domingo, 19 de septiembre de 2010

Madrigalismo 7/n

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Amanecer, luego del amor, suena a rutina sosegada, ruin escenario para los hábitos que no hemos logrado transformar en risas de sobremesa. Amanecer, después de amar, es resquebrajo de lo rosa, lo sutil, lo “despacioso”, el trémolo gritar lejano de aves exóticas. Amanecer es aturdirse nuevamente con las emociones consabidas, es los pulmones que tosen y el café que no llega.

Ponerse los ojos claros o los lunares, quitarse el maquillaje de cansancio y empalagarse miel de sonrisa y buenos días. Sacudir del cabello las almohadas y ensancharse en piel de éxito y aventura. Lavarse bien el retraso y cepillar cuidadosamente cada uno de los pendientes. Pasar la lista una y otra y otra y otra vez: “debo mantenerme en forma”, “sacar la basura”, “taparse la boca al bostezar”, “imaginar mi cara al ganar la lotería”, “guiño a las damas”, “fuerte y gentil apretón de manos a cada caballero”, “los atajos, los atajos, el reloj diez minutos adelante”, “cada vuelta, cada esquina, semáforos mafiosos, radares que acechan”, “dónde dejé la cartera”. El pensamiento fútil, la sincronización perfecta entre alimento, tiempo y temperamento.

Por cierto: Ismael sabe de Sísifo, supongo entonces que me entiende cuando maldigo a quien haya inventado la piedra que aquel pobre hombre debió cargar eternamente. Amanecer queda sujeto a pequeños guijarros sometidos (por destino aplastante) a escurrírsenos de las manos. Amanecer, después del amor, es olvidar las llaves al llegar al auto, es cambiarnos nombre y apellidos, es no reconocer ya nunca, empedernidamente turista, ningún rostro, aroma, árbol o enemigo. Amanecer, luego de amar, es, por ende, negociación con uno mismo, replanteamiento de valores, intrigas y personajes.

“¿Quién soy, a dónde voy?” deja de importarme porque puedo, antes de irme al trabajo, besar tu frente y embeberme en el olor que discreta disipas en el aire; en breve iniciarás tus particulares ritos y el pase de lista será diferente. Yo estaré a punto de tomarme el primer café mientras le pido a mis alumnos un poquito de su bendita atención. Entonces bostezas, decidida a levantarte de esa cama que cada mañana te imanta.



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