miércoles, 15 de junio de 2011

30 años después

< Cursivas de Juan Uría



Prefacio

Él, torpe, ensimismado en el nimio detalle de los objetos livianos cuando se mueven por vientos del sur, trata de ponerse el suéter gris, y (sin mirarla a los ojos) le dice, lejano, cansado ya de su antifaz: A veces, cuando me marcho, se me nubla la cabeza como si fuera el último día de los días que me quedan. Me voy solo y la tristeza crece cuanto más me alejo, no quiero seguir andando sin todo lo que yo quiero. No sé si vender el alma a un diablo o a un ángel del cielo, a un relámpago en tormenta, a cambio de todo el tiempo. Sólo sé que si me marcho me parece que me muero, por eso no quiero irme, no quiero, mi amor, no quiero.

Canción

Ella, solícita y gentil, deja la copa con la que minutos antes jugueteaba sobre la mesa y, casi sin notarlo, le ayuda a que esos brazos anchos entren por las mangas de lana; luego, viéndolo con la franqueza que emana de su espíritu noble, le habla con la mirada de quien dice todo sin decir realmente nada: Cada vez que te vas con tanta pena, me enveneno; cada vez que te vas tan paso a paso, con tanto sin mirar, con tanto duelo… Cada vez que te vas no queda nada, tengo miedo. Cada vez que te vas me voy contigo, aunque me quede aquí, te voy siguiendo. Cada vez que te vas -si tú supieras- no me puedo dormir; no me hagas caso. No soporto mirar cómo te marchas, no quiero ni pensar que te has marchado. Me quema el aire que te va perdiendo, me quedo inmóvil por sentir tus pasos. Cierro la puerta, no apago las luces para que sepas regresar intacto.

Pianísimo

Así, tal vez, quisiera proseguir si me permiten: con el adiós cuesta arriba y lo nunca hablado como sombra. Así, martirizado en agua, sutilmente alojado en la lluvia fría de junio que limpia las ventanas de pasado. Y así, sólo quizá, fue mi encuentro con el amor, aquel que describieron otros como “eterno mientras dura”.
Inadvertido, por la edad ligera de mis cuencas, pienso (imaginé) que las cosas buenas vienen y van, no se quedan, ni se calientan como vinos tintos, ni endurecen de capa como los quesos hogareños. Vienen y van: retozan en las vigas de madera y sacuden de cuando en vez el polvo añejo que en los rincones del conocimiento, hierve. Hierven también las cosas buenas (y el polvo añejo agiliza la ebullición de la memoria).
Aunque habrá oportunidad, y seguramente ganas, de evidenciar con música y palabras cada instante que me regaló el amor sin concesiones (violento, emancipador y de inacabables bondades), hoy la noche eclipsada antoja al silencio, al té, a la muda compañía de la introspección, a la mirada furtiva a través de los cristales empañados, y al piano; mansas eufonías, o vivas; pianofortes de intercalada agudeza, tamborazos a la inversa, agua y miel para abejas tristes.
30 años después, y llevado nostalgiosamente por lo que ya no está pero perdura, me vuelco, obsesivamente si se quiere, al rescate de las sonoridades dejadas entre renglones de la memoria y la prisa.
Viva el tiempo que tenemos atrapado en las rendijas de las manos, aún y siempre: viva. De su recuerdo parto a lo que soy, en su engranaje me enfundo y muevo, y comparto y tomo y presto y vivo y yerro (cual Francesco Petrarca) “sintiendo el yerro mío”.



Fotografía de Gustavo Pensa

>

3 comentario(s):

Yanitsa Buendía de Llaca dijo...

... y caminas, Peatón, caminas...

PAto dijo...

El amoooooor... esa extraña mezcla de felicidad y tristeza, alegría, satisfacción, plenitud, pereza, desencanto, razón, locura, canto, encanto, risas, memorias, llantos y agonías, ese elixir prohibido para muchos, adictivo para otros tantos, razón de existencia e inexistencia, mágica fuerza primitiva, que sería de este mundo sin ella, que sería de nosotros sin ella, eterno, furtivo, meloso, escurridizo, conveniente, desgarrador, perene, cuanta falta hace, cuanto no lo entiendo, cuanto lo utilizo, cuanto mata lento, cuanto muere lento...
Abrazossssss!!!!!!

Juan Carlos Medrano dijo...

Y qué vamos a hacer si no es eso: caminar, y qué vamos a hacerle si la conveniencia implica caminar; y cómo horadar la tierra infértil de lo desconocido para sembrar nuevos arbolitos: caminando, descubriendo, creo (y debo dejar de creer), bajando escalones para volver a subirlos.
Un abrazo caminantes, por la lectura y el abono. Gracias por estar.

PS. PAto, el final de tu comentario es desgarrador y me recordó a un cuento que escribí hace mucho años llamado: "la lenta agonía de los peces fuera del agua". En fin.