Aplasté la
tierra que me daba camino. La tierra reblandeció. Lo blando me quitó las ganas
de más. Y más andar me trajo hambre / Allí me ericé porque de erizarme,
punzaba. Tanto latieron mis caldos, tanto mis entierros me nombraron que
aprendí (por verde vereda de maleza intacta) que mis ojos, hasta hoy, ya no
reflejan belleza / y quise quitármelos / Quise quitarme las ropas y los nudos
en la garganta, gritar exótico buscando ayuda, o más cófrades y amigos que
terminaran (luego) de asfixiarme, buscándote que no te hallaba / La última vez
que te soñé me dabas dos besos y luego me los quitabas; me dabas tres encierros
en tu habitación blanca y luego de allí me sacabas a tropiezos, y a regaños,
mostrando las fieras que tan poco me atraen / La primera vez que me gritaste no
fue de placer ni hundida; fue por olvido: se te olvidó que gritabas / De
placer, de angustia, de libros compartidos, de alimentos congelados y leña nos
nutrimos casi siempre; el resto de nosotros era una selva sin cumbre, sin
cielo, sin jaguares y sin lianas / Tus silencios de mujer callada me ponían la
piel sobre la nieve, me daba más frío, jamás te cobijaba; de ti mejor no
hablar, tus manos siempre estaban calientes y tu cuerpo (ese cuerpo el cuerpo) se
relamía la boca dándose a desear. A veces llegaban clientes / Así te fuiste una
tarde (cualquiera) de mayo o de julio, o de marzo sin cambios de horario. O yo
me fui. Quién sabe, pero nos fuimos / A ti se te miró sonriente en carnaval dos
semanas tarde de tu último retraso; tú me viste avitrinado, cambiándole el
saco a un maniquí, poniéndole una rosa tonta en la solapa. Gustos terribles,
rumiamos, y echamos a andar a solas, cansados / Del cansancio pasamos al
hambre, y del hambre a las andadas, de vario caminar las drogas blandas y por
blandas, más y más ganas / Tú echaste tierra en el baúl con el niño / Yo
aplasté la tierra que me daba camino.
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El óleo (Raimiel) es de Rubén de Luis