Infusión 12 / 30
(Antes, ¡dale play!)
a) cosechas de triunfos rotos
b) el sorteo para ser asignado a la Tierra
c) amores en Saturno olvidados
d) atardeceres cósmicos
e) lluvias de meteoros
f) ¡trigo en Marte!
g) el baile más famoso de salón rayando la Vía Láctea
y h) ese juego de canicas donde perdió con los nonatos neptunianos.
Eso, mientras el germen campeón de su padre fertilizaba a Gabriela que ya merendaba saliva arrebatada de placer y fuegos fatuos.
De allí en adelante, de la noche torcida en ramas, ventisca
y trueno, de allí zarparon Gabriel y su futuro terrestre a la búsqueda inclemente
de más momentos espaciales, como tratando de regresar al instante aquel en que fuera
fecundado la misma noche de la alineación ancestral, mismos astros rodantes,
misma temperatura extracorpórea.
Logró Gabriel después de muchos años de alquimia, error-acierto-frustración-experimento-bodasceltas,
curar lo descompuesto: hizo, con la poca savia de los árboles muertos, una
resina resistente que por decreto universal los devolvía al verdor en primavera;
montó una moto por cinco continentes cuyo único impulso era el batir de alas de
cien aves; reconstruyó manglares, sembró ciudades con semillas, edificó
enredaderas enormes sin usar alambres, desaceleró el proceso de las frutas
maduras logrando llevar a buen tiempo comida y sonrisa a sitios insospechados
donde vive gente insospechada.
/
Gabriel tenía el mundo a sus pies, siempre bien puestos en
dar el siguiente asalto a la ciencia. Se había convertido en el mago moderno,
mesiánica figura de esbeltas proporciones que aclamaban multitudes, que besaban
animales, que cobijaban plantas.
¡Cuánto despojo de alma en una persona!, ¡cuánto de filántropo, de circo humanista!, ¡cuánto, don Gabriel, de arrebatarle el sueño a las ovejas viejas convertidas hoy en inmortales borriquillos!, cuánto de gracia en buscar el recuerdo aquel, allá tan arriba, más allá de telescopios, más allá de innumerables anémonas cristalinas colgando en la negra vastedad; cuánto, niño Gabriel, de obsesión en hallar el momento aquel cuando aún no había nacido.
¡Cuánto despojo de alma en una persona!, ¡cuánto de filántropo, de circo humanista!, ¡cuánto, don Gabriel, de arrebatarle el sueño a las ovejas viejas convertidas hoy en inmortales borriquillos!, cuánto de gracia en buscar el recuerdo aquel, allá tan arriba, más allá de telescopios, más allá de innumerables anémonas cristalinas colgando en la negra vastedad; cuánto, niño Gabriel, de obsesión en hallar el momento aquel cuando aún no había nacido.
[°]
Me voy, es foto de Lorena Carbonell
|
0 comentario(s):
Publicar un comentario