Antonio goza fragmentar los diálogos en tenues espacios, repasando
sombras, luces, abandonado a la contemplación del polvo y el aire que se minan por
los huecos de las conversaciones: nada tan preñado en adrenalina como un
silencio arrebatado entre dos que se quieren.
Y Bibi no sabe dónde meterse, quiere volverse mesa, mantel, tablajón,
duela, cemento, juega con vicio y ternura con la cucharita del café, gusta de marcar
con taches de espuma el filo de los platos, relame esos silencios, se mete
bocanadas al vientre que inflan su memoria intacta. No tengo recuerdos con
“éste”; suele pensar de un tiempo a esta parte: no me ha hecho daño, no me ha hecho prenda, me abre las
puertas, me abre las piernas, ¿me besa las manos?, me invita a cenar. Lo quiere
bien; una suerte de amor gorrión que vuela bajito para estar mucho más cerca de
los olores, las texturas, la importancia. Las cosas que una piensa, dice. Amor a
secas, piensa.
Y Antonio en el silencio engulle su cítrico perfume al
tiempo que ella sorbe dos traguitos del expreso que le empaña los anteojos.
Viaja ligero en equipaje el sonido de un trinche que rompe
la capa de una crema catalana en la mesa del fondo. La visten y la sientan Doña
Luisa y Gabi, ataviadas en perlaje verde y satén marfil. Dos gotas pretenciosas de Perrier bebiendo
Bellinis como en cualquier tarde de domingo.
Ya miran a Toño quitarse el saco y aflojar discreto la
corbata. Musitan. Airosas y apuestas. Se ve que la quiere Dani. Dani apura el
trago sin quitarle la vista a la Brioni en el cuello de Antonio. Me tiene sin
cuidado si la quiere o no; no sabe ponerse una corbata. Ya no te hagas más daño
Gabriela: mírate lo guapa que estás, lo afortunada y linda. Los hombres son
como los músicos, hija: entran, tocan y se van. / Mamás. Se creen la savia dulce
de la Madre Tierra.
Una fresca risotada exclama Antonio que hace que las burbujas del champán se
rompan. Con galanura se excusa levantándose de la mesa nueve y se dirige con mohín
alegre al tocador. El garzón en turno, un tipo solícito, le procura una flauta
de Midori y espumoso seco a Bibi: cortesía de las damas del fondo, explica.
Puesta en labios apretados, agradece tímidamente con una risita turbada. Su
lengua aprehende las primeras notas dulces del melón dejando para el final un
amargor nuevo y excitante. Es la tercera vez que Gabriela intenta quitarse de
enfrente a los estorbos.
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En una ventana es un óleo formidable de Bartolomé E. Murillo
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