A mis años de Twin Peaks
De pronto se colaban de entre las ramas ocre de aquel árbol que nos daba sombras bondadosas una historia y un café o un cigarrillo. Detrás de la selva, y sobre el arroyo, dos libélulas seguían con movimientos erráticos el hilacho de agua limpia. Dentro del portal, en franca risa y salerosa compañía, reíamos todas las tardes de siete a nueve, despreocupados de los insectos que imitaban los rituales bajo horarios estrictos.
Al enano le gustaba perder al dominó, aunque fuera bueno; lo importante era perder, y dejarse amar por los otros: algunos lo maltocaban porque podían y otros se encerraban con él en el tendajón por horas, a charlar decían.
Así nos gastamos largas horas de esos nueve meses que fuimos contratados; tratando además de cortejar a María "la mujer más sabia del mundo" y bebernos todo el ron de todas las islas de todo el continente.
María se quedó sola y nosotros nunca supimos cómo taparle la mula del seis al jefe, un australiano que sería sometido a las autoridades durante una fría noche de diciembre por trata de blancas; la única noche que no se dejó perder el enano y acabó disparándole a seis de mis compañeros.
Por veces cantábamos, también.
(Infusión 4/30)
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