< (y la New Blood Orchestra)
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Calzada abajo: la casa materna, el sol dorando las piedras, el Pico de Orizaba con su glaciar impenetrable. Subido en cuatro ruedas, conduciendo despacio (como quien no pretende alcanzar al destino), escuchaba con profundo gozo y atento, la revisión orquestal que Peter Gabriel hizo a sus poderosos hits, allá en el 2011, cuando dotar de nueva sangre a viejos temas era la ocurrencia que todo músico de la tercera edad tomaba como bandera. Y lo hizo bien el inglés; quiero decir: dar matices de clásica ligera a pop alternativo hecho por calvos progresivos y brillantes, no me parece una misión sencilla.
En ello pensaba, calzada abajo, y en un café que me esperaba paciente en la cocina, y en la rica sobremesa que días atrás, en octubre de aquel año de cambios, pleno en sonrientes compañías, sostuve alrededor de semántica y semiótica, el cómplex y la circunstancia, la presuposición y los giros subjetivos, las mafias de China, los ahogados en Bolivia, los escuadrones de la muerte en las favelas del Brasil y las távolas correccionales durante las duras épocas revolucionarias que atravesara México a inicios del siglo XX.
Así, más o menos así, me entretuve esas dos cuadras; atrás mío, o encima, alrededor del halo poderoso que emanaba de mi cuerpo esa mañana otoñal, sonaba dictatorial Red Rain con su proclama a cuestas a favor de los mejores tiempos venideros. Y yo me sentía imbatible, amo todoterreno de sus llantas y husos horarios, guerrero anti-gusanos en la tierra más fértil que a diario me comparte la patria y la huerta donde inician y acaban todos mis manifiestos (cada ensueño fugaz que habita mi persona; en fin).
Al llegar a casa, bajé del auto dejando la puerta abierta y abrí el portón de madera que ha recibido a tantos, tantísimos fantasmas venidos de otros meridianos. Supe de inmediato que el brujo de los teclados, amigo por circunstancia geográfica y antiguo vecino de la calle Abasolo, tendría boda esa noche, o al menos se le veía inquieto dirigiendo chalanes de carga: ¡Pendejo; mete primero el bajo!, le gritaba a rafita que ya se había “trepado” al Torton en el que el brujo usualmente se desplazaba a pueblos cercanos con sus cumbias y otros ritmos tropicales para dar alivio a cualquier recién matrimoniado. Así era el brujo, le decían toño sin llamarse Antonio; era el toño, nuestro brujo de los teclados, particular insurgente de la música guapachosa en el beloved Xico, Veracruz.
Y el toño, hijo de un magistral herrero que en el otoño de su vida se dedicó a la curación de huesos “chispados”, era música en estado desnudo, más allá de cualquier entendido intelectual que proclamen los fanáticos de George Steiner. “Antonio” aprendió a golpear Yamahas ya entrados los místicos ochenta y decidió, como uno escoge cualquier pescado en un menú, que aquello era lo suyo; músico autodidacta (cual Paquito de Lucía), mago emprendedor que al cabo de unos pocos años se hizo manager, líder y vocalista de “La Brujería Tropical de México”, un combo poderoso con dos trompetas, baterista, tres coristas amistosas, dos teclados, y un saxofón soprano; todos entallados en camisas rojo vivo y pantalones blancos; toño usaba paliacate para ocultar su poco pelo.
Así estuvo, embrujado, por más de treinta años. Firmaron una placa durante esas tres décadas, que él mismo grabó, mezcló y distribuyó. De una copia me hice acreedor durante una tarde de fiesta mexicana; por puro protocolo le pedí su autógrafo y el muy cabrón me lo negó argumentando que el día que fuera a escucharlos y a taconear gustoso su, por demás, enérgico éxito “El patito (se sume y se moja, se vuelve a sumir)”, con todas las de la ley imprimiría su firma en el estaño. Nunca fui, sería el azar o mi poca paciencia en los bailes populares.
Vuelvo al caso: toño gritándole a rafita que subiera primero el bajo (el muy pendejo), yo pensando en Umberto Eco, Peter Gabriel ensimismado con su versión orquestal de Red Rain, el sol quemando las piedras, el Pico de Orizaba y su eterno glaciar incorruptible, etcétera; toño parando de tajo la operación Torton ante el asombro de rafita que, sudando, trataba de subir un timbal gigante al monstruo aquel de ocho llantas.
Quiovo Juan Carlos; me atinó casi en la nuca / ¡Quiubo toño!, qué; cóm’tás, ¿ya estuvo? / Ahí vamos, jalo pa’ Cosautlán a un bautizo / Ah / … / … / … / Está de la chingada la carretera ¿no? / ¡Vaya! / Sí, está cabrón / … / … / … (yo notaba que toño paraba la oreja y se acercaba a la bocina incrustada en la puerta de esa Tracker gris 4 X 4, 2003, Chevrolet en su estado más fiero, carrazo; en fin) / … / ¿qué orquesta es? / Es la New Bl… una de Londres, toño / La de Londres, mjm / ¿está chingón, no? / déjame oir, déjame oir / … / … / … / … / ¡a toda madre! / otro pedo mi toño, ¡tú sí sabes!; sonreí complaciente / es que como soy músico, pu's uno aprende, aunque no quiera, a analizar lo que escucha ¿verdá? / sí; qué chingón mi toño (era importante el “mi”; en aquel entonces proveía un sentido de comunidad y camaradería que a todo mundo gustaba) / ¡grábamelo!, te paso un disco ‘orita / claro, claro, ‘orita me tocas y yo te lo quemo / ¡a güevo!; alzó a medias sus puños cerrados en señal de infantil victoria / ‘ora toño, así quedamos / ‘ora Juan Carlos, gracias.
Jamás tocó a mi puerta el brujo de los teclados; cuando de pronto me lo cruzaba por las calles del pueblo, me saludaba escueto, cabizbajo; dos años después dejó de tocar, de componer, vendió su camión, liquidó a rafita y a sus músicos.
Anoche, más viejos los dos, lo encontré sentado y perfumado en la fila k de un teatro desvencijado minutos antes de que diera inicio la temporada de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Chingón, Juan Carlos; me susurró despacio / ¡A toda madre mi toño!; le grité ante el asombro de otros finos parroquianos.
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New Blood es el título del nuevo álbum de Peter Gabriel, donde, efectivamente, revisa a través de la New Blood Orchestra, sus éxitos más significativos. Sir Peter, arropado por estos brillantes músicos, se presentará el próximo miércoles 23 de noviembre en el Auditorio Nacional, en la Ciudad de México.
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viernes, 14 de octubre de 2011
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2 comentario(s):
El testimonio más puro de la conversión... o no?... sí entendí? qué más da, al final es una gran historia...
No, no, para nada; lo que menos quería era que el destino funesto de Toño fuese la conversión; no pasó de un género a otro, más bien, convivió, aprendió a ser diverso, y fue (durante la marcha) honesto.
¡Gracias por la lectura Adri!
Un beso.
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