sábado, 4 de septiembre de 2010

Cláritas del rústico pequeño

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I.

Si regresaras en otra claridad desierta,
tú misma, cuerpo o ráfaga desnuda
de otro espacio no mío, cálido y solar.
Borrosas calles y llovizna oscura.
Nada sino mi sed, mi desvelo,
nadie sino la voz del entresueño,
nada, final, sino
un eterno encantamiento frío:
terror que lentamente
se entreabre, gesto, belleza cruel
que pasa apenas, fugitiva, sólo al lado un instante,
por entre los adioses,
¡oh tanta luz en nubes de otro invisible mundo!

Fernando Charry Lara, 1963
Fragmento de Los adioses











II.

Siento llegar el día como un rumor de animales,
a la orilla del pantano, de la fiebre, del junco,
más allá, entre las colinas de viento oscuro,
donde la luz se levanta con desgarradas banderas,
como resplandor lejano de una montaña de cuarzo.

Formas de la gracia, sus perfiles abandonan sus melenas
a la brisa; formas de la vida y de la muerte,
sus senos tiemblan en las penumbras de los juncos;
formas del oscuro delirio, sus muslos se suavizan
como una fruta partida; formas del tiempo humano,
sus pies hacen temblar las flores silvestres.

El día derrama su transparente maravilla, como un vuelo,
como el color innumerable, como la crisálida
de herméticos destellos, como el insecto plateado,
como el hechizo en las formas relucientes,
como el vuelo de mariposas que salen de una gruta incendiada
y comienzan a temblar en el ardiente cristal.

Soy el día, y el viento levanta sus ramajes en mi alma.

Vicente Gerbasi, 1977
Fragmento de Formas del tiempo humano









III.

En estas horas de solemne calma
vagan los pensamientos
y buscan a la sombra de lo ignoto
la quietud y el silencio.

Se recuerdan las caras adoradas
de los queridos muertos
que duermen para siempre en el sepulcro
y hace tanto no vemos.

Bajan sobre las cosas de la vida
las sombras de lo eterno
y las almas emprenden su viaje
al país del recuerdo.

También vamos cruzando lentamente
de la vida el desierto
también en el sepulcro helada sima
más tarde dormiremos.

Que en la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños

José Asunción Silva, 1892
Fragmento de Canto IX













IV.

Hacia el anochecer, bajábamos
por las humildes calles, piedras
casi en amarga piel, que recorríamos
dejando caer nuestras risas
hasta el fondo de su pobreza.

Y el brillo inusitado del amigo
iluminaba las palabras todas,
y divisábamos un poco más,
y el aire se hacía más hondo.

La noche, opulenta de astros,
¡cómo estaba clara y serena!,
abierta para nuestras preguntas,
recorrida, maternal, pura.

Entrábamos a la vida
en alegre, en honda comunión;
y la muerte tenía su sitio
como el gran lienzo en que trazábamos
signos y severas líneas.

Roberto Fernández Retamar, 1958
La noche







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