Ando y desando con el alma en un hilo de seda que años atrás
un gusano labriego escupió en Japón durante la guerra civil que llevó al país del
sol en su bandera a la bucólica ruina como aquellos fastuosos edificios
españoles del barroco tardío destruidos durante la dictadura militar del General
Francisco Franco al que mi abuelo topó en un buque que célere partía de Huelva
a Veracruz donde desafiando lengua y costumbres el hijo ilegítimo de una mora y
un trujillense ladrón se apoderó del oro azteca con la ayuda de los jarochos a
los que de un tiempo a esta parte noto apaciguados con las discusiones sobre el
clima y el precio de los perfumes piratas que los rusos en franca colaboración
con la aduana desembarcan en el Puerto insigne de la Villa Rica para deleite de
las narices de chicos y grandes como los tres hules viejos del jardín materno
que en el ‘85 un ventarrón del sur nocturno y caliente derribó provocando estropicios
en la tapia en la que pandillas pueriles solíamos mirar la tarde agonizante y
los tordos volver a la guarida arbórea en la sierra eterna que esconde en sus
parajes de ocaso la Madre Oriental de este inmenso mundo de nubes con formas de
cocodrilos y olor de azafrán en flor.
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Luego (y cantado entonces lo anterior, paisano), seco de saliva y
licor, pronuncio en fiel altavoz los estambres que rígidos nacen de mi patria chica:
vientos tibios, sol de moribundos, garzas, valle verde, zafra, canción, vereda,
palo de la guayaba, tramperos, quijadas, dóciles cabritos, matorrales, madre
horadada, lluvia, flor, mujer honrada. ¡Bórdame estos nombres en la piel,
petrona! No sea que vuelen a ras los quebrantahuesos y nos tapen el camino con
sus antenas y tuercas.
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La blusa con tira bordada tabasqueña es foto de (el) peatón
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