martes, 17 de febrero de 2009

Confesiones de un Lunes

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9:12

Rosario me regaló algo bonito por mi santo.

Rompí la envoltura con prisa estúpida y terminé tirando todo el contenido a la basura. La estúpida basura se apresuró a romper el contenido que antes envuelto terminó tirado. Terminé de envolver el contenido y estúpidamente rompí la basura con prisa. Ahora la prisa sin contenido me envuelve entre basuras tiradas; si seré estúpido…

10:03

Un cursor perezoso es manipulado grácilmente por mi ratón sin alambre. El roedor eléctrico me causa artritis y justo cuando pienso seriamente que enloquecer es la salida, un monitor me anuncia por medio de unas rayas amarillas que las pilas fenecieron luego de jugar la final de Pin Ball Magic contra un húngaro de siete años. El muy sin vergüenza me ganó por veintiocho puntos y añadió caritas felices a su score en su myspace. Nos dimos un apretón de manos con emoticones rosas y luego se desconectó del sitio aquel, dejándome partida el alma y los ojos irritados.

11:40

La vida de un móvil transcurre (la mayor parte del tiempo) muy quieta; tremenda la ironía. Es acaso como el humo silencioso que se desprende de las velas; es quizá la maravilla fortuita de las plantas que se mueven cuando nadie las mira –o apenas alguno las vigile largo rato para encontrar descanso-.

12:15

Anoche se acercó lo suficiente como para verle los colmillos a una araña grande y parda. Posaban enhiestos sobre el muro encalado y daban ganas de tocarlos nomás por sentir así de onda una mordida caliente. Dije yo, preocupado y lejano, que de un tiempo a esta parte las tarántulas me parecen graciosas si las comparo con las tijeretas que pueblan mi pisito con madera. Dijo ella, indiferente y morbosa, que las arañas no tenían colmillos sino pinzas. Dije yo, sobresaltado y suspicaz, que cómo era posible que escuchara mis pensamientos. Dijo ella, coqueta y sin sentido: ¡me confundí; sí tienen colmillos!

12:57

...

Y es que un móvil puede parar de golpe por impulso humano o juguete de gatos; puede alebrestarse entonces como aliviando el vacío y ser a la vez residuo de vacío. Un móvil es, si bien se ve, la introspectiva de una algarabía que pende de plafones y a la gravedad resiste. Curvas de diseño y performance: a tal proyecto me reduzco cuando intento caminar a través de lánguidas partículas de hidrógeno.

9:12

Casi me cago, literal, cuando supe de un brote de risa en la calle 14. Empezó muy de mañana; todavía sin sol, la niña Julieta se rió con timidez de mi persona batida en Calcetose.

Salí de casa de Rosario con el reloj encima hacia el piso 9 del edificio guinda y tropecé con una mujer inquieta que lloraba en el ascensor. Al notarme, aquella Clementina cincuentona paró de golpe, y al levantar la cara se le vino abajo el rimel formando un lunar de bruja en su nariz; me volteé de cuerpo entero y tosí por no reír. ¡Tu puta madre, imbécil!, debió haberse dado cuenta.

Me quité de allí como pude y sonrosado; rápido lo conté a cuatro colegas ante la máquina de café y todos reímos. Uno de ellos distribuyó el chisme con tacto magistral. Dos mujeres durante un descanso para pan dulce y más café ubicaron a la bruja y le murmuraron al lado: “dónde dejaste la escoba”; la bruja nunca supo pues el chiste era local.

Habría que ver a la salida a Don Ramón Martínez y clientela degustando tacos sudados de huevo con espinacas y discutiendo todos que si Rosamari (la bruja) trabajaba en ventas o estaba simplemente de visita conyugal. Luego supe que su marido era mi jefe, y que al ojo, sabía mis nombres y apellidos.

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puente musical



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9:17

Rosamari habrá llegado a la calle 14 muy contenta; posiblemente abrió la puerta de su casa silbando una de Pedro Infante, preparó dos sándwiches con jamón del bueno y rebanadas de plástico amarillo. Esperó al licenciado muy paciente en la salita, se puso a ver el noticiario de la tarde y tuvo a bien comerse las últimas uvas de un racimo oxidado.

Tal vez a las nueve llegó el esposo, y allí, en el mismo rellano de la entrada al jolecito principal, la lechuza aquella le cayó con llantos y mejillas y más rimel. Debió haberle contado todo, exagerando, por supuesto, el episodio. Luego de calmarse, se dieron dos besos y comenzaron a reir -casi a carcajadas siniestras-; no habría podido estar mejor cimbrado el despido masivo del que hace unos instantes fui testigo; si seré estúpido.

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(Los cubículos son de Michael Hogue)

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