> Para Ursula; a un año de leernos.
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Soy parte del canto de cualquier ave. Soy el ave que nombres; tu canto. Soy manos que se agitan para entonar mejor las notas que se caen encima, desde el suelo. Soy Salgueiro en Porto, soy Chavela Vargas, soy la Callas.
Soy la paz calada en tu entrepierna; y los detalles ajados, y los veranos largos. Brazos, extensiones de un erótico equilibrio que halagan tu espalda y la vuelven poliedro. Dedos, eso soy, que arrecian las tormentas en tus muslos y propagan la celebración en cada bozo. Piernas enjutas que apenas cobran vida y se disuelven, lenguas dulces de almendra, miel y saliva. Ojos como inventos que fulguran con la luna, sangre derramada en la escotilla de los submarinos. Dientes que muerden tu vientre, aros de fuego para que brinquen tigres albinos, manos que arremeten contra tu cintura que indómita juega a dominar la selva de sudor en la que dócil me guarezco de la lluvia de clamores. Eso soy; grito lejano, viento nocturno, neblina de insectos, tibio enjuague de tomillo, pasta de albahaca, río de centeno.
Soy el postre, la ensalada, el plato fuerte, la mañana, los brebajes. Hombro con hombro, la alegre compaña, el fútil recuerdo, las dos de azúcar, el cuarto de al lado, los bastones, el testigo, las uniones, cada uno de tus veinte corazones. Soy el agujero azul por donde miras el cielo y la tela de juicio de tu colcha blanca…
Soy marea de adviento que no llega y no llega y no llega; soy tsunami viejo. Soy inelegante caballero, un Saturno sin emociones o anillos, carta esférica sin brújula, vicio de lo insomne, vidrio quebrado para pies descalzos, espíritu que viaja cada tarde a tu entrecejo, cosas que caen en abril, y que me llevan a tu encuentro.
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Las cadenas de fuego son Nómada.
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viernes, 24 de abril de 2009
miércoles, 22 de abril de 2009
Cruce de caminos 11/n
> y a quien pide se le da:
a)
“Hoy hubo limpieza general en el cementerio”; casi reímos al sabernos buenos para los enunciados que deben empezar todas las novelas. Y es que, en efecto, los contenedores de basura estaban repletos de flores frente al camposanto. Hoy hubo limpieza general en el cementerio; Lucía Quiroz barría despacio los últimos pétalos.
Sea matiz de buena tarde o simple divertimento, siempre encuentro un mórbido placer en los enunciados que encasillan un texto en encantador o aburrido; algunos ametrallan la memoria para toda la vida. Sin duda, uno de los grandes debe ser el que escribió Pamuk para “Me llamo Rojo”: Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo.
b)
Me emociona mucho llamar a Telmex (o ponga usted la empresa). Destino dos horas de mi tarde para arreglar actualizaciones de antivirus, servicios digitales, planes de Internet. Me gusta pensar en las palabras que elije el personal para no crear confusiones en el cliente cuando le da una clave importante para algo importante que a la larga se vuelve obsoleto.
No es fácil dictar (en mayúsculas y sin espacio): TYT222ZUBQ. El caso empeora si se trata de un NZ6H6EEK. Lo divertido es el análisis puntual de los ejemplos. T de Taza, Y de Yoyo, T de Taza, Dos Dos Dos (le repito) Dos Dos Dos, Z de Zapato, U de Uña, B de Bueno, Q de queso. O casi lo mismo, aunque quizá con más ingenio: N de Niño, Z de Zapato, Seis, H de Hilo, Seis, E de Elefante (otra vez) E de Elefante, K de Kilo.
Quién universaliza este nuevo alfabeto para elfos. Quién determina que la Z es de Zapato y no de Zorra, que la U es de Uña en vez de ser de Urano, que la doble E son dos elefantes en lugar de una crEEncia. Es tímido el personal, y más ignorantes somos los clientes.
c)
El amor provoca miradas compartidas de la historia universal. La historia se queja del Hombre por acomodarla a su antojo. La Tierra, antes como testigo mudo de atropellos, entonces se venga; crea conciencia a través del polvo de estrellas y nos empuja fuera de nuestras islas.
d)
Nunca llegan a tiempo mis antojos en las tiendas de abarrotes. Hace algunas tardes amarillas quise, como siempre, unos cigarros rojos. La dependienta me dice, semidormida: ¿cerillos? / no; cigarros / cigarros / sí, Marlboro / rojos / sí / ya mandé a comprar, ayer se me acabaron / qué otros cigarros tiene / cigarros / sí, de cuáles tiene / cigarros no tengo / sale, gracias / pásele.
En otro momento busqué, con más desesperación que buen juicio, un sobre bolsa amarillo tamaño media carta. Tengo de estos, pero se rompen / ¿? / sí, mire usted, se rompen. Y presto, el joven que atiende ese negocio, rompió ante mis ojos un bellísimo sobre bolsa amarillo tamaño media carta. No salieron muy buenos de la pestaña, mire, se rompen / sale, gracias / ándele.
Varias noches atrás se le antojaron churros con azúcar y canela. Salimos en busca del manjar; nada de nada, todo cerrado, todos en misa, ni siquiera jugaban los niños al futbol en las calles alumbradas: nada, ni esquites, ni papas fritas; no hablemos ya de churros (u otras drogas menores). De pronto, fulgurante, misteriosa, nos llama la atención una fachada amarilla, un foco prendido: “Churros, aquí”. Dios es grande, pensamos. Dame una bolsita de churros. La niña, detrás de una olla enorme, tenía los ojos llorosos. No hay masa y la máquina no sirve / (Dios no existe) tienes… ¿elotes? / no han llegado / (nunca me han gustado los choclos impuntuales) ¿palomitas, papas? / no, es que no tengo de eso / ¿qué tienes? / ¡nada! / (…) sale, gracias / ajá.
e)
Me presentó a su novia cuarenta años menor que él, me dijo, casi coqueto: “Esta es tu nueva tía, o amiga, o como quieras”. Le di un abrazo a mi coetánea y sonreí mientras partía una rebanada de provolone hecho en las montañas, recordé a Topo Gigio, y feliz me puse a comer el queso / “El que come y no convida tiene un sapo en la barriga; yo comí y convidé y ahora el sapo lo tiene usted”: bonita la reflexión roedora.
Larga vida a Topo Gigio, al provolone y a mi novia hermosa de 29.
f)
Tan fácil, digo yo:
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a)
“Hoy hubo limpieza general en el cementerio”; casi reímos al sabernos buenos para los enunciados que deben empezar todas las novelas. Y es que, en efecto, los contenedores de basura estaban repletos de flores frente al camposanto. Hoy hubo limpieza general en el cementerio; Lucía Quiroz barría despacio los últimos pétalos.
Sea matiz de buena tarde o simple divertimento, siempre encuentro un mórbido placer en los enunciados que encasillan un texto en encantador o aburrido; algunos ametrallan la memoria para toda la vida. Sin duda, uno de los grandes debe ser el que escribió Pamuk para “Me llamo Rojo”: Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo.
b)
Me emociona mucho llamar a Telmex (o ponga usted la empresa). Destino dos horas de mi tarde para arreglar actualizaciones de antivirus, servicios digitales, planes de Internet. Me gusta pensar en las palabras que elije el personal para no crear confusiones en el cliente cuando le da una clave importante para algo importante que a la larga se vuelve obsoleto.
No es fácil dictar (en mayúsculas y sin espacio): TYT222ZUBQ. El caso empeora si se trata de un NZ6H6EEK. Lo divertido es el análisis puntual de los ejemplos. T de Taza, Y de Yoyo, T de Taza, Dos Dos Dos (le repito) Dos Dos Dos, Z de Zapato, U de Uña, B de Bueno, Q de queso. O casi lo mismo, aunque quizá con más ingenio: N de Niño, Z de Zapato, Seis, H de Hilo, Seis, E de Elefante (otra vez) E de Elefante, K de Kilo.
Quién universaliza este nuevo alfabeto para elfos. Quién determina que la Z es de Zapato y no de Zorra, que la U es de Uña en vez de ser de Urano, que la doble E son dos elefantes en lugar de una crEEncia. Es tímido el personal, y más ignorantes somos los clientes.
c)
El amor provoca miradas compartidas de la historia universal. La historia se queja del Hombre por acomodarla a su antojo. La Tierra, antes como testigo mudo de atropellos, entonces se venga; crea conciencia a través del polvo de estrellas y nos empuja fuera de nuestras islas.
d)
Nunca llegan a tiempo mis antojos en las tiendas de abarrotes. Hace algunas tardes amarillas quise, como siempre, unos cigarros rojos. La dependienta me dice, semidormida: ¿cerillos? / no; cigarros / cigarros / sí, Marlboro / rojos / sí / ya mandé a comprar, ayer se me acabaron / qué otros cigarros tiene / cigarros / sí, de cuáles tiene / cigarros no tengo / sale, gracias / pásele.
En otro momento busqué, con más desesperación que buen juicio, un sobre bolsa amarillo tamaño media carta. Tengo de estos, pero se rompen / ¿? / sí, mire usted, se rompen. Y presto, el joven que atiende ese negocio, rompió ante mis ojos un bellísimo sobre bolsa amarillo tamaño media carta. No salieron muy buenos de la pestaña, mire, se rompen / sale, gracias / ándele.
Varias noches atrás se le antojaron churros con azúcar y canela. Salimos en busca del manjar; nada de nada, todo cerrado, todos en misa, ni siquiera jugaban los niños al futbol en las calles alumbradas: nada, ni esquites, ni papas fritas; no hablemos ya de churros (u otras drogas menores). De pronto, fulgurante, misteriosa, nos llama la atención una fachada amarilla, un foco prendido: “Churros, aquí”. Dios es grande, pensamos. Dame una bolsita de churros. La niña, detrás de una olla enorme, tenía los ojos llorosos. No hay masa y la máquina no sirve / (Dios no existe) tienes… ¿elotes? / no han llegado / (nunca me han gustado los choclos impuntuales) ¿palomitas, papas? / no, es que no tengo de eso / ¿qué tienes? / ¡nada! / (…) sale, gracias / ajá.
e)
Me presentó a su novia cuarenta años menor que él, me dijo, casi coqueto: “Esta es tu nueva tía, o amiga, o como quieras”. Le di un abrazo a mi coetánea y sonreí mientras partía una rebanada de provolone hecho en las montañas, recordé a Topo Gigio, y feliz me puse a comer el queso / “El que come y no convida tiene un sapo en la barriga; yo comí y convidé y ahora el sapo lo tiene usted”: bonita la reflexión roedora.
Larga vida a Topo Gigio, al provolone y a mi novia hermosa de 29.
f)
Tan fácil, digo yo:
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martes, 21 de abril de 2009
Cajitas chinas
> y la escritura automática.
1.
Apenas despuntaron unos rayos sobre el angosto camino pulido por piedra y lluvia. Luego los pájaros extraños, el platanar adormecido que vigilaba al cafetal, los sueños rotos por la madrugada mal dormida, cinco cristales del auto con frío, la desnuda vejez de otros motores, nubes bajas, moradas, anaranjadas, casi grises. Otra mañana que pinta para azul a mediodía, otro incienso de alquitrán y nicotina, otro Bob Marley fondeando la rutina.
Y la memoria generosa abraza; las piernas de niño florecen debajo de mis pantalones de adulto; calladamente, aunque debo decir que algo atropellados, llegan girando (entre espasmos de niebla, luz, hambre, sueño) vagos recuerdos de una cancha de tenis en arcilla en la que, supongo, habré jugado alguna vez. No lo sé. Quizá más bien me interesaba el movimiento y no la pelota. Casi nunca la pelota verde / todo el tiempo el movimiento…
Vaya maneras del difunto jamaiquino para recordarme de la nada un top spin agraciado que daba McEnroe luego de incitar la ingesta de Dan Up hablando un español latinizado. “Las drogas destruyen, muchachos”, dijo el sacerdote en el sermón aquel de fin de cursos durante un verano hace casi veinte años.
2.
Hace también veinte años supe, durante un viaje a la playa, que inhalar/beber Mirinda con popote por la nariz no tiene una fórmula sencilla; requiere, además de valor y poco pudor, práctica, apego a las leyes fisiológicas y ojos humectados. Quizá con Coca-Cola o cerveza sea menos dañino que con naranjada falsa. Yo atribuyo, en gran medida, mi rinitis crónica y los bronco-espasmos que antes me aquejaban por las noches, a la Mirinda garbosa.
Y ya que irrumpo en el departamento de bebidas carbonatadas habría que mencionar dos o tres Chaparritas (uva, piña, grosella) que me alegraron los años de Amecameca y Popo-Park y que hicieron más digeribles las tortas de tamal y alguna que otra doblada gigante de huitlacoche con queso.
3.
Recientemente me enteré de la ridícula diversificación del maíz en colores; tiene más que el arco iris, creo, y además no hay que andar tanto para darse cuenta que cada mazorca es oro puro…
Si sólo en la policromía de amaneceres que me brindan dicha encontrara la solución total a los males del mundo dejaría seguramente de manejar hacia el trabajo y prestaría más atención a los que tengo junto.
Platanero de Corozal, en Puerto Rico es un anónimo.
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1.
Apenas despuntaron unos rayos sobre el angosto camino pulido por piedra y lluvia. Luego los pájaros extraños, el platanar adormecido que vigilaba al cafetal, los sueños rotos por la madrugada mal dormida, cinco cristales del auto con frío, la desnuda vejez de otros motores, nubes bajas, moradas, anaranjadas, casi grises. Otra mañana que pinta para azul a mediodía, otro incienso de alquitrán y nicotina, otro Bob Marley fondeando la rutina.
Y la memoria generosa abraza; las piernas de niño florecen debajo de mis pantalones de adulto; calladamente, aunque debo decir que algo atropellados, llegan girando (entre espasmos de niebla, luz, hambre, sueño) vagos recuerdos de una cancha de tenis en arcilla en la que, supongo, habré jugado alguna vez. No lo sé. Quizá más bien me interesaba el movimiento y no la pelota. Casi nunca la pelota verde / todo el tiempo el movimiento…
Vaya maneras del difunto jamaiquino para recordarme de la nada un top spin agraciado que daba McEnroe luego de incitar la ingesta de Dan Up hablando un español latinizado. “Las drogas destruyen, muchachos”, dijo el sacerdote en el sermón aquel de fin de cursos durante un verano hace casi veinte años.
2.
Hace también veinte años supe, durante un viaje a la playa, que inhalar/beber Mirinda con popote por la nariz no tiene una fórmula sencilla; requiere, además de valor y poco pudor, práctica, apego a las leyes fisiológicas y ojos humectados. Quizá con Coca-Cola o cerveza sea menos dañino que con naranjada falsa. Yo atribuyo, en gran medida, mi rinitis crónica y los bronco-espasmos que antes me aquejaban por las noches, a la Mirinda garbosa.
Y ya que irrumpo en el departamento de bebidas carbonatadas habría que mencionar dos o tres Chaparritas (uva, piña, grosella) que me alegraron los años de Amecameca y Popo-Park y que hicieron más digeribles las tortas de tamal y alguna que otra doblada gigante de huitlacoche con queso.
3.
Recientemente me enteré de la ridícula diversificación del maíz en colores; tiene más que el arco iris, creo, y además no hay que andar tanto para darse cuenta que cada mazorca es oro puro…
Si sólo en la policromía de amaneceres que me brindan dicha encontrara la solución total a los males del mundo dejaría seguramente de manejar hacia el trabajo y prestaría más atención a los que tengo junto.
Platanero de Corozal, en Puerto Rico es un anónimo.
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lunes, 20 de abril de 2009
Los viajes al alma
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De entre el lodo, el agua; la esencia misma, el rostro alegre, la madrugada rociada de efímeras perlas que alimentan a las hormigas. Las hojas arrugadas quizá se envuelven en sonetos con arritmia como mis dedos sobre el teclado. Las ganas cansadas de escribir y de estropearlo todo y de borrarlo y de perderlo para siempre.
De entre el lodo, el agua Juan Carlos. Habla al fondo una máscara de conciencia: el agua, me insiste con voz de mando, te renueva y limpia, purifica tus poros y así lo de adentro sale más fácil: el resquemor, la venganza, los pensamientos malsanos, las tragedias ajenas, todo el granizo, la sed, el hambre, los moscos, la peste. Y así ya el agua, por tus lagrimales, vuelve a la tierra con sales que a la larga formarán diamantes. Y tú tan limpio también por dentro, y la tierra por dentro también tan rica.
De entre el agua, barullo de ríos y manantial con espuma. Espuma que enchine cada vello y barullo que sacuda los tímpanos de sordos. Tibio manantial que esparza sosiego a praderas, súbito río de bugambilias color durazno y crema. Y de entre el agua, tal vez, sonido, aire y poema.
De entre el agua, barullo y manantial Juan Carlos. Habla con fiera ternura la madre de los árboles sabios, de los que tienen palacios por pistilos en las flores: barullo, me insiste con voz de semillas, que llene de fiesta cada barrio tuyo si en las noches lo común careciera de sentido. ¿Manantial?, pregunto asimilando lentamente el discurso de lo aprendido: ¿de qué me sirve a mí ser manantial entre humedales?; y ella, inmisericorde responde: múdate entonces de ecosistema.
Por ello ahora, Juan Carlos, vamos a ver: de entre el barullo, intervalo; y del manantial, reserva. Silencio que anteceda más bullicio y ahorro para la vida en los desiertos. En los viajes al alma los desiertos son largos y anchos, por eso pesa tan poco y sentimos a veces que se va o que no tenemos. Si uno ha de viajar al interior de vez en cuando que se mire mejor antes en el espejo y despida para siempre sus viejos ojos que ya vendrán otros nuevos. Si no ojos, miradas; o todo lo inherente; o sólo lo corriente.
Y a forma de lista para excursiones, bastará llevar: un par de castañuelas rojas que traigan por dentro el jaleo, una botella pequeña de cristal azul con torrente tropical, calcetines mojados y calcetines secos, siete u ocho voces vaciadas cuidadosamente en la casa de caracoles domesticados, un rompevientos amarillo y otro más morado, un móvil de campanas tubulares que codicie la dulzura sonora durante tormentas de septiembre, cuatro clavos de donde luego cuelguen paraguas, sombreros y rebozos, un trozo de hielo azul, una vela incandescente, los cinco sentidos sanos, y lodo; tanto como se pueda recolectar en el camino.
Los reflejos son de Zenaida Pablo Romero.
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De entre el lodo, el agua; la esencia misma, el rostro alegre, la madrugada rociada de efímeras perlas que alimentan a las hormigas. Las hojas arrugadas quizá se envuelven en sonetos con arritmia como mis dedos sobre el teclado. Las ganas cansadas de escribir y de estropearlo todo y de borrarlo y de perderlo para siempre.
De entre el lodo, el agua Juan Carlos. Habla al fondo una máscara de conciencia: el agua, me insiste con voz de mando, te renueva y limpia, purifica tus poros y así lo de adentro sale más fácil: el resquemor, la venganza, los pensamientos malsanos, las tragedias ajenas, todo el granizo, la sed, el hambre, los moscos, la peste. Y así ya el agua, por tus lagrimales, vuelve a la tierra con sales que a la larga formarán diamantes. Y tú tan limpio también por dentro, y la tierra por dentro también tan rica.
De entre el agua, barullo de ríos y manantial con espuma. Espuma que enchine cada vello y barullo que sacuda los tímpanos de sordos. Tibio manantial que esparza sosiego a praderas, súbito río de bugambilias color durazno y crema. Y de entre el agua, tal vez, sonido, aire y poema.
De entre el agua, barullo y manantial Juan Carlos. Habla con fiera ternura la madre de los árboles sabios, de los que tienen palacios por pistilos en las flores: barullo, me insiste con voz de semillas, que llene de fiesta cada barrio tuyo si en las noches lo común careciera de sentido. ¿Manantial?, pregunto asimilando lentamente el discurso de lo aprendido: ¿de qué me sirve a mí ser manantial entre humedales?; y ella, inmisericorde responde: múdate entonces de ecosistema.
Por ello ahora, Juan Carlos, vamos a ver: de entre el barullo, intervalo; y del manantial, reserva. Silencio que anteceda más bullicio y ahorro para la vida en los desiertos. En los viajes al alma los desiertos son largos y anchos, por eso pesa tan poco y sentimos a veces que se va o que no tenemos. Si uno ha de viajar al interior de vez en cuando que se mire mejor antes en el espejo y despida para siempre sus viejos ojos que ya vendrán otros nuevos. Si no ojos, miradas; o todo lo inherente; o sólo lo corriente.
Y a forma de lista para excursiones, bastará llevar: un par de castañuelas rojas que traigan por dentro el jaleo, una botella pequeña de cristal azul con torrente tropical, calcetines mojados y calcetines secos, siete u ocho voces vaciadas cuidadosamente en la casa de caracoles domesticados, un rompevientos amarillo y otro más morado, un móvil de campanas tubulares que codicie la dulzura sonora durante tormentas de septiembre, cuatro clavos de donde luego cuelguen paraguas, sombreros y rebozos, un trozo de hielo azul, una vela incandescente, los cinco sentidos sanos, y lodo; tanto como se pueda recolectar en el camino.
Los reflejos son de Zenaida Pablo Romero.
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