miércoles, 12 de enero de 2011

Cruce de caminos 13/n

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1.

"NO PASAR.
¡A la mierda!,
dijeron las oscuras golondrinas
sobrevolando raudas como avionetas."

Manolo García

2.

Por lo general, la ciencia matemática y la lógica incierta de los números no se me dan. El ahorro, por lo general, así, incisivo “por lo general”, nomás, no sé, se me escabulle cuando estoy más cerca de, digamos, conceptualizarlo / risas /.

Y es que en su séptima definición (tratado antropológico), el DRAE define ahorrar como: “quitarse del cuerpo una prenda de vestir”. Entiendo: previo al amor, el ahorro. Ni de esas nos salvamos. Con obviedades tales, lo permisivo en la acción de desnudar recae directamente en nuestra cuenta bancaria. Lógica incierta, mal de muchos: colchones (por donde los queramos ver) vacíos.

3.

El campo de flores que habito cierra su puerta principal a las siete. De allí para adentro, de la puerta y de las siete, suceden hileras negras de hormigas con hojitas mordidas a cuestas. Se bifurcan sabiamente en tres o cinco o nueve frentes y cada batallón es liderado por la más veloz o por la que tiene más patas.

Se les oye crujir entre paredes pasadas las diez: es concentrarse en eso o escuchar otras rutinas sexuales, o poner atención en el tímido cric crac de la secadora del vecino a punto de las doce, o imaginarse grillos que devoran hormigas aleteando gustosos patio abajo, al interior de las selvas.

Sobre la madrugada, alguna maravilla ganará entre dichas eufonías, quizá nuestros ronquidos. A las siete, se abrirá la puerta principal del campo de batalla en el que vivo.

4.

¡Pinches viejas: ridículas!, me dijo (así con dos puntos y esmero enfático, producto de su ingobernabilidad etílica). ¡Pinches viejas ridículas, me cai!, tuvo que acentuar su frustración y misoginia no sólo desde el ámbito reflexivo sino a través del callejero argot que retumbaba en la barra.

¡Es que no mames!, gritó extinguiendo su mirada sobre el vaso con leche que yo intentaba beberme plácido y feliz. ¡Son chingaderas!, golpeó fuertemente con la palma de una de sus manos sobre el cristal reforzado, protector de “chingaderas” con eco en la habitación ahumada por tabaco. ¡Son chingaderas Medrano!

A estas alturas del monólogo, la alusión franca, directa y potente hacia mi padre, resquebrajó mis miedos a acabarme las galletas que acompañaban mi merienda antes de terminarme el vaso: o había descubierto un bazar de chingaderas con mi apellido, o (falto en comas) se dirigía a mí, de modos grotescos.

La neta, sí; contesté sopeando la penúltima Chokis. ¡Tú eres puro pendejo!, me intrigó la sintaxis de su insulto: la estupidez en estado nítido, puro, inalterado. Qué quieres que te diga, güey; le sorbí entre dientes disfrutando el frescor de la leche en mis encías. ¡’póyame!

(Silencio de atardecer en internado con huérfanos cenando:
pasan volando oscuras golondrinas.)

¡Préstame varo!

Luego miró a su barriga y se quedó dormido. Yo lavé con lentitud mi vaso y plato y los puse a secar en… ese utensilio que usan para secar los vasos y los platos. Luego me dirigí despacio a su ancho cuerpo y le pinté bigotes y anteojos con un plumín de aceite que siempre guardo.

Salí del sitio, plácido y feliz, eructando leche con galletas, y contando el dinero que le había quitado. Pinches viejas: ridículas; lo que hacen por divorciarse.



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Hormigas podadoras: Bence Mate.

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