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Es muy
quieto el cielo si lo miras con ahogo; estática la bóveda, tremendo el tanto
espacio para no estar bien contigo. Parece de momento que no hay nada allá
arriba; que desde acá, los que aún están dejaron de estarlo y los que ya se han
ido no volverán a verte nunca.
Mi tristeza
es azul cielo de noche con reflejos lejanos de ciudad palpitante. Solo el cielo
con sus millones de estrellas e infinitas rondas en bares infinitos y solo yo
con tanto cielo a cuestas y tan pocas ganas y tantas apuestas.
Soledad de
cielo ardiente y de cigarras enterradas. Cansancio emocional, descanso que
perturba, humos y gestos de tragedia, hongos terribles que revientan al
planeta. Indómito limbo de los caídos, paz fulgúrea a los que bien vivieron,
toma y daca de las decisiones diarias.
En medio: la
desidia al ultimátum, el rostro del minero que prefiere el carbón al aire puro,
el ala del insecto que perdió sus batallas contra gatos juguetones, la lluvia
enloquecida que inundó las casas y mojó los corazones de la gente inamovible,
el trueno impuntual que incitaría al grosero pensamiento aquel de las tormentas
y las calmas consecuentes.
Hoy la angustia
se ha declarado en bancarrota y ha puesto en venta sus terrenos para que yo los
compre a bajo precio, edifique en esos suelos, adorne con insanos pensares y convierta
cada estancia de aquellos habitares en actos delictivos, llanas y simples
matanzas: más oro que se me escapa, más vida que ya no riego, más tumbas con
esperanza.
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Callado el
cielo si lo miras tan abatido. Supramundano el silencio de tu padre que
acaricia tus mejillas con el céfiro de la aurora ensoñadora.
No vales una
migaja de ese cielo, piensas, y te duermes. Todo el día te estás durmiendo,
piensas, bebes agua fría que te aturde la garganta, y te duermes.
Sin cielo, sin
agua, casi también sin vida despiertas bajo el tictac insolente de los gallos
que ya no te cantan y notas, gris de semblante y animoso en tonos menores, que
el cascabeleo de las bicicletas amarillas y matutinas, que los piares de exóticas
aves consteladas, que el humo de los motores, las hadas en faldas cortas, los
perros que se pasean, el olor de los cafetines que abren sus ventanas, (¡notas tan
pálido de muerte!) ya no te devuelven la dicha de tu infancia.
Así te
precipitas a la calle, fuera del confort que emana suave de los muros frescos hacinados
en el almacén de concreto en que te hundes.
No vales una
migaja de ese cielo, piensas; y en el taxi dibujas tu sonrisa de robot cuando
un espejo se te cruza, y callado te maldices. La tibieza te maldice. Los
hombres con corbata en los semáforos te maldicen; te maldice cada tacón de
aguja rumbo a los hormigueros laborales. Tus fracasos te maldicen, tus erróneos
movimientos de durmiente, tu infatigable sed de ser más pequeñito, cada tatuaje
de los huesos, cada entramar que se te escurre te maldice.
No llegas
nunca ¿a dónde vas?
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La foto es de (el) peatón
2 comentario(s):
Aaa!!! Maldito tu eres por dejarme perturbado en un cielo azul que nunca he soñado
¡Y maldito tú por maldecirme sin dejarme tu nombre, procedencia, circunstancia! / No te creas; gracias por leerme y perturbarte. Eso sólo puede significar que pronto te vendrán muchos cielos azules.
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