Te sobreviví a las largas heladas de la adolescencia, a los
besos que robaste y te quitaron en las fiestas infantiles. Luego viajamos, cada
quien con su entonces cada cual, y en parajes remotos a los ojos de los dos nos
llenamos el rostro de aurora sin pensar tanto en el otro.
Entonces, lejos de atavismos, cargados de eclipse y niebla,
nos dimos la mano en un diciembre ligero; nos dimos la boca y los vientres, nos
dimos la luna y el frío y la danza.
Cuando cobré la conciencia que me debían antiguos fantasmas me
hice pobre en inconsciencia y dime cuenta enseguida que si quería alcanzar mi
plenitud
(PLENITUD: pies en la tierra mojada, alma vuelta papel de
colores, mirada boscosa, alegres manos jaraneras, lluvia en la piel cobriza,
voz de miel y nuez moscada, ojos anisados, dedos de novia, ombligo de tabaco, etcétera,
etcétera, tantísimo de etcétera)
debía escabullirme de cualquier estándar de belleza que
antes me haya enunciado como “amante de lo bello”. Pensé: no puedo, y sucumbí a la llana contemplación de miradas
portentosas. Me di a tu forma de ver el mundo. Abandonado en vista, miré a mi
alrededor.
/
No hay nada / No hay focos / No hay rastro / No luz / No
magma / No cristales ni vendimias ni ventanas / Nada ni habrá / Nada de nada /
Nada de viento / Nada de eterno / Nada de bueno / Nada de blanco / Ni negro /
Ni mientes / Ni estorbas / Ni huyes / Ni nada.
/
Me estás prohibiendo mi emoción y los asombros, sentencié
con voz de trueno. Por ciclos tengo impulsos de ser el árbol y el agua, la
caracola anciana donde el mar se reproduce, el pájaro que duerme a las seis de
la tarde, el gusano que se esconde del pájaro, la fruta que no cayó del árbol.
Pero vuelves, inquirí, robándome todas las ganas de ser el globo que deja
escapar el niño envuelto en llanto; logras con tus trucos que ya no quiera
parecerme al lobo que patrulla las praderas congeladas hostigando a los
bisontes viejos.
Le haces daño a mi sombra de palmera datilera, quitas todo
el frío de mis noches estrelladas en el Perito Moreno, te comes la manzana que
puse en el camino de los primeros hombres, me robas el abrazo en el que quiero
fundirme contigo, dinamitas los montes donde he visto dormir a tantos soles,
riegas los árboles de mis caminatas a sabiendas de mi completo disfrute al
verlos secos, rompes la soga con la que cada abril comienzo a suicidarme, bebes
del agua donde mis salmones nadan a su encuentro con los osos, te vuelves
carnaval con las plumas de mis faisanes, declaras sitio inaccesible a los
jardines de Aranjuez matando de un soplo el vago recuerdo que sostengo de mi
padre y de su mano fuerte como guía.
Si quiero cenarme un pato tú cocinas perdices, si quiero cazar
un alce tú me engañas con cualquiera, trazas mis itinerarios para que vaya
donde vaya, de ningún lugar me sienta dueño, ningún lugar me haga falta. Eres
cada uno de mis espacios. Soy todos tus sitios.
/
Anoche perdí el deseo que tracé con la estrella fugaz de los
mediados de agosto.
/
No niego mis miedos, no ensucies los tuyos. No me mojes los
cigarros, son los últimos que tengo. No me digas que sí cuando sabes bien que no.
No lo sientas. No me perdones. No te distraigas. No te enojes. No jugar en el
césped. No molestar: recién casados. No estacionarse. No mientas.
No al aumento de la gasolina. No te metas. No te salgas. No te duermas. No
desvíes la mirada a los lugares comunes. No queremos pan, queremos educación.
No me colmes la paciencia. No te quieras pasar de lista. A mí no me gritas. No
me toques. No funciona. No te había visto. No me dio la gana. No sabía. No tengo
cambio. No hace frío, no jodas. No lo creo. No sé. No tiene madre. No me gustó.
No te lo comas. No va a pasar nada que no queramos los dos. No hay agua. No lo
tengo en existencia. No juegues con fuego. No hables con extraños. No controles
mis sentidos. No rompas más mi pobre corazón y otros muchos éxitos del verano.
°
El esmalte es de Maritza Morillas
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