viernes, 17 de junio de 2011

Turning

< Vómito textual sin corrección de estilo



Para comprender bien lo que a continuación se hizo, es preciso saber algo de la estructura interior de la cosa en que se operó.

Herman Melville

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I. Tumulto

Regalé tanto sin desearlo, sólo por debilidad al no, que me es difícil recuperarlo. Hoy traigo dulces y adobos que yo mismo he preparado. Más de orgullo. Si lo negara, me partiría en dos diciendo que ando por ahí, regateando mis embrujos, o bien, que son tan poco eficaces que nadie se interesa en ellos.
En estos días, ¡oh, lector pecaminoso!, he consentido la facilidad de que con su compuesto juegue: lo muerda, lo huela o engulla si así lo siente más propio. Porque soy de usted, así me quiero: suyo, sin la necesidad de inquietarme debido al abismo que me formo.
Intenté en un tiempo seducirme a las mentiras y gritar diez veces que por ellas moría. Fui arrastrado (por querencia natural) a los suntuosos lugares de la mente que jamás frecuento.
Hoy soy el que se fue a seguir el rastro de los indocumentados y, azarosamente, con grandiosa fortuna, descubrí a feliz tiempo que cada caos es sólo la asociación fatal de mis ideas; y el caos, ese caos, se mal tradujo por mi mente como una fastidiosa deshonestidad.
Ya los derechistas se proclamaban como ambidiestros, cuando ocurrió el boom que le he narrado. Sucedió estando cuerdo, a la orillita del mar, ennegrecido por las calles sucias que mi recorrido en aquel instante había marcado. El Sol se creía pateta a mis espaldas, la lluvia no me coqueteaba y el barullo intrigante de turistas nacionales no llamaba la atención de quien pensaba en usted, de quien ahora mismo lo hace mientras relee para tener falsa conciencia y que no se le escape así, ningún detalle.
Estos ojos que ahora asimila detrás de este peatón, centelleaban y escurrían al darse cuenta de la enorme necesidad que de usted tienen. Pero en realidad no observan su entorno, creían hacerlo antes de conocerle, sospechaban que probablemente era su derecho el decidir si era usted la paz y la guerra que ahora me iluminan.
Fue en esa playa, entonces, que se enteraron de su trágica ceguera y renunciaron a sus elementos para abrirme paso. Sentí que todo gira y que usted, por ende, no es estático.

II. Examen



Veneras la vida en lugares distantes, sabes saborear cada beso que te otorgo y no crees en los cambios radicales, ni en la siempre espera de la conjugación perfecta de mis vísceras y mi cabeza ingenua que le da vueltas al mismo canto. Asúmete entonces a responder unas cuantas preguntas que sobre tu actuar diario se me presentan.
Sé que puede parecer muy vano el quejarme de modo tan audaz y envidiable, quizá te estés interrogando sobre las acciones que hasta aquí te acuño. No me molesta el hecho ni me agrada en modo supremo. Quiero que te quedes y me escuches, dame la razón o guárdatela en tu cajita de secretos.
Nervioso estoy al empezar mi planteamiento, al escucharme sediento en sufrimientos, pero quiero callar, vibrar en tus cuerdas y asemejarme al escondite absurdo que guardas, quizá así me destapes, quizá sea el efímero perfecto o el terrenal indeseable, quizá también te estremezcas al oír tu propio enlace, tu conjetura, tu universo, tus diversos mal sabidos; el por qué del abandono.
Me he encargado de echarlo a perder, o de ser cínico, vanidoso y soberbio. Peco, pecamos todos, me justifico, siempre de tal modo que parezca un mártir y a la vez un lindo ingenuo; que pesadez; uno palidece si le dicen que el momento de empacar está cerca. Si no hay cuidado en el lenguaje, si al tratar de corregirlo lo estropeamos, uno palidece. Yo. Siempre yo.
He vertido mis dudas, con cierto recelo ilógico de parecer un cobarde, me debilita el cuerpo, siempre tan temprano, frágil me vuelvo al pelear sobre los territorios, cual animales que en instantes cortos se matan por quererse tanto. Y no lo entiendo, entorpezco, es cierto, no lo entiendo por desearme ser sincero. Me da miedo lo blanco; mancharlo, si es muy fácil concebirlo. Estoy revuelto, paranoico; menosprecio menos, me vuelvo un murmullo, ya no un grito o un falaz destello de aventura, nada, un vil escape, remoto, poco estratégico, sin futuro, balbuceante, casi estéril de tanto amordazarme, muy despierto a golpes certeros que me brinden, como sea, cuando quieran, donde estén aquellos, mis terribles silencios.
Así, callado en las empuñaduras de mi vientre, me alegro de saberme vivo, tal cual soy, con defectos, sorpresas y nostalgias; más débil, no tan pinche complejo como ahora definí. Y lo disfruto, o parezco al menos un entretenido niño sin buscar que el mundo vuelva a ser el mismo. Traiciono mis ideales, las cartas, los cantos, los dibujos, las citas con el té y la lluvia, las fiebres nocturnas, inseparables compañeras cotidianas y tardías que contigo he aprendido. Traiciono mis ideales, el vino, la sangre, el olvido, las vastas extensiones verdes y divinas de tu mente, las algarabías que se sonrojaban al echármelo todo en cara, mi culpa, mira; olvidemos el detalle. Vuelve a mirar: ¿conocemos a una persona por lo que calla?
Al parecer no tengo voluntad, o démoslo por hecho que no tengo: cómo acostumbrarme ahora, cómo satisfacer tus encantos, cómo corresponderlos, saber si aventarles flores o desecharlos de un pasado, qué hacer ante el pleito aquel ancestral también de enfrentarnos a distancia, de regalar amor limpio, casi digerido y sin obstáculos.
Me perturbo de más, ya no quiero enderezarme sabiendo que mi destino está marcado; ah, para putas como la vida, bofetadas de intriga como en las que hoy me reproduzco.

III. Disputa



Quién da más, ¿el bulto de cemento en mi cerebro?, o la mágica artimaña de tus manos, la lúgubre sonrisa que desato a carcajadas al enterarme de un desastre o tu sutil melancolía del tiempo infame donde las tortugas dominaban el planeta. ¿Quién se atreve?, llamas, guiños, esfuerzos, palabras encerradas en moldes o un te quiero honesto de tu boca, casi capcioso.
Hoy me pides muerte, sabor a mezcla, raíz sin tronco, vida maltrecha, cura, cura, cura. Me exiges picardía, batalla eterna por mis metas, valentía de los cometas, velas mi pan y no lo comes, calmas mi sed y tú no bebes, viertes tu piel y yo no otorgo, te valoras, me atropellas, me rebelo deseando que tus triunfos se llenen de laureles, acabo enyesado del idiota corazón que me atribuyo mientras vivo asfixiado en la postura de desprestigiar cada fracaso.
¿Me invento?, dime si ahora es cuando, ya ves, yo siempre dependiendo. O mejor derroto a mis emblemas que ya tanto han carcomido. ¿Qué hago entonces?, ¿me invento o derroto?, quizá me invente derrotado.

IV. Entraña



Parezco aquel enorme árbol, con menor aristocracia, al decirte como el gran Eusebio: "tú eres la niña que mi tronco hirió, yo guardo siempre tu querido nombre, y tú qué has hecho de mi pobre flor", pero no soy tan drástico ni morboso, no soy el árbol: soy la niña.
¿O tú me sabes más secretos?, al parecer sí, poco negable es el caso: contradicciones, vicios, desventuras, robos, amoríos, ilegales ventas de ilegales besos, postres, quesos, conservas, vientos del centro, cánticos de rutina, baños turcos, maletas, insultos, desidias, corazonadas, inseguridades, perennes amuletos, viajeros inhumanos, revueltas, gritos, llantos, desangramientos, envidias, celos, obstáculos, kilómetros de cobardía, grillos amaestrados en noches tibias, atardeceres de azotea, claros rayos en cafetos, drogas menores, drogas mayores, perfumes naturales, bellezas intrigadas, intrigas, "por ciertos", calumnias, desastres, golpeteos, corretizas, masajes, bárbaros masajes inexpertos, cualquier elemento ineludible a esta, mi persona, pero también enajenamientos incoherentes, robustos cuerpos que nunca imitan atención alguna en tu mirada, lívidos tallos de regalos o aniversarios, batracios, reptiles, casi genios, memorias, ésas que siempre olvido, argumentos sublimes en exceso, cartas poder de alguna membrana en disfunción, baraterías que se cobran caras; trampas, salarios, gafas, diarios; lumbre, parafina, misterio; salmos, tonos, enjambres; vivencias, mutis, rencores; verbos, pobreza, quimeras; saña, destreza, trincheras; amnistía, crudeza; barbas, lamentos, sabores, horarios, prestigio. ¿O es que te sé más misterios?
Me basaba en la limpieza de argumentos poco fuertes; casi no incitaba a la acción, a la verdad que, al fin, descubierta, es cruda y sin sentido. Y ahora al verte, no hago más que seguir en aquel taburete para crecer un poco y parecerme al hombre fuerte, al desdichado que no encuentra una razón de peso para amarte; pero sí la hallo, la tengo en tu frente, en tus vestidos; la leo en tus pensamientos, disimulos, calendarios y rutinas; la escucho en tu discurso, en tus fragmentos soleados y de alta marea; esa conciencia, aquella de seguir deseándote, está escondida en mi baúl de niño, en la penumbra de mis miedos muy sabidos, en la autoridad que aún me brindas para pronunciar algún te quiero desfasado; encuentro el hecho incognoscible de intentar que mi amor por ti no sea vano, viviendo en las escaleras que tantas veces pisoteaste con risas y lamentos, con besos nada mustios y feroces miradas desertoras. Ya te veo sembrando un jardín de convidados a un festín que me hace daño; no es reproche, es garantía o deber que se destruye; y es, de igual manera, paz interna que me acoge en tu regazo o en todas tus primaveras.
Poco falta, ya lo huelo; más que oler, descifro presentimientos. Y me da desasosiego, me quebranta los huesos hasta el punto de desear ser algo parecido a la ceniza. Quiero asimilar mis contenidos, todas las propuestas que en tiempos venideros pretendo establecer. ¿Ante quién?, no sé; hoy lo único que me atañe es tu figura tan dispersa ya en mi lejana buenaventura. Acaso me calme al saberte feliz, sin rupturas, sin abrazos, sin cuerpos ajenos sobre tu vientre y cintura, es mi comentario, no mi queja. Son palabras de otro que en mi se vuelcan disparejas. El cielo no es eterno, lo hacemos extenso provocando un tremendo desperdicio.
Pero las cosas funcionan, las cosas, vaya modo para definir lo nuestro, lo nuestro, qué sutil encuentro. ¿Lo es?, porque yo me quedo y miro que tú te retiras en avanzada ligereza que entorpece lo raro de esta espera. Esta necia esperanza en no moverse, esta claridad incierta, este menosprecio, el atuendo de hoy, lo que enamora y mañana; mañana sólo comercio.

V. Vértice

A las respuestas




Faltan cambios, aquí se merece, por citar algún ejemplo, que se coloquen floreros traicioneros con el fin de enderezar siluetas, se vale, de manera parecida, plantar rosales, navajas de doble filo, un pez beta, incluso a él plantarlo aquí, en esta diminuta habitación que construimos. Si se consigue un bono, una tarjeta, mil felicidades, canastas de invierno, fogatas, nada de rencores, vuelta de hoja, alebrijes, si tú quieres compro el pan, no te apures mi amorcito, ya el horno nos va mediando.
Además, no estaría de sobra que ambos dijéramos poesía al filo de los ventanales, o en noches de Luna clara, llena, nueva. Propongo. Opino que ante la necesidad de un tierno escaparate, pongamos ceniceros para observar si creamos paraísos. Pues sí, muy lindo todo, muy práctico, sencillo, poco rutinario, original si así lo quieres, pero ¿y el azúcar?, ¿cuánto de azúcar a la taza?, basta con que no nos enfermemos.
Ya para cuando se llegue ese tiempo, habremos relegado los asuntos formales a los sucios cajones, casi estorbos, que tanto frecuentamos. Los días nos avientan vida, nos dan aliento para el último suspiro, para el fatal infarto o incluso brindan un hálito que en vano equipara sus sentidos a los de su clara pareja. Entonces cambia el clima y se lleva arrastrando al fugaz destino que poco a poco nos envuelve, porque creo en aquel sitio metafórico al que solemos huir por compromiso, siento que el destino existe mas no lo defino, tengo escalofríos interminables de sólo pensar en ello. Y no sólo el clima o el destino son los que se mueven, van de la mano los amigos y las multas, los celos nuevos y unos duendes tiernos llamados corazones, se va la mierda de un instante si así me lo propongo. No discuto, acepto el hecho intransigente por el que ahora atravesamos y sin calma lo vivo, sin calma por la estúpida manía de quebrantarme en toda cima.
Los trajes que porto son de falaz categoría, inventados por los locos, no necios, que asumen con frialdad los oficios de sastre que van quedando tras recortes, patrones, discusiones y tabaco.
Así pues hoy escribo con miseria imaginada, tal vez palpable... seguramente palpable; ligero, sin ventiscas que me eleven al inframundo feroz que sueña seguido con poder devorarme hasta saciarse. En contradicciones como éstas, merodeo, canto, giro, tomo infusiones que saboreo imaginando que serán las últimas. Las últimas vueltas a tu mente, a tu cuerpo casi perfecto que deshace los intentos de enlace, las cartas finales del deseo, la equivocación y los horrores, los abrazos terminales en las noches nuevas, en las barrigas luminosas de comensales que ansiosos esperan mi partida. Puede ser melancolía o paranoia, quietud aparente y al mismo tiempo divertida, esperanza rota, filosofía recién nacida.
Vislumbro emocionado a los gestos prontos, a las decisiones fatuas y al futuro empedernido que se queda en mis momentos de más sincera inocuidad. Regresar a esas estrategias, caminar por lagos y montañas, tener frío, llorar a pecho suelto, mimarnos a escondidas. Qué sutil sería acostarnos en el césped cálido de la despedida y desearnos buena suerte, sería más bien un tonto en busca de caricias lamentables, en pro de las resurrecciones; quizá hasta me altere al pronunciarte el buen placer que me otorgaste a diario.
Es mi amor un adorno de palabras, o al menos mi lección concluye así de desdichada. Quiero venerar a la relación, pues de ella me he dotado, pues de ti me he enamorado largamente, me he callado, sucumbido a tentaciones, mal vendido las opciones, criticado situaciones para después meterme en ellas. Quiero acalorar el contenido, pues de él con golpes he aprendido, pues así me quedo solo, sin reunirme ante la cueva o los extraños. Cerrarme, cerrarme; cerrarme hasta crecer por dentro y sentir de otra manera que el "tú conmigo" ha terminado, que el "ya estoy fuerte" me ha aplastado. Qué pretexto, qué desliz de niños, qué martirio me he escogido. (Lo sé, mis acciones ya no te atormentan, mis errores nunca se conforman, yo sólo tropiezo, te molestas; yo sólo te esquivo, me detestas)

VI. Turning



Cada nota crea en mí la feliz sintonía de un paisaje con lobos, con nieve, pinos, pisadas, ojos rojos. Cada cuerda me revienta con pausa en una oreja, me aleja del disturbio que ahora sufres, digamos: vives, pongamos: sueñas. Cada tiempo hace del tiempo un tiempo propio. Cada flor renace si la miras; yo estoy sin frenos que ataquen mi arrepentimiento: demasiado tarde, no soy ave de mal agüero. ¿Me crezco?, me crezco: soy la vía por la que ahora fluyes, permanezco intacto. Soy la nada en la que destruyes, la muerte por la que vives, el mito que desciendes de un paciente firmamento, cruel testigo, como el polvo de hace tiempo, como el alba que hoy encuentro. No me dices tus reglas, no dejas de ser jinete, no interfiero más en tus delgados instrumentos, no te lloro, te lloro, carajo, lo hago, no te lloro, te lloro por darme cuenta de un invento costoso que nunca podré pagar; no me dejes con la carga, no te vayas sin silencios, no prometas lamentos, ni pendencias.
Desaparece de entre mis dedos, cómete cada músculo que hayas recorrido, fija los recuerdos en tus días, hazlos florecer con tiernas melodías, dímelo al oído, dime que te vas, que ya no vuelves, no hay persecución, no más engaño, disfruta del alivio que he sentido. Mentira. Pídeme la paz, la prisa, las horas; y guárdalas bien en esa que presumes, tu caja de Pandora.
No hay vigías, ni avisos, ni tampoco un pequeño escaparate para ambos. Existe el común acuerdo, mas no lo respetamos. Así que te dejo en paz (¡absurdo!), dejamos al mono y al piano vacíos; qué truco peligroso, qué aventura la tuya de besarme, qué carnal disculpa nos brindamos, qué enjuague bucal desesperado, qué tormenta, qué sollozos, qué ternuras, qué alegrías, menos cruces, menos religiones, menos límites, otras barreras. Mira este bufón de enfrente; mira bien su anatomía. Y adiós: buenas tus noches, todas.

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Fotografía: Triámidas Giménez

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2 comentario(s):

Anónimo dijo...

Puta madre! Es como si tus palabras estuvieran bien puestas en su boca. ME CAGO EN EL PUTO AMOR DE MIERDA!

Carajo! Que bien me viene el saco.

Juan Carlos Medrano dijo...

¿En boca de quién?, ¿"su" boca?
Pues yo me reconcilio en el puto amor de mierda, y no encuentro mejor manera que escribiendo y escribiendo y escribiendo (casi hasta el hartazgo).
Gracias por la identificación y las carajadas expuestas; mínimamente sirvieron para despertarte algo, y eso está chido.

Salú por todo.