lunes, 20 de abril de 2009

Los viajes al alma

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De entre el lodo, el agua; la esencia misma, el rostro alegre, la madrugada rociada de efímeras perlas que alimentan a las hormigas. Las hojas arrugadas quizá se envuelven en sonetos con arritmia como mis dedos sobre el teclado. Las ganas cansadas de escribir y de estropearlo todo y de borrarlo y de perderlo para siempre.

De entre el lodo, el agua Juan Carlos. Habla al fondo una máscara de conciencia: el agua, me insiste con voz de mando, te renueva y limpia, purifica tus poros y así lo de adentro sale más fácil: el resquemor, la venganza, los pensamientos malsanos, las tragedias ajenas, todo el granizo, la sed, el hambre, los moscos, la peste. Y así ya el agua, por tus lagrimales, vuelve a la tierra con sales que a la larga formarán diamantes. Y tú tan limpio también por dentro, y la tierra por dentro también tan rica.

De entre el agua, barullo de ríos y manantial con espuma. Espuma que enchine cada vello y barullo que sacuda los tímpanos de sordos. Tibio manantial que esparza sosiego a praderas, súbito río de bugambilias color durazno y crema. Y de entre el agua, tal vez, sonido, aire y poema.

De entre el agua, barullo y manantial Juan Carlos. Habla con fiera ternura la madre de los árboles sabios, de los que tienen palacios por pistilos en las flores: barullo, me insiste con voz de semillas, que llene de fiesta cada barrio tuyo si en las noches lo común careciera de sentido. ¿Manantial?, pregunto asimilando lentamente el discurso de lo aprendido: ¿de qué me sirve a mí ser manantial entre humedales?; y ella, inmisericorde responde: múdate entonces de ecosistema.

Por ello ahora, Juan Carlos, vamos a ver: de entre el barullo, intervalo; y del manantial, reserva. Silencio que anteceda más bullicio y ahorro para la vida en los desiertos. En los viajes al alma los desiertos son largos y anchos, por eso pesa tan poco y sentimos a veces que se va o que no tenemos. Si uno ha de viajar al interior de vez en cuando que se mire mejor antes en el espejo y despida para siempre sus viejos ojos que ya vendrán otros nuevos. Si no ojos, miradas; o todo lo inherente; o sólo lo corriente.

Y a forma de lista para excursiones, bastará llevar: un par de castañuelas rojas que traigan por dentro el jaleo, una botella pequeña de cristal azul con torrente tropical, calcetines mojados y calcetines secos, siete u ocho voces vaciadas cuidadosamente en la casa de caracoles domesticados, un rompevientos amarillo y otro más morado, un móvil de campanas tubulares que codicie la dulzura sonora durante tormentas de septiembre, cuatro clavos de donde luego cuelguen paraguas, sombreros y rebozos, un trozo de hielo azul, una vela incandescente, los cinco sentidos sanos, y lodo; tanto como se pueda recolectar en el camino.



Los reflejos son de Zenaida Pablo Romero.

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