Las horas
del té me beben el tiempo. Casi aprisa, anoche, por ejemplo, anoté, dejándome
llevar por la desesperación y exhausto por las comas anteriores: "no
quiero abandonar al caminante ni caminar el abandono quiero / ni pretendo
establecerme ni quedarme en las pretensiones". Tal cual y absurdo.
De mi
vida huyeron 10 minutos y 18 palabras que fatuamente intentaron dar vagas
explicaciones alrededor de mi pereza hacia la escritura. Al no conseguirlo me
senté de nuevo ante (el) peatón y decidí -por el duro placer y porque puedo- forzarme
a aprender que finjo que aprendo.
...
¡10 minutos y
18 palabras, carajo!
No es de sabios... ni de gnomos ni de genios. Por ello me
enteré, absorto en el té de jengibre, que atesoro tanto mi memoria y mi futuro,
tanto me gusta la vida sobre la memoria y el futuro que no la toco por temor a
romperla.
Así transcurre la vida de mis recuerdos futuristas: al lado, de lado,
ni adentro ni encima, entre pestaña y pestaña, con gafas de sol, como la
canción de Albert Plá: "Añoro solamente lo que no vi ni en pintura, lo que no quise que ocurriera, lo que olvidé por desidia".
Las horas del té no se beben mi tiempo: 10 minutos y 18 palabras son la pérdida del tiempo (intransitable
ahora) sobre lo que no llegó a ser un cuento.
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