados de dulces y que más allá de lo advertido se revienta en cien pedazos que tímidamente viajan acomodados en las venas resueltas de la sangre salvaje que circula por todos los caballos que a su vez pueblan las avenidas y los prados.
9) Rompe de una buena vez el cemento. Ponte sedienta y observa (pies en el suelo) los caudales que has vuelto pequeños, los cielos a los que has puesto fronteras, los jardines secos, los destrozos que provocan mis mareas, el tumulto de plagas que te mando, las orillas de los mares cada segundo más libres, la jungla inquieta (hogar de los monos con dientes), el desarrollo y el polvo, el feliz fin del planeta, el alucine de este té con menta.
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Wild Horses by Kevin Cross.
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domingo, 30 de noviembre de 2008
lunes, 24 de noviembre de 2008
¡ Me encanta ser mujer !
> Una fina advertencia, caballero
Fluí dentro de aquello de una manera que hasta los dioses del sexo se me pusieron celosos. Era invierno y también adviento. Ella me dijo (más o menos, por supuesto que me dijo) luego del penúltimo espasmo (pues aquello de las malas suertes es producto de augurar siempre el último) que le encantaba ser mujer. ¡Vaya piropo!, dije yo hacia mis adentros y me quedé feliz posando allí ante las cámaras de la memoria.
No la volví a ver jamás.
Quizá la falta de efectivo trajo tras de mí cierto encanto caído. Luego supe de ella por terceros ajenos al malsano placer sobre el cual aquí les escribo… malsano quiere decir, entre otras cosas: no correspondido; cómo diré, sacudidamente halagador, empujadamente vital y sobretodo, harto mañoso en gestos, ademanes y formas diversas de tragar saliva.
Y eso no es todo; que alguien te diga, de pronto: ¡me encanta ser mujer!, y lo pronuncie gozosa, quitada de manjares que adornan las palabras (o quejidos ligeros, fuertes, gritados, ¡qué se yo de esas cosas!) y absueltas, además, de pecados veniales es, caballero, un lujo casi igual que el de paladear apenas un buen jamón de jabugo que se alimenta de bellotas. (¡Uy, que hambre me ha dado!; de bellotas y de jamones, quiero decir de Pata Negras o… ¡no hablemos ya de piernas!).
Lo que intento aclarar es que la frase aquella; la de la mujer encantada que se decanta a favor de los sentires humanos (femeninos, dijo también… que por cierto, quién se creyó para elucubrar siquiera que la mujer disfruta más del hombre en los enseres del amor que viene y va por marejadas y llega a lo alto y se cae y se revuelve… pues eso, de los sentires humanos) no es tan usual en otros tiempos lunares; ¿me estaré metiendo ya en banalidades?
Hay algo cierto (y a mí me encanta ser hombre; pero la mujer es un portento y el hombre vil alimento), hay algo que se me escapa del cerebro y que esta tarde fría ni con chocolate amargo se me quita: y es que el amor, como me dijo hoy un colega, encuentra mejor respuesta en la antitesis del amor. O sea que, como ya se anda diciendo en tertulias de baja estofa y celebraciones corpóreas propias de animales en celo: “la mujer ha encontrado el camino para volver al hombre, irredento”; eso suena a Javier Marías, aquel al que tantos odian y en quien casi nadie confía; al fin y al cabo, qué va a saber del amor ese señor si nunca ha besado a un jumento (lo puedo escribir incluso, si así lo quiere, de modos mucho más violentos).
Y es que hay tiempos para dar y recibir…
Quiero decir, más bien, para dar.
¿En qué quedamos entonces?
Yo por eso mejor me voy al baño y ya no lo entretengo con tanto misterio // Debiera usted hacer lo mismo, caballero, antes de que se le apague su sutil instrumento y caiga, por fin, en la cuenta de que se le acabó el deseo.
Cruz y soledad de Antonio Zamudio.
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Fluí dentro de aquello de una manera que hasta los dioses del sexo se me pusieron celosos. Era invierno y también adviento. Ella me dijo (más o menos, por supuesto que me dijo) luego del penúltimo espasmo (pues aquello de las malas suertes es producto de augurar siempre el último) que le encantaba ser mujer. ¡Vaya piropo!, dije yo hacia mis adentros y me quedé feliz posando allí ante las cámaras de la memoria.
No la volví a ver jamás.
Quizá la falta de efectivo trajo tras de mí cierto encanto caído. Luego supe de ella por terceros ajenos al malsano placer sobre el cual aquí les escribo… malsano quiere decir, entre otras cosas: no correspondido; cómo diré, sacudidamente halagador, empujadamente vital y sobretodo, harto mañoso en gestos, ademanes y formas diversas de tragar saliva.
Y eso no es todo; que alguien te diga, de pronto: ¡me encanta ser mujer!, y lo pronuncie gozosa, quitada de manjares que adornan las palabras (o quejidos ligeros, fuertes, gritados, ¡qué se yo de esas cosas!) y absueltas, además, de pecados veniales es, caballero, un lujo casi igual que el de paladear apenas un buen jamón de jabugo que se alimenta de bellotas. (¡Uy, que hambre me ha dado!; de bellotas y de jamones, quiero decir de Pata Negras o… ¡no hablemos ya de piernas!).
Lo que intento aclarar es que la frase aquella; la de la mujer encantada que se decanta a favor de los sentires humanos (femeninos, dijo también… que por cierto, quién se creyó para elucubrar siquiera que la mujer disfruta más del hombre en los enseres del amor que viene y va por marejadas y llega a lo alto y se cae y se revuelve… pues eso, de los sentires humanos) no es tan usual en otros tiempos lunares; ¿me estaré metiendo ya en banalidades?
Hay algo cierto (y a mí me encanta ser hombre; pero la mujer es un portento y el hombre vil alimento), hay algo que se me escapa del cerebro y que esta tarde fría ni con chocolate amargo se me quita: y es que el amor, como me dijo hoy un colega, encuentra mejor respuesta en la antitesis del amor. O sea que, como ya se anda diciendo en tertulias de baja estofa y celebraciones corpóreas propias de animales en celo: “la mujer ha encontrado el camino para volver al hombre, irredento”; eso suena a Javier Marías, aquel al que tantos odian y en quien casi nadie confía; al fin y al cabo, qué va a saber del amor ese señor si nunca ha besado a un jumento (lo puedo escribir incluso, si así lo quiere, de modos mucho más violentos).
Y es que hay tiempos para dar y recibir…
Quiero decir, más bien, para dar.
¿En qué quedamos entonces?
Yo por eso mejor me voy al baño y ya no lo entretengo con tanto misterio // Debiera usted hacer lo mismo, caballero, antes de que se le apague su sutil instrumento y caiga, por fin, en la cuenta de que se le acabó el deseo.
Cruz y soledad de Antonio Zamudio.
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lunes, 17 de noviembre de 2008
La Vida Sencilla
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Es por la vida sencilla que me ando y me levanto. Es la alegría, el fuego, el canto. No más de más; pero tampoco menos. Es el invento que a diario bostezo el que me apalanca en la espesura de una existencia jovial y rumbera, de un pasatiempo con el tiempo, de una pradera verde, de un ponche de jamaica, de un risueño guiño que casi siempre me otorgas tú; muchacha que tanto quiero.
Es por la vida sencilla que deambulo; sin atar los cabos de devenires o estimular temprano a los pequeñines. Es la maceta de barro, la tierra en caldo de cultivo, el sueño frugal, la luna y el sol sin equilibrio.
Es por la vida sencilla que declamo. Camino luego desnudo en bosques imaginados y me quedo allí sentado, esperando, cavilando nada, comiendo de cuando en vez dos o tres nueces que caen del cielo como por arte de magia.
(Y que siga la rueda girando; que no se me acaben los motivos de continuar imaginando que es posible que es posible que es posible que una vez que me despierte, el mundo (contigo o sin mí, más que conmigo) va a tener que sobrevivir batallando)
Es por la vida sencilla que existes y noto tu existencia, y me adentro en las consultas a psiquiatras, y me envuelvo en sábanas rotas cuando pela más el frío ahí fuera. Es por el ardiente deseo, no complejo o metafísico, ni seductor estropeado ni valiente sin permiso, que me atrevo a contarte mi pasado sin esperar mucho a cambio. Mucho más que nada, menos, al menos, de lo que tú ya me has dado.
Es por la vida sencilla que escribo cartitas de amor a los desenamorados para aventarlas al mar en botellas y luego recoger las conchas que trae la resaca, casi como estrellas. Viento y luz, ojo de vidrio que mira con los labios y palpa cada instante como nuevo... y rompe a llorar en las noches de vigilia, en los campos y potreros.
Es por la vida sencilla que me aparto esta tarde y me devuelvo mañana. Es por el sueño y el combate que me siguen dando ganas (¿dije ganas? / ¡muchas ganas!) de pelarme las rodillas pidiéndote en silencio que ya vuelvas, que nunca es tarde y que la huerta ya empezó a llenarse (cada espacio, en cada línea) de jugosos frutos, de brisa y caricias, de mitos y esperas; tanto o más como en aquellas (¿te acuerdas?) antiguas primaveras.
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Una explicación:
Caserío 3: Jesús Ortiz
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Es por la vida sencilla que me ando y me levanto. Es la alegría, el fuego, el canto. No más de más; pero tampoco menos. Es el invento que a diario bostezo el que me apalanca en la espesura de una existencia jovial y rumbera, de un pasatiempo con el tiempo, de una pradera verde, de un ponche de jamaica, de un risueño guiño que casi siempre me otorgas tú; muchacha que tanto quiero.
Es por la vida sencilla que deambulo; sin atar los cabos de devenires o estimular temprano a los pequeñines. Es la maceta de barro, la tierra en caldo de cultivo, el sueño frugal, la luna y el sol sin equilibrio.
Es por la vida sencilla que declamo. Camino luego desnudo en bosques imaginados y me quedo allí sentado, esperando, cavilando nada, comiendo de cuando en vez dos o tres nueces que caen del cielo como por arte de magia.
(Y que siga la rueda girando; que no se me acaben los motivos de continuar imaginando que es posible que es posible que es posible que una vez que me despierte, el mundo (contigo o sin mí, más que conmigo) va a tener que sobrevivir batallando)
Es por la vida sencilla que existes y noto tu existencia, y me adentro en las consultas a psiquiatras, y me envuelvo en sábanas rotas cuando pela más el frío ahí fuera. Es por el ardiente deseo, no complejo o metafísico, ni seductor estropeado ni valiente sin permiso, que me atrevo a contarte mi pasado sin esperar mucho a cambio. Mucho más que nada, menos, al menos, de lo que tú ya me has dado.
Es por la vida sencilla que escribo cartitas de amor a los desenamorados para aventarlas al mar en botellas y luego recoger las conchas que trae la resaca, casi como estrellas. Viento y luz, ojo de vidrio que mira con los labios y palpa cada instante como nuevo... y rompe a llorar en las noches de vigilia, en los campos y potreros.
Es por la vida sencilla que me aparto esta tarde y me devuelvo mañana. Es por el sueño y el combate que me siguen dando ganas (¿dije ganas? / ¡muchas ganas!) de pelarme las rodillas pidiéndote en silencio que ya vuelvas, que nunca es tarde y que la huerta ya empezó a llenarse (cada espacio, en cada línea) de jugosos frutos, de brisa y caricias, de mitos y esperas; tanto o más como en aquellas (¿te acuerdas?) antiguas primaveras.
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Una explicación:
Caserío 3: Jesús Ortiz
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jueves, 6 de noviembre de 2008
Sabotaje
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Introducción
No somos sabios. No somos lo máximo como alguna noche de antaño nos cantó La Charanga en desprevenido intento de baile y depravación. Somos, quizá, buenos oyentes, a lo mejor melómanos con memoria a corto plazo, creyentes de lo auténtico, eso sí; fieles al gusto y al objeto; obsesos, pues. Y somos también picapiedras; talladores de diamantes u olvidadizos cocineros de picnic con carnes al carbón.
(Somos el tipo de gente que, pese a los martes mexicanos de sospechosismo creeliano y elecciones redondas, seguimos escuchando a los cubanos y a toda su estirpe americana cantar entre sones y fusiones, entre nueva canción y tambores, su amor a la patria, su ¡basta! a los temores, cantarle jocosos al sabor latino, al viento insustancial del conquistador español -por decir cualquier cosa-. Y somos además la bandera del consumismo en pleno siglo XXI)
Somos empaquetada cultura de masas, ya lo dijo Eco, poco agrego yo. Somos la elite intelectual del arte en serie, la intravenosa venenosa del deseo, la maravilla del comprador receloso; somos la afrenta más grande para todas las trasnacionales. Pero no somos reducto, eso sí que no, nunca más y se acabó. No somos sabios, ni lo máximo. Somos tetra-packs con mucha falta de Ginseng.
Y lo digo a colación de lo siguiente:
En poco menos de un mes, ¡bendito mes de novedades!, llegaron a las tiendas de discos, semana a semana, como quien no quiere la cosa, tres conciertos de cubanos que ya habían sido grabados hace muchos años. Usted qué dice; ¿no será que el buen Fidel, con todo y sus tennis Adidas, nos estará mandando un mensaje?, ¿se habrán puesto de acuerdo las disqueras?, ¿será mucho pedir que reediten, entonces, el mano a mano ampliado en DVD?
Quizá le estoy buscando tres pies a las malas musarañas y, acelerado, he decidido por mi bien, agenciarme esos regalos. Total, si en veinte años más, sacan aquello de la edición del XX aniversario, allí de seguro estaré yo otra vez derrochando mi salario. (Le juro, señor juez, que esta vez, el verso era innecesario)
I.
“La jugada ha sido gorda. Han cogido el DVD Blanco y Negro. Bebo y Cigala en vivo, le han coloreado la portada y le han añadido un compacto con el audio. Una jugarreta en toda regla que no aporta nada nuevo pero que servirá para confundir al aficionado y al profano.”
Víctor Rodríguez (Rolling Stone)
“Está claro que el concierto de Costa Nord, en la fundación que el actor Michael Douglas tiene en la mallorquina Valldemosa, del 22 de junio de 2003 es una grabación histórica, pero me parece que Fernando Trueba y compañía nos han tomado el pelo.”
Manuel Santiago (El Jueves)
“Quién hubiese imaginado que esta combinación pudiera ser tan sublime.”
David Byrne (ex Talking Heads)
“Una ocasión única de asistir al momento cumbre de uno de los proyectos musicales más originales de los últimos tiempos, una idea irrepetible que consiguió la admiración de todos y traspasó fronteras. Porque, bajo la dirección de Fernando Trueba, Bebo & Cigala sólo unieron su piano y su voz una vez para alegría de la música.”
Nat Chediak (Productor de Calle 54 Records)
II.
“No deja de ser curioso que el concierto escogido para realizar esta edición haya sido el del neoyorquino Carnegie Hall.”
Salomón Ventura (La Roca)
“Tiene mucho poder. El disco original en estudio (Buena Vista Social Club, 1997, ganador del Grammy) es más íntimo”
Ry Cooder (Productor)
“Lo sacan hasta ahora porque la grabación original tenía problemas, explica Cooder. Se acercó el décimo aniversario y Nick Gold, fundador y cabeza de World Circuit, le preguntó por qué no volvían a echarle un ojo. Why not?, le contestó el otro.”
Antonio Jerez (Ripio)
“Eso no iba a pasar nunca, pero pasó.”
Jerry González (músico del B.V.S.C.)
III.
“A 24 años de la primera edición, este disco es presentado en doble CD y con 20 canciones entre las cuales están "El tiempo está a favor de los pequeños", "Para el pueblo lo que es del pueblo" y "Creo en ti". Un buen disparo contra el olvido.”
Ramón Santiesteban (Clamour)
“Lo verdaderamente extra: el disco contendrá fotos inéditas del "backstage del show" con ambos trovadores y de los artistas invitados que participaron en el concierto. Qué maravilla.”
Julio Sosa (Musicadictos)
"No puedo parar de reírme al ver esta foto... ¡que alguien llame a la policía!, ¡he encontrado a los culpables!"
Juan Carlos Medrano (Peatón)
“No se entiende del todo la jugada; uno ya no canta y al otro le dio por el cine.”
Barón Sangrante (El País)
“Como si Nicaragua quisiera ser invadida… ¿otra vez?”
Alfredo Vastos (ABC)
“Fue el concierto más escuchado en Latinoamérica durante la década de los ochenta.”
Cesar Isella (cantautor)
Conclusión.
Eh… sí; bueno, yo decía…
Yo ni abrí la boca.
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Introducción
No somos sabios. No somos lo máximo como alguna noche de antaño nos cantó La Charanga en desprevenido intento de baile y depravación. Somos, quizá, buenos oyentes, a lo mejor melómanos con memoria a corto plazo, creyentes de lo auténtico, eso sí; fieles al gusto y al objeto; obsesos, pues. Y somos también picapiedras; talladores de diamantes u olvidadizos cocineros de picnic con carnes al carbón.
(Somos el tipo de gente que, pese a los martes mexicanos de sospechosismo creeliano y elecciones redondas, seguimos escuchando a los cubanos y a toda su estirpe americana cantar entre sones y fusiones, entre nueva canción y tambores, su amor a la patria, su ¡basta! a los temores, cantarle jocosos al sabor latino, al viento insustancial del conquistador español -por decir cualquier cosa-. Y somos además la bandera del consumismo en pleno siglo XXI)
Somos empaquetada cultura de masas, ya lo dijo Eco, poco agrego yo. Somos la elite intelectual del arte en serie, la intravenosa venenosa del deseo, la maravilla del comprador receloso; somos la afrenta más grande para todas las trasnacionales. Pero no somos reducto, eso sí que no, nunca más y se acabó. No somos sabios, ni lo máximo. Somos tetra-packs con mucha falta de Ginseng.
Y lo digo a colación de lo siguiente:
En poco menos de un mes, ¡bendito mes de novedades!, llegaron a las tiendas de discos, semana a semana, como quien no quiere la cosa, tres conciertos de cubanos que ya habían sido grabados hace muchos años. Usted qué dice; ¿no será que el buen Fidel, con todo y sus tennis Adidas, nos estará mandando un mensaje?, ¿se habrán puesto de acuerdo las disqueras?, ¿será mucho pedir que reediten, entonces, el mano a mano ampliado en DVD?
Quizá le estoy buscando tres pies a las malas musarañas y, acelerado, he decidido por mi bien, agenciarme esos regalos. Total, si en veinte años más, sacan aquello de la edición del XX aniversario, allí de seguro estaré yo otra vez derrochando mi salario. (Le juro, señor juez, que esta vez, el verso era innecesario)
I.
“La jugada ha sido gorda. Han cogido el DVD Blanco y Negro. Bebo y Cigala en vivo, le han coloreado la portada y le han añadido un compacto con el audio. Una jugarreta en toda regla que no aporta nada nuevo pero que servirá para confundir al aficionado y al profano.”
Víctor Rodríguez (Rolling Stone)
“Está claro que el concierto de Costa Nord, en la fundación que el actor Michael Douglas tiene en la mallorquina Valldemosa, del 22 de junio de 2003 es una grabación histórica, pero me parece que Fernando Trueba y compañía nos han tomado el pelo.”
Manuel Santiago (El Jueves)
“Quién hubiese imaginado que esta combinación pudiera ser tan sublime.”
David Byrne (ex Talking Heads)
“Una ocasión única de asistir al momento cumbre de uno de los proyectos musicales más originales de los últimos tiempos, una idea irrepetible que consiguió la admiración de todos y traspasó fronteras. Porque, bajo la dirección de Fernando Trueba, Bebo & Cigala sólo unieron su piano y su voz una vez para alegría de la música.”
Nat Chediak (Productor de Calle 54 Records)
II.
“No deja de ser curioso que el concierto escogido para realizar esta edición haya sido el del neoyorquino Carnegie Hall.”
Salomón Ventura (La Roca)
“Tiene mucho poder. El disco original en estudio (Buena Vista Social Club, 1997, ganador del Grammy) es más íntimo”
Ry Cooder (Productor)
“Lo sacan hasta ahora porque la grabación original tenía problemas, explica Cooder. Se acercó el décimo aniversario y Nick Gold, fundador y cabeza de World Circuit, le preguntó por qué no volvían a echarle un ojo. Why not?, le contestó el otro.”
Antonio Jerez (Ripio)
“Eso no iba a pasar nunca, pero pasó.”
Jerry González (músico del B.V.S.C.)
III.
“A 24 años de la primera edición, este disco es presentado en doble CD y con 20 canciones entre las cuales están "El tiempo está a favor de los pequeños", "Para el pueblo lo que es del pueblo" y "Creo en ti". Un buen disparo contra el olvido.”
Ramón Santiesteban (Clamour)
“Lo verdaderamente extra: el disco contendrá fotos inéditas del "backstage del show" con ambos trovadores y de los artistas invitados que participaron en el concierto. Qué maravilla.”
Julio Sosa (Musicadictos)
"No puedo parar de reírme al ver esta foto... ¡que alguien llame a la policía!, ¡he encontrado a los culpables!"
Juan Carlos Medrano (Peatón)
“No se entiende del todo la jugada; uno ya no canta y al otro le dio por el cine.”
Barón Sangrante (El País)
“Como si Nicaragua quisiera ser invadida… ¿otra vez?”
Alfredo Vastos (ABC)
“Fue el concierto más escuchado en Latinoamérica durante la década de los ochenta.”
Cesar Isella (cantautor)
Conclusión.
Eh… sí; bueno, yo decía…
Yo ni abrí la boca.
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martes, 4 de noviembre de 2008
Mágreb / Mashreq
> Un ofertorio a Ernest Miller H.
Sólo se oyó en la distancia un rugido de león herido. El resto era maleza acostumbrada al descuido; el resto era una selva condenada al olvido. Allí me quedé asombrado y con susto de hombre equivocado; no pude moverme siquiera o despedirme de la fiera, no hallé las palabras sonantes o cantantes ni la elegía perfecta que desenmascarara por un breve instante mi silueta de fina hierba o caballero galante. No supe decirle adiós a aquel gigante.
…
África es enorme; es una teoría que no aterriza sobre nada, es (para mis paisanos) un continente desechable. África es también, regalo de muchos paisajes. Vida somera con intachables modales. Mágreb y mashreq de tibios horizontes. Cénit de pasiones, nadir sin faldas. Arma que desarma al débil. Lujo para la aurora carmesí del desencanto y lo extraño. África es el sitio que quiero habitar cuando me vuelva ermitaño.
Muchas dunas atrás, sobre desiertos durmientes, antes agua de mares salvajes y lava de volcanes, miré a aquel hombre azul deshacerse ante los soles de los valles de Nubia, rodé por Gobi y en Tánger mentí tres veces. Quizá jamás me sacudí debidamente de las jornadas postreras: mácula de savia inmaculada (migaja en el jugo limpio), té de menta y miel, dátiles de palmera baja, brisa de oasis, dedos de novia.
Y sin embargo una noche despejada, ventajoso y con buen ojo, le disparé dos dardos de Habitrol y Acepromazina a un animal domesticado que amaba a cierta vecina…
Tinariwen - Chet Boghassa
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Sólo se oyó en la distancia un rugido de león herido. El resto era maleza acostumbrada al descuido; el resto era una selva condenada al olvido. Allí me quedé asombrado y con susto de hombre equivocado; no pude moverme siquiera o despedirme de la fiera, no hallé las palabras sonantes o cantantes ni la elegía perfecta que desenmascarara por un breve instante mi silueta de fina hierba o caballero galante. No supe decirle adiós a aquel gigante.
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África es enorme; es una teoría que no aterriza sobre nada, es (para mis paisanos) un continente desechable. África es también, regalo de muchos paisajes. Vida somera con intachables modales. Mágreb y mashreq de tibios horizontes. Cénit de pasiones, nadir sin faldas. Arma que desarma al débil. Lujo para la aurora carmesí del desencanto y lo extraño. África es el sitio que quiero habitar cuando me vuelva ermitaño.
Muchas dunas atrás, sobre desiertos durmientes, antes agua de mares salvajes y lava de volcanes, miré a aquel hombre azul deshacerse ante los soles de los valles de Nubia, rodé por Gobi y en Tánger mentí tres veces. Quizá jamás me sacudí debidamente de las jornadas postreras: mácula de savia inmaculada (migaja en el jugo limpio), té de menta y miel, dátiles de palmera baja, brisa de oasis, dedos de novia.
Y sin embargo una noche despejada, ventajoso y con buen ojo, le disparé dos dardos de Habitrol y Acepromazina a un animal domesticado que amaba a cierta vecina…
Tinariwen - Chet Boghassa
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domingo, 2 de noviembre de 2008
¡ Súbele dos puntitos !
> Para Pony
Hace muchos años cantaba en tonos bajos a Cat Stevens. Yo tenía seis años o siete, y dormía en un refugio alejado de la casa junto a mi hermano Patricio del cual, para esos entonces, me había convertido en su fiel sombra. Teníamos una grabadora negra y vieja que sonaba como muchas ya quisieran oírse el día de hoy; era una Sony con doble deck. Luego, y para escuchar los pocos compactos que él y yo habíamos adquirido con esfuerzo, nuestro padre tuvo a bien regalarnos un modular con bandeja única que resultó ser una maravilla adaptable a todo tipo de aparatos.
Y la música sonaba siempre en ese cuarto de servicio.
Por las mañanas, la costumbre era bañarse escuchando a Peter Gabriel en vivo con su “I have the touch” o a Lennon alegre y dictatorial diciéndonos al oído que le diéramos una chance a la paz. Al regreso de la escuela, para hacer las tareas de matemática pura lo necesario era Rondó Veneziano o Mannheim Steamroller con su mágica serie Fresh Aire que a la larga crearía problemas y disputas. A media tarde, para enseres varios de índole diversa, nos dábamos el lujo de escuchar todo el “The Wall” en compacto de caja gruesa, el “Journeyman” con su preciosa “Old Love” y la larga pieza instrumental del “Islands”.
Pero la noche siempre llegaba temprano y ambos nos poníamos creativos. Mi hermano trataba de terminar un portaviones Lodela que tenía pendiente de varios siglos, sin percatarse aún de que a la larga se convertiría en ingeniero civil. Yo leía los Clásicos de Oro Ilustrados (ajeno a mi posterior comportamiento de literato frustrado); fue entonces que aprendí a temerle a Moby Dick, que me dieron ganas de escapar junto a Tom Sawyer, y que supe que no todos los espejos (particularmente aquellos en los que se miraba Alicia) nos decían la verdad. Entonces no había más, no existía tregua alguna: un casete de Cat Stevens se encargaba de permear el aire con poderes plenos sobre nuestras almas de niños inquietos.
La sutura existencial entre Patricio y yo hizo que poco a poco nuestros gustos se fueran fortaleciendo por otro tipo de alimentos sonoros. Surgió, casi de la nada, un pequeño idilio con Enya que nos susurraba el “Orinoco Flow” como si fuera dedicada a nosotros. También estuvieron Yes y Dire Straits. El “Surfin’ Safari” de los Beach Boys era un obligado para sábados soleados. A Mecano lo dejábamos para el “Descanso Dominical” y el “Headed for the Future” de Neil Diamond retumbaba en las noches de vigilia. “Heavy Horses” era, de entre las masas, lo que recuerdo como ideal para atardeceres y, por supuesto, el “Live Killers” de Queen que, con su inigualable “Don’t stop me now”, nos regalaba sonrisas teatrales.
Sí; aquellos eran tiempos eclécticos.
Hoy vivimos a algunos kilómetros de distancia pero, en cierta medida, el viento sigue evocando esos rústicos instantes de grandeza musical. Este domingo, mientras el mercado del pueblo que me habita se llena de cempoaxochitl y otras flores, yo me las gasto en el recuerdo de lo que ya no está. ¿Pero es que se recuerdan otras cosas?, ¿se recuerda, por ejemplo, lo que aún no se vive o lo que sigue vigente?, ¿se recuerda el universo paralelo de la vida que llevamos segundos antes de lo que ahora escribo?, ¿se recuerda el inicio de este texto?, ¿su forma de terminar se recuerda?, ¿mi esencia?
Será que el cielo está muy azul.
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Hace muchos años cantaba en tonos bajos a Cat Stevens. Yo tenía seis años o siete, y dormía en un refugio alejado de la casa junto a mi hermano Patricio del cual, para esos entonces, me había convertido en su fiel sombra. Teníamos una grabadora negra y vieja que sonaba como muchas ya quisieran oírse el día de hoy; era una Sony con doble deck. Luego, y para escuchar los pocos compactos que él y yo habíamos adquirido con esfuerzo, nuestro padre tuvo a bien regalarnos un modular con bandeja única que resultó ser una maravilla adaptable a todo tipo de aparatos.
Y la música sonaba siempre en ese cuarto de servicio.
Por las mañanas, la costumbre era bañarse escuchando a Peter Gabriel en vivo con su “I have the touch” o a Lennon alegre y dictatorial diciéndonos al oído que le diéramos una chance a la paz. Al regreso de la escuela, para hacer las tareas de matemática pura lo necesario era Rondó Veneziano o Mannheim Steamroller con su mágica serie Fresh Aire que a la larga crearía problemas y disputas. A media tarde, para enseres varios de índole diversa, nos dábamos el lujo de escuchar todo el “The Wall” en compacto de caja gruesa, el “Journeyman” con su preciosa “Old Love” y la larga pieza instrumental del “Islands”.
Pero la noche siempre llegaba temprano y ambos nos poníamos creativos. Mi hermano trataba de terminar un portaviones Lodela que tenía pendiente de varios siglos, sin percatarse aún de que a la larga se convertiría en ingeniero civil. Yo leía los Clásicos de Oro Ilustrados (ajeno a mi posterior comportamiento de literato frustrado); fue entonces que aprendí a temerle a Moby Dick, que me dieron ganas de escapar junto a Tom Sawyer, y que supe que no todos los espejos (particularmente aquellos en los que se miraba Alicia) nos decían la verdad. Entonces no había más, no existía tregua alguna: un casete de Cat Stevens se encargaba de permear el aire con poderes plenos sobre nuestras almas de niños inquietos.
La sutura existencial entre Patricio y yo hizo que poco a poco nuestros gustos se fueran fortaleciendo por otro tipo de alimentos sonoros. Surgió, casi de la nada, un pequeño idilio con Enya que nos susurraba el “Orinoco Flow” como si fuera dedicada a nosotros. También estuvieron Yes y Dire Straits. El “Surfin’ Safari” de los Beach Boys era un obligado para sábados soleados. A Mecano lo dejábamos para el “Descanso Dominical” y el “Headed for the Future” de Neil Diamond retumbaba en las noches de vigilia. “Heavy Horses” era, de entre las masas, lo que recuerdo como ideal para atardeceres y, por supuesto, el “Live Killers” de Queen que, con su inigualable “Don’t stop me now”, nos regalaba sonrisas teatrales.
Sí; aquellos eran tiempos eclécticos.
Hoy vivimos a algunos kilómetros de distancia pero, en cierta medida, el viento sigue evocando esos rústicos instantes de grandeza musical. Este domingo, mientras el mercado del pueblo que me habita se llena de cempoaxochitl y otras flores, yo me las gasto en el recuerdo de lo que ya no está. ¿Pero es que se recuerdan otras cosas?, ¿se recuerda, por ejemplo, lo que aún no se vive o lo que sigue vigente?, ¿se recuerda el universo paralelo de la vida que llevamos segundos antes de lo que ahora escribo?, ¿se recuerda el inicio de este texto?, ¿su forma de terminar se recuerda?, ¿mi esencia?
Será que el cielo está muy azul.
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