< Para I.; en tímido rescate
Play & Read!
Llegó este viernes sin ser esperada; así se fue a dormir también, sin esperarlo. Usualmente los viernes no duerme en casa. Y luego la noche no ayudaba: tan gris, tan no, tan escrupulosa y sin matices, tan de sí sé quién. La música: Darol Anger y Barbara Higbie “retumbando bajito” en la habitación contigua.
A estas horas, el estudio donde lee cada tarde la mujer dormida (como la llaman sus íntimos desconocidos), luce apenas iluminado por una antigua lamparilla de petróleo modernizada, electrizada, alimentada por un foco en forma de vela de escasos 15 watts. Mientras, vagamente a salvo de la obscuridad y el frío, lucen dormidos:
a) los libros, miles, no me apetece nombrarlos
b) los dos cuadritos bordados que le regaló su abuela paterna durante ese año nuevo tristísimo en el que, ¡coño, otra vez!, toda la familia olvidó felicitarla por su cumpleaños; quién la manda nacer el uno del primero
c) la alfombra persa con ácaros que le dan alergia
d) un dije que brilla, recuerdo de Olivier, un novio francés enviado erróneamente a Courchevel, al este de la Britania, para salvar la costa, a toda fuerza, del enemigo sajón… jamás volvió
e) las bolitas de madera para alejar la humedad de tanto tratado contra el aburrimiento que ella fue comprando, sigilosa, a espaldas de sus padres, durante sus últimos 24 años (y es que los señores eran, digamos, ya sabes: “artistas que han sufrido por falta de ingresos”, y temían noche tras noche que su primogénita acabara en las garras de la literatura -como funestamente terminó-, así que le prohibían todo acercamiento a cualquier encuadernado. Ella, feroz ensimismada, los leía, uno a uno, paso a paso, subrayando las frases más intrascendentes, después los metía en un sobre que enviaba a un amigo leonés, conocido años atrás durante una estancia académica en España, y ya está: los olvidaba. El amigo tendría que guardárselos hasta que sus padres murieran misteriosamente una noche lluviosa en la que su auto se quedara sin frenos. Nunca pasó, pero ahora vive sola, y el amigo se volvió un lector exigente. Imaginen: serían tres miles en vez de miles)
f) las odiosas polillas come-letras (parece que les encanta la z; una mañana le espié una novela alemana a la que le faltaban todas las z, cada z estaba quirúrgicamente ausente; en su sitio, un hoyo negro, abisal, tétrico rastro del pirálido nefasto
g) su gato, un animal terco que le ronronea por todo el cuerpo las noches en que le duele la soledad; dicen, no me consta, que siente placeres diminutos si el felino inquieto de pronto la araña
h) un gotero con esencias de canela y cardamomo para el mal de ojo
i) otro, éste con una exótica mezcla de 38 esencias naturales, remedio que la madre de un amigo cercano le regaló luego de un rompimiento amoroso del cual salió bien librada; ¡benditas las flores del doctor Bach!
j) un par de botas Break and Walk igualitas a éstas:
k) el marco de color rosa que delinea gentilmente una instantánea de Sausalito Bay, mítico sembradío de hippies donde la mujer dormida se pasó más de un mes tratando de entender la obra de Jack London. Al final no entendió nada: London siempre escribía ebrio
l) un florero que mami le había comprado en Murano luego de tremenda discusión que tuvieron la noche anterior sobre el Ponte Rialto durante un viaje de reencuentros hace casi siete años. Hasta donde sé, nada de qué preocuparse: la hija estaba de malas (así se pone con el hambre) y la madre estaba de malas (así se pone cuando ve a su hija de malas). Un florero a la mañana siguiente, y listo, a otra cosa; ahora permanece en el estudio, apenas iluminado, como todo lo anterior, con una orquídea de papel que un maestro de diseño gráfico que la persiguió durante sus años mozos le había obsequiado en son de amistad (y rendición a sus pies no tan diminutos pese a su estatura escasa)
m) el paraguas roto que arrebató a un peatón desprevenido durante una noche de copas
n) sus gafas de pasta verde; hipsters y frescas y livianas y verdes, tan ella: para ver de cerca
ñ) un diccionario de María Juana Moliner Ruiz en perfecto estado que nunca ha consultado; se da sus aires de grandeza con el buen uso del español, aún después de aprenderlo en un curso exprés a la corta edad de 19 años. Todos, y es que dicen que no había nadie que callara en el trabajo, le hacían burla por sus dislexias frecuentes
o) una docena de semillas de ciruela para plantarse en luna llena, semillas que ella llamó obstinadamente “huesitos” hasta que un profesor de la facultad de Lengua y Literatura Hispánicas le dijo que las ciruelas no eran vertebradas
p) un sándwich con apenas dos mordidas, hecho con pan de alcaravea y untado obsesivamente de queso crema y mermelada de manzana con jengibre que compra cada dos meses en el área naturista de un supermercado que un par de bolivianos montaron a dos cuadras de aquí
q) una libreta de apuntes estampada con un gatito negro de cola larguísima, tan al estilo del french retrocontemporary que ella disfruta a mares encabritados durante exposiciones con gente importante que se cree más importante de lo que ya es
r) un incienso para atraer al amor eterno y someterlo
s) un arbolito de la vida pegado con Kola-loca que se compró en Metepec durante una frustrante visita a su abuelo toluqueño. Le dijo de botepronto: ya no te quiero, abue, y él le pidió que le llenara el vaso con güisqui y cerrara la puerta al salir
t) un aparatoso engargolado con textos a corregir que nunca terminó luego de la conversación que tuvo con un primo segundo que la convenció de no llevarse el trabajo a casa
u) un frasco con esmalte morado para las uñas que de cuando en vez pinta por miedo a verse en el espejo, de repente, sin color
v) un vaso con un traguito de agua de clorofila que se toma, seria y puntual, cada noche, para defenderse de una intrépida bacteria gramnegativa que es responsable de una infección en su tracto urinario
w) una taza de asa rota con la portada del asombroso Push Barman to Open Old Wounds que su hermana le trajo de un concierto al que ella no pudo asistir por quedarse dormida. Ahora, el bonito souvenir tiene lápices de índole diversa, y desde entonces, duerme mal… la mujer dormida. Curioso
y una nota esparcida con tinta verde que escribió esta noche en el ajetreo de la culpa: Todavía tengo miedo y, por eso, no escribo… Al final del día no pido mucho, sólo que me des permiso de meterte en mis ficciones.
Estoy bloqueada, gritó sin querer hacer ruido, y se fue a dormir, sintiéndose (¡otra puta vez y más que nunca!) mujer dormida. Me quedé en el estudio, como siempre, apagada a medias y sin oportunidad alguna de revirarle: La única forma, aprendiz, de expiarse esas culpas pinches, es escribiendo. Pero se fue a dormir la mujer dormida y se tendrá que conformar para siempre con la duda. De cuándo a acá han hablado las ventanas.
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viernes, 1 de julio de 2011
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10 comentario(s):
una elegante manera de escribir de un amor
Hola Anónimo:
...
Que lindo!
Me gusta.: me gusta!
¡Gracias Glow!
Tus instintos feisbuqueros del "me gusta" me sacaron una sonrisa. Salucín.
pobrecita la mujer dormida... me da tristeza su tristeza de no despertar.
¡Hola!
Bienvenido a estos callejones.
Nunca había oído de ti (y no pude leerte por más que intenté).
Creo, porque realmente no lo sé, que la tristeza misma es una buena forma de atacar cualquier bloqueo creativo.
Sea lo que sea, la mujer dormida no está triste, sólo no está... pero ya estará, y con los ojos más grandes que nunca. Te lo aseguro.
¡Gracias por leer! ;-)
me da gusto, me gustaría seguir su pista :)
Sí, bueno...
Me recuerda a alguien, pero aún no doy exactamente a quien...
Muy lindo relato. Gracias, gracias, gracias.
;-)
Sí, eso dicen otros caminantes de acá arriba: "no sé bien a quién te refieres", pero qué mejor que dejar ese misterio para los que gustan de lo obscuro.
Gracias a ti, por leer.
De nada, de nada, de nada.
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