martes, 20 de mayo de 2014

Atención a los detalles


A Cris, Pepe, Yayo, Yoyo y Pato
por las tardes en la cocina



Es cierto: lo vimos estando juntos; entallado en elegante traje obscuro con una fiera rosa en el ojal. Declamó para mi padre y, por sombras gentiles, para mí. O hubiera escrito también, "para aquella entonces volátil figurita diminuta que era yo". Parió la poesía con su voz de intenso aspecto y un par de buenas manos batiéndose en el aire espeso de la taberna. Era Madrid, finales de un invierno. Manuel Benítez postróse entero sobre el tablao que habían montado dos estudiantes amigos de papá en los años mozos de la tuna y la estudiantina (casi lo mismo, venido a ver, en términos cuajados).

Sí: lo vimos estando juntos; tras la montaña un arcoíris doble bajo el ala protectora de los aires frescos que trae la lluvia por consecuencia, cuando abre la tarde en mi pueblo y entona la resolana sus cantos para deleite nuestro. O hubiera escrito también: "para bien de nuestros rostros fríos, nuestras mejillas enjutas, cada calandria en abril aligerada por ese viento". Era Xico, albores de primavera; y mi madre intentaba alzar al vuelo un papalote para gracia de su pequeño. Habíamos comido berros con requesón por la mañana junto a un riachuelo cascajo.

Juntos lo vimos estando: dejándose ser, toreando, a Curro Rivera en una plaza de antaño con gotas de lluvia que enviaba el cielo y que triunfaban en las corolas de los hombres calvos.

Los vimos juntos también: desde una palapa desierta, nadando entre la tormenta, a trece delfines salpicando el mar abierto, mareándonos las pupilas envueltas en el Pacífico. Un cadáver de pez vela, dos orcas remotas, cientos de peces voladores vimos también y tan juntos.

Estábamos juntos y vimos: al granizo romper la cosecha de eneldo, a las hojas rotas del eneldo perfumando el aire con su olor anisado y de limón, al viejo limonero chino tirándole sus frutos a los niños, a los niños de mi cuadra crecer y dejar de reírse por cualquier andanza.

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Vimos cada caminar en cada instante de cada fiel mirada; vimos lo que ofrecemos hoy al mundo, lo que el mundo nos devuelve, lo que el reino del tiempo va dejando, lo que la muerte reconstruye, lo que la vida nos propone, lo que labran las familias, lo que los pájaros hablan, lo que en la noche estrellada sucede y, de sucesos hablando, lo que quedó de los árboles de hule cuando cayeron con estruendo tras la surada caliente y feroz que cada junio azotaba las quintaesencias veracruzanas.

Nos enseñaron a usar los ojos, a ponernos los pantalones y amarrarnos bien las agujetas. Nos mostraron cómo nacen los pollos si dejas que un foco alumbre un huevo fértil durante algunos días. Dieron lección para alimentar a un gallo que resultó ser peleonero. Nos explicaron de qué estaba hecho el caldo esa tarde en la que el ave bravucona maltrató bastante al perro.

Pusieron atención a los detalles: nos mostraron cómo conectar la vista y el olfato, cómo paladear castañas sin quemarnos, cómo cortar toronjas sin enterrarnos espinas, cómo palpar los higos sin magullarlos.

Nos enseñaron a usar los ojos, a caminar a través de lo que vimos juntos, a quererse por lo que hicimos juntos y a dar en el hoyo de los errores, juntos.

Nos enseñaron a usar los ojos, el viento a favor, las herramientas domésticas. Nos dijeron cómo caminar en los museos, cómo sentarse a la mesa y ser amables, cómo aguantar la respiración debajo del agua, "dórico, jónico y corintio" repitieron, "barroco y churrigueresco", "Van der Weyden y Velázquez" se pelearon, Japón y el "no me interesa", "Ama y haz lo que quieras", "Siempre hay una ventanita abierta", "Poco a poco, Paco Peco, poco pico", "Sol, seca el agua, que no quiere apagar el fuego, que no quiere quemar el palo, que no quiere pegarle al perro, que no quiere morder a la oveja, que no quiere comerse la yerba, que no quiere limpiarme el pico para ir a la boda de mi tío Perico"...

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"Yo tuve una vida y no me acuerdo" cantó de repente esta tarde Campello; y quise vivirla de nuevo.

¡Jo'er, matxo!



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Las cursivas finales son un breve fragmento del cuento "El gallo de boda", de Ruth Robés Masses y Herminio Almendros / La foto es de... bueno, yo... yo quisiera decir a mi favor... yo tenía un diente en aquellos entonces...