jueves, 28 de agosto de 2014

Paciencia ilimitada


(Otra fábula sin moraleja)




Paseaba su vestidura el cangrejo rozagante
terno blindado marrón y sonrisa socarrona de franco ganador. 

Dos gurruminos fueron anoche sometidos por sus pinzas rebosantes en aniquilación y furia sosegada. 

Fuera del hoyo conoció a la caracola con la que, provisto de paciencia ilimitada (amor es la palabra que utilizan en el reino de las plantas) caminó diez horas, apenas rozando la espuma de los mares. 

Entregarzas de puntas afiladas y saliva.

Poco antes: 
las claras del Sol, 
la búsqueda del árbol escondite, 
el tronco retorcido de sus vidas,
la calma que antecede a las tormentas, 
el beso inesperado y juguetón. 

Después: 
el niño taxidermista,
 la hormiga oportunista, 
la carroñera gaviota, 
las ansias de bronceado de todos los insectos.

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¡Play!


La foto es de Roberto Trigo

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miércoles, 27 de agosto de 2014

Tibio iluminarse de los afectos


(Un respiro)



Intuyo que nadie cree lo que digo. Al menos así no me he dado a la caritativa tarea de seguir tan vivo. Entreveo que las brisas me asedian en los túneles obscuros de un tiempo que se fugó dispuesto a no volver / Esta ventisca del otoño venidero. Seguro es ella la que aguaita al escritor cuando se torna presa. Palpitar estorboso, a medias, rutinario, vuelto nudo, de un núcleo sustancial entristecido. La pausa indebida: el tiempo fugado.


Creo que nadie intuye lo que digo. Irrebatible es el criticastro hacia la mala posición de mi sextante, allende los mares del espacio, estimulando mi raudo desvío de cada multitud en la que mal anido. Otra vez la cosecha sempiterna del mal tiempo. Otra vez las almas llagadas que se arrancan la tristeza con puntas ardientes de hierro. Otra vez la poca paz en lo que anhelo; el músculo vivaz de cada sueño; el tibio iluminarse de los afectos; la desusada calzada que por quejoso peregrino. Otra vez tu ortográfica hermosura en medio de la melancólica industria de los deberes mundanos. Otra vez mis epítetos tontos y las listas, las comas renegadas en cada servilleta de cantina. Otra vez las enumeraciones. Otra vez tú tras los velos delirantes del olvido. Otra vez nosotros a través de embozos níveos. Otra vez el sigilo de la memoria y el puente indomable hacia la remembranza, la tarde, esos saltamontes.


Digo lo que nadie cree que intuyo. Ni siquiera cedo en mis decires de nocivo caminante / Luego me distraigo / Este apaciguarme a lluvia torpe. Este diminuto gato que chilla. Estas veladoras que me calcinan la prisa y los planes. (Otra vez los planes. Otra vez los augurales malabares del destino. Las muelas del juicio. Los descansos que se otorgan mi cuerpo -poco prudente- y mi espejo -mucho arrogante-)

Nadie intuye lo que creyendo digo.

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Todas las fotos de (el) peatón