SÍNTESIS: La noté allá, distante, un tanto fría, cerca del novio. Me miraba de a poco, saciaba el cosquilleo de los amores a primera vista. ¡Ay, si fueras más desinhibida, mi vida!...
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REBELIÓN: A veces caigo en la tentación de entregarme a los ojos redondos y los labios con fronda. Sin embargo allá estaba, cerca del novio, un tanto fría, pintando barquitos en las servilletas y explicando sus manías a la concurrencia que entretenida admiraba sus múltiples facetas de belleza, su altura, su ropa, la elegancia que emanaba de sus poros, sus ojos redondos, sus labios espesos.
Cómodo, y también coqueto, alzando la voz le ofrecí un trago: estaba seca de las ganas de tomarse un buen tequila. Tímida, aceptó con la mirada a la vez que me mostraba sus deliciosos dientes de mármol perfumado… y en la comisura de sus labios se notaban tan lindas las arrugas del olvido.
Se hacía la poco importante, la que nada debe, la que mira al techo y hace gestos de recordar algo feliz. Cuando sonó la que, después supe por boca de ella, fuera su canción de infancia, se emocionó tanto que hasta silentes notas de ternura escaparon de sus pulmones (me parecía importante congeniar con ella en el secreto de las miradas inoportunas). Cantar a Mercedes Sosa bajo la locura del flirteo y silbarla bajito, rítmicos los dos y sin prisas de ningún tipo, siempre me había parecido acción de cursis. Quizá lo sea.
Y es que fue inevitable. Me atrapó la desdicha(da) y atolondró todos mis males mientras movía sus hombros y se saboreaba la boca con el cuarto tequila. El Conjunto Primavera y su salsera interpretación de “María del Carmen”, original de Noel Nicola, la puso un peldaño más arriba de donde cualquiera de los presentes hubiera podido alcanzarla.
Bostecé de pronto, largo y sabroso, como por instinto animal y queriendo espabilarme de tres noches de inigualables borracheras. Ella sonrió cómplice y me alargó el brazo para que llenara su caballito, aún con tanto gusto y el rostro perfecto que me dieron ganas de atraparla y oler su cuerpo entero sobre la mesa ante el asombro de los parroquianos que alegres ya bailaban un Son de Negritos, propio de la cumbia colombiana… Le serví con finura su copita y chocamos vasos en son de paz, salud y regocijo, TODOS chocamos los vasos; a alguien se le ocurrió que nuestro fugaz encuentro de vidrio correspondía a la multitud y de cinco en cinco se unieron para brindar mutua salud...
Cómodo, y también coqueto, alzando la voz le ofrecí un trago: estaba seca de las ganas de tomarse un buen tequila. Tímida, aceptó con la mirada a la vez que me mostraba sus deliciosos dientes de mármol perfumado… y en la comisura de sus labios se notaban tan lindas las arrugas del olvido.
Se hacía la poco importante, la que nada debe, la que mira al techo y hace gestos de recordar algo feliz. Cuando sonó la que, después supe por boca de ella, fuera su canción de infancia, se emocionó tanto que hasta silentes notas de ternura escaparon de sus pulmones (me parecía importante congeniar con ella en el secreto de las miradas inoportunas). Cantar a Mercedes Sosa bajo la locura del flirteo y silbarla bajito, rítmicos los dos y sin prisas de ningún tipo, siempre me había parecido acción de cursis. Quizá lo sea.
Y es que fue inevitable. Me atrapó la desdicha(da) y atolondró todos mis males mientras movía sus hombros y se saboreaba la boca con el cuarto tequila. El Conjunto Primavera y su salsera interpretación de “María del Carmen”, original de Noel Nicola, la puso un peldaño más arriba de donde cualquiera de los presentes hubiera podido alcanzarla.
Bostecé de pronto, largo y sabroso, como por instinto animal y queriendo espabilarme de tres noches de inigualables borracheras. Ella sonrió cómplice y me alargó el brazo para que llenara su caballito, aún con tanto gusto y el rostro perfecto que me dieron ganas de atraparla y oler su cuerpo entero sobre la mesa ante el asombro de los parroquianos que alegres ya bailaban un Son de Negritos, propio de la cumbia colombiana… Le serví con finura su copita y chocamos vasos en son de paz, salud y regocijo, TODOS chocamos los vasos; a alguien se le ocurrió que nuestro fugaz encuentro de vidrio correspondía a la multitud y de cinco en cinco se unieron para brindar mutua salud...
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REFUTACIÓN: Hoy creo en las posibilidades, he tirado el destino al cesto de basura y he vuelto a mantenerme firme en las improntas, en la incertidumbre gloriosa del amor posible. Nada es imposible. Nada es eterno tampoco, nadie es tan feo ni tan guapa como para no intentarlo. Silvia fue el conducto de esa provechosa revelación; de enterarme que bajo máscaras vivimos y sin paradigmas nos andamos. Tan fáciles parecen los encuentros, y cuánto azar y cuánta dicha y cuánto aprendizaje logramos a través de ellos.
Por eso ya me suenan todas las canciones a victoria; entiendo al fin, que como canta Serrano: “la excusa más cobarde es culpar al destino”.
Por eso ya me suenan todas las canciones a victoria; entiendo al fin, que como canta Serrano: “la excusa más cobarde es culpar al destino”.
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